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lunes, 16 de noviembre de 2015

Editorial



Historias de Barrio

El terremoto de 1985 no solo movió el eje cósmico de la Ciudad de México, también sacudió la conciencia de la ciudadanía y modificó el mapa de la ciudad y sus alrededores. Cayó media ciudad, murieron más de 10 mil personas y desplazó a miles más. Los que hacemos Desencuentros (cuando nos da por escribir) crecimos en una unidad habitacional de Atizapan, Estado de México, llamada Torres 8, que se construyó más o menos por esas fechas, nuestros padres huyeron de la ciudad destruida y abarrotada de gente, junto con miles de damnificados y muchos otros que ya no cabíamos en el De Efe. Se instalaron en lo que en ese entonces era aún la periferia, territorio a la mitad entre arrabal y suburbio gringo, y que tenía al periférico como frontera y puente de salida. Por eso crecimos entre damnificados que temían a la ciudad de México y pretendían reconstruir su vida entre terrenos baldíos y flamantes unidades habitacionales, nos contagiaron su recelo y dábamos la espalda a los edificios de Reforma, mirábamos desconfiados eso que nuestros padres llamaban El Centro. Vivimos  en otra ciudad, o mejor decir, vivimos alrededor de la ciudad.  Generamos una especie de identidad que no era ni mexiquense ni chilanga. Los de Toluca nos decían chilangos y los chilangos “gente de más allá de ciudad Satélite” o “satelucos”, que son términos incorrectos, tampoco nos sentíamos identificados con la gente del pueblo original de Atizapan a las que arruinamos su paz. Torres 8 – o Las Towers como les decíamos de cariño- se convirtieron en nuestro Estado e identidad, asumimos el gentilicio de towereños. En Torres 8 nacieron nuestros hermanos menores, nos enamoramos y nos agarramos a golpes por primera vez, aprendimos a andar en bicicleta y jugar fútbol, tejimos amistades y enemistades que hoy perduran, conocimos la carrilla el alcohol y las drogas, contemplamos la decadencia de varios amigos y el embarazo de varias amigas, es decir crecimos y ya no hayamos qué hacer ahí. Hoy 30 años después que la ciudad se destruye por otras razones, le perdimos el miedo al De Efe y emprendimos el éxodo a la inversa de nuestros padres, como tanta gente de la periferia harta de pasar 6 horas al día en microbús, pero no podemos evitar la nostalgia, por eso a modo de homenaje queremos compartir con ustedes las historias que más nos gustan de Torres 8 y los invitamos a que nos cuenten sobre el barrio, la colonia o el lugar que los vio crecer o al que más cariño le tengan. Colaboren. 

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