Amaneció
brumoso, la neblina bajó hasta los
patios de las casas y cubrió a los animales, el Vale despertó temprano como era
su costumbre, desayuno frugal, un simulacro de baño y una rápida planchada a la
túnica, la misa era a las siete. Llenó la pila de agua bendita con agua del
grifo y se santiguo tres veces, revisó el número de hostias en el copón y se
comió tres, sobraban para la comulgación; dio cuenta de un sorbo del vino para
consagrar y mientras abría la puerta de la iglesia escuchó el canto de los
gallos, tres veces, como Pedro hace dos mil años. Concepción apareció al cuarto
para la siete con un atado bajo el brazo, por el olor, el Vale adivinó memelas
de frijol y manteca y una pieza de pan.
-El
Desayuno del Padre, se viene en ayunas el pobre.
-¿Y
para mi?, aunque sea una coca.
-Dile
a Fega, esa es la que te atiende.
Era
verdad, Fega no había llegado, para esa hora debía estar ya en la sacristía y
con el dinero de las limosnas debidamente ordenado en billetes y monedas, al Padre
no le gustaba el desorden.
-¿Y
qué esperas? Suena la campana, se habrá desvelado, ayer la vi en la Soledad
hablando con las rezadoras para que vinieran.
-Esas
no van a venir, ya las tiene hasta la madre el Padre, dicen que cobra hasta por
dar la bendición.
-Si
vienen, les prometió la mitad de las limosnas de hoy.
El
Vale se apresuró a sonar la campana y a
prender el sonido, ya eran cinco para las siete y nadie del pueblo llegaba,
aquello era anormal, generalmente a la misa de siete asistía la mitad del pueblo
y la iglesia se llenaba desde las seis y media; desde el campanario vio venir
un grupo nutrido de señoras tapadas por sus rebozos y agitando las manos, gritó
lo más fuerte que pudo.
-¡Concha!
Viene doña Emilia con todas las rezadoras.
-Chingale,
ya se enteró. Desgraciada Fega, por eso no ha llegado.
El
Vale bajo del campanario y corrió hasta donde estaba Concepción que ya se
tronaba los dedos de los nervios, ambos observaron entrar al grupo de mujeres
por el atrio de la iglesia con doña Emilia a la cabeza, los señalaron,
señalaron hacia la calle y al unísono como si hubieran ensayado la puesta en
escena levantaron el puño en señal de reto, doña Emilia llegó hasta donde
estaban y descompuesta por la furia les gritó.
-Pinche
Valeriano, ¿Dónde está el cabrón del Padre? ¿Y Fega?
-No
han llegado.
-No
te hagas pendejo, dile que salga, dile que ya sabemos todo y que no lo vamos a
permitir.
- Que
no ha llegado doña Emilia, mire usted ya son las siete y ni gente ni misa, el
padre no está.
-Par
de cabrones y la otra también, Regina diles, diles que ya sabemos todo.
-No
se vale, no chinguen, ¿de dónde se le ocurren al Padre esas cosas? Si ya le
dijimos, que está bien que cobre las misas, que está bien que él quiera
supervisar los trabajos de la iglesia, que está bien que lo que manden los
paisanos del norte lo administre Fega para las mejoras y los gastos, pero hasta
ahí, son chingaderas Vale, con las creencias de la gente no se metan, ¿fue Fega
verdad?, ella le dijo, nunca nos ha
querido y esta era su oportunidad.
-Doña
Regina yo no sé nada, yo aquí como ve, abro, cierro, toco la campana y preparo
lo de la misa, nada más, ni sueldo me pagan.
-¡Ay
Dios! Ampáranos, Valeriano y tu
camioneta nueva apareció nomás de seguro, o
el Sky te lo regalan.
-A
ver señoras ya dijo el Vale que no está el Padre ¿qué más se les ofrece?
-Tu
cállate Concha, si andas ahí de arrastrada, como el marido está en el norte,
andas viendo si el Padre te hace el favor,
no creas que no sabemos, si hasta
su ropa le lavas y le das de comer, bueno pa acabar ya sabemos que eres su
mujer.
-Doña
Emilia no haga chismes, yo sólo me acomido a ayudar a la iglesia.
-Pendeja,
si ayudaras a la iglesia estarías con nosotras, de dónde saca el Padre que se
va a cerrar esta iglesia y se va a llevar las fiestas a la de abajo, qué no
sabe que la virgen siempre ha estado aquí arriba y es la patrona del pueblo,
qué no sabe que la gente es muy devota y no va a permitir semejante atropello.
-
Señoras, aquí Concepción y yo no podemos decirles nada, porque nada sabemos,
por qué no esperan al Padre y le dicen lo que piensan, aunque dudo que venga,
ya son las siete y media y no parece que vaya a venir.
-Aquí
esperamos gracias.
Concepción
y el Vale se retiraron hacia la sacristía, aquello era insostenible, una cosa
era aguantar las groserías de doña Emilia y su gente, otra sería si iban con el
chisme a todo el pueblo y se enteraban los del norte, urgía que llegara el
Padre y arreglara todo, o que al menos calmara a las señoras. Fega entró por la
puerta trasera, apurada y recién bañada, miró a Concepción y al Vale a los ojos
y solucionó todo en una frase.
-Ya
llegó el Padre.
-Dónde
está, doña Emilia esta allá afuera con las rezadoras y ya se enteró que quieren
cerrar esta iglesia y que todo sea en la de abajo, están bien encabronadas, dicen que le van a decir a todo el pueblo.
-Cállate
Concha, ahorita las apacigua, les va a ofrecer la navidad de este año, y que se
queden con lo que se recabe de limosnas y de cooperación de la fiesta del
pueblo, después nos las chingamos y tu Vale repica las campanas.
-¿Va
a haber misa?
-A
huevo.
-¡Bendito Dios! Ya me había preocupado.
-¡Bendito Dios! Ya me había preocupado.
Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F. 2014