jueves, 16 de agosto de 2012

Editorial Agosto


Los  Hombres




Según algunos antropólogos y Freud, las comunidades primitivas eran matriarcales y las mujeres mandaban en todos los ámbitos. Se desconoce en qué momento sucumbieron ante los encantos masculinos y cedieron el poder para iniciar así el denominado periodo falocéntrico en la historia de la humanidad. Desde entonces a las mujeres –y a los historiadores con perspectiva de género-se les hace muy fácil culpar a los hombres de todo malo que ha pasado en el mundo. Reconocemos que en este periodo, efectivamente, los hombres en el poder han cometido múltiples “errores” que han derivado en las peores atrocidades contra la raza humana pero, seamos comprensivos porque: tampoco es tan fácil ser hombre; es cierto que es más cómodo estar equipados para orinar de pie en cualquier lado; también es cierto que les toca la chamba fácil en el proceso biológico de la reproducción –puro gozo y nada de dolor para el hombre- pero la sociedad exige cada vez más del género masculino. Los viejos prejuicios y los estereotipos sobre lo que significa ser hombre y su papel en la sociedad se derrumban uno a uno, pero surgen nuevos igual de incomprensibles y a veces absurdos. Cada vez son más los homosexuales que salen del closet reivindicando su masculinidad, exigiendo sus derechos sin mariposear, y también son cada vez más comunes los heterosexuales que exigen su derecho a depilarse y a caminar apretaditos. Ya no basta con ser feos fuertes y formales para prolongar los genes, ahora también hay que ser guapos y con cuerpos esculpidos en el GYM, porque la belleza del cuerpo masculino ha dejado de ser un tabú para los propios hombres; hay que tener dinero y un carro para parecer exitosos, porque el rol paternalista del “hombre protector y proveedor” sigue existiendo. Resulta que después de todo la homofobia es solamente homosexualidad reprimida y que el machismo es un reflejo de la frustración y la inseguridad masculina y que los hombres son perfectamente capaces de llorar en público, recibir órdenes y la quincena de parte de las mujeres, cambiar un pañal, ser fieles, lavar su ropa y trapear sus apartamentos. Qué todavía hay más hombres en la política que mujeres: sí; qué todavía hay quien le pega a su esposa: también; qué sigue habiendo barrigones aplastados en el sillón viendo el futbol todo el fin de semana: por supuesto. El mundo está lejos de ser perfecto y pese al avance de la llamada paridad de género, la “era falocéntrica” está lejos de acabarse. De hecho hay muy pocos espacios como Desencuentros en el que los hombres y mujeres pueden reflexionar por igual sobre este asunto; así que aprovechen y envíen sus cuentos. Los Hombres son el tema de agosto en Desencuentros.






La mitad + 1


Yo soy el carterista, el que tortea a las rucas en el metro, el que se hace el dormido para no dar el asiento, el que pone apodos, el que en las mañanas tempranito deja las bolsas de basura en la calle, el que se pasa los altos, el que se echa pedos en el elevador, el que los viernes a las tres deja la chamba tirada. Yo soy el que llena el teletón, yo soy el que recibe la despensa a cambio del voto, el mecánico que te deja mal la nave para que regreses pronto,  yo soy el que te da el brinco en la verificación, yo soy el que te dice puto si no  te empedas, yo soy el que empieza los chingadazos en el fut, yo soy el que embaraza morras, yo soy el que te rompe tu madre, yo soy el que se va de compras en la marcha del dos de octubre, yo soy el caguamero local, yo soy el que avienta el vaso con meados desde el palomar, yo soy el que ve las telenovelas, yo soy del 90% de nos que no lee (ni los subtítulos de las películas), yo soy fiel a San lunes y a san Juditas, yo soy el cadenero mierda que ni de chiste te va a dejar pasar, yo soy el que te mienta la madre a claxonazo limpio en preventivo, yo soy el que se madrea a la pendeja que no se aplaca, yo soy el primero en la fila de televisa para el autógrafo de la bulímica del momento, yo soy el de la reventa, yo soy el conductor del taxi pirata y el del micro sin placas que te rompe tu parabrisas, yo soy el que piropea, yo soy el que te despacha litros de a 900 ml de gasolina, yo soy el que se coge a la secre, yo soy el que organiza las tandas y se esfuma, yo soy el que renta a los bebés  para que las ñoras puedan talonear, yo soy el que pinta pendejadas homosexuales en los baños y se caga afuera, yo soy el que raya vidrios y bancas en la escuela, yo soy el diputado jetón y cabildeado. Yo soy TODOS, yo soy la mayoría… yo soy la democracia.

Inocente Buendía
Ciudad Universitaria D.F. 2012

sábado, 11 de agosto de 2012

Soluciones apresuradas.

No me gusta hablar de muerte, es deprimente, pero ayer até una soga a mi cuello, más bien una piola,
y me ahorque. Muerto cuestiono las razones, también imagino que no saben que ya estoy fuera del juego, no creo en fantasmas, pero pienso en la cara de mis amigos cuando entren a la casa, tal vez la policía y el fotógrafo además de la cantidad innumerable de personas que verán la foto en el diario, sé
que son ideas vagas, todas ellas a montones, pero dicen que así pensamos.
Y no fue una buena razón, me reuso inclusive a reducir mi venerable muerte en una razón, las palabrasme faltan y al igual me sobrarían para contar la historia, no hay razón, todo viene rápido se va igual, hubo problemas y me les enfrente, luego la virilidad, luego la edad, no soy mayor, apenas 17, pero hay que dar cara a las puertas cerradas y el acné, y mira que era fuerte y también tenía acné, pero eso ya no importa, mi rostro aparecerá en los diarios con un titulo espectacular y seguro nadie notará el acné, y de nuevo me cuestiono, por qué preocuparme de estas cosas, sólo yo, un hombre podría pensarlas.


V.H. Swych.
Estado de México
julio 2012

jueves, 9 de agosto de 2012

Mis Mujeres


Vivo con dos mujeres y a las dos las amo. No encuentro otra forma de explicarlo, bien podría decirse que soy el típico macho latinoamericano incluso, el típico macho mexicano, y mejor no hablar de mi calidad de oaxaqueño porque se acaba la justificación. Sin embargo y sin detectar asomo alguno de soberbia en mi postura sostengo el amor que siento por mis mujeres y que ellas sienten por mi. Mis mujeres, ciertamente no son mías, pero me gusta decirles así, mis mujeres pues. Lo que a una le sobra a la otra le falta, lo que una no conoce la otra se lo enseña, lo que en una es virtud en la otra es defecto, lo que para una resulta hermoso, para la otra resulta grotesco; de tal suerte que lo que no encuentro en una lo encuentro en la otra y viceversa. Elena suele ser distraída,  soñadora, de cólera fácil, muy vengativa e intempestiva. Beatriz es todo lo contrario, práctica, dueña de sus impulsos, comprensiva, paciente y tolerante. Yo disfruto lo mejor y peor de ambas, cuando Elena me reprocha el poco tiempo que le dedico y se niega a dormir conmigo, Beatriz me espera en su cama con los brazos abiertos, cuando Beatriz llega al límite de su paciencia puedo contar con que Elena me acepte por venganza. Vivimos juntos pero, en honor a la verdad, ellas no se tienen mucha estima, sin  embargo, el amor que sienten por mi es tan grande (yo siento lo mismo por ellas) que han pactado una tregua.  Debo ser completamente honesto, jamás he sentido la necesidad de engañarlas, mi corazón no da para más, yo amo cada uno de sus defectos, cada una de sus virtudes, cada uno de los besos que recibo de una y otra. Trabajo como burro (soy profesor de matemáticas en una preparatoria) para llevar el pan a casa, no se piense que vivo tan sólo de amor, como hombre de la casa no permito que ninguna de las dos se desempeñe profesionalmente, es mi orgullo y me jacto de ello, yo las mantengo y las procuro para que ellas además de quererme y cuidarme desarrollen el espíritu. Así debe ser, Beatriz y Elena se merecen todo, todos mis esfuerzos, todas mis fuerzas, todos mis sentimientos. Han existido quejas por supuesto, me han enfrentado y cuestionado, juntas o separadas, me miran a directo a los ojos y me preguntan a quien quiero más, a quien le compro más ropa, a quien le doy más dinero para el gasto, con quien de las dos hago más el amor; yo en esto casos siempre contesto lo mismo: para las dos es parejo, lo cual, esta de más decir, es la pura verdad. Mi hogar, como todos, no es perfecto, hay ciertas reglas que todo debemos seguir para, como decirlo, conseguir la armonía en nuestra convivencia; ellas pueden usar las áreas comunes, cocina baños, sala, pero cada una tiene su cuarto, su mundo, su universo, eso yo lo respeto, no se me ocurriría jamás  la locura de comprar una cama king size y dormir en ella los tres; especialmente por el carácter iracundo de Elena, ha llegado a pegarle a la pobre de Beatriz que corre a mis brazos y la acusa con lagrimas en los ojos. Ser el hombre de la casa me obliga a ser enérgico en estos casos, Elena en su cólera no entiende razones y de vez en vez un manotazo bien colocado, si y sólo si, es necesario para apaciguarla, ella como buena mujer que es, termina por razonar y pedir disculpas a la agredida y agradecerme el llamado de atención y entonces sí, volvemos a ser felices los tres.  Ellas intentan llevarse bien, no siempre se logra, no siempre se consigue, pero cuando la paz no reina en el hogar, yo levanto mi voz y resuelvo las querellas de la manera más civilizada. Como podrá observarse, o interpretarse, yo soy feliz, luego entonces, ellas también, somos un trinomio perfecto, el haz de contradicciones ha llegado a una conclusión lógica, el amor lo puede todo, solventa cualquier problemática, desface cualquier entuerto, consigue que lo imposible sea posible, en fin, que cuando hay amor, hay felicidad y no importa el que dirán.  Es la relación perfecta para un tipo como yo de aspiraciones quijotescas y ensoñador empedernido, además de romántico y platónico; Dios las puso en mi camino. 


Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F. Agosto 2012

lunes, 6 de agosto de 2012

Senos de hombre

Le digo que casi siempre fui delgado, estaba en forma sin hacer nada de ejercicio y estaba conforme con lo que era. De chavo tenía el torso plano sin hacer algo extraordinario para cuidar mi figura, podía usar playeritas de algodón ajustadas sin ningún problema, me gustaban y además estaban de moda, me sentía seguro vestido así, seguro de verme bien, seguro de quién era. Como a los 25 años seguía usando esa misma ropa a pesar de que ya empezaban a notárseme lonjitas y dos bultitos incipientes debajo de la playera. Le digo que tal vez no hubiera tenido mayor problema de no ser por la carrilla de los cuates, ya sabe como es eso de llevarse pesado, cuando eres igual de burlón no puedes quejarte luego de las bromas pesadas que te hacen, pero eso no significa que no te afecte y más de una vez me sentí humillado y estuve a punto de madrearme con un amigo que todo el tiempo me agarraba de bajada, “chichipú” me decía y me pellizcaba una tetilla, “chichipú, pareces vieja” y me pellizcaba la otra, “chichipú” una y otra vez, yo sólo atinaba a cruzarme de brazos para protegerme el pecho y le decía que dejara de fregar, “es que ya estás bien chichón güey”, me contestaba y me hacía enojar. De ahí empecé a usar playeras una talla más grande para que no se notara tanto, mejor dicho, empecé a usar playeras de mi verdadera talla. 

Una vez hasta mi mamá me hizo el comentario de que ya estaba embarneciendo, me vi desnudo en el espejo y noté con horror que los dos bultos en mi pecho habían crecido más, me sentí afeminado, me sentí como si fuera otra persona, la imagen que el espejo devolvía era la de una señorita en pubertad, con los pechos en desarrollo, eso me aterró y decidí ser un hombre de nuevo. 
Ya para entonces las protuberancias se marcaban aún con la playera de mi talla. Decidí hacer ejercicio por primera vez en mi vida. Corría todas las mañanas y me ponía a hacer lagartijas, primero podía con10, después con 20 y así hasta que pude hacer 100 diarias, en cada flexión la grasa de mi pecho se quemaba, podía sentirlo, era algo placentero, y el espejo empezaba a reflejar de nuevo a un hombre. Mi cuerpo mejoró mucho, estaba ya medio macizo, en vez de tetillas tenía un pecho, si no plano al menos firme, caminaba erguido y me sentía bien aunque no tanto como antes. Calculo que habré sido constante con esa rutina al menos cinco meses, pero ya ve que después uno se confía y poco a poco va dejando de lado el ejercicio, por desidia, por flojera o por el trabajo, basta con que un día se le haga tarde para no hacerlo, y luego el pretexto del cansancio y así poco a poco uno va dejando de ser constante, “¡chin! hoy ya no fui a correr, ni modo”, o luego dice uno “¡ay! mañana comienzo de nuevo” o “¡ay! mejor el lunes para agarrar bien la semana completa” y así hasta que dejé de ejercitarme y los dos bultos de mi pecho se aflojaron y crecieron más. Comencé a resignarme a que no volvería a ser el mismo de cuando tenía 19 años. “No manches chichipú, ya pasaste la pubertad y ahora si te desarrollaste por completo”, decía mi amigo el odioso mientras intentaba darme un pellizco en el pezón, “¡ya cabrón!”, decía yo y le tiraba de manotazos. Mi mamá también comenzó a molestarme, aunque bien intencionada, “ya no uses es ropa tan ceñidita mijo” y me aconsejó que usara estas camisolas de leñador para disimular. Empecé a usarlas, pero mi problema seguía creciendo y se notaba cada vez más a pesar de la gruesa franela; para esas alturas cuando me asomaba al espejo la imagen del hombre se estaba desvaneciendo y por lo menos del cuello a la cintura veía a la mujer que volvió a aparecer más lonjuda y con los senos más grandes. “Ahora sí ya estás cabrón chichipú, por qué no vienes conmigo al gimnasio”, me dijo mi cuate y le tomé la palabra. Era lo que me faltaba. Volví a ser constante en el ejercicio, con entrenador es mucho más fácil motivarse. Íbamos diario y yo le empecé a echar más ganas que mi amigo. Es sorprendente ver el cuerpo de uno transformarse, me alzaba la camisa frente a cualquier reflejo para ver la evolución tan clara de mi cuerpo, era tan distinto que por momentos pensaba que tampoco me pertenecía, sentía que era de otra persona. En unos meses ya estaba bien marcado, pero aún me sentía raro, extraño, sentía que me faltaba algo o que me sobraba algo y comencé a hacer ejercicio casi de manera compulsiva. El instructor me peguntó si quería agar más volumen muscular y le dije que sí, creí que eso me faltaba para ser un hombre completo. Estaba bien mamado ya y jalaba más y más peso cada vez. Mi pecho se empezó a ensanchar, pero no estaba flácido sino duro como una roca. Hasta mi mamá me presumía con sus amigas y las bromas que mi amigo seguía haciendo, las tomaba como un simple juego, sin que me afectaran lo más mínimo. Pero luego vino la lesión. Un día se me hizo fácil hacer competencias con mi amigo para ver quien aguantaba más peso, el instructor no estaba y yo no me puse a calentar antes. Me atreví a jalar más peso del que aguantaba, no sé que mal movimiento hice que sentí un tirón en toda la espalda y la cadera, era un dolor insoportable, no podía pensar más que en el dolor y no me pude mover. El doctor me dijo que se me había jodido un ligamento, de esta parte, que necesitaba reposar por un tiempo. Me desmotivé completamente. En el transcurso de unas semanas mi cuerpo se comenzó a derretir, a volverse una asquerosa masa gelatinosa. Donde hubo músculo ahora hay grasa y flacidez. Ahora tengo dos berenjenas colgando del pecho, soy repulsivo y me dan ganas de llorar cada que me veo. No es necesario mirarme al para sentirme una mujer gorda y flácida, en vez de un hombre de verdad. He tenido que empezar a usar faja debajo de mis camisolas de leñador, mi problema se ha vuelto tan notorio que ya ni mis amigos se burlan, se acabaron los pellizcos de “chichipú”, creo que se me nota en la cara mi frustración y mi confusión por el asunto. Y por eso vine, aprovechando que me cayó un dinerito extra justo cuando vi el anuncio de su clínica en el periódico, se me hizo una buena opción, lo comenté con mi mamá y me sorprendió su comprensión, me dijo “adelante, si eso te hace sentir mejor, yo te apoyo, te completo lo que falte” …


Romeo Valentín Arellanes
México DF, agosto 2012