domingo, 27 de marzo de 2016

Editorial




Los Viajes
A Gilberto Joel Silva Arellanes, alias el Base.

Un viajero no es lo mismo que un turista, hasta la cámara de hoteleros, restauranteros y otros servicios turísticos los define distinto: un turista permanece fuera de casa por un tiempo bien definido, bajo un plan de viaje estructurado y planeado con meses de antelación, lleva a la esposa y a los niños y siempre guarda un poco de dinero para comprar los tamarindos y los llaveros de caracol que dicen "Recuerdo de Acapulco", o para verse cotorrón una playera con un niño triste que dice “Mis tíos fueron a Veracruz y sólo me trajeron esta pinche playerita". Generalmente viaja en paquetes que incluyen todo, la visita a la cascada, la entrada al ecoparque, el desayuno continental y folletos de lo que vale la pena ver y probar,  incluso se puede saber cuánto dinero va a gastar. Con los viajeros los hoteleros y los restauranteros nunca saben que esperar, no se sabe por qué abandonan su casa, ni cuánto tiempo estarán fuera, el viajero no tiene una fecha de regreso y los motivos de su viaje pueden ser diversos, son un misterio. Ya sea hombre o mujer casi siempre va solo, aunque vaya acompañado, porque en el viaje siempre hay una enseñanza, o una introspección, aún cuando no se busque o no sea el fin. Por supuesto también se requiere de presupuesto, de iniciativa, o de una razón suficientemente fuerte para alejarse de la comodidad de lo conocido y aventurarse en otras tierras y horizontes. En estricto sentido la vida es un viaje (no estamos pachecos), nacemos con el boleto de ida comprado, pero según Alex Lora “no sabemos ni cómo ni cuando el destino nos va a tocar”, o lo que es lo mismo, del viajero no sabe para dónde va, ni de dónde viene. Visto así, un viaje puede ser cualquier desplazamiento de nuestro cuerpo o mente hacia cualquier parte, desde los sueños que tenemos cuando viajamos dos horas en el camión hacia Chimalhuacán, hasta los malviajes de las primeras veces que combinas la mota con el alcohol, o sea que para viajar se necesita decidirse, o necesitarlo. Este mes en Desencuentros le damos cabida a las crónicas de sus paseillos, de sus vacaciones en Europa con los primos, de sus excesos con los viáticos en los restaurantes de París, de las comisiones para ir a capacitar al personal operativo de la delegación Sonora, de su primera empeyotada en Real de Catorce, de su luna de miel en Sayulita y del festival playero para el cual adelgazo y se compró un nuevo traje de baño. Si lo prefiere, aceptamos también la reseña de su trajinar diario en el metro, el microbus y la combi, la reseña de la plática en el taxi,  o de ese viaje sin retorno que es la muerte.  

Campeche en mi cumpleaños



Soy una persona muy sentimental y un poquito especial, por no decir sangrona, en mis cumpleaños, siempre organizo una fiesta en mi honor a la cual invito a todos mis amigos para bailar, cantar y brindar, no me gusta estar sola o sentirme ignorada ese día. Ese otoño del 2011 no sería la excepción, pues no era un cumpleaños cualquiera, era mi primer cuarto de siglo, tenía que celebrarlo de manera gloriosa y monumental, pues para mi esa edad es donde tu vida empieza a tomar más forma, hay más estabilidad económica y aun cuentas con la juventud suficiente para disfrutarla y seguir haciendo tonterías, aunque claro, con mayor responsabilidad, pues a esa edad también empiezas a prepararte para llegar como un triunfador a los 30, la gran edad de la madurez, cada uno de tus pasos en los últimos 5 veintes marcarán el camino para llegar hasta ahí, es por eso que para mi era tan importante ese cumpleaños.

Yo contaba con un modesto empleo muy a mi gusto, el ideal para mis 25. Todo pintaba a que ese cumpleaños iba a ser perfecto, pero no fue así; una semana antes del gran día se me informó que tenía que trasladarme a Campeche por 2 semanas para atender asuntos urgentes de mi trabajo. Lloré, supliqué, intenté hacer cambio con mis compañeros, hablé con mi jefe, pero nada funcionó, todos me contestaban con un "no, lo siento". Mi familia y amigos me dieron ánimos diciéndome que a mi regreso festejaríamos y a todos les contestaba con un "no es lo mismo" mi cumpleaños caía en sábado, era un excelente día para festejar y todo se había arruinado ¿qué iba a hacer en ese lugar sola en mi cumpleaños?.

Pues bien, de lunes a viernes estuve en depresión total. En el trabajo rehusaba las ofertas de mis anfitriones para llevarme a conocer la ciudad, iba del hotel a la oficina y de la oficina al hotel.

Llegó el viernes 21, eran las 23:50 y yo veía tele, dieron las 12 y oficialmente ya era mi cumpleaños, comencé a llorar, sonó el teléfono por una llamada de mis padres poniéndome las mañanitas y yo lloré aun más, como dije en un principio, suelo ser muy sentimental en mis cumpleaños. Yo no quería estar ahí, quería regresarme pero nada podía hacer.

Al día siguiente mi celular y el Facebook estaban llenos de mensajes de felicitaciones que en vez de alegrarme me deprimían más porque me hacían extrañar mi casa, familia y amigos.

Como a eso de las 12 de la tarde, me dieron ganas de salir, mínimo a comer así que me metí a bañar y me arreglé, no de la manera más coqueta y bonita como suelo hacerlo en mi cumpleaños, pero si de una manera decente para salir.

Fui a un lugar cerca del centro y mientras comía me di cuenta que en verdad era un lugar bonito donde podría pasármela bien si no fuera porque estaba sola en mi cumpleaños.

Cuando terminé, un chico del módulo de turismo que está enfrente de la catedral me abordó diciéndome de un fabuloso viaje en un barco pirata. Pensé que sería buena idea, no era la legendaria fiesta que tenía planeada, pero bueno, también una tiene que madurar no puede embriagarse eternamente en cada fiesta de cumpleaños que tiene, a parte, qué otra cosa podría hacer, así que compré el boleto.

Miré el show de piratas sola tomando una cerveza, el cuadro más deprimente que habría imaginado para ese día, era alrededor de las 6:30 de la tarde, el sol comenzaba a ocultarse en el mar, regalándome un bonito atardecer de cumpleaños. Un grupo de jóvenes que iban ahí haciendo alboroto y bebiendo cerveza notaron mi nostálgica mirada hacia la puesta de sol y me gritaron "¿hey estás sola, quieres una cerveza?" sonreí y en automático dije "sí, es mi cumpleaños", esas únicas palabras necesité para que todo el grupo empezara a gritar y brindar conmigo. El barco atracó como a las 8, aun era muy temprano para ir a dormir en un sábado de cumpleaños, así que me fui con ese grupo a un cantabar, ahí el festejo de cumpleaños se puso en su máximo esplendor, los meseros llevaron un pastelito con una vela y me cantaron las mañanitas, después siguieron apareciendo más cervezas y botellas de alcohol, recuerdo haber cantado muchas canciones, no recuerdo con exactitud cuantas, pero de seguro canté alguna de Alejandra Guzmán, siempre cantó rolas de ella; también recuerdo haber estado en el baño ayudando a una chica a vomitar y también haber vomitado yo, después de eso nada es claro, solo más música y más alcohol, me quedé dormida un rato en el sillón del cantabar, después recuerdo estar caminado por el malecón, todavía estaba borracha; todos mis compañeros de festejo seguían ahí conmigo, borrachos igual que yo, algunos aún traían en vasos de plástico la famosa caminera. No tengo una idea clara de cómo llegamos ahí, solo se que ahí estábamos y justo en frente de la Novia del Mar empezó a amanecer, uno de ellos se acercó a mí y me dijo, "ya no es tu cumpleaños" y empezamos a reír. 

De ahí me fui al hotel, me despedí de todos como solo los buenos borrachos se despiden, diciéndose cuánto se quieren, lo bien que la pasaron y lo mucho que se seguirán hablando; promesas que no cumplí pues mi celular se perdió en la fiesta con todos los teléfonos de mis nuevos amigos y por más que intentaba no podía recordar en qué hotel estaban ni cuándo se regresaban.

Ese domingo me la pasé recuperándome de la cruda y la siguiente semana volvió a ser del hotel a la oficina.

Por fin el día de volver llegó y en casa esperaban regalos y felicitaciones atrasados. Ya no hice fiesta, la verdad no tenía ganas, además ya había festejado; aunque cuando conté de mi festejo muchos me regañaron por mi imprudencia de embriagarme sola con desconocidos y tan lejos de casa, "qué querían, no tenía con quien festejar" era lo que respondía.

De eso ya pasaron 5 años, ahora mi próximo cumpleaños es el número 30 esa edad a la que a mis 25 la veía como la gran edad y si me preguntan si estoy llegando como triunfadora a las 30, diría que no se trata tanto de eso, más bien de fluir. algunas cosas no cambiaron, sigo igual de sentimental que a mis 25 pero un poquito menos berrinchuda, descubrí que no todo se puede controlar, también ya no me afecta tanto la soledad, al contrario ahora la disfruto, a parte ya vi que puedo hacer amigos perfectamente bien en los viajes y que la verdad eso de la edad no es tanta bronca, da igual los 28, 29 o 30, en cada año sigo cometiendo errores y haciendo tonterías como a los 18, pienso que lo importante es vivirlos con sus malos y buenos momentos; aunque bueno, hay algo que si no puedes seguir haciendo eternamente como a tus 25 y eso es tomar alcohol, las crudas ya no son como antes, por eso mis cumpleaños ya son cada vez más tranquilos y no como esa vez en Campeche, que de recuerdos confusos me quedé con una velita de cumpleaños que encontré tiempo después guardada en mi chamarra.

Lic. Sandoval
Atizapán de Zaragoza, Edo. Mex.

martes, 22 de marzo de 2016

Paz interior


Abrí los ojos, me costó recordar en qué ciudad estaba, había despertado en otro cuarto de hotel desconocido. Fijé la mirada en el techo y tuve el presentimiento de que algo malo pasaría. Me juré a mi mismo que guardaría la calma. Solo falta un día, este día, con esa idea en la cabeza me calmé. De pronto nada me importó. De un tiempo a la fecha puedo ser indiferente a casi cualquier cosa, me gusta pensar que no es egoísmo sino una facultad adquirida con los años y la experiencia. Pienso que la paz interior de la que hablan los monjes budistas debe ser una especie de indiferencia ante absolutamente todo, hasta a uno mismo. Me mantuve tranquilo cuando la recepcionista me cobró indebidamente la habitación. Debe haber un error señorita, la habitación la pagó la empresa con anticipación, según entiendo. Debí hacer un escándalo, llamar a la oficina para aclarar pero ni si quiera lo pensé. Extendí la tarjeta de crédito. No tendré dinero al final de la quincena, pensé, pero qué más da, si mi vida no es muy activa fuera del trabajo últimamente. Señor olvidó su factura, gritó la recepcionista, pero le dije al conductor del taxi que no se detuviera.

Ya en el mostrador, al tratar de documentar mis maletas me dijeron que el vuelo estaba sobrevendido. Pero ya está pagado, les recordé, lo debió pagar la empresa con anticipación. Lo sabemos señor y lo sentimos, por eso en compensación, si aborda el siguiente vuelo en vez de este, le daremos dos boletos gratis para un destino nacional, válido todo el año, ¿no le gustaría tener unos boletos gratis para sus próximas vacaciones en pareja? ¿Para qué me sirven ya dos boletos?, mi destino es abordar este avión, pensé. Un señor detrás mío intuyó mi negativa y se apresuró a pedir la oferta. ¿Puedo tomarlo yo? Solo si el caballero acepta, dijo la del mostrador. Les sonreí y decidí abordar el avión que me correspondía.

Las azafatas estaban nerviosas desde el principio, peleaban entre sí discretamente, a un volumen bajo pero estoy seguro que lo hacían. Se arrebataban las cosas y salían y entraban constantemente de la cabina. Los demás pasajeros tal vez lo notaron o tal vez no, pero yo sí. Todo lo estaban haciendo con demasiada prisa, la azafata ni siquiera dio completas las instrucciones de qué hacer en caso de accidente y tampoco las dio en inglés. Pero a nadie pareció importarle, tal vez todos las sepan de memoria como yo -las salidas de emergencia están a los costados, siga el camino de lucecitas amarillas, debajo de su asiento hay un chaleco salvavidas, colóqueselo primero usted y luego a los niños o adultos mayores; si caen las mascarillas del techo, también, primero usted y ayude a su compañero si es menos hábil- o tal vez todos están seguros que llegarán con bien a su destino.

Esta aerolínea está cada vez peor, dice mi compañera de asiento y pienso que tiene razón. La vez pasada solo me dieron unos cacahuates joven, ahora vea, hasta le tiran a usted el café. Le sonrío. A mi edad ya no quiero seguir viajando así, es muy pesado… ¿usted tiene hijos? Un movimiento brusco y mi compañera de asiento grita “ay Dios mío”. El piloto alerta a la tripulación y pasajeros que pasamos por una zona de turbulencia. Ya ve cómo cada vez es peor joven, se supone que deben avisar de la turbulencia desde antes y no ya que se siente. Vi a las dos azafatas hasta la punta del pasillo estaban una al lado de la otra en sus asientos de seguridad, no peleaban ya, estaban tomadas de las manos. Ay Dios mío, gritaron más pasajeros y mi compañera de asiento se puso a rezar en voz alta. Un nuevo brinco del avión la hizo rezar más rápido hasta ponerse a llorar, otro brinco y mi compañera casi se ahoga con su llanto. Todos gritan, algo truena y las mascarillas caen del techo. Hay lágrimas escurriendo por los cachetes de las azafatas. La gente no sabe qué hacer con las mascarillas, las enredan y desenredan sin poder respirar. Mi compañera solo aguanta la respiración, suda y se aferra a su asiento. Me logro colocar la mascarilla y logro también colocársela a ella. No habla, me aprieta la mano, me clava las uñas. Le digo que se calme, que independientemente de lo que pase, nosotros estaremos mejor.




Romeo Valentín Arellanes
Ciudad de México, marzo 2016.


lunes, 21 de marzo de 2016

El primer amanecer




Para Fabrizio Alejandro

Voy camino a ninguna parte, pero debo saber llegar.
“Camino a ninguna parte”, Los Estrambóticos


A media noche, la oscuridad se fuma en una bocanada, pero no desaparece con el humo, aparenta ser eterna con cada parpadeo y efímera en el cielo como una estrella fugaz. Camino sin estar seguro de que existe un destino. Sin madre, literalmente sin madre, no hay hogar. Ahora la abuela también está muriendo y yo vuelvo con él, con quien se dice mi padre.
Los otros pasajeros me miran como un maldito bicho raro, como si nunca hubieran visto a un chavo fumar, de seguro sus jodidos hijos están más apestados que yo por este cigarro. El chofer del ómnibus nos acarrea, los nueve pasajeros abordamos. Me hundo en el asiento; esta paradita me cayó mal, pues el frío traspasa fácilmente el cuero negro. Noviembre siempre es así, con las estrellas perdidas en el frío. Acomodo mi guitarra, mi “negra”, para evitar que se caiga del asiento. Veo por la ventana y recuerdo la primera vez que mamá perdió el cabello, de hecho muy apenas recuerdo los rizos cafés por su frente, estaba cansada casi todo el tiempo, se quedaba dormida en los sillones y a veces me obligaba a tomar la siesta con ella. Yo renegaba, lloraba y trataba de hacer un buen trato para escapar de la alcoba, pero poco a poco, al llegar de la escuela, ya era hora de la siesta. Y en la noche, después de esas fantásticas historias donde éramos estrellas de rock, ella tocaba frenéticamente la guitarra de aire, se acababa El son del dolor y comenzaba mi canción, me cargaba por unos segundos y, si no estaba él, subía todo el volumen y cantaba: “Nunca supe cómo bajarte a ti una estrella, pues mi reino no pasa de la azotea”. Me devolvía a la cama, y mil besos después, me dormía.
Creo que siempre he soñado con ella, a pesar de todas esas patrañas que me cuenta mi abuela. Yo nunca vi a mamá con un cigarro en la boca y ella me amaba, me amaba, no me la imagino fumando mientras estaba embarazada; y si fuera cierto, todos y todas fuman en la familia, es más culpa de mi abuela que de ella. Además el cáncer le dio en el colon, no en los pulmones. La abuela sólo lo dice para que yo deje de fumar, como si ella misma pudiera dejar de hacerlo; pero no creo que eso pase, es nuestra única escalera al cielo. Llevo conmigo todos los casetes de mamá: Rock en tu idioma y muchos clásicos en inglés. No sé por qué mamá nunca aprendió a tocar la guitarra, por qué en vez de ser una rockstar se casó con un viejo amargado diez años mayor que ella: se conocieron, salieron y no sé exactamente su historia, a la abuela nunca se la contaron, ella sólo sabe que por mi llegada mamá dejó la universidad. Quizá su historia en algún momento fue de verdadero amor. Lo único que lamento es que los CD están remplazando a las cintas y en la casa de la abuela se queda la casetera; ahora los escucharé en solitario, en mi walkman. Igual y en la ciudad de México las encuentro en disquito para cualquier reproductor láser.
Cuando los rizos de mamá volvieron a crecer, yo aprendí a leer, hacer cuentas y hasta la tabla del cinco. Ella me llevaba todos los días a las clases de batería, porque en nuestro grupo, yo era el baterista, él el bajista y ella la guitarrista. Tocaríamos todas sus canciones favoritas, conoceríamos a mi tocayo Alfonso André y nos echaríamos un palomazo, como grandes amigos. Todas las noches “ensayábamos”; para ese entonces mamá dejó de cantarme la misma canción, sólo me cantaba con las que podía tocar furiosamente su guitarra de aire y sacudir su corto cabello. Yo siempre quería más, pero teníamos que detenernos antes de que él llegara, lo único que me hacía dormir era la promesa de que el día siguiente sería más emocionante.
—Mira qué tarde es y no hay rastros del sol; si no te duermes no podrá amanecer, así que cierra los ojos para que el sol vea que estás dormido y se anime salir.
—Pero ya quiero que sea de día, mamá —qué tarado me veo, ojalá nadie haya escuchado que hablo solo y dormido. Mejor me levanto. Todos los pasajeros parecen estar soñando cosas inquietas. Camino hasta el final del autobús, tengo más sed que ganas de orinar, pero entro al baño. Aquí sí se siente la velocidad, ¿así cómo puedo orinar? Seguramente sentado, como indican los dibujitos en la puerta. Sólo me miro en el espejo. ¿Qué demonios hago aquí? No tiene sentido que deje a mi abuela, que deje mi casetera, que deje que me manden con él. Aún retumban en mi mente las súplicas de mi abuela diciéndole que soy un buen chico, que puedo recomenzar la prepa allá, que está muy enferma, que ya tiene los labios morados, que muy apenas la cuidan a ella, que me reciba con su nueva esposa y sus dos hijos, que después de todo yo también necesito un padre.
Me veo en el espejo, casi no puedo mantenerme de pie. Dicen que tengo los ojos de mi mamá, casi no la recuerdo: me es muy difícil no mezclar los momentos de cuando ella tenía cabello, con la imagen de su cabeza cubierta por los pañuelos multicolores. A menudo necesito recordarla mientras veo algunas de sus fotografías de cuando yo nací, con su pelo hasta la cintura y su piel sin manchas. Sus ojos combinaban con su cabello y tenía la misma nariz que la mía, larga y delgada. ¿Qué dirá él cuando me vea? ¿Se acordará de ella?
Regreso a mi asiento. A la noche le cuelga un rato y al viaje unas ocho horas. A veces, cuando se me antoja un cigarro, en un flashback, veo a mi mamá fumando y hablando al mismo tiempo, pero nunca encuentro ese momento exacto en mis recuerdos. Ya no sé, quizá simplemente era cierto.
La segunda vez que mi mamá perdió el cabello, todo fue tan rápido, tan oscuro y mi memoria lo resume en sólo tres actos: en el primero ella está vomitando, hincada en el baño, con la luz apagada, yo la enciendo, ella voltea y me dice que todo está bien; en el segundo, ya no tiene cabello, se mira en el espejo con una enorme cicatriz en su vientre hinchado, sonríe diciendo que parece negrito de África; en el tercero está acostada en su cama, se escucha mi canción, con la que siempre me dormía la primera vez que perdió el cabello, me abraza y me canta la primera estrofa, me suelta; yo me levanto y toco la cabecera con mis baquetas, entonces entra él y me dice que deje mi escándalo, que mi mamá necesita descansar. Después de ese día no la volví a ver.
Desde entonces estuve con la abuela. Pasaron los días. Él venía muy pocas veces a verme y en una de sus visitas, de no más de diez minutos, me trajo un walkman, todos los casetes de mi mamá y un par de baquetas nuevas. Sólo me dijo que ella me las mandaba, que ahora eran mías. La abuela lloraba gritando, que por cuidarme, no cuido a su hija; a él se le quebró la voz por unos segundos. No quise escucharlo más, me coloqué los audífonos y corrí tan rápido que en un instante ya estaba en el patio. La noche comenzó a apoderase de todo, inclusive de mí y del rock a todo volumen. Mi corazón latía tan rápido, sólo podía llorar, pero en un instante paré de golpe, entonces vi las estrellas de noviembre y parecían brillar más que nunca. En ese momento creía firmemente que mamá seguía viva, pues las estrellas como ella seguían brillando. Me quedé mirándolas, mientras la batería estallaba en mis oídos y el bajo retumbaba en mi estómago. Ella tenía que estar viva.
Ahora ya no me deslumbran las estrellas, trato de no verlas, porque cuando la inmensa energía irradiada por una supernova nos cautiva, sólo significa que ha muerto años luz atrás. Menos toco la bataca, pues la abuela administraba demasiado bien el dinero que él me mandaba y nunca lo desperdició en tontas clases de ruido. También controló casi todo mi tiempo, así que en  secundaria, no iba a clases, para aprender a tocar la guitarra y fumar atrás de los salones. Para segundo año, la abuela aceptó que entrara a la rondalla, mientras no descuidara mis tareas. Creo que lo permitió porque a la familia se le pasó la lástima por mí. La abuela dejó de cuidarme y defenderme todo el tiempo, entonces me convertí en el jodido hijo del dominio público: todos tenían el derecho de regañarme, pero sin la obligación de darme algo, pues no eran mis padres. De cualquier forma nunca tuve que pedirles nada. Él me regalaba lo que yo pedía en cada navidad y quinientos pesos para mi cumpleaños. Así que la navidad pasada me mandó mi guitarra eléctrica, mi “negra”, y el amplificador. Nos volvimos inseparables, por eso mi negra va a un lado mío, entre la ventana que muestra la noche y yo. Aunque en vez de púas me mandó un par de baquetas, él lo recordó: en nuestra banda yo era el baterista. En ese instante me sacó de onda, y esa navidad, el sonido de una batería volvió a estallar en mi cabeza. Supongo que por eso estoy en este autobús, tratando de sentirme unido a él, imbécilmente quizá, después de ocho años.
Sé que es una razón estúpida. Pero supongo que soy estúpido. Porque desde el funeral de mi mamá no volví a tomar unas baquetas. Tampoco me acerqué a verla en el ataúd, sólo me paré detrás de las cortinas. Le di lástima a la abuela, me rescató de esa tela gris: aún recuerdo su rostro rodeado de canas y el resto de su cabello café detrás de sus orejas, sus ojos cristalinos mirándome; ésa fue la última vez que me cargó, yo le dejé el hombro empapado y entonces regresamos a casa. Al llegar, sólo miré por la ventana hacia la calle. La abuela fumó en silencio toda la tarde en la cocina. Se hizo de noche. Vi que él llegó, bajó con una maleta de su carro negro. Entró a la casa, trató de no verme y habló más de diez minutos con la abuela. Yo seguí en la ventana, con la cara fría y el walkman con la cinta atorada. De cualquier forma no escuché lo que decían. Él se me acercó, me abrazó y se fue. Quise correr tras él, pero sólo toqué el vidrio con las baquetas. La abuela me las quitó y me dijo que odiaba ese ruido, regresó a la cocina y yo volví a la ventana. Él no se detuvo por mí, ni siquiera volteó, subió a su auto y arrancó. Con la cara helada y sin cerrar los ojos, pasó, el sol apareció. Y yo, tan estúpido, pensé que no iba a salir hasta que yo pudiera dormir. De nuevo el llanto de niño estúpido, que ahora no vale nada.
En la camionera, la abuela se despidió de mí. Me abrazó tan fuerte que pensé que sería eterno. Esta vez ella mojó mi hombro y yo la cargué por un minuto. Me sonrió y dijo que todo estaría bien. Entonces me dieron ganas de llorar, pero no lo hice. La abuela con todo su cabello canoso, me envió lejos para que yo no la vea sin pelo, para que no volviera a vivir lo mismo. Mis tíos le insistieron que era tarde, que me dejara ir ya. La abuela sólo se detuvo para decirme que dejara de fumar o fumara lights. Supongo que recordó que me quitó mis baquetas.
  Mamá siempre dijo que la noche me pertenecía; el sol no saldría si yo no dormía, pues las noches son de las estrellas como yo, como nosotros. Y yo le creía, de verdad le creía, así que cerraba los ojos para que volviera a ser de día, porque además así comenzaban nuestros sueños y terminaban en un gran concierto de rock, más que mágico. Pero el sol sale cada madrugada pese a que yo siga despierto y mire por la ventana, con el walkman a todo volumen. Aun así, a veces me aferro a sus palabras aunque el amanecer me alcance sentado de camino a ninguna parte, sin que yo cierre los ojos y el sol simplemente salga somnoliento de entre las noches frías de noviembre y las estrellas que se desvanecen entre un cigarro y otro.


Tania Plata
Durango

Publicado originalmente en: Malcriadas Miniatura, Nitro/Press


viernes, 18 de marzo de 2016

Semana Santa

Escogimos Tepetongo porque a nuestro parecer es el mejor balneario de México, nada que ver con las nacadas de la playa en el Zócalo donde todos los gordos y prietos se van a dar sus baños de pueblo y agua puerca, Michoacán  con su clima benévolo y su aire limpio ofrece mejores opciones para una familia como la nuestra, que no es grande, pero tampoco pequeña, que no es adinerada pero tampoco pobre y que siempre se ha preciado de tener  buen gusto en sus vacaciones. Me chocan los chilangos son bien nacos,  todo ensucian y llenan de caca y basura. Nosotros no,  venimos de Veracruz con nuestros valores bien aprendidos, humildes pero conscientes, nada de andar tirando la basura en la calle, para eso llevo yo mis bolsas del super. Debo reconocer que este año nos costó más trabajo el ahorro, es que ya somos 10 en esta casa y los cimientos y los dineros no aguantan tanto cuarto ni tanta escalera de caracol, es curioso, pero a veces me parece que vivimos en un laberinto, cuando quiero ir a mi cocina y me equivoco de escalera, termino en el cuarto de mi sobrino. Pero bueno, le decía vecina que nos vamos a Tepetongo y que casi no juntamos para las vacaciones,  desde que está la cosa esa Uber  ya no nos va bien con el taxi, mi marido se aplica y a duras penas saca 500 diarios, pero trabaja desde bien temprano, se cansa bastante y gasta  mucho en gasolina. Yo antes en semana santa estrenaba traje de baño y sombrilla pero este año llevare los viejos, mis nietos se bañarán en su trucita que la verdad pasa muy bien por traje y no comeremos en restaurantes, puros sándwiches, arroz y huevos duros que llevo, no se crea nos daremos nuestros lujitos, mi marido ganó una apuesta y tenemos una reja de cocas, mi consuegra junto de su pensión y coopero para unos bombones que pensamos asar en una fogata a la luz de la luna, le digo sencillitos pero llenos de detalles nuestros días de descanso. Sólo espero que no se llene mucho, ya ve que la gente es tan así, que no respeta y para decirlo claro es bien atascada, alguna vez fuimos a la Ola en Chapultepec pero no se imagina, llenísimo, el agua toda miada, los refrescos bien caros y la gente bien naca ahí toda amontonada. Usted no sale, que triste, tanto chingarse trabajando en el puesto de quesadillas y ni un descanso, ¿su marido es bien borracho verdad?, afortunadamente el mío me salió bien trabajador, feo pero trabajador y ya ve, en esta casa todos trabajamos, usted se para las chingas sola, ni cómo ayudarle. Yo creo que es necesario darse esos descansos, sino se va a morir usted bien joven,  dígale a su marido que deje de chupar y que la lleve a pasear aunque sea al Zócalo,  a lo mejor a usted si le gusta la playa que ponen y se mete a bañar. Pero bueno la dejo, que nos vamos mañana temprano y no he puesto los huevos a cocer, Tepetongo no me va a fallar, le digo, yo me considero una persona que sabe apreciar lo que ve y vive,  por eso sé que esta Semana Santa nos vamos a divertir mucho en familia , ya después que sea lo que Dios quiera.
Raziel Jacobo Correa Alvarado
CDMX  2016

jueves, 10 de marzo de 2016

¿A dónde vas Martín?

Pinche cafre, me dejó bien lejos, ¿no que sí pasaba por el Walmart del Puente? Tuve que tomar un atajo señora, no ve como está el tráfico, íbamos a llegar mañana si me iba por la ruta normal. Bajan, bajan. Uno al Conalep por favor. Chango, quita el letrero del Walmart. Suena bien culero la caja de velocidades Martín. Ayer todo el día la estuve arreglando para que arrancara mi chingadera. Dile al don Armando que le invierta a sus carros, a ti te hace caso. Hasta crees Chango. Se cobra dos al Bufadero. No voy a pasar por ahí, los dejo antes de cruzar la gasolinera. Chale. Es el tráfico joven pero hasta va a llegar más rápido así, Chango, quita el letrero del Bufadero. ¿Por dónde te vas a ir Martín?
Ese Martín. Ese Octavio, ¿a cuánto voy del Ruta 30? A 20 minutos Martín. Chingón. Ni tanto Martín, a ver si el Güero te deja algo de pasaje. ¿El Güero?, pero si ese culero estaba detrás de mí en la base. Pues ya va 5 minutos adelante. Hijo de la chingada, Chango, quita el letrero de la “I Griega”, voy a tomar un atajo.
Recórranse de favorcito más para atrás. Ponle segundo piso. En medio hay espacio señor. Se cobra uno al Conalep. Te falta un peso chavo. Ese Güero. Ese Oso. Vas a 15 del Ruta 30 Güero. ¿No ha pasado el Martín, Oso? Nel, ¿otra vez te lo chingaste? Se chinga solito el pendejo, Oso. No lo vengas rebasado que se va quejar con don Armando. Ya quiero que me diga algo don Armando, tuve que poner de mi dinero para arreglar esta chingadera con el Mario. Don Armando siempre le hace caso al Martín, Güero. A ver, los que subieron por atrás me pasan su pasaje de favor. Le paso uno al Rastro. Y otro al Conalep.
¿Cómo le hará el Güero para ir tan rápido Martín? No lo sé Chango… Ese Martín. Ese Oso. Vas a 10 del Güero y a 30 del Ruta 30. ¿y va muy lleno el Güero? Llenísimo Martín. Ya te volvió a chingar Martín. Ni madres Chango, quita el letrero del Rastro, voy a tomar otro atajo ¿ Por dónde te vas a ir Martín, pinche tráfico está por todos lados? Tú tranquilo Chango ahorita alcanzamos al Güero. ¿Y crees que aguante el motor hasta la base Martín?
 Súbale, súbale Conalep directo, hay lugares. Se cobra dos. ¿Por qué no llevas el micro con el Mario ? Porque es un pinche tranza Chango, me queda más chingón a mí. Bajan en la esquina. Mira Martín ahí va el Güero. A huevo. ¡Bajan, bajan! Échame aguas chango. Acelérale Martín, échale, sí pasas. ¡Órale pendejo no traes vacas! Métele chingón el cloch Martín. ¡Bajan, bajan! No me digas como manejar Chango. ¡Bajan, bajan! Ahorita la bajo en la esquina señora. Mira el Güero no avanza… te está haciendo señas Martín. Ja se me hace que se le descompuso su chingadera.
Martín. Güero. Llévate a mi pasaje Martín te doy un cien. Ciento cincuenta. No mames Martín tira paro sabes que no sale. ¡Ya vámonos chofer!. Ahora sí verdad putito pero bien que vienes hecho la madre para darme baje con el pasaje pinche Güero. Tenemos prisa chofer. No mames Martín, ¿cómo chingados voy a venir tendido con este pinche tráfico?, no mames. Dame ciento 20 y se arma. Chale.
Organiza a la gente Chango. A ver a ver, váyanse recorriendo para atrás de favorcito. ¿A dónde nos movemos si está bien lleno? En el centro hay espacio señor. ¿Entonces el Güero no te estaba rebasando? Se hace pendejo el güey. No le hubieras hecho el paro Martín. El dinero es el dinero Chango… ¿Vas a pasar por el Conalep a esta hora?, hay un chingo de tráfico. No sé Chango, mientras lánzate por una coca, pero de volada Chango, no se me vaya a apagar esta chingadera.

Romeo Valentín Arellanes

Nueva Ciudad de México, marzo de 2016

lunes, 7 de marzo de 2016

Avión de Papel

Estoy seguro de que ella es la indicada. Venimos intercambiando miradas sugestivas a través del reflejo de la ventana desde hace dos estaciones, así su novio no se da cuenta que ella me observa, que hasta me sonríe… ¿o no se da cuenta , o se hace wey? da igual. Me agrada que sea astuta, esa es una clara señal de que tiene fascinación por las perversiones sexuales. Me gustan más las mujeres pervertidas y seductoras que las ingenuas sentimentales que quieren ser conquistadas, es excitante alimentar a ciertos demonios de vez en cuando. Que increíblemente oportuno es llevar una botella con agua en un día tan caluroso *aunque no recuerdo haberla traído* bebo un sorbo, y está tan helada que me provoca un dolor imposible de sobar adentro, en mi esternón. Ese traguito tan refrescante me trajo de vuelta a la realidad, para darme cuenta de que están sucediendo muchas cosas en esta escena, pero nadie se da cuenta, son cambios diminutos que nadie nota, relacionados con la contracción y expansión del universo: El letrero de “Reservado” para el asiento de discapacitados ya no está despintado, ¡de hecho está insoportablemente pulcro, como si lo acabaran de imprimir, iagh!. La niña que le hacía un berrinche a su papá por un libro para colorear, ahora es un anciano que le cuenta una historia en blanco y negro a sus dos nietos, esa mesa de madera con patas de elefante, no estaba cuando subí a este vagón, voy a tomarle una foto para subirla a Instagram. ¡Qué chingados!, ¿es un sueño?. Soy precavido, así que consultaré a aquel viejo sabio llamado “Google”. Con la velocidad que caracteriza a esta época, encuentro una respuesta: El trending topic en Twitter es que #Eltiempoestásaltandohaciadelante. Un fenómeno electromagnético provocó que el tiempo saltara hacia adelante, como pasa cuando un CD está rayado y se adelanta automáticamente en ciertos fragmentos, bueno, antes de que viajáramos en el tiempo, usábamos CD’s, ahora escuchamos música en un formato que no existe físicamente, pero eso no es importante, lo importante es que todos fuimos empujados hacia adelante por el tiempo. Algún chamán o un científico loco había hecho advertencias en un foro sobre poesía “El mundo se nos está adelantando, No se sorprenda si envejece fácilmente, Lo recomendado es poner los ojos en blanco durante un orgasmo para revertir el envejecimiento prematuro”, eran algunos de los encabezados de estas notas. Todos los posts reflejan pánico, pues las personas comienzan a perder gravedad y flotan inevitablemente. Sabía que este momento llegaría, ahora el alma busca independizarse de la materia, pero la mente terrenal se aferra, le tiene miedo a la ingravidez, a su vacío esencial. Alguien arrojó una vara seca en el desierto, y cuando hizo contacto con el agua fría que me bebí, nació una hoja en la vara, luego una flor y finalmente una selva entera. Las montañas comenzaron a hundirse y los abismos se elevaron. Trato de asimilar los recientes sucesos, ¿no me había terminado ya de beber esta agua fría?Las personas que se reflejan ahora a través del cristal tienen una vibra bastante magnética, me producen una sensación familiar, noventera, mientras una hermosa guía de turistas quién por lo visto es un astuto coyote, sigue con su explicación sobre “el por qué esta estación es tan larga” Un niño mal educado empieza a gritar, le grito que se calme y él me grita de vuelta que no se calma, de nuevo le grito que se calme y de nuevo me responde a gritos que no, repetimos este guión unas dos millones trescientos ochenta y tres veces, y hasta que me transformo en mujer logro hacer que se calme, el arquetipo maternal nunca falla. Tanta energía desperdiciada en el regaño me provoca mucha sed, así que cuando quiero beber de la botella, el agua se escurre entre mis dedos, pues acabo de recordar que yo no traía ninguna botella. Me choca que las cosas se desintegren cuando recuerdas que las olvidaste en otra realidad. Intento enviar un mensaje de texto con un emoticón de carita triste, pero no recuerdo a quién enviarlo. No se me quita la sed, así que cuando destapo nuevamente la botella, todos los ríos escapan y las personas empiezan a nadar adentro del vagón. La chica que me veía por el reflejo de la ventana, ya no está con su novio y no sabe nadar (este es mi momento) así que nado heróicamente a través de las aguas espesas, la tomo entre mis brazos y la llevo a tierra firme, aterrizamos en una isla desierta. Ella está inconsciente, la deposito sobre la arena y trato de reanimarla, pero repentinamente mis pulgares pierden su habilidad, el lenguaje me abandona y me crece una larga cola. Por fin ella despierta y un rugido primitivo escapa de mi pecho, ella se asusta y comienza a correr mientras suena su teléfono móvil, es un tono polifónico que reconozco a la perfección: La Lambada, me urge publicarlo en FB, pero los simios no sabemos cómo utilizar un teclado.

Tiferet Jojmá Jonathan
Ciudad de México, marzo 2016.