miércoles, 21 de marzo de 2012

Editorial


Sexo y erotismo

Como este mes inicia formalmente la primavera, época en que a las especies les da por ponerse románticos y aparearse, decidimos que el tema a tratar será Sexo y Erotismo.
¿Son dos temas o uno? No sabemos. Dichos conceptos están tan íntimamente ligados que algunos piensan que no hay diferencia entre ambos; otros piensan que son dos cosas distintas y que si bien tienen una estrecha relación, son perfectamente diferenciables. La verdad los autores de Desencuentros no estamos para definir cuál es la diferencia entre sexo y erotismo pero creo que ustedes, estimados colaboradores y lectores, entienden de qué se trata el asunto o por lo menos lo intuyen, igual que aquel viejo amigo que afirmaba: “yo no seré muy abusado, pero al menos sí sé por donde”. Así que si ustedes creen que sexo y erotismo son la misma cosa envíen sus relatos sobre ambos temas, y si creen que son lo mismo, pues envíen sus relatos sobre un tema.


Exégesis del gusto en Otoño‏

 
   Traía en la cabeza mi sentimiento hecho palabra. Había tomado la decisión de ir a buscarlo a su casa. Llegaría sin previo aviso, era correr el riesgo de encontrarlo o no.
En el trayecto iba repasando y recorriendo cada uno de los bordes, sabía lo que quería conseguir con cada palabra.
Cuando llegué a su edificio toqué el timbre tres veces, nadie respondió. Estaba por irme cuando una viejecita vestida en un meloso traje sastre rosa pastel amablemente me abrió la puerta y me dejó pasar.
Le dije a quién iba a buscar y a qué piso, ella me respondió con una sonrisa y simplemente me dejó subir.
Llegué al número 13, toqué la puerta dos veces y nadie salió.
La verdad, mi alma agradecía que no estuviera, ahora creo que lo mejor fue no haberlo visto. Estaba con el corazón agitado, ansioso, y me senté en las escaleras de su pasillo.
Saqué mi libreta de hojas amarillas y empecé a escribir una carta.
Iba a terminar lo que comenzó como una historia de película, una nada común, plagada de detalles literarios, musicales, culinarios; una historia del descubrimiento de nuestras pieles y del naufragio de nuestros anhelos. Cuando menos me di cuenta había terminado de escribir todo lo que traía revuelto en las entrañas. Doblé la carta, la metí en un sobrecito improvisado, puse su nombre en él. Y me dije: “Esto no necesita saberlo él, esto quería decírmelo a mí misma. Yo necesitaba entender”.
Tomé el sobre y bajé las escaleras.
La puerta del edificio estaba cerrada con llave, entonces toqué en el primer departamento de la planta baja.
Se abrió la puerta y vi la amable cara de la viejecilla, su casa era como un gran pistache. Le dije que no encontré a nadie, que venía a dejar una carta pero que no encontré al destinatario. Ella salió de su departamento y me dijo: “Si gustas yo se la puedo entregar a ese muchacho. No tengo la menor idea de a qué hora llegue, ya ves que ahorita tiene varios trabajos. Pero con gusto yo puedo dársela.
Yo lo que quería era salir lo más pronto posible de ahí, apresuradamente le entregué el sobre. La abuelita me abrió la puerta y aceleré el paso. Me encontraba de regreso a Bellas Artes.
En cuanto salí del edificio me creí liviana.
Me gustaba sentirme de nuevo así. Nunca supe si Demetrio recibió la carta. A las pocas semanas yo me mudé a la costa sur de Irlanda, cerca del mar Celta. Después de varios años encontré la libreta de hojas amarillas, no recordaba del todo lo que había puesto en aquella carta. Cuando menos me di cuenta me encontraba pasando ligeramente un lápiz sobre la hoja que estaba justo debajo de la que entregué en aquel sobre. El relieve me reveló los recuerdos que había olvidado.

Demetrio:

Fue difícil poder comenzar, tal vez decirte que me eres terriblemente irresistible y encantador es lo que me tiene aquí escribiéndote una carta; sólo puedo hacerlo de esta manera porque si te tuviera frente a mí únicamente pensaría en comerte a besos y sucumbiría ante tu presencia, de nuevo. 
Me gustas, me sorprende y maravilla la forma en cómo te narras, la manera en que dejas desnuda tu alma para que otros la aprehendan. Me gusta poder ser “tu amor” en la cama, me mata tu mirada en mi cuerpo, mi boca, mis ojos. Me derrito cuando me besas, el momento en que me seduces y respiras sobre mi espalda. Adoro cuando me hueles. Me encanta la idea de no ser sólo un acostón, de no ser sólo tu putita, de no valerte madres. Podría enamorarme y acostumbrarme a tus detalles, como el comprar mostaza para saborear mi pizza de aceitunas negras o compartirme un delicioso Bienmesabes. No me desagrada la idea de conocer a tu madre. Me gusta todo ello. 
Y justo porque me gusta todo ello es que me siento incómoda, no me agradan las estancias pasajeras, prefiero las permanentes. Tú no puedes darme lo que yo quiero. No puedes dar lo que no tienes; no eres un hombre libre, eso no puedes compartírmelo. Me gustas todo tú, enamorarme de ti resultaría fácil y no mentía cuando decía que podría hacerte el amor todas las noches. En realidad sólo hay un gran pero en ti Demetrio Prado, ese es tu actual estado sentimental-emocional, qué diablos, es tu maldito miedo a perder, tu jodido temor al desapego, tu asquerosa falta de confianza. (espero algún día todos esos peros se consuman en el infierno). 
La idea de tomar un café...suena deliciosa, pero cada quien desde su casa y cada uno con su taza. Eres importante para mí, no me agrada la idea de distanciarnos pero tengo que alejarme, evitar tu cercanía, no quiero extrañarte. Te supe ajeno, siempre fue así. Quizá tu historia con A. nunca termine, tal vez sí, no lo sé. “Ser la chica a la que siempre quisieras mirar a los ojos cuando conversas. Ser la que escucha con respiración pausada, la que asimila cada palabra, cada inflexión de voz…” fue lindo. Quizás algún día nunca nos perdamos de nosotros, quizás. 
Tuya, 
Eugenia.
Eve Alcalá González
México D.F. marzo 2012 

http://palabrakamikaze.blogspot.mx
 

lunes, 19 de marzo de 2012

Primera cita

-Me enseñaron a ser niña buena, no sabes que tan mal suena eso ahora que cumplí treinta. Mientras mis amigas cogían con tipos guapos en la escuela, en plenos salones vacíos de la universidad, yo salía corriendo de ahí y llegaba temprano a mi casa para poder masturbarme en todos los lugares posibles. Sí, una chica buena y reprimida, callada. Me sellaron con una impronta de autocrítica tan firme que ya no es necesaria mi madre, suficiente tengo con mis pensamientos al juzgarme cada vez que miro a una pareja caminar por la calle y puedo imaginar sus caras de placer al hacer el amor; para ser sincera no es tan complicado, lo mas duro es pensar que soy la única loca y sucia que piensa eso y a parte de todo se masturba todo el tiempo, si te contara de cada lugar y manera de hacerlo, ademas de siempre tener un orgasmo digno del mejor sexo. Estoy segura que todo el mundo lo piensa y lo hace, pero nadie se preocupa por callar sus pensamientos como yo, qué tonta me parezco ahora que a los treinta sigo pensando que alguien puede entrar a mis pensamientos y castigarme por eso. Aunque pensándolo bien, deberían de darme un premio por escribir un libro de consejos con todas las recomendaciones para lograr satisfacción total en cualquier lugar a una sola mano.
¡En fin! Olvida lo que te dije, no quiero que pienses que soy una loca ¿Te imaginas, loca y sola? (risa nerviosa) ¡Jamás! Digo, nunca más. Gracias por escucharme, ahora que estamos más relajados podemos empezar, por cierto olvidaba decirte: me gusta por atrás.

TL

lunes, 12 de marzo de 2012

La simetría de Laura

-¿Se ven del mismo tamaño? – preguntó Laura mientras se veía en el espejo y simulaba un brasier con sus pequeñas manos.
Miraba minuciosamente su reflejo desnudo de frente, perfil, tres cuartos y varios ángulos posibles, dándose pequeñas palmaditas en los senos con las manitas curveadas a modo de balanza.
- Es más grande el izquierdo, ¿no te parece? Ligeramente más grande, pero se nota.
-Es normal- contesté mientras recogía mi placa del buró y volvía a ponerme el reloj y mis anillos.
Me paré de la cama para buscar mi pantalón y mi cartera. Me rasqué los huevos y al sentir su ovalado contorno entre mis dedos, me percaté que también eran ligeramente irregulares, como los senos de Laura.
-Todos estamos disparejos, nadie es completamente simétrico- le dije con autoridad.
No me creyó, insistía ilusionada frente al espejo en que quería ser perfecta. Para mi ya era perfecta. Calculo que en unos dos o tres años dejaría de serlo, pero preferí guardar mi comentario.
Me acerqué a ella por detrás. Con una sola mano pude apretar sus dos senos, con la otra sujeté su pubis y la levanté, sus pequeñas plantas dejaron de tocar el suelo, y comencé a besar su cuello.

Romeo Valentín Arellanes
Marzo 2012, Tlalnepantla Edomex.

viernes, 9 de marzo de 2012

El convenenciero

-Entonces ¿es normal que también me gusten las mujeres doctor?
-Claro, a final de cuentas es usted un hombre.
-No, soy una mujer atrapada en un cuerpo de hombre, ¿ya se le olvidó que por eso vengo a terapia? Que poco profesional.
- Es cierto, perdone, entonces supongo que es usted un poco lesbiana también.
- Por eso estoy en un apuro doctor, no sé si valga la pena deshacerme completamente de mi pene.
- Difícil decisión. ¿Podría mostrármelo una vez más por favor?
-¿Mi pene?
-Sí.
-¿En serio? No sea usted abusivo.
-Es parte de la terapia. Por favor proceda.
-Está bien, mírelo.
-¿Me permite tocarlo? 

- Pero tenga cuidado.
- Tiene buen tamaño y una textura muy suave.
- Con cuidado doctor, ¡ay! no sea brusco, recuerde que soy una chica.
- Dese la vuelta por favor y reclínese sobre el diván
-¡Ay! doctor es usted un marica.
-Por supuesto que no ¿A caso no es usted una mujer?
-Tiene razón, pero es usted un pésimo analista.

Romeo Valentín Arellanes
Tlalnepantla Edomex, marzo 2012

jueves, 8 de marzo de 2012

Búsqueda de Amor


Aquí me tienes, sentado frente al monitor pensando en la respuesta a tu repentina pregunta matutina: <<¿Me amas?>>.
El mismo nerviosismo que me tiene pegado a la silla fue el que me hizo responder: <<¿Por qué lo preguntas?>>. <<No lo sé. Sólo sería lindo que me lo dijeras de vez en cuando>>. Fin de la conversación. <<¡Carajo! ¿No lo demuestro?>> pensé justo después de que cerraras la puerta y te marcharas.
Permanezco sentado con el desayuno intacto, la pregunta retumbando en mi cabeza y el monitor en blanco. Aún dudo si teclear elocuentemente las palabras o descargar mi ira contra el teclado. El promt me está volviendo loco. Exige. Marca el ritmo. Cero y uno. Estúpida, estúpida pregunta. Sí o no, no hay más. Código binario: <<¿Me amas o no?>>.
Tecleo la primera letra: ‘A’. Me aviento al vacío. Primer resultado: Ares. En la mitología griega el dios de la guerra. Fuerza bruta y control. No es una respuesta premonitoria, mucho menos esperada. Extraña forma de empezar mi búsqueda.
Siguiente tecla: ‘M’ y de regreso a Grecia. Amazona. En la antigüedad el nombre de una férrea nación formada por mujeres guerreras. Más fuerza bruta y mayor control.
Pasa el tiempo, pero no más letras. No tengo el valor. El calor en la habitación se hace denso e insoportable. La luz del sol que atraviesa la habitación muestra aquellos fantasmas de polvo que danzan con mi desesperación. Mal augurio.
Tercera letra: ‘O’. Llega a mi mente la imagen del interior de un avión momentos antes del despegue. Silencio. Las azafatas explicando lasmedidas de emergencia, los niños inquietos en sus asientos, la señal de no fumar encendida, no hay equipos electrónicos ni de comunicación. De pronto una persona se levanta de su asiento, voltea a mi encuentro, dice su nombre y responde si ha sido amo de sus sueños o esclavo de sus ambiciones. Una segunda persona repite la acción. Una tercera. Una más. Y luego otra y otra hasta que llega mi turno. Guardo silencio. Control puro: <<¿Me amas?>>.
Un mensaje llega a mi teléfono e interrumpe la ilusión. No quiero leerlo, no pretendo distraerme. Sé que eres tú. Reconozco el tiempo que habitas y reclamas. Termino de teclear: ‘R’. Setecientos cincuenta y ocho millones de resultados y sin una respuesta. Momento de ansiedad. Me sudan las manos. El promt continúa marcando el ritmo del día.
Es de noche. Entras por la puerta. No hay más luz en la habitación que el resplandor de la pantalla. Sigo sentado. Te detienes a mi lado. Haces un gesto que no logro reconocer. Clavas tu mirada en mí. <<Te amo>>. Sonríes de la misma manera que aquella vez en el avión, cuando tomaste mi mano, te pusiste de pie y te lanzaste a perseguir tus sueños conmigo.
Me invitas a la cama mientras te adentras en la oscuridad. Pierdo tu rastro. Es tarde y estoy cansado. <<Yo también te amo>>, grito. Absoluta fuerza bruta. Apago el monitor. El promt se detiene. Voy en tu búsqueda.

Promt: carácter o conjunto de caracteres que se muestran en una línea de comandos para indicar que el sistema está a la espera de órdenes.

Arturo Morfín
México D.F.
Cocíname un cuento
http://cocinameuncuento.wordpress.com/

miércoles, 7 de marzo de 2012

Sientes

Sientes. Tu respiración rebotando en su pecho, cálida, suave; el calor de su cuerpo, del tuyo; el placer en lo hondo de tu ser, de tu mente; las sábanas, sábanas blancas, suaves, con aroma a recién lavadas, a detergente floral; la almohada que revuelve tu cabello, almohada de plumas; sus manos en tus hombros, esas manos que tanto te gusta tomar entre las tuyas, que te acarician en las noches; frío en tus pies, el aire se cuela por la ventana y cosquillea en tus plantas; una gota de sudor que baja por tu frente, por tu ceja, por tu cuello… sientes el amor.

Ves. Sus ojos, ojos de basalto, ojos de fuego; su rostro, esa barba, esa nariz, esa boca que se junta con la tuya en las tardes; su cabello, negro, revuelto, como el tuyo; su cuerpo, brillante, perlado de sudor; tu cuerpo, perlado de sudor, brillante; las cortinas que bailan, bailan al ritmo del viento; la luz tenue de la luna, que ilumina y crea sombras en la habitación; tu sombra, la suya, proyectadas en la pared como una sola; la pasión, en su rostro, en su expresión… ves el amor.

Oyes. Las respiraciones de ambos, agitadas, entrecortadas; el rechinido de la cama, al compás de sus movimientos; el reloj, que cuenta los minutos, las horas que han estado juntos; el roce de tus piernas contra las suyas, contra la cama, contra las sábanas; tus gemidos, gemidos de placer, silenciosos, quedos, pero existentes; un susurro, tu nombre dicho con su voz; un auto que pasa afuera, pasan más, pasan autos y camiones, ignorando lo que pasa en ese cuarto; música, aquella que pusieron para ambientar, aquella que ya se repitió varias veces… oyes el amor.

Hueles. Su perfume, el que no te gusta pero insiste en usar; el sudor, el cansancio de ambos; el pasto recién cortado, allá abajo, en la calle; su aliento, huele a la cena, la que preparaste con tanto esmero; tus manos, huelen a limón, limón de la cena, la que disfrutaron hace unos instantes; tu shampoo, el de frutos rojos, el que deja tu cabello sedoso y brillante; el aroma del cuarto, huele a ustedes, aroma conocido e inolvidable; las rosas que están en la mesita de noche, rosas blancas, rosas rojas, una docena, lo que siempre te regala… hueles el amor.

Saboreas. Lo que queda de la pasta dental, de menta, o de hierbabuena, no lo recuerdas; su boca, su lengua, su saliva; una gota de su sudor, salado; una gota de sangre, por morder tan fuerte tu propio labio; restos de chocolate, del que compartieron sobre la cama… saboreas el amor.

Y al final, sientes un orgasmo, sientes calor en tu cuerpo. Ves sus párpados cerrarse con fuerza, ves su cabeza echarse para atrás. Escuchas su grito y escuchas el tuyo. Hueles el pasto, las flores, todo con una intensidad descomunal. Saboreas el momento, saboreas el instante mismo. Tus sentidos están sobrecargados, tu cabeza da vueltas, te desprendes del mundo terrenal y te elevas y fundes en el cosmos.

Sientes, ves, oyes, hueles y saboreas al mismo tiempo el amor… el placer… la vida…





Fernando “Viento del Norte” Sánchez.
6 de Marzo de 2012. México D.F. Iztapalapa.

lunes, 5 de marzo de 2012

Las Penas



Contuviste el aliento sólo lo necesario, mirabas por el rabillo del ojo mi mirada obscena, lasciva; la misma que minutos antes había recorrido tu intimidad entre besos y caricias. Rendido por el esfuerzo de intentarlo, cansado por el intento de esforzarme, mi consuelo era mirarte mientras te bañabas y limpiabas los residuos de nuestra lucha infructuosa. No pude, fallé de nuevo. Tú, comprensiva como siempre, me besaste en la frente y me dijiste esas dos palabras que bastan para sanar a cualquier moribundo: te quiero, nada más cierto, eso tenía que ser cariño. El morbo como sustito del placer, mi consuelo, poseerte con la mirada. Continuaste con el suplicio, sabedora de mi sufrimiento, disfrutabas tenerme en tus manos, aquellos juegos te resultaban tan divertidos, incentivar mi libido, comprender mi impotencia. Viniste al fin a la cama, te recostaste a mi lado, repetiste el te quiero y con todo el amor que pudiste acumular, me incitaste a eso que últimamente venia cumpliendo a la perfección, acostarme en tus brazos a descansar y soñar

Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.

Esclavos del Tiempo



Te acaricio con palabras.
Yo.

Se nos van las horas amándonos, el tiempo decide existir, que cosa más contradictoria, despierto a tu lado rogándole que se detenga, pidiéndole una tregua, no me escucha. Así funcionamos, devoramos momentos, predadores del reloj, le robamos segundos al minuto, minutos a las horas, horas a los días, días a la semana, semanas a los meses, meses a los años. Ocasiones, la suma de ellas, el cúmulo de momentos que se entrelazan, lo demás es espacio, éter, días que se suceden hasta que nos llega el momento de estar juntos. La premura del ansía nos abruma, decidimos existir en ese momento. Así amor, nos gastamos el tiempo con la ligereza de la liquidez, abonamos a la cuenta gastos y más gastos, no nos importa, sabemos que es una deuda que vale la pena contraer, un pago que jamás nos pesara. El gasto irresponsable del derroche, los números negros de la no deuda, el amor es una cuenta sin fondo. No encontramos empresa más sensata que amarnos, desaforadamente, perdiendo en la lucha, enfrascándonos en batallas amorosas donde nadie sabe quien gano o perdió, donde nadie sabe quien comenzó la hostilidad, la guerra que vale la pena comenzar, continuar y concluir. Justo ahí el tiempo se rompe, el flujo se altera, la onda se expande, el universo se quiebra, abrazados en el paroxismo del orgasmo, del Ay mi Dios que esto dure siempre,  ambos rompemos las cadenas de la esclavitud y viajamos en la eternidad de los segundos.  Amor que sentimos, amor que nos permea la existencia, descubrirlo, vivirlo, descifrarlo, tolerarlo y comprenderlo, amor nos abruma y nos rebasa, nos aproxima a la perfección, la dualidad que busca convertirse en unidad, el vaivén primigenio, instintivo, primitivo. Un sueño fugaz, la rapidez de nuestra vida juntos, no aspiramos a más, la sensatez nos devuelve a la realidad, esto es ahora, esto es aquí, esto es presente. Renegamos del peso sobre la espalda, asimilamos la carga y nos sacudimos la pereza, amarse es aprender. Despierto a tu lado de nuevo, con la premura del alba, rogándole al tiempo que deje de existir una eternidad, es todo lo que necesito para amarte, es todo lo que necesito para buscar nuestra felicidad, romper las cadenas, sumergiéndome para siempre en tu abrazo húmedo, en el Ven mi niño, aquí estoy para ti. Así amor, dejémoslo existir, que el tiempo corra a su capricho, nosotros lo hemos vencido ya. 

Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.

Dos Tragos para Empezar



En el principio fue el blues, nada más cierto. Esa música, repitiendo sus círculos, honesta, permeando el ambiente con su sinceridad. Ella moviendose con la cadencia necesaria como para arrojar el trago lejos y dedicarse, primero a admirar, segundo a dejarse llevar por el impulso. Estás soñando me repito, demasiada suerte para un perdedor como tú. Los continuos vaivenes de sus caderas cercanas, se percibe la tensión, algo va a suceder, y gracias destino, por fin es tu turno. El blues continua anunciando un clímax que no sabes si es conveniente, la larga travesía de las notas hacia su final no suena contundente, debe haber algo más, necesitas que haya algo más. Aqui viene, contonenando el cuerpo, caminando al tiempo reflexionas, se acerca sugerente, propio de su naturaleza, señalandote, señalandome, miro, miras, siento, sientes que ahora si va la buena. Esta aquí, te toca el brazo, arcadas nerviosas, incomodidad, temor, no hay vuelta atrás. Estas soñando me repito, demasiada suerte para un perdedor como tú. Realidad que se percibe con los cinco sentidos punzando al máximo, es verdad y esta pasando. Un trago más, después que sea lo que dios quiera. O lo que tu quieras, me responde.


Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F

Un día para olvidar



Como si fuera la primera vez, cuando el nervio recorría todo tu cuerpo y no atinabas a articular una sola palabra coherente. Ella esta ahí, mirando como la miras, esperando a que te decidas, esa sonrisa sugerente, más que animarte te aterra, es una trampa, intuyes, el destino te tiende una trampa y tu estas lejos de sentirte con suerte  o con valor. Pareciera real, pareciera que no hay engaño. Y entonces por qué te falta valor, por qué en el mismo instante en que decides mandar al carajo la cobardía, justo en ese momento, una última y definitiva punzada de terror altera tu decisión y te detiene. Si, la eterna duda, salvaguardar la integridad y no hacer el ridículo de verse expuesto, preferible pasar por distraído a exponer tus honestos sentimientos, mierda y más mierda. Quién invento las reglas de convivencia que de tan simples se acomplejan y no dejan exponer lo más simple y sencillo del sentimiento, quién decidió que para decir la verdad había que mentir. Miras de reojo, sigue ahí, la misma sonrisa sugerente, la misma actitud que tú quisieras interpretar como invitación, pero que siendo honestos es una mueca que no transmite absolutamente nada, el disfraz perfecto para engañar  y encubrir, ese rostro que quisieras definiera tu actitud y que intentas descifrar no dice más, quizá te espera, quizá sólo te invita para rechazarte. Miedo a sentir, sentirla y sentirte en ella, miedo a ella y miedo a ti. Al carajo todo, te armas de valor, aún cuando no puedes evitar el temblor en los labios, aún cuando te mueres de terror y quisieras no ser tú, avanzas con la determinación que sólo un cobarde puede reunir en su última hora. Reúnes el poco valor, avanzas con tiento pero con determinación, esa que sólo el amor puede dar, los miedos acompañan tus pasos y tus dudas. Sigue ahí, sonriendo o fingiendo que sonríe, o fingiendo que finge, nada está claro en la bruma del ambiente, una escena por demás insostenible e impostergable, algo va a suceder, algo tiene que suceder, algo tienes que hacer.  Mentiras que suenan a verdades,  el tramo que falta entre por fin encontrar la respuesta a  la soledad,  o continuar inmerso en el laberinto se resuelve en tres pasos que no te animas a dar. ¿Y ella? observa tus desvaríos, comprensiva y paciente, espectadora de la duda, conserva esa mueca que sugiere e invita pero no demuestra ni esclarece. Mientras recorres el tramo final de tu destino y decides por fin abandonar los temores, observas con frustración como alguien pensó lo mismo  y descifró la mueca mucho antes de que tu decidieras avanzar, miras como la toma de la mano y la conduce con tranquilidad hacia su verdad, el mundo, tal parece, no es para cobardes y por ahora tu valentía no llegó más allá de intentar.


Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.

La más bella

El buen Héctor Escamilla, diseñador gráfico de profesión, recién casado y arrogante de carácter, estaba perdidamente enamorado de su esposa Elena. Como casi todos los enamorados creía que su amada era literalmente la mujer más bella del mundo y no tenía empacho en comentarlo reiteradamente ante sus amigos, sus compañeros de oficina o incluso ante la gente que apenas conocía. En general, las personas tomaban con ternura y admiración los sinceros comentarios de Héctor sobre Elena, pues las mujeres deseaban encontrar un hombre que las idealizara tanto, y los hombres esperaban hallar una mujer tan bella como la que describía Héctor; pero la verdad es que a mí, y a varios de sus conocidos ya nos tenía hartos con su petulancia y su exagerado embeleso.

Héctor y yo, junto con otro amigo al que apodábamos “el Mustio” Mayagoitia, nos reuníamos casi todos los jueves de quincena en un bar del centro. Llegó la ocasión en que estando ya medio borracho, encaré a Héctor que vomitaba ante nosotros sus alabanzas a la presunta belleza sobrenatural de Elena.

-No mames Héctor. Reconozco que tu mujer sí está bonita, pero no puedes decir que es la más bella del mundo, digo, está bien que lo pienses por que es tu esposa y la quieres, pero no por eso debes andar repitiéndolo por todos lados y a todo el mundo.

-¿Por qué no mi estimado?, si es la verdad. La enviada te carcome.

- Pero ¿quién eres tú para decidir arbitrariamente cual es la mujer más bonita del mundo?, eso no lo sabe nadie, además ofendes a las demás mujeres y ofendes a los que también creemos tener a la mujer más bonita del mundo y no lo andamos pregonando.

-Si piensas lo mismo de Rosa, no es mi culpa que tú no lo pregones, pero haces bien amigo, porque estarías pregonando mentiras.

- Yo no soy tan mamón como tú para decir que mi novia es la mujer más bonita del mundo – respondí con indignación- pero a huevo que está más guapa que Elena.

- ¡Ja! Permite que me ría de tu imaginación.

- Aunque te burles, creo que Rosa es más bonita que tu esposa, o al menos está más buena. ¿A poco no Mayagoitia?

- Yo opino que ambos están muy pinches feos para las mujeres tan guapas que tienen, esa es la única verdad.- intervino el mustio de Mayagoitia con ánimo conciliador, como era soltero y mujeriego le daba hueva hablar de esposas y parejas estables, y además aún no estaba tan pedo para seguirnos la corriente- Yo brindo por las dos, ¡salud!

Ambos tuvimos que reconocer con humildad que el mustio tenía razón y cambiamos de tema, pero tanto Héctor como yo nos quedamos con la espinita clavada.

En el transcurso de la noche, tras varias rondas más de cervezas el asunto volvió a salir a flote, y como era de esperarse de unos borrachos, lo discutimos acaloradamente por largo tiempo. Yo insistí en el cuerpazo de Rosa, su cinturita, sus caderas amplias y su sensualidad desbordada al caminar. Con palabras más elegantes Héctor insinuó que mi novia era muy estrafalaria para vestir y que el hecho de que enseñara más carne, no significaba que tuviera mejor cuerpo que Elena.

-La belleza de Elena es un regalo de Dios reservado sólo para mi, por eso no lo muestra a todos.- insistió una y otra vez entre broma y broma, haciéndome enojar.

No recuerdo bien cual de los dos se puso más necio, ni recuerdo exactamente el momento en que se me ocurrió la estúpida idea de tomarle fotos a nuestras mujeres en lencería o desnudas, para compararlas y desahogar, de una vez por todas, nuestra disputa. A veces el cerebro de los hombres, embriagado más de fanfarronería que de alcohol, llega a extremos sorprendentemente absurdos y ociosos. El punto es que Héctor, envalentonado por el alcohol y herido en su orgullo, aceptó el reto. Acordamos mostrarnos las fotos de nuestras respectivas parejas durante siguiente reunión y que Mayagoitia fungiría como juez decisivo e inapelable sobre la superioridad de una sobre la otra.

Para mí, fue fácil fotografiar a Rosa en ropa interior, pues a ella le encantaban esas cosas. No me causaba ningún conflicto moral el hecho de mostrar a mis amigos las fotos de mi novia en ropa interior o desnuda, al contrario, sentía orgullo. Estoy seguro que a ella tampoco le molestaría enterarse del verdadero motivo de las fotografías, pero de cualquier forma no se lo dije.

Por el contrario Héctor, que era más celoso y sentía un respeto ortodoxo, casi místico por la belleza de mujer, no fue capaz de tomarle las fotos. Pero en vez de expresarnos su más que justificada negativa con dignidad, el muy mamón quiso gastarnos una broma. Experto como era en la edición de imágenes, hizo un fotomontaje impecable. Fotografió, con una buena cámara, su cama revestida con el edredón que le regalé en su boda, y sobrepuso a esta foto, una imagen del la actriz porno Naomi Russell en la que no se le veía la cara. Cerró la toma, ajustó las sombras, rebajó la calidad de la imagen para que pareciera tomada con celular pero que conservara la nitidez.
Cuando vi la foto, me pareció completamente real y acepté mi derrota sin chistar. Durante toda la noche brindamos por la belleza de la supuesta Elena. Ya pasados de copas Héctor no pudo contener su risa y nos reveló el engaño.

-Es el cuerpo de Naomi Russell sobre el edredón que nos regalaste en la boda. Lo hice en el Photoshop.

Los tres reímos y bromeamos como imbéciles.

- Ya decía yo que este puto no se iba a atrever a enseñarnos fotos de Elena en pelotas- dije mientras asestaba un fraternal puñetazo en el hombro de Héctor, quien sonreía aliviadamente.

- Ya decía yo que Elenita no se podía ver más profesional que tu vieja- me dijo Mayogoitia con voz arrastrada de borracho. El mustio comenzaba ya a comportarse impertinente y reía exageradamente.

-Sí, ya decía yo que le faltaban pelos- Mi vulgar comentario, aumentó las risas y redobló la impertinente hilaridad de Mayagoitia.

-Ya decía yo que le faltaba la cicatriz- Tras esta aseveración de Mayagoitia hubo un brevísimo silencio.
No entendí el comentario hasta que vi la sonrisa de Héctor desdibujándose. Comprendí de inmediato que Elena efectivamente tenía una cicatriz en algún lugar “reservado” de su cuerpo y que el mustio la había visto alguna vez.

- Ya decía yo que también faltaba el lunar de la entrepierna- añadí torpemente tratando de que el comentario del mustio pareciera una casualidad, pero las risas que procedieron, fueron completamente forzadas.

La locuacidad de Mayagoitia desapareció y pasamos a otros temas tratando de hacernos pendejos, pero el ambiente se volvió incómodo. El mustio fue el primero en irse del bar. Héctor y yo salimos juntos 15 minutos más tarde.
Semanas después, cuando tuve la oportunidad de hablar a solas con Mayagoitia, me confesó con cierto arrepentimiento, que sí se había cogido a Elena hace tiempo, por eso sabía de la cicatriz. Fue antes de que ella empezara a salir con el buen Héctor y fue sexo ocasional de una sola noche. También me confesó que en su opinión Elena sí estaba más buena que mi novia, y que si bien no podía asegurar que era la mujer más bonita de todo el mundo, sí era la más bella con la que él se había acostado. Inmediatamente aclaró que con Rosa no había tenido nada que ver, eso me tranquilizó.

No sé si a Héctor, Elena le habrá confesado su “affair” con Mayagoitia, pero fue evidente el enfriamiento en la relación entre los dos amigos. Héctor también dejó de ufanarse exageradamente por la belleza de su esposa, por lo menos ante mi. El refrán que versa “lo que no fue en tu año no es en tu daño”, aunque sabio, es difícil de aceptar en la práctica. Yo, hasta la fecha, no puedo evitar sentir remordimiento cuando me reúno con Héctor y lo escucho referirse a Elena sin adjetivos ni superlativos ni metáforas, en un lenguaje seco, austero, simple, como si hablara de una mujer normal.

Romeo Valentín Arellanes, marzo 2011.
Tlalnepantla,Edomex