lunes, 25 de marzo de 2013

Editorial Marzo






Desgracia



Típico, vas por la vida satisfecho, tan campante y feliz, sintiéndote invulnerable, y de pronto ¡reata!, recibes un golpe “tan duro como el odio de Dios” –como dice César Vallejo- que si no te mata, por lo menos trastoca tu vida irreversiblemente o te saca de tu zona de confort recordándote lo vulnerable que eres. La desgracia ronda nuestras vidas como zopilote, en cada esquina, disfrazada de malandro, de borracho al volante, de sismo, de charco que se atraviesa, de caca de paloma que te cae en la cabeza, puede ser producto del karma o de aquello que los pesimistas llaman Ley de Murphy. La desgracia no respeta precauciones ni momentos ni planes ni lapsos de tiempo; puede llegar de improviso, anunciar su llegada o incluso ser un estado permanente de las cosas (pensemos en las zonas de guerra) toda precaución es poca, será que el destino (o aquello que usted guste y mande) se encarga de guardar el equilibrio de la suerte, o que todos pasamos por la prueba final de la fe como Job (el de la Biblia). Cierto, hay niveles, no es lo mismo romperse el pantalón al agacharse que romperse la madre en un choque, aunque pareciera que lo mismo la primera que la segunda nos hacen voltear al cielo y preguntarnos, ¿por qué yo?, ¿por qué a mí? Hay que saber diferenciar. Este mes en Desencuentros preferimos escribir (como todos los meses) a inmiscuirnos en semejantes cavilaciones filosóficas (aunque escribir ya es buscar respuestas), pase y deje su relato o anécdota de aquello que usted considere lo hizo más desgraciado, de aquel suceso que le enseñó que es usted humano y nada más, si la desgracia lo hizo reflexionar deje aquí testimonio, en Desencuentros no le vamos a ayudar, sólo lo vamos a publicar. 
Como posdata y breviario cultural: la fotografía que ilustra el presente editorial, fue tomada por el sueco Paul Hansen en la ciudad de Gaza y ganó el premio Worl Press Photo 2013.  Ya saben que en Desencuentros nos gustan las buenas fotos.

Reflexiones de un desgraciado


No te necesitan, no los necesitas 
Eres distinto a ellos, no perteneces a su mundo, 
A su felicidad. ¿Te das cuenta? No estás aquí para ser parte de sus vidas. 
Ellos jamás entrarán a la tuya. 
Déjalos, déjalos ser felices. 
Déjalos amar. 
Déjalos reírse. 
Déjalos llorar. 
Morir. 
Y entiéndelo, por favor. 
Entiende que perteneces al club de los marginados”. 


La voz calló. Había estado hablándome toda la noche, llenándome de mierda. ¿Qué podía yo hacer? Esa voz, fuera de donde fuera que viniese, tenía razón. Ahora yo lo veía ¡Tanto tiempo queriendo ser normal! Tanto tiempo queriendo gozar de los placeres de la gente común. Tanto tiempo mirando a esos cabrones de traje y corbata, hombres ricos y exitosos, junto a sus sensuales mujeres. Sonriendo siempre, compartiendo entre ellos sus historias de éxito. Solo los odiaba, ansiaba su felicidad. Esa felicidad que no estaba en mí. 
Serví un poco más de absenta, y observé lo que tenía. Esos cabrones podían tener a las mejores putas en su cama, los mejores autos en la cochera ¿Qué tenía yo? Absenta, cigarros, marihuana. Un libro “La senda del perdedor”. Bukowski ¿Por qué Bukowski? Su prosa, tan marginal, me recordaba la mierda que tenía que tragarme todos los días. Y viéndolo así, yo no estaba tan jodido como ese cabrón. Pero si, yo también soy un marginado en cierta forma. No tenía sentido fingir lo contrario. Y, de igual manera que Bukowski, al ver a todos los “normales” inmersos en su felicidad, pienso: 
“Algún día yo seré tan feliz como ellos”. Y sabía que ese día, no necesitaría una top model en mi cama, ni un fantástico auto en la cochera. Ni siquiera necesitaría una cochera. Me bastaba con imaginarme el día de mi funeral, imaginarme como deseaban los “felices” su propio velorio, deseando que miles de idiotas acudieran a su entierro (¿Para qué necesita uno visitas, cuando ya se está muerto?) y, pasados los años, fueran cada mes a dejar flores sobre su tumba (¿Para qué necesita uno flores, reposando sobre la propia tumba, pudriéndose sobre la propia tumba, cuando ya se ha muerto?). No. Yo no necesitaría eso. Me bastaría con que algún ave silvestre entonara su canto cuando me enterraran, me cremaran, alimentaran con mi cuerpo a una jauría de perros sarnosos. Tampoco querría a nadie llorando mi muerte. ¿Por qué no mejor, alguien que llorara por mí en vida, que me hiciera llorar en vida, me hiciera feliz unos cuantos segundos, aunque pagara con desgracia toda la eternidad? Al menos sabría que sentí algo verdadero, algo que ninguno de esos “normales” sentiría al follarse a su top model. Llegaría mi turno, lo sé, llegaría mi turno de ser feliz. Y no me importaba que para ello tuviera que recorrer La senda del perdedor. No me importaba ser parte del club de los marginados. Me tragaría la desgracia, claro que lo haría. Y moriría como al fin de cuentas muere cualquiera, como muere un “marginado”, como muere un “feliz”. Y entendería, quizá hasta ese día, que realmente no existe mucha diferencia entre ambos. Solo que los marginados somos soñadores, soñadores fracasados. Los Felices, en cambio, son mediocres exitosos. Y todo es la misma mierda, pero por lo menos el fracaso es mucho más auténtico


Daniel Votán Gómez Navarro. 
México, Distrito Federal, 25/03/2013

De perfumes y demás pestilencias.


«¡Mañana es el día!», pensó Alberto. Y es que desde que supo hace un mes que en el intercambio de navidad le había tocado Claudia, estuvo ahorrando cada moneda que le caía en manos. A Alberto le gustaba Claudia desde la primera vez que la vio, es decir, el primer día de clases del cuarto año de primaria. Claudia se cambió de escuela porque su papá perdió su empleo y ya no pudo pagar la colegiatura de la escuela en la que estaba. Alberto intentaba hacerse notar pero nada le funcionaba, el intercambio le pareció una gran oportunidad. Durante ese mes se paró más temprano que de costumbre para preparar su torta con el guisado del día anterior porque sabía que si compraba algo a la hora del recreo iba a tener menos dinero para comprarle su regalo a Claudia. Fue a partir de esos días cuando empezó a cobrar por dejar que le copiaran la tarea, un gran negocio: los adultos cobran por sus servicios, por qué él no lo iba a hacer. Y así, después de todo un mes, se hizo de cuatrocientos treinta y dos pesos, jamás había visto tanto dinero reunido en sus manos y qué pesado estaba: tantas monedas. Ahora el problema, pensó, era lo que iba a comprarle. Entonces recordó lo feliz que estaba su hermana cuando el Juan le compró un perfume que, dicho sea de paso, a él le producía mareos. Descartó la idea porque, si iba a estar con Claudia, no quería estar todo el día mareado. Su mamá, cuando suele aburrirlo a la hora de la comida, le cuenta con mucha frecuencia la historia de cuando su papá le regaló una gargantilla de plata de Taxco, seguro que es la mejor plata del mundo. Sería una joya, pensó, pero no una gargantilla, no quería terminar como sus padres, discutiendo todo el tiempo, serían unos aretes para que adornen las palabras que acariciarán los oídos de Claudia cuando Alberto le hable.
Esa misma tarde fue con su mamá al mercado, tomó su bolsa donde tenía guardado su dinero y se separó de ella para comprar el regalo de Claudia. No quería que nadie supiera, los adultos saben tan poco del amor, nadie comprendería. Su hermano le preguntaría si está "buena" y sus papás y su hermana le preguntarían "si le conviene", no había porqué decirles. Compró un par de aretes en un puesto que decía "Plata de Taxco 0.25", o sea de la mejor plata,  le sobraron ochenta y dos pesos mismos que utilizó para comprar una bolsa de regalo y una tarjeta de navidad en la papelería. Guardó celosamente los cuarenta y dos pesos que le quedaban a pesar de que se le antojaron unas papas porque prefería gastarlos el día siguiente en dos congeladas y una bolsa de chicharrones que compartiría con Claudia. Lustró sus zapatos con cuidado, tomó la camisa más pequeña que encontró de su papá (no podía permitirse ir con la playera tipo polo que usaba diario), escribió unas líneas en la tarjeta que compró y la puso cuidadosamente dentro de la bolsa. Se acostó temprano aunque aquella noche no pudo dormir pensando en el día en que Claudia lo iba a querer.
Se paró temprano, prendió el calentador para bañarse. Fue al cuarto de sus papás para ponerse el perfume de su papá, una botella cuadrada de English Leather, el olor a viejo le desagradó tanto que mejor se roció el primer desodorante en aerosol que encontró. Se puso gel y con los dedos se peinó para que pareciera que estaba un poco desarreglado (hoy en día así se usa), tomó su regalo y se fue para la escuela. «¿Y ahora por qué vas tan fufurufo?», le dijo su hermano entre risas, pero a Alberto no le importó y fingió no escucharlo. Se sentó en la banca de siempre al lado del Chucho, apenas acomodaba sus cosas cuando entró Claudia con su faldita entablillada, su suéter con su nombre bordado a la altura del pecho, el pelo suelto que descansaba en su delicados hombros, Alberto pensó en que jamás encontraría una niña a la que se vería más bonito el uniforme. La maestra dijo que el intercambio iba a ser después del recreo. Alberto fue el último en salir al recreo y estuvo buscando a Claudia para contemplarla de lejos, no vaya a ser que se apresure a hablar y se ahorque con su propia lengua. Fue cuando vio al Toño, un cabroncito de su grupo que le pegaba a los niños más bajitos como lo era Alberto, llevándole un regalo a Claudia. Ella lo abrió emocionada, sacó una botellita de perfume rosa con una figurita en la tapa, la destapó, se roció un poco en la muñeca, se pasó su nariz para olerlo y le devolvió un beso al Toño con un abrazo. Alberto sintió en vacío en el estómago como si estuviera enfermo. Deseó que el perfume enfermara al Toño de nauseas y vomitara ahí mismo pero eso nunca pasó. Ya no regresó al salón, fue la enfermera por su mochila, le dijeron a la maestra que se había enfermado de la panza y que su mamá iba a pasar por él.         

Lusnav
México, Distrito Federal
12 de noviembre de 2012

miércoles, 20 de marzo de 2013

Viaje redondo

Entre todos los anuncios, encuentras uno. Asesorías escolares en provincia, todo cubierto: viáticos, hospedaje, alimentación y “pago simbólico”. Oportunidad imperdible para salir de vacaciones, lejos de la casa de los familiares que no quieres visitar pero que no te queda de otra. El descanso merecido de aquel lugar llamado hogar, donde la atmósfera se vuelve cada vez más insoportable.
¿Qué más pedir? Además de todo, es un trabajo muy loable en un lugar marginado, la buena acción del día, el rubro palomeado en la lista de “cosas buenas que hacer en la vida”. Sólo falta plantar el árbol y escribir el libro… Empaca todo lo que puedas, quizá tu vida sea ruda en las cinco semanas siguientes. No olvides el desodorante para no apestar si no te bañas ni un poco de crema corporal, esa que te deja todo terso y sensual aún abrigado por un sol abrazador.
Parece que te vas por medio año. ¿Qué no recordaste de la consigna de austeridad? Como sea, ya estás en camino. Justo cuando te diriges hacia ese lugar desconocido, sólo imaginado porque te lo han platicado, es cuando caes en cuenta: ¿a dónde chingados crees que vas? Regresan los comentarios de otros más experimentados a tu mente: “quizá no haya ni luz ni agua”. 
Menos mal, entre todas tus cosas cargas con una lámpara y una botella de agua. El paisaje cambia conforme te alejas de la ciudad. Los estratos de tierra parecen dibujos coloreados en rosa o rojo. La lluvia hace reverdecer los cerros, el viento vuela tus cabellos. Hasta el aire se vuelve limpio y ligero. Un buen comienzo, una muestra de lo poco necesario que resulta el estridente “calor de hogar”. 

El arribo no fue el mejor, pero no estuvo tan mal. Nada más la cena de ese día, tras más de ocho horas de viaje te dirán: esto, para que veas, sí es austeridad. Cuánto drama y apenas es el comienzo del tour todo pagado que decidiste tomar para salir de la monótona realidad de tu vida, que en algunos momentos te parece un bodrio. La superficie, sólo eso, de una realidad que te partirá la madre de todo lo que conocerás, todo lo que verás y que es posible que no quisieras haber visto. 
Las caras niños mal nutridos curtidas por el frío que se siente desde las alturas del cerro, cerca del bosque. Los rostros de las madres quemados por el sol al intentar transportar en un burro tilico cuatro galones de agua. Perros que tratan de acercarse a ver qué alcanzan a cachar por ahí o por allá, corridos por una patada y un “sácate, pinche perro”. Pero en un entorno tan silvestre, de menos llegan atisbos de civilización: luz, señal de teléfono móvil, agua en pipas, la camioneta de pan de Marinela y la de Pepsi. 

Vaya, las cosas no están tan peor. Y ahí estás, comiendo galletas con chochitos de colores frente a los niños que van a recuperar algo en unas cuantas clases. Piensas que, sin duda, ya desayunaron algo, por lo menos leche y pan. La respuesta es no, si acaso un café con un taco de sal. ¿Seguro algo les mandaron para almorzar? No, desde las nueve de la mañana hasta las 14:30 horas permanecerán tratando de aprender qué es un número decimal. 
Pero es esa mirada la que te va a joder toda la vida. Aquella que tus familiares que no querías ver no hubieran puesto. Aquella que tu madre o padre no tienen, aunque posiblemente no lo hayas percibido. Es esa mirada de “dame”, o de curiosidad sobre qué hay en la ciudad. ¿Qué se supone fuiste a arreglar? Acciones de momento, una galleta donada, ¿la siguiente buena acción del día? ¿Así de efímera, así de miserable? Tu cabeza no para de elucubrar culpas para que cargues como camello. 
Estúpidos anuncios que prometen el edén de la provincia. Lo de menos es la luz o enviar un “estoy bien” a los familiares por mensaje de texto. Lo peor es la realidad que se presenta a la vista: un futuro incierto en donde sólo es seguro el momento, tal vez mañana. Niños trabajadores que cargan leña o son aprendices de albañil. Niñas que cuidan a sus hermanos y sobrinos, haciéndola de madre a la vez. ¿Cabrá aquí la pregunta: “qué quieres ser cuando seas grande”? 
Parece que no. Parece que está muy dicho. El retorno ofrece una nueva perspectiva: el hogar se vuelve menos indeseado a comparación de lo ahora conocido. ¡Pero qué miseria! Lo que no sabes es si ellos son los chingados en serio o tú por vivir en una burbuja. Lo que no sabes es si únicamente se trata de hacer la comparación de “no estoy tan jodido”. 

Lo que no sabes es si todavía tienes la sensibilidad de ver en lo más cotidiano de tu vida citadina la pobreza humana o se queda en una ajena noticia emotiva en el noticiero de siempre. Si es que todavía la puedes apreciar sin salir de casa o si es necesario viajar tantas horas para pensar que sólo “afuera” es donde las cosas están mal. Lejos y no cerca, vaya blindaje que te has puesto.


Laura Arellano
México, Distrito Federal
5 de marzo de 2013


La tragedia y la comprensión.


Vienen entonces los sentimientos claustrofóbicos, las pesadillas que surgen a pasos lentos y gotas de una lluvia intermitente, Alicia, Silvestre, Romero, todos ellos buscan algo en la noche, sin saber que la noche ha salido de mí, y que ahora danzan frente al espejo, porque son sus rostros puntos determinados de mi cerebro, y sus palabras los hilos tejidos por mis pensamientos. La noche sale de mí, pero no lo comprenderán, no se debe a su limitada capacidad de comprensión, si no, al acto mismo de querer comprender. Así como escapa la larva con esas alas coloridas, escapa la noche de mí.
Pero tampoco entenderán al de enfrente, pues su presencia se tambalea entre la idea subjetiva del pensar y el existir, y un color que no es más que mi visión, la figura que le doy, la forma que adopta por debajo de las charlas, escondida entre los pasamanos de un castillo visitado en la infancia. 
Y la larga charla, ese inalcanzable objeto que me arrolla de forma abismal, los complejos, la rabia, el encarcelamiento, todo ello forma un estado de mi mente, algún sueño atávico que dista de las posibilidades del lenguaje. 
Sí, Alicia me quiere, Silvestre la ama, Romero no cuadra en la escena; y yo quiero escapar de la red, me vuelco en bebidas, en el disfrute de drogas llamadas de otro modo, pero es mi imaginación, al final resulta en una presencia misteriosa dentro de mi consiente, y aun así me quiere. 
Pero esto no es un cuento, la tragedia resulta cuando pienso de nuevo, y en ese pensamiento la gente reaparece a mi alrededor, los cuerpos físicos de una realidad que ya no sé reconocer y reciproca no me reconoce dentro de ella, viajo callado, me preguntan por qué, no respondo, sigo con el rostro desfigurado en expresiones de otra dimensión, sigo y pienso que tampoco comprenderás a que me refiero, pues esa es la tragedia verdadera: la discapacidad de auto comprensión.

Vh Switch. 
Estado de México, marzo 2013

martes, 19 de marzo de 2013

Catarsis


Hoy es cumpleaños de Dulio, un viejo amigo de la prepa, el cual me gustaba mucho en aquel entonces, aunque admito que le tengo mucho cariño, ya no me atrae, ahora solo admiro su espíritu viajero, sus rastas hasta el hombro y su tatuaje de rana en la espalda. En sí, admiraba que fuera libre. La gente decía que era un vago sin oficio ni beneficio, pero para mí, era un trotamundos que no se preocupaba por las cosa pequeñas que a mucha gente podría preocuparle en demasía; nunca perdí contacto con él, aunque los mensajes o llamadas no eran frecuentes, los días de cumpleaños no fallábamos, ni él ni yo. Ayer me habló, acababa de regresar de Mazatlán, me dijo que nos viéramos en su casa, un viejo departamento donde vivía de niño con sus padres y sus 3 hermanos. Hace mucho que sus papás se habían regresado a Hidalgo de donde eran originarios, quedándose en el departamento los 3 hermanos de Dulio, ahí era donde él se quedaba las cortas temporadas que pasaba en México en lo que buscaba una nueva aventura para irse. Realmente eran pocas las veces que nos veíamos cuando estaba en México, mi trabajo y todas las cosas que él hacia al volver no permitían que nos viéramos con frecuencia. 
Al llegar subí corriendo las escaleras; ya sentía las famosas mariposas en el estómago, tenía como 6 años sin verlo, estaba muy emocionada, toqué la puerta y me abrió su hermana, quien iba de salida al mandado, me saludó con familiaridad y me dijo que Dulio (ella sabía muy bien que iba a verlo) vendría en un momento, dejándome como ella dijo, en mi casa. El departamento estaba solo, se veía como siempre, ahora un poco más desordenado y con los muebles más viejos, pero todo acomodado como hace 12 años. Sonreí cuando vi el viejo sillón gris roto en un costado, ese sillón donde tantas veces me besé con Dulio mientras su padres no estaban y donde también le quitaba la mano cuando él intentaba ir más allá, fue chistoso recordarme ahí de 17 años, sentada con mi uniforme de la prepa y mi mochila en el suelo.
Un “hola bonita”, escuché a mis espaldas y salí de mis pensamientos, giré y lo vi ahí mirándome, igual que siempre, con su sonrisa divertida y su postura despreocupada, por un momento sentí que ambos volvíamos a tener 17 años y estábamos ahí para hacer algún trabajo de la escuela, le sonreí y nos abrazamos como pocas veces abrazas a alguien, con tanto gusto y sinceridad de verlo, y mientras lo hacía fue inevitable pensar en el hubiera. Él y yo éramos muy parecidos, ¿y si yo hubiera sido como él?, ¿si jamás me hubiera quitado mis blusas de manta y mis huaraches con símbolos mayas, (que por cierto aún conservo) y si fuera una trotamundos como él y si en mi cabello hubiera trenzitas con estambres de colores como solía hacerme a los 17? 
Nos sentamos en el sillón de siempre y empezamos a platicar, él me contó de sus viajes, las cosas que vio, los trabajos independientes que tuvo, me enseñó sus fotos de paisajes y lugares donde estuvo, realmente parecía feliz con lo que hacía, y debo de admitir que sentí un poco de envidia a pesar de que me alegraba por él. Cuando llegó el turno de hablar a cerca de mi vida, sentí algo de decepción cuando no encontré nada interesante que decirle y solo pude contestar con un “nada, el trabajo ya sabes”, ¡fue horrible! En menos de un minuto acababa de descubrir lo desgraciada que era mi vida, que ya era muy cotidiano lo que hacía, casi como un robot y que no habían más emociones que las del coraje en una mañana de tráfico y la de ligera “felicidad” de haber llegado temprano al trabajo a pesar de ese tráfico, me dio miedo y ganas de llorar, obvio no lo hice, Dulio hubiera pensado que estoy loca, pero mil preguntas vinieron a mi mente, ¿por qué no hacía lo que él hacía?, ¿en qué momento de cuando tenía 17 años decidí vivir así?, ¿a qué le tenía miedo?, ¿a la inestabilidad?,¿a perder las comodidades?, estaba pagando un precio muy caro por esas cosas, estaba pagando con mi vida… 
 -Bueno, tienes una vida envidiable-dijo Dulio. 
-Envidiable la tuya, ¿qué le envidias a la mía?- le contesté. 
-Tienes trabajo, estabilidad, casa, coche, amigos, ¡veme a mí!, casi tengo 30 y no tengo prácticamente nada, tendremos que vivir aquí amontonados en lo que encuentro algo para vivir. 
-¡Idiota!- Pensé- de cuándo acá Dulio se preocupa por esas cosas, cómo pretende comparar un coche o trabajo con todas esas experiencias, gente, lugares, paisajes y cosas que él ha visto y que posiblemente yo con todo y mi casa y trabajo nunca veré, porque solo tengo dos periodos vacacionales y los puentes de días festivos en el trabajo para viajar, y si renuncio a mi trabajo, no tendría con que pagar esos viajes, ¡es un idiota! Cómo puede envidiar mi vida, qué importa que tengan que vivir un tiempo… ¿tengan?, momento, ¿tengan quiénes?, ¿en lo que encuentra algo para vivir? Si el jamás ha pretendido establecerse en México. 
-¿Tendremos? , ¿con quién vienes?- pregunté cuando ya estaba entrando al departamento la hermana de Dulio que ya había regresado del mercado, y con ella entró una chica más o menos de mi edad, con una enorme panza de casi 6 mese de embarazo, un arete en la nariz y trenzitas con estambres de colores, como las que yo me hacía a los 17. 
-Como tus trenzas- dijo Dulio acariciándole la cabeza a su novia. 
La chica sonrío dulcemente y Dulio le dijo “ella es mi amiga que te conté” y ambas nos saludamos con un “hola”. Simplemente me quedé sin palabras, no entendía, no me lo esperaba, el compromiso no iba con él, jamás quiso ser mi novio por eso, terminando la prepa se fue y su madre siempre se preguntó por qué si éramos tan iguales, su hijo no sentó cabeza y entró a la universidad como yo, ahora yo me hacía la misma pregunta pero con diferente sentido. 
-Estoy emocionado, pero tengo miedo a la vez- dijo Dulio abrazando a su novia –un hijo es mucha responsabilidad y no tenemos casi nada, mi hermano me consiguió un trabajo aquí donde él trabaja, confío en que me va ir muy bien. 
-¡Idiota! -Volví a pensar- ¿Por qué lo hiciste? Si eso querías te hubieras casado conmigo, yo ya tengo casa, trabajo, estabilidad -esas cosas que hace un momento odiaba- y podríamos ser felices como cuando teníamos 17 y él podría seguir con sus trabajos independientes, pero, ¿Por qué estoy pensando eso?, ¿qué no decía yo que ya no me gustaba y que no solo era mi amigo? ¿Cuál era mi coraje? 
De repente ya veía más desgraciada su futura vida que la mía llena de rutina y de poca emoción, Dulio no estaba acostumbrado a recibir órdenes, me pregunto cómo le iba a hacer para doblegar su espíritu libre, pero todos esos pensamientos se guardaron en una sonrisa que le dirigí a la pareja al decirles “sé que lo harán bien, perdón pero ya tengo que irme”. 
Me despedí de todos con un abrazo y su novia me hizo prometer que iría otro día para conocernos mejor, “tienes muy buena vibra” me dijo cuando me despidió. 
Salí del departamento y en el descanso del siguiente piso me senté a llorar, no supe por qué, bueno sí, fue porque por un instante descubrí que no me gustaba mi vida, y lo peor, saber que en cuestión de minutos me agradaba, de alguna manera, tal vez mediocremente, vivir en ella (pues con la visión de la futura vida de Dulio, me alegraba haber sentado cabeza como decía su mamá) o tal vez lloré por que Dulio ya no era libre, ahora tenía una familia, quizás nunca me dejó de gustar, y ahora descubría que no íbamos a volver a estar como cuando teníamos 17. Lo que si sabía era que me dolía el saber que le sería muy difícil a Dulio su nueva vida, me dolía su desgracia, sin embargo, sabía que él al igual que yo, de alguna manera, tal vez mediocremente, le gustaba vivir en ella. Nada podía hacer. 
Decidí no ir a trabajar, el hecho de haber faltado sin avisar era como haberle puesto un poco de riesgo a mi vida. Me senté frente a la computadora y me compre un boleto para un viaje por Sur América para las fechas más próximas. Pediría mi primer periodo de vacaciones, también puse un anuncio en mercado libre para vender mi auto y pagar mi viaje.

Lic. Sandoval 
Atizapán de Zaragoza, marzo de 2013


viernes, 15 de marzo de 2013

Desgraciada ironía

Yo tenía una novia en uno de esos barrios de poco alumbrado público y calles chicas, uno de esos donde la gente camina por el circuito designado para los automóviles, muy pocos en un barrio pobre como aquél.La China era su apodo, y sus rizos perfectos y sus ojos cafés casi negros me volvían loco, lo malo del asunto es que no sólo a mi. Es muy común en un lugar como ese, en donde la gente nunca cambia de casa por cuestiones económicas obvias, los residentes crezcan juntos desde niños.
Pues la china, muy guapa ella, era muy solicitada por más de uno de sus vecinos. “No le hagas caso” me decía cuando iba de mi brazo y más de uno la quería saludar, o cuando a mi regreso, me gritaban cosas como “socio” o “ya déjala, que hay fila”. Al principio le hice caso, pero la pandilla que ya estaba mas crecidita, que ya se bebía sus caguamas, aumentaba la temperatura de sus improperios hacia mi persona: “pinche güerito, ¿te crees muy chingón no?” o “han de ser amigas”.
Una noche, sin más empecé a tener la sensación de que me estaban siguiendo, y por más que volteaba a mi espalda o aceleraba el paso, simplemente no pude evitar tan horrible sensación paranoide.
Así transcurrieron semanas, y los insultos se volvieron más y más insoportables. Con todo y mi sentimiento de persecución me acerqué al cabecilla y le pinté heroicamente cremas en su cara, le dije “huevos puto, ¿qué te traes con mi novia y conmigo?, ¿te avientas tú sólo?” Nadie de la bolita reaccionó, todos quedaron boquiabiertos. El Conejo, le decían al vocero de los insultos y cabecilla de la banda, y tampoco reaccionó. Me seguí, sólo escuchando tras de mi varios “tss” y muchas risas.
No tardé en recorrer 4 cuadras cuando se me acerca por atrás el Conejo.
-No te quieras pasar de pendejo, pinche güerito, ya valió madres- lo vi muy acelerado y un poco borracho, venía acompañado de tres de sus valedores.
-Cámara güero no le saques- decían casi en coro.
Nos trenzamos inevitablemente. Le di unos rodillazos y me le puse encima rápidamente. El Conejo hediendo a tabaco y cerveza, ya muerto de cansancio y con la boca y nariz ensangrentada fue retirado de mis manos por los otros compinches
–Ya estuvo güero, ya estuvo.
Me fui a mi casa con esa victoria tan contundente que se me quitó la sensación de ser perseguido, le conté a la China y se carcajeó tan fuerte que pensé que se le iban a salir las tripas cuando no las lágrimas.
Pasaron los días y las noches ya estaba más tranquilo por el asunto, pero me topó de nuevo el mentado Conejo
–Cámara pinche güero, ese día andaba pedo pero ya valiste- noté que traía un desarmador plano largo y que venía por la revancha con todo.
-Nel wey no quiero broncas ya estuvo– le dije.
-Pues ya tienes broncas puto.
Y se me abalanza con un cabezazo que me hizo acabar de entender que venía por todas las canicas y por su orgullo de paso, empecé a sangrar a chorros, y le metí un derechazo tal en su boca que se fue de espaldas como árbol que cae, sin darle tiempo a que metiera la mano para sacar su artefacto de victoria, me le subí con las rodillas sobre su pecho y empecé a golpearlo sin parar, el idiota del Conejo se ahogó con su propia sangre, se fue con una costilla y la mandíbula rota.
Me llevaron a la delegación y me culparon por la muerte del chamaco pues el padrastro del Conejo era un licenciadillo del MP con varios contactos que me inventaron cargos por robo y violencia.
Desgracia es pues que por defenderse seas culpado y encerrado.

Inocente Buendía
México, Ciudad Universitaria, marzo del 2013

Frustración en una tarde de teibol



Los tiempos han cambiado, extraño los días en que se podía entrar a cualquier congal sin la necesidad del IFE pero sobre todo, ahora que soy mayor de edad, echo de menos esa época en que estaba permitido fumar dentro de espacios cerrados y no existía la necesidad de pedirle salida a la mesera en turno para acudir al puesto de revistas o de dulces más cercano para adquirir un tabaco y echar una fumada; pienso en eso mientras en la entrada del congal Azteca nos hacen la revisión acostumbrada para medio asegurarse que no representamos ningún peligro. 
Una mujer joven de cuerpo envidiable que viste con pantalón blanco de licra, blusa rosa y un sujetador que enfatiza el volumen de los senos haciéndolos parecer perfectos, de cabellos rizados en tono rubio cobrizo y un rostro casi tierno, nos conduce al interior, es un amplio agujero iluminado por luces neón, en el centro hay una tarima, la pista de baile alargada tiene alrededor de cuatro tubos y en cada extremo escalinatas por las que las mujeres trabajadoras entran a escena; en esta ocasión nos asignan a la mesa que tiene marcado el número cincuenta con algún tipo de pintura fosforescente, nos parece bien, estamos situados a la orilla de la pista, por lo mientras están brindando su show Zafiro, Marlie, Ximena y Areli, están preciosas las cuatro mostrando sus cuerpos en el momento sexy del espectáculo, dicen por ahí que ninguna mujer es fea si la encuentras desnuda y vaya que por hoy estoy de acuerdo con tal aclaración.
Estoy acompañado por mi buen amigo -y en ocasiones también mecenas- Eduardo quien tiene la calentura acumulada y viene a relajarse un poco, por mi lado sólo busco ahuyentar un viejo fantasma, de nuevo, el mismo fantasma que siempre que viene y se anida en mi no tardo en comenzar a sufrir sus síntomas y después cuando me acostumbro a vivir de cerca se aleja sin articular palabra ni enviar señales de mejoría; no tengo ni un quinto en el bolsillo, mi amigo sí y rápidamente encuentra unas curvas en las cuales comenzar a gastar el presupuesto; en mis piernas se sienta una fémina intrascendente, no recuerdo su nombre ni las formas de su cuerpo y se despide indiferente de mí cuando le hago saber que no le voy a invitar un trago. Eduardo sigue entretenido con la misma flaquita de ojos grandes expresivos y piernas largas, yo admiro los espectáculos danzantes sobre la tarima. 
La flaca se ha ido, la vi desfilar entre las mesas envuelta en ese atuendo de edecán de pista de carreras, a mi me han visitado otras tres que se han despedido de la misma manera, comienzo a sentirme pésimo por no mantenerlas más de cinco minutos sobre mis muslos. Me distraigo un rato mirando la pasarela de siluetas incandescentes de vestuarios temáticos, hay una policía por ahí, una agente del FBI, está la colegiala cuarentona, la meretriz con lencería de encaje y corsé color vino, una incluso tiene el estampado del traje negro de Spider-man en su vestido; cuando presto atención de nuevo a la mesa Eduardo tiene sentada sobre él una morena nalgona que en su atuendo deja poco a la imaginación, y una chica alta, delgada, de cabello oscuro y tez blanca me está pidiendo permiso para hacerme compañía, se lo concedo, no es un acierto pues se parece al fantasma que intento ahuyentar; me dice su nombre artístico, intento recordarlo para este momento en el que trato de ser fiel a los hechos, lo olvido sin remedio, recuerdo sólo su verdadero nombre, al menos el que ella dijo que era pero no lo divulgaré por respeto, después de todo debe existir una ética, desvirtuada, quizás, pero ética al fin; conversa un rato conmigo, después de intercambiar cinco frases intento despacharla, estoy consciente de que es su trabajo conseguir una cuota de tragos para cobrar y que yo estoy prácticamente en banca rota, le hago saber que, por más agradable que sea y por más que me recuerde a alguien, no le voy a invitar una copa, claro, hago énfasis en que quisiera hacerlo pero que mantener su casi desnuda y breve anatomía cerca de mi es un lujo que no me puedo permitir hoy; esta advertida y aun así no amaga con levantarse, tampoco insiste en que le invite algo, no cometo objeción, dice que inspiro confianza y que el día esta flojo, que el lugar apenas comienza a llenarse y mientras no haya clientes no pueden reprenderla; vislumbro un vestigio de sinceridad en su voz, se lo agradezco; le pregunto porque es que todas cambian su nombre, responde que por seguridad o que al menos eso le han dicho pero que ella no le encuentra sentido pero es un requisito; pregunta si el nombre que le dije es verdadero, asiento y agrego que no tengo nada que ocultar, sonríe; noto su aroma, se parece al de… pero no digo nada, pero es tan parecido, tan sutil y fresco pero lo arruina el perfume que creo han de utilizar todas las putas; me cuenta algo de su vida, señala que la “puteria” debe venir de familia pues tiene una prima negra que se dedica a cometer visitas conyugales a hoteles de paso con desconocidos por una tarifa, señala que ella no puede hacer lo mismo pues le tiene pavor a las enfermedades que puedan pegarle de entrepierna a entrepierna y que de hecho, gana mejor que la prima sin la necesidad de ser penetrada, sin embargo, también hace “ese tipo de chambas” pero que elige detenidamente a sus clientes para no salir perjudicada, a esa compilación de clientes les llama cariñosamente “La lista A”. 
Un mesero se acerca a la mesa cuando la nalgona posada en mi acompañante se termina su bebida, ordenan otra ronda, de paso el tipo de chaleco negro y camisa blanca me hace la misma pregunta, niego con la cabeza, hubiera sido inútil hablar, el volumen de la música no habría permitido que mis palabras se entendieran, de cualquier modo, el tipo entiende lo básico y se inclina hacia la chica junto a mí y le susurra algo, ella asiente y hace un gesto con la mano juntando él índice con el pulgar, el mesero se marcha; cinco minutos después el DJ la anuncia en el programa; me dice al oído que en cuanto termine de bailar volverá para seguir platicando, algo me dice que no sucederá, le digo que la esperaré, sonríe, se levanta, se acomoda el vestuario, se inclina para darme un beso con los labios entre abiertos y es cuando noto su aliento, idéntico al de ella, a quien intento olvidar, quiero que el momento perdure, que permanezca por siempre o que al menos se prolongue por un momento más, no ocurre, se va y se pierde entre las luces neón con dirección a los camerinos. 
Cuando la vuelvo a ver esta sobre la base de madera bailando una canción de los primeros discos de Shakira desnudándose, se contonea sensualmente siguiendo el ritmo, entonces me dirige una mirada acompañada de una sonrisa que me provoca un suspiro. No regreso a la mesa, se detuvo en la cuarenta y siete y yo me quede con ganas de pertenecer a “La lista A”.

Clementino Diógenes
Distrito Federal, marzo de 2013 


 


miércoles, 13 de marzo de 2013

Confesión


Nunca he sufrido una desgracia que pueda considerarse suficientemente fuerte para modificar mi vida de tajo, pero eso no me preocupa. Lo que me preocupa es mi creciente deshumanización y un poco la vejez.
Guerras, genocidios, desastres naturales, hambrunas, accidentes aparatosos y sobretodo sangrientas ejecuciones del crimen organizado, son la materia prima de mi trabajo, y al cabo de los años he adquirido una capacidad enorme para ser indiferente ante el sufrimiento de los desgraciados. Los muertos que aparecen en las noticias que corrijo se han vuelto simples letras, incluso a veces, cuando me abruma la cantidad de información tiendo a perder la perspectiva de lo noticioso, es decir que pierdo el sentido común para jerarquizar qué información es más valiosa.
Me di cuenta de ello una vez que mi jefe me llamó la atención por poner en un bloque de noticias irrelevantes el asesinato del hijo de un exgobernador. Mi jefe tenía razón, porque la nota que yo había considerado una noticia policíaca cualquiera ocupó las primeras planas de todos los periódicos al día siguiente. A mi favor puedo decir que en términos morales la vida del hijo del ex gobernador Moreira no vale más que la de cualquier decapitado, desmembrado o balaceado común y corriente, o incluso que cualquier comandante de alguna policía municipal -de esos que matan a cada rato- pero comprendo que en el mundo de la noticia los capitales sociales y culturales de los que habla Pierre Bourdieu sí tienen peso. Desde entonces me mentalicé: los funcionarios y sus familiares muertos valen más, noticiosamente hablando, claro, porque en realidad su vida es igual de efímera que la de todos y yo no siento nada por ellos por más que pueda asegurar fría y racionalmente que sus muertes son más importantes. Que pueda a llegar a lamentar una muerte es otra cosa, no sentí nada al ver las fotos del ex gobernador Moreira llorar la muerte de su hijo, no es que deteste o tenga rencor contra ese político tan polémico y repudiado por muchos, no es eso, no es antipatía por posturas políticas, simplemente no me importa lo que le pase a él y a su familia. De igual manera, cuando leo noticias de muertos comunes y corrientes, no siento nada, ni pienso en sus familias ni en el sufrimiento. Pero aceptémoslo, no soy el único, la insensibilidad es un mal de nuestros tiempos, yo al menos soy congruente, me parece mucho peor la gente que se conmovió por los perros encarcelados injustamente en Iztapalapa, y exigieron su liberación en vez de exigir a las autoridades justicia para las personas que supuestamente murieron entre los dientes de una jauría hambrienta de perros callejeros. ¿Por qué les conmueve más el rostro de un perro que la muerte de un congénere? Puedo decir a mi favor que si bien no me preocupé por los humanos muertos tampoco me importaron los perros, y antes de conmoverme, la noticia y la situación me parecieron tan absurdas que me reí.
Sin embargo, no todo está perdido, he empezado a ubicar algunos temas que hacen que mi compasión y humanidad vuelvan. Hace poco hubo una noticia que me conmovió: Un anciano de 84 años mató a su esposa de 76 y posteriormente se suicidó. La desgracia ocurrió en la delegación Tlalpan, los ancianos dejaron una nota firmada por ambos dirigida a sus hijos donde explicaban el motivo de su muerte: no querían seguir siendo una carga.
Inmediatamente pensé en mis propios padres y en su vejez. Luego pensé en mi propia vejez, y en que sólo la podré evitar si muero joven. No quiero morir ni ser viejo pero inevitablemente sucederá alguna de las dos. ¡Qué desgracia es la vejez y sus achaques! Pero me pregunto si los familiares de aquellos dos viejitos de Tlalpan consideraron su muerte como una desgracia o una liberación.
Por mi parte sé que es imposible compadecerme de todos. Ni modo. Únicamente espero que en el transcurso de los años siga encontrando notas que me conmuevan, ¿ven la contradicción? deseo que ocurra un desgracia ajena capaz de conmoverme para demostrarme frívolamente a mi mismo que sigo siendo humano.


Romeo Valentín Arellanes 
México DF. Marzo de 2013

martes, 12 de marzo de 2013

Desgraciados todos y desgracia para todos




Somos unos desgraciados o estamos en la desgracia plena, hemos tomado la peor interpretación que se puede  entender por tolerancia; hemos tolerado todo lo malo en aras de la convivencia, el pisoteo es una constante en este lodazal, banqueros ricos, héroes deportistas que no son más que cócteles de anabólicos andantes, la canasta básica parece cada vez más un bien de lujo, taxímetros arreglados, chavitos al volante de los peceros, borrachos, sin licencia  y sin placas, policías que bien saben donde roban, pero nunca se dan el rondín, toleramos las agresiones sutiles en el trabajo, recibimos limosnas en vez de sueldos y derechos laborales, ya no importa cuanta basura hay en la caja idiota, aceptamos a las sectas disfrazadas de cobijo espiritual, los libros parecen haber sido desterrados por la interacción social a través del internet, llegaron las desgracias en el arbitraje, y hemos conservado nuestra camiseta de hincha y nuestra bandera de “ciudadanos”, la desgracia es para todos, y la dicha es para unos muy pocos contados y muy bien ubicados, quizás por su descaro, quizás para su futura desgracia...

Don Leopardo A.
México DF