viernes, 23 de noviembre de 2012

Editorial Noviembre


La torpeza





Un comentario inoportuno, un descuido, un movimiento en falso o una acción irracional, pueden terminar en una tragedia o cuando menos en un ridículo tremendo. A menos que tengamos muchísima suerte –de esa sobrenatural atribuida a un ángel de la guarda o a un karma flamante- actuar con torpeza no trae nada bueno para el que es torpe, amenos que aprenda la lección. La torpeza puede llevarnos a la muerte como bien se ilustra en aquel programa “Mil maneras de morir”, o puede exponernos con crudeza al escarnio causándonos severos traumas psicológicos de por vida como consta en tantas fábulas y anécdotas que cuenta la gente; puede hacernos perder el amor de nuestras vidas y perder todo nuestro patrimonio. La torpeza a veces se debe a limitaciones físicas y mentales de nacimiento, pero otras es consecuencia de conductas como la avaricia desmedida, el exceso de confianza, el egoísmo, el orgullo, el prejuicio, la envidia, la desconfianza, el odio irracional, el enamoramiento, el atrabanque, la ira, la lujuria, la distracción, ¡en fin!, consecuencia de todas aquellas cosas que nos nublan los sentidos y nos impiden actuar con sensatez y destreza; consecuencia pues, de todo aquello que nos hace humanos. He aquí el problema: todos hemos actuado con torpeza alguna vez, pero a nadie le gusta reconocerlo. Es inútil negarlo, porque siempre hay alguien que nos echará de cabeza y que dará fe de nuestras torpezas. Por eso en este mes, Desencuentros será el foro donde ustedes podrán relatar todas las torpezas que han cometido, que han padecido o de las que simplemente han sido testigos. La ventaja de que este sea un blog de cuentos, es que siempre podrán decir que es una historia ficticia o que le pasó al primo de un amigo, el chiste es que colaboren. Manden pues, sus relatos sobre La Torpeza, nuestro tema del mes.

Cosas que a nadie le importan



Estaba sentada en las rocas al lado de los carritos chocones. Veía la silenciosa y oxidada rueda de la fortuna. Pensaba en Lui. Trataba de imaginar cómo habrían sido las luces, los colores, los olores, los algodones de azúcar, las carcajadas, los gritos horrorizados, los besos, los peinados. 

Desde que partí le escribo una carta cada semana, aunque pareciera que en ese lapso de tiempo uno no tiene mucho que decir a mí siempre me ha pasado todo lo contrario. 

Aquí estoy, escribiéndote de nuevo, tratando de describirte la mejor postal de estos lugares que me he aferrado en visitar. Sitios que alguna vez estuvieron habitados y llenos de vida. Ahora, la repetición de sus silencios me recuerda la anatomía de mi antiguo hogar. 



Desde que volvimos a encontrarnos hace unos cinco años tras la muerte de tu hermano, me así a conservar ciertos hábitos. Entre las páginas de tus libros tenías tarjetas coleccionables de futbol europeo, tarjetas de presentación, fotografías, y recuerdo mucho la estampita de astroboy. Comencé a hacer lo mismo. Coloco entre las páginas del libro que me acompaña objetos que toman el lugar de lo que sería un separador. Tarjetas de restaurantes, boletos de cine, entradas a conciertos, panfletos de exposiciones, calcomanías psicodélicas; esos eran los momentos que enriquecieron la lectura de mi libro. Ahí estabas tú también, acompañándome en cada uno de ellos. Así te acordarás de qué estabas haciendo y sintiendo en ese momento de tu vida, también podrás reírte después de tus gustos tan ridículos, decías. 



Mientras las olas rompen en las rocas que rodean el parque huelo la niebla cargada de sal. Te escribo la última carta tratando de no olvidar el último sueño que me contaste. Llegaba a un lugar donde vendían empanadas de todos sabores. Y ahí, detrás del mostrador estaba ella, la chica güera, la empanadera. Ese fue un sueño que emocionó a Lui por un rato. Cada vez que encontrábamos un sitio donde vendieran empanadas yo buscaba a la güerita. Él decía que esas eran cosas que a nadie le importaban más que él. Después de cuatro otoños lejos de casa y la aparición de más arrugas en mi rostro y manos me doy cuenta de que mi afán por buscar estos lugares abandonados también son cosas que a nadie le importan, más que a mí. 



Mi lejanía sólo ha implicado pérdida, poca o mucha, pero la torpeza sólo implica eso, pérdida, en realidad no creo que uno consiga llevarse o salir con algo de más. Qué torpe he sido por haber dejado ir tanto. Qué torpe he sido con nuestra historia. 


Sólo espero que algún día deje de escribir torpemente. Te quiero. 


Eve Alcalá González
México DF, noviembre 2012 
http://palabrakamikaze.blogspot.com/



miércoles, 21 de noviembre de 2012

Historia del metrónomo que no le era


Cuando estudiaba música fue necesario comprar un metrónomo. Siempre me había negado a tocar amarrado a esa maquinita de precisión. Creía que el mentado aparatejo de alguna forma limitaba la libertad creativa y la espontaneidad que debe tener un artista, de la misma forma en que los relojes y la rutina nos impiden vivir de verdad. Pero mi profesor de solfeo me presionó a comprar uno y desacreditó mis argumentos diciendo que, en primera, yo no podía osar todavía a considerarme un artista, y en segunda, que cuando se estudia música un metrónomo es tan necesario como debe serlo un compás de precisión para el estudiante de arquitectura o como una calculadora científica para los estudiantes de ingeniería o de física. 
El profesor tenía otro argumento especial para mi caso: 
-Es imperdonable que un bajista sea descuadrado y tú, eres el bajista más descuadrado que conozco. Te urge un metrónomo más que a cualquiera de tus compañeros- me sentenció el profesor. 
Así pues, tenía que conseguir uno aunque yo no me considerara descuadrado sino sólo un poco distraído. Metrónomos hay de muchos modelos y precios, pero básicamente los hay de dos clases: de péndulo y electrónicos. Los más clásicos y caros son los de péndulo, que básicamente constan de una manecilla autista a la que se le da cuerda para que se mueva de izquierda a derecha haciendo “clic” cada vez que toca un extremo. Cada clic equivale a un tiempo o a una nota negra.  No podía comprar ese tipo de metrónomo por ser caro y delicado, se rompería dentro de mi mochila.  
Son más prácticos los metrónomos electrónicos. Su defecto es que son más feos y no tienen la elegancia ni el caché artesanal milenario de los péndulos. Son maquinitas cualesquiera, sin gracia, cuadradas, cajitas simples color negro con unos botones comunes y corrientes y un foquito rojo que se prende y se apaga haciendo un odioso “bip”. Bien podrían ser un aparato cualquiera. Supongo que alguien que nunca ha estudiado música o que nunca ha tenido tratos con músicos, ha visto miles de esas cajas plásticas en su vida sin recordarlas, sin preguntarse si quiera qué son, sin imaginarse que ese aparatito feo y simple tiene un papel cimiente en las más complejas, bellas y sublimes piezas musicales. 
Benjamín, un compañero de la academia, llevó una vez un metrónomo electrónico que no era tan feo: 
Era delgado y pequeño como un dedo. 
Tenía cuatro botones para ajustar la velocidad del beat y modular el volumen. 
Tenía un foquito en la punta. 
Tenía una entrada para audífonos. 
Y lo mejor: 
Tenía un clip para colgarse en la bolsa de la camisa igual que un bolígrafo. 
Decidí que ese era el metrónomo indicado para mí, pues era discreto y bastante práctico. 
-Lo compré en Casa Veerkamp- dijo Benjamín- y me costó mil doscientos pesos. 
- ¡Qué caro aparatejo! – pensé. 
Costaba lo mismo o más que un metrónomo de péndulo. 
Un día paseaba por el tianguis de San Andrés, un sitio de los que se conocen comúnmente como “mercado de pulgas” en donde se pueden encontrar, antigüedades, los aparatos más inverosímiles y otros objetos usados a precios igual de inverosímiles. Ya había comprado ahí discos difíciles de conseguir, películas de culto, unos audífonos profesionales de D.J a precio de risa, ropa y tenis de marca a menos de la mitad de su costo en tiendas departamentales, por lo que no me pareció raro encontrar un aparato como el de Benjamín. Vi en un puesto esa pequeña cajita negra del tamaño de un dedo y pregunté su precio de inmediato.  
-Cuarenta pesos joven- dijo el vendedor. 
- Me lo llevo- exclamé, y sin pensarlo le extendí un billete de cincuenta pesos. 
- Joven, ¡su cambio!- tuvo que gritar el vendedor porque yo ya iba corriendo rumbo a mi casa a utilizar la nueva adquisición. 
Pero no funcionó. 
No emitía ningún sonido. 
No tenía entrada para audífono. 
No tenía clip para colgarlo en la camisa. 
Sólo tenía los cuatro botones, el foquito en la punta y era del tamaño de un dedo. 
Regresé al tianguis, muy enojado, a reclamarle al vendedor. -¿Pues qué marca es su tele, joven?- preguntó con buena voluntad. 
-¿Mi tele, por qué quiere saber? 
- Para ajustarle el código a su control remoto. 
- ¿Es un control remoto? ¡¿Por qué no me lo dijo antes?! 
- Pues eso es lo que vendo. 
Efectivamente, su puesto estaba lleno de controles remotos de todos tamaños, colores y marcas. 
-¿Qué aparato pensó que era, joven? – preguntó con verdadera curiosidad. 
No le respondí, seguramente el vendedor no sabía lo que era un metrónomo. Me fui apenado, con mi nuevo control remoto en las manos. 
Nunca funcionó. 
Nunca compré un buen metrónomo. 
No he dejado de ser un sujeto distraído. 
Tampoco he dejado de ser un músico descuadrado. 

Epílogo
 
Escribí este relato para redimirme, porque todos mis amigos tienden a descontextualizar la historia y a exagerar mi torpeza, como si yo fuera la persona más estúpida del mundo, ninguno comprende cómo pude confundir un metrónomo con un control remoto, pero visto desde mi perspectiva es bastante factible y sostengo que a cualquiera le puede pasar.


Romeo Valentín Arellanes 
México, DF noviembre de 2012 


 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Relato del embarazo inminente

Nuestro amigo N consumía drogas y alcohol en exceso. En alguna revista leyó que el abuso de dichas sustancias causaba el aletargamiento del esperma y por consiguiente esterilidad. Por eso N, consciente de lo grave de su adicción, asumió que su esperma era inservible ya y por lo tanto él era estéril. Decía que la prueba más contundente de ello era que su novia C. nunca se había embarazado en aproximadamente un año de relación a pesar de que no usaban condón. 
-¿Pero llevan la cuenta? 
-No. 
- ¿Pero se te para? 
- Sí 
-¿Pero te vienes adentro?- preguntábamos con curiosidad. 
-Ya llevo varios meses haciendo la prueba y nada pasa- se jactaba. 
-¿Y si alguna vez quieres tener hijos cómo le vas a hacer? 
- Ni quiero, está más chido ser estéril para coger sin preocuparse. 

Le dimos la razón en éste último silogismo, y también le otorgamos el beneficio de la duda respecto a su esterilidad, porque efectivamente, nunca habíamos visto a su novia embarazada. 

Al poco tiempo N dejó a C por una muchachita mucho menor que él, a quien convenció de su esterilidad. La chiquilla quedó embarazada al mes que inició su relación. 

La verdad fue que C sí se había embarazado una vez, pero decidió que no era conveniente tener un hijo de un tipo tan desobligado y adicto como nuestro amigo, así que se deshizo del embrión a los dos meses de gestación y desde entonces había utilizado píldoras anticonceptivas. No encontró una buena razón para comentarle tales acontecimientos a nuestro amigo, a quien por otro lado tampoco se le ocurrió preguntar y prefirió imaginar que la esterilidad era otra de las muchas ventajas que en ese entonces le atribuía a las drogas y al alcohol.


Romeo Valentín Arellanes
Noviembre de 2012, Estado de México.


viernes, 9 de noviembre de 2012

No se culpe

 
Un dedo cayó en la tecla equivocada del correo mal escrito y auto-corregido en portugués por el editor de texto, la mucama entendió un cumplido de un despido en la habitación que limpió con el descuido acostumbrado un brasier olvidado por la ahora exconductora del noticiario de las seis fue hallado esa misma noche por la mujer del Director tras confundir una velada romántica en el Lord Carlot Hotel con el Carlomont Hotel, no demoró en informar su descontento, el Director en su completo enfado ordenó la inmediata dimisión del empleado matutino, el oído del asistente que algún SimiDoctor diagnosticó saludable entendió por Carlomont, Canal, lo que llevó directo a las pantallas matutinas a un reportero primerizo, y éste tras varios datos mal leídos (gracias al eficiente sistema educativo) llevó al resto de la ciudad a creer que la bolsa había subido estrepitosamente, ahora, un mes mas tarde, la hambruna se contagia por las calles de la ciudad, el Director en su soltería conduce un taxi, la mucama ascendió a recepcionista y la exconductora sigue olvidando su ropa interior en cualquier lugar en el que se hospeda.
Por favor no se culpe a la Torpeza.


Noviembre-2012
V.H. Switch
Puebla/Puebla.

jueves, 8 de noviembre de 2012

¿Cómo decirte que te amo?

 
Las hojas de los arboles caen al ritmo del viento, mientras yo me retuerzo en la banca de hierro que llevo calentando desde hace 10 minutos, lo peor de esperarte es la forma en la que mi imaginación me traiciona, te sueño corriendo hacía mi, tomándome por sorpresa, tus manos sobre mis ojos, forcejeando me haces una pregunta estúpida, sabría que eres tu, reconozco tu aroma, apretarías tu cuerpo a mi espalda, trataría de someter tu esfuerzo y tomarte por la cintura, mediríamos fuerzas hasta que pudieran retener mi mirada tus ojos, te daría un tenue beso en los labios. De repente una niña vestida de puta bloquea mi espejismo, no puedo permitirme quitarle los ojos de encima y pensar en todo el fracaso que debió vivir su madre para vestir a su hija como si fuera una extensión de su juventud ya extinta.
Sin verte, percibo cuando llegas, siento tu presencia a mi lado.
-¿Conoces a esa niña? –me preguntas.
-No, pero me da curiosidad su ropita, esa faldita de plástico y el top rosa, los ojos morados y los labios pintados de rojo sangre, creo que su mamá la disfrazó a propósito.
-¿La disfrazó de qué?
-Así déjale, nomás pídele a dios que no pase enfrente de una iglesia.
Tomo la fuerza suficiente para verte y me destrozas con tu belleza, como siempre. Tu falda de cuerhule negro, el suéter rosa que tienes desde los 12 años y que se ajusta como una bendición, los labios rojos, tu mirada a la defensiva.
-Te ves preciosa.
Tus ojos ruedan, dan una vuelta infinita, ven hacía adentro de ti, hacen una pausa, revisan si tu cerebro funciona bien, sabes que ayer cometiste un error, pero eres una mujer valiente, tus iris regresan a su posición normal y me precipito sobre de ti, el golpe seco de mi pecho contra el tuyo, mis brazos rodeándote, algunos lo llaman abrazo, tu lo debes llamar estrangulamiento. Aprovechas y me das el beso en la mejilla, es tu manera de escapar de mis braquets o de mi saliva. Tú sabes que eso es un saludo de mierda y yo entiendo que es lo que merezco.
-¿Y ese saludo de mierda?
-Es en lo que me acostumbro, nunca había tenido un novio con braquets.
-Uy, ¿pues cuantos novios has tenido?
No contestas, y yo me guardo mi curiosidad para otro día, lo importante es que me reconoces como tu novio, aún no te has arrepentido.
Paso mi brazo sobre tus hombros, para poderte acercar más a mi, para poder sentir el circulo de tu seno contra mi costado, te estrujo y te llevo a caminar por el parque a mi ritmo, pesado, lento, trágico.
Caminamos alrededor del kiosco morisco mientras me platicas de cosas que no me importan, me cuentas una historia dentro de una historia que me relatabas al principio, lo que dices ya no tiene orden, el único nexo de la infinidad de nombres que comentas es mi hastío, trato de callarte con un beso.
-Espérate, no me pones atención.
-Claro que sí.
-Te estoy platicando algo importante –arrastras la ultima palabra como si el mundo dependiera de eso- parece como si fuera la primera vez que tienes novia.
-Va a ser la última si me sigues despreciando.
Con una agilidad endemoniada, digna de un animal que descubre a su depredador te separas de mi, en un segundo estas a cinco metros de distancia, aunque no lo sepas, tienes toda la razón, eres mi primera novia. Con 20 horas de noviazgo y dos besos estamos al vórtice de la primera discusión.
-¿A dónde vas?
-Yo no quiero una relación como la de mis padres.
-Espera, tranquila, vamos a hablar, mi comentario estuvo fuera de lugar.
-Pero no digas que te desprecio, eso no es cierto, lo que pasa es que yo soy así.
-¿Así cómo?
-Pues así, no soy mucho de abrasarse y de besarse.
Mientras la parte lógica de mi cerebro piensa "no mames", la parte motora me acerca a ti. Con la mano fría te levanto el pelo de la cara, tu lenguaje corporal me demuestra que hay algo mal en ti, algo roto, eso por lo que me gustas. Tus brazos cruzados solo sirven para enmarcar tus senos, mis manos envuelven tus fríos codos.
-Ya tranquila, nos vamos a ir conociendo.
Tomo el valor para cogerte de la mano, como si tuviera valor alguno. El viento sopla de nuevo y trae consigo una oleada de hojas, verdes, amarillentas y secas. Las odio por que te tocan, las amo por que te hacen daño, sueño que te cortan, que te hacen pedacitos y que son míos para reconstruirte donde quiera.
-En verdad que me gustas mucho, siempre me has gustado.
-¿Qué es lo que más te gusta de mí?
-Me gustas toda, en serio.
-¿Pero qué es lo que más te gusta de mi?
-Yo creo que tu cara.
-Yo odio mi nariz es horrible.
-Bueno lo que más me gusta es tu carácter.
-Entonces no te gusta mi nariz.
-No, digo, sí me gusta, pero me gusta más como eres.
-Ahh ¿si? y según tu ¿cómo soy?
-Pues no sé como describirlo.
-¿Entonces cómo te gusto?
-¿Quieres un café?
-No me gusta el café.
-¿Quieres un helado?
-Hace mucho frío.
Se me ocurren preguntas más importantes, ¿quieres ir a un hotel de paso?, ¿quieres engañarme con el primer güey que pase?, ¿quieres ver que sí te quiero?, o ¿qué chingados quieres hacer entonces?
-¿Entonces como que sé te antoja?
-Un té.
Mientras caminamos te paso un papelito, tratas de abrirlo y te digo que esperes, que lo leas cuando estés sola, es en una hoja donde te cuento por qué te quiero y desde cuando; donde te explico que me tenias obsesionado, es ahí donde te digo lo que todavía no puedo, es donde me convenzo que soy arrastrado. Lo guardas en la bolsa de tu suéter, justo en tu pecho.
Miro la carta y pienso en la cartera, temo pedir algo y que no me alcance el dinero si decides acompañar tu té con otra cosa, termino por pedir un vaso de agua, nuestra relación se basa en mentiras, te digo que no me gusta nada y que tú puedes pedir lo que quieras.
Ahora tu me tomas de la mano, y yo no me la trago, ahora recargas tu cabeza sobre mi hombro y yo volteo a ver de quien te escondes, ahora tu te quedas callada y me ves fijamente para juzgar mis imperfecciones, me dices que te gusto, justo en el momento en que te pierdo toda la confianza.
Me empiezas a hablar de tu ex novio, de por qué terminaste con él, sé a donde quieres llegar con la historia: aleccióname para que no cometa los mismos errores, a que no aspire a ser como él. Su error fue que muy pronto dijo “te amo”, que eso te espanta y a mi me aterra la bomba que traes en el pecho, me dices que tu padre es muy celoso, me pones al tanto de todo a lo que le debo tener miedo y respeto, ojalá pudiera tomar nota, ojala pudiera tatuármelo en los recuerdos.
La tarde pasa lo suficientemente rápido como para aborrecer el tiempo, estando frente a tu casa me despido lo menos efusivo que puedo, te abrazo y trato de sacarte la carta que traes en el pecho, tu padre me ve y me mata, me odia, me escupe, me insulta, me critica, hace mierda mi vida con una mirada, te llama, cierras el viejo y oxidado portón blanco y prometo hablarte cuando llegue a casa, si después de leer tanta mamada contestas mi llamada.
Otra vez sopla el puto viento.
El frío me pone la piel de gallina o puede que solo sea un pretexto.
 
 Julio Cervantes Ortega
Tlalnepantla, Edomex.
Noviembre de 2012.
 


 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Ian el Torpe

Ian gusta de practicar natación desde hace 5 años, alto, de espalda enorme y cintura casi al suelo, y es que sí, con tres horas diarias entrenando natación sus músculos más bien le dan la pinta de un atleta de tiempo completo, y en una muy buena medida esto se ha demostrado en más de una competición donde su estilo de mariposa se impone por un desempeño casi nato y firme.
Horas y horas nadando, lagartijas, abdominales, trote, excelente alimentación y disciplina digna de un monje tibetano; no se le ve nunca en las fiestas ni en las reuniones de propios familiares.
Absorto en si mismo en el agua, como hipnotizado o presa de un embrujo que no se puede adivinar, imponente por su escultural y musculosa figura e invicto historial.
Lo apodan “el torpe”; Ian no siempre fue así, y quizás uno pudiera pensar que su apodo es por su magnífico estilo de nadador que lo hace ver como un tritón que evoca a aquél nadador australiano que tantas glorias e inspiraciones dejó a aquel país y a los aficionados de la natación, sino por una oscura y veloz noche en la que una fiesta de la prepa lo hizo merecedor de tan duro apodo…
Era la fiesta de medio semestre y a éste reventón iba a venir el famosísimo Ian, semidios de los mares a reventarse como y con todos los mortales. Mientras, la gente, bebiendo y bailando las canciones de siempre -y en una que otra vez alguna de las nuevas que o es considerada nacona (por aquello de que no ha pegado) o de plano que no muchos conocen- de pronto ¡zaz! que se aparece Marina, una afrodita dueña de todas las miradas y todos los estilos. Venia llegando con un solo objetivo, buscar al macho alfa del lugar, y ¿Quién más que Ian para preservar la especie con un tan singular espécimen? Ian, muy poco acostumbrado al contacto y a la interacción social con las féminas, lo mejor que pudo hacer es beberse dos caballitos de mezcal para agarrar valor; ya un poco relajado y más envalentonado aún, se lanzó con todo, simulando ser dueño de la situación, el paseo por afuera de la casa fue la mera expectativa que todo el mundo se había imaginado y previsto: “esos dos hoy cogen como los dioses”, murmuraban. Y a la hora de que la plática se transformó en besos y caricias, en el oído se susurró un muy poco disimulado y despreocupado: vamos a subirnos…
Y los besos se volvieron más y más desenfrenados, que ni se dieron cuenta a que hora ya estaban desnudos y empezando el acto más natural a la edad de la punzada, y que empieza la acción, recuérdese la legendaria frase de que “para comer ni para el sexo hay idiotas, todos saben por donde es”, pues total que le atina y empieza el acto… que no duró mas allá de diez embestidas y la inmediata reacción de Marina con un: “no mames, ¿ya?”; como toda fatalidad las malas patas vienen acompañadas de algún espectador.
Sucede que por ahí, en el mismo cuarto, pero en un apartado medio baño, se encontraba el cábula de Rogelio, quien observó toda -aunque rápida en demasía- la acción tan fugaz como estúpida. Poco discreta pero enérgica fue Marina: ¡eres un torpe! ¡Te veniste adentro! ¡Eres un torpe! ¡Tan grandote y ni coger sabes!, todo fue silencio durante un par de segundos cuando Rogelio sale con una carcajada que apagó la música de la fiesta, pues en ese momento, el dios se volvía humano, un humano precoz que había dado el peor calcetinazo en el menos apropiado de los sitios, y ante el peor y más incontenible burlón de la palomilla que tenía la anécdota vista desde primera fila.
“Ian el torpe, se vino más rápido que cuando nada en el agua, no sirvió de nada con la Marina, por que nada de nada y todo de volada, jaja tan grandote y tan torpe”… se escuchó en la fiesta, de donde nadie vio salir a Ian el dios, sino a Ian el torpe
.

Emmanuel Galindo
Ciudad Universitaria
México D.F
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martes, 6 de noviembre de 2012

La parábola del Torpe


Antes que todo, me siento con la obligación moral y profesional de explicar mi total ignorancia en materia de parábolas, mi entendimiento se limita a tomar por parábola todo aquello que en su recorrido se curvea y en ningún momento contempla la figura literaria. Así que admito el error si no comienzo diciendo: érase una vez un torpe. Aclaración dada. El torpe por supuesto es un torpe aquí, en China y Trípoli, entiéndase por torpeza la capacidad innata de ciertos individuos a estropear todo aquello que es estropeable y lo que no. Faltos de ese sentido instintivo de precaución, los torpes andan por el mundo, como dice el dicho, a la buena de Dios. No se confunda torpeza con estupidez, o incapacidad mental del individuo, la torpeza nace de la distracción cotidiana de las personas  y de su costumbre de pensar una cosa por otra y hacer lo contrario a cualquier cosa que haya pensado. Así, el torpe es un ser extraordinario capaz de buscar la tarde entera las llaves que carga en el bolsillo, o de usar un zapato rojo y otro gris, o de comprar semillas de girasol cuando no tiene loro, o de vender la televisión para comprar el DVD (antes era videocasetera pero hay que estar con los tiempos), o de asegurar que vio un perro blanco con manchas blancas. Ejemplos los hay demasiados, se usan aquí como un muestrario de equívocos perfectamente reconocibles en muchos individuos, sin importar raza, color, clase social, nivel académico o poder adquisitivo; la torpeza no hace distinciones. Al decir "El Torpe" no hacemos una distinción de género, nos referimos al individuo como ser humano en su conjunto, es decir, incluye a hombres y mujeres por igual. No caer en el error de confundir torpeza con distracción, la mente trabaja de manera lógica todo el tiempo y no permite distracciones; la torpeza nos atrevemos a asegurar surge al confundir la función de la mente con la del cuerpo. El cuerpo hace lo que la mente no piensa, actúa de manera autónoma, con las consecuencias esperadas: desde accidentes pequeños, hasta grandes catástrofes, no es lo mismo ver a Arquímedes corriendo por la calle desnudo, que por torpeza del creador haber nacido con vesícula que no sirve para nada. Por cierto que Dios ha dado claras muestras de ser torpe, torpeza es haber creado al hombre a su imagen y semejanza, torpeza es otorgarle libre albedrío sin pensar en las consecuencias. En fin, si usted es torpe y se reconoce en lo antes mencionado, no se frustre ni deprima, no es usted una minoría, los torpes abundamos por el mundo. El torpe nace, no se hace, pasaran lustros antes de aprender a combatir la torpeza, producto, como pudimos observar incluso, del mandato divino. Mientras uno no muera por torpe, podemos concluir que la torpeza hasta tal punto no es, ni será, mortal. Aunque, quién sabe. 

Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F. 

Dice mi mamá que no está

Esta historia la he oido muchas veces con personas distintas. No se trata de un plagio sino de algo común que sucede porque que la gente prefiere encargar las tareas incómodas a otros en vez de asumir su responsabilidad, y cuando ese otro carece de sentido común o tiene un corazón puro –como los niños más pequeños- las cosas empeoran o te dejan en vergonzosa evidencia.
Sucede que mi madre compraba todo por catálogo o a crédito, y cuando la quincena de mi padre se atrasaba, los acreedores de todas formas llegaban puntuales a la casa.
Ante la pena que le daba asumir su pobreza en frente de los demás y dar explicaciones, mi madre creía que ocultarse era lo más conveniente, pero alguien de la familia tenía que dar la cara ante los acreedores, así que nos mandaba regularmente a mí o a mi hermana mayor a negar su presencia aprovechándose de la creencia popular de que los niños siempre dicen la verdad.
Tocaban a la puerta.
- Si es el abonero díganle que no estoy- ordenaba mi madre.
Mi hermana mayor y yo cumplíamos bien nuestro encargo.
- No está- decíamos.
- ¿A qué hora regresa?- preguntaba el abonero.
-No sé- contestábamos de nuevo ya con la puerta prácticamente cerrada para acabar la incómoda y falsa conversación.
Pero un día que ni la mayor ni yo estábamos, mi madre tuvo que echar mano de nuestra hermanita menor, quien aún tenía un alma noble y un corazón puro incapaz de decir mentiras. En el nivel más profundo de su inconciente la verdad la traicionaba.
Tocaron a la puerta.
- Es el abonero, abre y dile que no estoy- ordenó mi madre a la pequeñita mientras se ocultaba en la recámara.
Apenas abrió la puerta, mi hermanita se apresuró a hablar:
- Dice mi mamá que no está.
El abonero rió. Mi madre se vio obligada a salir de su escondite y con la risa como escudo le dijo al señor que regresara dentro de dos días. El abonero acordó que así sería y se fue sin ninguna complicación. Mi hermana fue objeto de un regaño impartido por nuestra madre, y de las burlas de nosotros – sus hermanos mayores- cuando nos enteramos de la historia.
Pero mi madre no aprendió su lección. Siguió utilizándonos para esconderse de la gente a la que le debía dinero o de la que simplemente no tenía ganas de ver.
En otra ocasión quien tocó fue una vecina que a mi mamá le era muy molesta, pero por alguna razón inexplicable, para la señora la compañía de madre era muy agradable, tanto que podía permanecer varias horas seguidas en mi casa sin parar de hablar.
Tocaron a la puerta. De nuevo ni la mayor ni yo estábamos en casa.
-Si es la señora fulanita dile que no estoy- ordenó mi madre a la pequeña.
Mi hermanita abrió la puerta y de nuevo se apresuró a decir:
-Dice mi mamá que…
Consciente de su error trató de corregir sobre la marcha, pues había aprendido la lección.
-…digo yo que no está mi mamá.
La señora se ofendió, se fue y no volvió jamás a la casa. En vez de agradecer el mayúsculo favor, mi madre volvió a regañar a la pequeña. Mi hermana mayor y yo hasta la fecha nos burlamos cuando recordamos la anécdota a pesar de que mi hermanita es ya una mujer hecha y derecha perfectamente capaz de mentir como toda la gente.
Romeo Valentín Arellanes
Tlalnepantla, Edomex, Noviembre de 2012.