miércoles, 31 de julio de 2013

De primera plana

En los periódicos salen escandalosas notas de cómo es que se vive allí. Que si duermen atados a los barrotes, que si comen algo que resulta asqueroso a la vista, el famoso “rancho”. La fotografía de la primera plana está tan pensada, justo para partir el corazón de cualquiera. Un día, unas horas entre el minuto a minuto de la información efímera. Leandra lo observa, tuerce una ligera sonrisa y pasa de largo.

Tal vez en otro momento se hubiera conmocionado ante una imagen con un puñado de hombres tras las rejas, con caras desmotivadas, en andrajos. Hombres que esperan con ansias su inverosímil “reintegración social”. De esos delincuentes, apestados de la sociedad, mugrosos ciudadanos de segunda que sirven para pobretear o pensar que los problemas que se viven en libertad son más sencillos que aquellos en las fortalezas de los reclusorios. 

Ahora que lo ve más de cerca, sólo puede decir en su mente que se vayan a pobretear a su madre, porque no son tan valientes para comer rancho ni para soportar la procuración de justicia, cada vez más corrupta, cada vez más podrida. Lo susurra para sí, mientras camina con un montón de bolsas de mercado flanqueándola. Con las manos ocupadas no puede secarse el sudor que le escurre por la frente, pues va casi corriendo y hasta parece que trata de esquivar los primeros rayos de sol.

La inmundicia de alimento que come su esposo cada día es recompensado con lo que prepara y lleva Leandra cada semana. Se esmera, cual chef internacional, en que sus platillos sean de la preferencia de Alfonso, “su Poncho”. No es tan difícil sorprenderlo, pero igual busca nuevas cosas que hacer; las decora, aunque los custodios lo arruinen, buscando algún “objeto ilegal”, satisfaciendo su espíritu chingativo, más bien.

Precisamente es aquello lo que más le enoja, que mientras los alcaldes y gobernadores dicen que las cosas en materia de justicia mejoran, que van viento en popa, la verdad es que no hay tal. Los custodios la extorsionan en cada visita, el abogado de oficio no le resuelve nada, hasta que le pague con dinero o con sus carnes. Los policías que lo detuvieron se ponen de acuerdo para enlodarlo más, aunque sea inocente. Se “perdieron” los videos, incluso las pruebas mismas de su culpabilidad.

Cuando ella tiene que pasar por toda esa serie de engorrosos trámites, por ese acoso económico y sexual tiene ganas de reclamarle a Alfonso. Así, sin ningún rasgo de cariño, pues por su causa está entre los chismes de la colonia, de los amigos y de la familia. Por él es que tiene que trabajar más, para mantenerlo adentro, que es más caro que si estuviera afuera. Reclamarle a gritos, a punta de groserías, con toda su rabia que la hubiera puesto en esa situación por una tontería.

Reprocharle hasta los golpes por no hacerle caso de no ir con sus amigos. Ésos borrachos que salen a la hora que sea a conseguir lo que caiga, aunque sea “tonayita”. Ésa fue la razón: camino de regreso los detuvieron unos policías que ni hablar sabían, pero sí pudieron sembrarles droga y armas. “¡Todo por ir con tus amigos, todo por estar de vicioso!”. Eso fue lo que le dijo la primera vez que fue a la visita, cuando lo vio rapado, con ropa color caqui, los ojos llorosos, pidiéndole perdón.

No necesitaba voltear observar a detalle la fotografía del diario en el puesto de periódicos que estaba a su paso. Tan solo de imaginar lo que Poncho le contaba que sucedía y verlo tan desaliñado bastaba para que a Leandra se le inundaran los ojos. Un momento, voltear la vista hacia arriba, tranquillizar un poco el corazón es lo único que lograba contener las lágrimas. Ya ni para qué decirle algo, si apenas y podía sobrevivir en ese lugar.

Ya no valía la pena, ahora ella prefería que su esposo reservara esa fuerza emocional para aguantar a los dirigentes internos, que no el director del reclusorio; para soportar la aplastante atmósfera de violencia, la rapiña, las novatadas. Poco a poco tuvo que aprender que no podía culparlo de muchas cosas, porque él ni era juez ni abogado para defender su inocencia. Mejor así, resignarse, quizá maldecirlo y extrañarlo alternadamente.

Preferible trabajar para llevarle lo necesario, salir desde temprano a hacer las compras y regresar a cocinar de forma maratónica. Evadir las preguntas morbosas de los conocidos, dejarse de flaquezas o regaños. Evitar el recurrente pensamiento de una riña o un motín, fantasma que la atormenta y le ha producido ataques de ansiedad. Mejor así, ser indiferente a los discursos del gobernador que aparece frecuentemente ante las cámaras de los medios, asegurando que todo está bien. Total, la indiferencia sería mutua. 

Laura Arellano
Distrito Federal, junio de 2013

lunes, 29 de julio de 2013

Editorial Julio



 Soledad
¡Ay soledad!, arma de dos filos. Necesaria para la creación pero tan perra con los corazones. Cuan aburrido es estar solo por tiempos prolongados, pero que indispensable es la soledad para la reflexión y el autodescubrimiento. Como en Desencuentros nos encontramos en cierta etapa reflexiva e introspectiva, este mes nos ha dado por cavilar y dilucidar sobre uno de los temas más jodidos de la existencia: la soledad, cierto es que muchos reivindican aquello de “más vale solo que mal acompañado”, pero aceptémoslo, a nadie le gusta estar consigo mismo más de tres días, por muy zen o asceta que se intente ser, nadie aguanta hablarle a la pared una semana. O quizás si, a través de las redes sociales donde, por muy colectivo que sea el asunto, sólo se necesita uno mismo para conectarse a la red y “socializar”, es quizá la ironía del lenguaje, mientras más comunicados estamos más solos nos encontramos. Y mientras estas discusiones continúan aquí le damos espacio a nuestro espíritu adolescente, o lo que es lo mismo: nos ha durado la pubertad y seguimos pensando que la soledad es algo más allá de la chinga de no tener con quien hablar de estos temas tan interesantes.


Vámonos Haciendo Menos.

Ayer se fueron otros tres, llegó el inspector y les dijo que ya sabían cómo estaban las cosas y lamentablemente tenían que prescindir de sus servicios.  Dos lloraron mientras recogían sus cosas en cajas viejas de cartón que alguien les vendió en el colmo del abuso, el tercero declinó la oferta y cargó con sus libros, carpetas y  engrapadora en los brazos y bolsas del traje. Nos dio tristeza y alegría, tristeza por vernos reflejados en los compañeros de tantos años, en los mismos trajes brillosos de tanto uso, en las camisas remendadas y las mangas de hule para no mancharlas; alegría porque no éramos nosotros los elegidos, porque salvamos el pellejo una quincena más, porque podíamos recibir nuestro pago y conservar nuestro lugar. Así son las cosas con el cambio de administración, el limbo pantanoso de la certeza laboral, un día estamos, otro no, un día somos, al otro no, un buen día nuestra tarjeta checadora deja de funcionar y pasamos a formar parte de “aquellos” que no pueden entrar. Éramos 33, número cabalístico, si se quiere pensar, en la Dirección General de Amparos y Conciliaciones de la Subsecretaría de Prevención en la Secretaría de Fomento, largo nombre y apellido para un equipo capaz y comprometido con su labor al servicio de la nación y de la administración, quince en Amparos, quince en Conciliaciones y tres en Jurídico. Ahora somos diez para todo, seis en realidad pues cuatro se niegan a laborar, aseguran tener  acuerdo con el nuevo jefe y a ellos no los pueden correr. Seremos menos, eso es seguro, ya ronda peligrosa la hoz que ha de cortar más cabezas, hoy en la mañana llegó gente extraña que tomó medidas de nuestros espacios y acomodó cajas de archivo, mientras el inspector nos aseguró nuestro lugar y nos recitó el consabido: muchachos aquí se les valora y se aprecia su trabajo nadie más se irá.  Nos vamos quedando solos, solos con nuestra soledad,  seis, otro número cabalístico, que se queda en el mismo lugar sin hablar ni reclamar. Hasta cuándo dicen algunos, pues hasta que se pueda contestan otros, por lo pronto el día termina y ya nos salvamos, o mejor decir,  nos salvó la jornada laboral,  mejor así,  que nos olviden, que nos olviden y nos dejen trabajar……… 

Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F. 2013

lunes, 22 de julio de 2013

Inesperada

Esa tarde cuando levantó la bocina no imaginó lo fría que puede ser la voz humana, tampoco imaginó que su boca pudiera secarse a tal grado en tan poco tiempo, para ese momento era un hecho la figura de un rostro bien conocido en una imagen disuelta y turbia que involucraba una silla y una habitación sucia y obscura. Al oír el resto del monólogo pudo sentir de aquella voz lejana al dueño de un rostro arrugado y cabello crespo, de uñas y dientes amarillentos, su figura obsesa, y la irritante muletilla en su habla, esa que se deslizaba desde una quijada apretada con tensión.
Bajó el teléfono con la mano temblorosa, en un espasmo inquietante se movió hasta la mesa, allí sobre el mantel de flores moradas se encontraba la fotografía de quien representaba ahora todo su temor, dentro de esa novela de hojas amarillas y rojas era relatada la historia que ahora en su vida comenzaba, tomó el libro y sin meditación lo arrojo contra el televisor, donde la gruesa pantalla de vidrio lo hizo rebotar hasta la sala poniéndolo de cabeza.
Salió corriendo de casa, entre tropiezos y sin una idea clara llamó a la puerta de la vecina, ésta abrió alarmada por los golpes eufóricos propinados contra su recinto, sacando apenas la cabeza miró a Doña Hortensia con los ojos profundos de quién espera el anuncio del fin del mundo.

-Pero, ¿Qué le pasa? –preguntaba la vecina abriendo por completo la puerta.

-Es que me acaban de llamar –decía Doña Hortensia que con un hipo de angustia incontrolable continuaba –me dijeron que Federico ...–y las palabras se entrecortaban por la inhalación del exceso de fluido nasal, llevaba la mano de los ojos a la nariz, evocando de tanto en tanto un murmullo de dolor que incrementaba hasta convertirse en un estridente sollozo.

-Tu hijo, ¿Qué le pasó a tu hijo? - preguntaba la vecina apretando las manos contra el mandil.

-Me llamaron y dijeron que Federico ... –decía Doña Hortensia con una mirada dispersa, la misma que ahora veía la silla en la que un cuerpecito era atado.

La vecina sin saber que decir la hizo pasar a la sala, corrió hasta la cocina y con una mano temblorosa sacó un manojo de hierbas de la alacena, mientras con la otra abría el grifo para llenar la tetera.

Doña Hortensia sollozaba sin parar –mi hijo –decía murmurando.

-Cálmese, todo va a estar bien –decía la vecina desde la cocina sin siquiera creer que algo allí estuviera bien, prendió la estufa y caminó hasta la sala en donde Doña Hortensia se encontraba abrazándose y murmurando palabras ininteligibles en un vaivén de su cuerpo.

La vecina que apenas intercambiaba saludos matutinos con ella se decidió a acercar su mano hasta la frente de Doña Hortensia oculta entre los escombros de su pelo enmarañado.

-Llame a la policía –dijo Doña Hortensia sosteniendo una mirada de esperanza –llámelos por favor –pedía desesperada.

La vecina caminó apresurada hasta el teléfono, marcó tres dígitos y pidió por un oficial –que vengan rápido –decía la vecina –es una emergencia.

Pasaron veinte largos minutos hasta que el toquido en la puerta anunciaba la llegada del héroe. La vecina abrió la puerta, y sin siquiera preguntar hizo pasar al hombre con la placa en la chaqueta.
Doña Hortensia habló con la prisa habitual de quien sabe que el tiempo se traduce en dolor, el oficial la escuchaba haciendo anotaciones sobre una libreta gastada, mirándola en una mezcla de lástima y comprensión.
Apenas el oficial entendió lo que pasaba se levantó haciendo callar a Doña Hortensia, luego dio unos pasos hasta la puerta e hizo llamar a la vecina.

-Verá señorita –decía el oficial desde la calle –lamento informarle que no puedo hacer nada, tendrá que esperar por lo menos 48 horas, y luego transferiré el caso al departamento encargado.

-Pero, ¿Cómo se atreve? –reclamaba la vecina apretando los dientes –¿No ve lo que pasa, que no se da cuenta de la situación? –reclamaba la vecina intentando bajar la voz.

-Lo siento pero ese no es mi trabajo –dijo el oficial antes de marcharse sin decir ni una palabra más.

-¿Qué dijo? –preguntó Doña Hortensia cuando vio entrar de nuevo a la vecina.

-No se preocupe, pronto vendrán a ayudarla –contestaba la vecina mientras traía la tetera y un par de tazas.

La noche caía con una obscuridad poco habitual dejando ver las luces de los autos que aparcaban alrededor del vecindario, mismos que transportaban los cansados cuerpos de quienes al abrir la puerta encontraban abrazos o ladridos de un perro.

-Será mejor que vaya a casa Doña Hortensia, allí se podrá tranquilizar –decía la vecina tomándola del brazo para ayudarla a salir.

El eco de sus pasos al entrar en la una sala vacía le recordaban con impaciencia la falta de Federico, el chasquido de la puerta al cerrarse detrás de ella le provocaba más lágrimas, así con pasos cansados fue a dar hasta la sala.
Allí sobre el sofá postró su cuerpo derrotado y fatigado, allí sosteniendo en la mente la imagen de un cuerpecito atado a una silla amordazado, allí con el hueco en el estómago, con la espeluznante sensación de que no había nada que hacer, allí con los ojos rojo sangre tomó el control remoto, allí en el más grande de los desconciertos encendió el televisor nada más para no sentirse tan sola.
Entonces la puerta se abrió... FIN



Vh. Switch.
Julio 2013, Estado de México.

Soledad

Me acomodaron en el último rincón del sexto piso, en un cubículo de la esquina para ser exactos, lejos de todos y cerca del archivo, que dicho sea de paso apestaba a humedad, mi escritorio era viejo y la silla bastante incómoda, ese era el cuchitril que me asignaron como espacio para trabajar en mi primer empleo, parecía deprimente, pero no tardé en descubrir el encanto de ese lugar: tenía una ventana que daba exactamente a una oficina del edificio de enfrente. Podía ver con claridad todo lo que hacía la persona que trabajaba del otro lado y lo más agradable era que se trataba de una hermosa mujer que desde ese día se convirtió en mi hobbie y mi única compañía en las horas laborales. Todos los días llegaba temprano para verla desayunar en su oficina y me iba a las 6 en punto, hora en la que ella se iba. No podría saber que la observaba desde mi ventana, ya que el edificio donde yo trabajaba tenía los vidrios polarizados, por eso se sentía con toda la confianza de hacer lo que le apeteciera, como tomar una engrapadora de micrófono y ponerse a cantar, incluso bailar si su ánimo se lo pedía, pues ella se creía completamente sola. Jamás sentí que estuviera invadiendo su privacidad, ni siquiera el día que por alguna razón se desabrochó los dos primeros botones del escote de su blusa, se quitó los tacones, subió las piernas a su escritorio y dejó ver algo que me inquietó mucho. En su muslo izquierdo (tenia hermosas piernas por cierto) traía un liguero con una pistola. Me acerqué como mosca en la ventana para poder verla mejor pero ella se levantó poniéndose sus tacones y un saco y salió de la oficina, dejándome totalmente intrigado y ¿por qué no decirlo?, enamorado también.


Desde ese día se convirtió en una obsesión para mí. A pesar de que no sabía ni su nombre tenía la sensación de conocerla y conocerla muy bien, sabía que le gustaba cantar y bailar, que tomaba mucha agua, que jamás tomaba café y que usualmente le gusta jugar con el chicle estirándolo con la mano desde su boca. Cosas que creo yo, poca gente sabría de ella. Todo eso me empezaba a desconcertar, quería verla, tocarla, hablar con ella, saber que era real, así que empecé a buscarla en las horas de salida y entrada. Fue inútil, nunca coincidimos. 

Un día que llegué tarde a la oficina, vi de espaldas a una mujer en la entrada del edificio buscando algo en el suelo, pasé sin prestarle atención, hasta que me gritó “disculpa”, gire y la vi, era ella frente a mí, a menos de un metro de distancia y sin un vidrio de por medio.

-Se me cayó mi celular y no lo encuentro, ¿podrías marcarme para ver si esta por aquí?- era raro oír su voz.

-Claro, dime el número.

-5515925264- dijo ella. 

Marqué y el tono de “Bajo del mar” de La Sirenita comenzó a sonar abajo de un árbol junto al edificio, ella se sonrojó y corrió a recoger su celular, acto seguido entró a su edificio dándome las gracias desde lejos. Yo me quedé ahí, parado con mi celular en la mano y su número en él. Subí corriendo a mi cubículo, estaba emocionado, planeaba el momento adecuado de llamarle e invitarla a salir. Voltee a la ventana y vi que estaba guardando sus pertenencias en una caja, se mudaba. Estaba muy acostumbrado a su presencia (por así decirle a verla por la ventana) no quería quedarme solo y peor aún, no quería quedarme sin conocerla, así que le marqué.

-Hola que tal, soy el que te ayudó a encontrar tu celular.

-Hola- me contestó y vi por la ventana como reía.

-Espero no te moleste mi atrevimiento pero quisiera invitarte a cenar ¿puedes hoy?

-Hoy saldré tarde pero si me esperas, te veo a las 9 donde nos vimos hoy ¿ok?

-ok, perfecto ahí te veo

-Bye

-Disculpa, ¿cómo te lla…?

Colgó sin decir su nombre. Las horas se me hicieron eternas pero por fin llegó el momento, bajé y ya estaba ella en el lugar acordado 

- No podré cenar pero ven- dijo tomándome de la mano, y sin poderle decir nada me metió a su edificio ante la mirada extraña del vigilante. Nos subimos al elevador y apretó el botón número seis. Sin darme tiempo a nada me besó en la boca.

-¿Cómo te llamas?-el elevador se abrió y me condujo hacia su oficina.

-No te lo diré- me contestó, 

-¿Por qué no?- repliqué un tanto molesto. 

Ella cerró la oficina con seguro, me aventó a su silla ejecutiva y se sentó en el escritorio justo en frente de mí. 

-Porque no me conviene, hoy dejó de trabajar aquí, me caso el próximo viernes y me gustas mucho desde que te vi, razones suficientes para no decir mi nombre.

-¡Desde que me vio! ¿Cuándo me vio? No creo que le haya gustado por haber encontrado su celular- pensé. 

-Todo los días, la misma ruta y el mismo lugar, de ida y de regreso, te sientas en el cuarto asiento del lado de la ventana, siempre vamos en el mismo autobús y tu siempre llevas puestos tus audífonos, miras a la ventana e ignoras a todos

- ¡Soy un cuadrado!, efectivamente, siempre me siento en el mismo lugar y trato de ignorar a toda la gente del autobús, odiaba tener contacto con extraños en mi trayecto, ¿pero cómo pude ignorar a esa belleza todos los días?, la tenía tan cerca y yo conformándome con verla por la ventana, pero la pregunta del millón es cómo esa belleza se fijó en alguien tan común y corriente como yo.

-Me encanta tu pose de importante y tu carita de niño bueno- dijo ella contestando las preguntas que cruzaban por mi cabeza- mis amigas decían que tenías cara de sangrón, de esos que sienten que nadie los merece, y para serte sincera es verdad, por eso me gustaste más

Mis años de intelectual, antisocial y mamón por fin daban frutos, la tomé por la cintura y comencé a besarla. 

-No te cases- le decía, mientras desabotonaba su blusa.

-Llevo años planeando esta boda, eso es lo que quiero, casarme, solo puedo regalarte y regalarme este momento, disfrútalo- diciendo esto se quitó la falda resolviendo uno de los misterios más inquietantes de mi vida, su liguero con una pistola. Era un tatuaje, el más hermoso que he visto en la vida. 

Hice lo que ella me dijo, disfrutar, y la disfruté varias veces; en el suelo, en el escritorio y en el sillón ejecutivo, y mientras lo hacía no podía evitar pensar morbosamente, como se vería desde mi edificio y si a caso alguna persona estaría mirando la función.

Terminamos y ella solo me pidió que la ayudara a bajar las cajas con sus cosas, insistí nuevamente en su nombre pero no quiso dármelo. Paró un taxi y antes de subirse solo me dijo: “fue un placer coincidir en esta vida”, y así como así se fue, dejándome con el recuerdo más erótico de mi vida. Ella nunca supo que cuando la ayudé a bajar sus cosas pude ver con claridad entre adornitos de oficina y papeles, una copia de su credencial con su nombre bien clarito.

Mis días en la oficina después de eso ya no tuvieron sentido, así que busqué otro empleo y me fui. Admito que después de mi encuentro con ella me volví más sociable, aunque eso signifique acabar con mi encanto de mamón, pero nunca sabes a quién te puedas encontrar en el transporte.Sin embargo, algo me faltaba, y fue hasta que, como dice la canción, en una noche de alcohol, me hice un tatuaje que dice Soledad Carvajal.

Lic. Sandoval.
Julio de 2013 Edo. Mex.


lunes, 15 de julio de 2013

Siempre está conmigo



Nunca me encuentro sola, Dios está siempre conmigo, se decía la Madre Matilde, ése era su consuelo cuando sentía que el mundo se venía abajo, cuando los ingresos por la venta de galletas y pasteles no eran suficientes para alimentar a los niños que cuidaban, cuando las instituciones del gobierno amenazaban con cortar la luz, el agua o cualquier otro servicio necesario. La verdad era que también las donaciones habían bajado mucho y cada vez era más difícil mantener a la orden. Entre los niños, las hermanas y los pagos; el cierre del convento se veía inminente.
No tenía recursos y había agotado todas las opciones, había ido a varias fundaciones, programas de radio y cuanta cosa estaba a su alcance; lo peor había sido cuando acudió a la diócesis en busca de apoyo para mantener el convento abierto pero, ésta se habían negado porque tenían todos los fondos comprometidos en varios misioneros que habían enviado a Japón y Senegal. Ese día la Madre Matilde regresó muy contrariada, su carácter jovial y fuerte se había desvanecido y empezaba a permear entre el resto de la orden la preocupación y el desconsuelo, nunca antes se habían sentido así, tan solas y desprotegidas pero la Madre Matilde como buena cabeza las ánimo diciendo que todo estaría bien, que ya encontraría el modo de salir adelante pues “nunca estamos solos Dios siempre está con nosotros”.

Los días que siguieron a la reunión que tuvo con la diócesis, la Madre Matilde actuó de lo más extraño, ordenó a todas las hermanas que prepararan galletas y pasteles como era habitual e indicó sobretodo que se enfocaran en sus actividades pues todo iba a resultar de lo mejor.
Salió varias ocasiones, yendo y viniendo con papeles y apuraciones, un par de veces se encerró en su claustro y no quiso probar nada de lo que le llevaban las hermanas, “tal vez estuviera haciendo ayuno como ofrenda o penitencia”, se decían entre el grupo. Unos días después les comunicó que iría personalmente a ofrecer los postres y galletas que hacían; esto con el fin de probarles que Dios las socorrería pues Él nunca abandona además las cosas siempre mejoran. Ese día temprano salió muy entusiasmada con el resto de las hermanas, decidieron ir en parejas salvo la Madre Matilde  quien partió sin acompañante.  Al cabo de unas horas, las hermanas ya se encontraban en el punto de reunión, esperando sólo el regreso de la Madre Matilde; pasaron varias horas más y el grupo se preocupaba porque la Madre no volvía. Un par de ellas se apresuraron a apuntar que tal vez las había abandonado pues en los últimos días la Madre Matilde ya no era más ella.
El anochecer se aproximaba; discutían entre ir a buscarla o dar aviso a las autoridades. La hermana Juana y la hermana Lucia decidieron investigar por los alrededores, en estos casos lamentaban que la Madre se negara a tener un celular, recorrieron algunas calles que se convirtieron en cuadras preguntando a los transeúntes y locatarios sí habían visto pasar por ahí a una Religiosa con hábito negro de tez blanca y ojos cafés, muchos rieron denotando que la estaban viendo en ese momento; algunos negaron haberla visto, los menos; dijeron verla pasar por la mañana pero, no podían recordar que dirección había tomado. Cómo la búsqueda no daba resultado, decidieron regresar al convento quizá, ya habría regresado.
Esa noche, todas se encontraban sumamente consternadas la Madre Matilde no regresaba, dieron aviso a las autoridades pero no podían iniciar una búsqueda formal sino hasta que pasaran 24 horas de la desaparición. Así lo hicieron, la búsqueda inició sin arrojar indicios, no fue sino hasta la mañana del 4to día que el teléfono sonó en el convento diciendo que la habían encontrado, que necesitaban que se presentaran en las oficinas de la delegación. Rápidamente la hermana Juana y la hermana Gabriela acudieron al lugar indicado; sentían ansiedad al preguntarse cómo se encontraría la Madre, qué le habría pasado en estos días pero, la ansiedad comenzó a tornarse en miedo cuando los agentes las conducían rumbo al sótano.
Frente al vidrio templado se encontraba un perito, les dio algunas indicaciones e hizo pasar a la hermana Juana al cuarto refrigerado, no podía dar crédito de lo veía, era irreal no podía creer que la Madre Matilde estuviera… que estuviera muerta; un dolor desquiciante se apoderó de ella. Abrieron la gaveta B2 y efectivamente reposando como en un tranquilo sueño se encontraba quien alguna vez fue la Madre Matilde.
Qué había pasado; por qué estaba muerta, quién le había hecho eso. Los agentes del ministerio público les indicaron que la averiguación se encontraba en proceso pero, que de forma inicial la línea de investigación arrojaba que había perdido la vida en un intento de asalto pues, encontraron en su mano parte del asa de la bolsa que llevaba.
Las hermanas iniciaron los trámites de liberación del cuerpo para poder darle santa sepultura, pidieron al convento que trajeran otro hábito para poder vestirla apropiadamente y ocultar las costuras de la necropsia.
Más tarde llegó la otra comitiva, se veían extrañas; sus rostros más que tristeza mostraban consternación. Le mostraron a la hermana Juana algunas cosas que habían encontrado en un cajón del Ropero de la Madre Matilde mientras buscaban lo que les habían pedido; hallaron un papel arrugado en el que se leía nunca me encuentro sola, Dios está conmigo escrito probablemente por la Madre Matilde, el crucifijo de cuando se volvió profesa y tal vez lo más interesante; el contrato de un seguro de vida a nombre de Matilde Hernández Baltazar. 
Hubo muchos murmullos cargados de ansiedad y nerviosismo. Las hermanas asentían o negaban con la cabeza; qué hacer sé preguntaban; qué significaba esto, y sí la hermana Matilde se hubiera... No; eso jamás; ella sabía perfectamente qué pasaría de cometer un acto tal vil, la hermana Juana se impuso y las reprimió. Cómo se atrevían a pensar en algo así y aún más, como se atrevían a decirlo como una posibilidad.

El día que siguió a la entrega del cuerpo; fue enterrada la hermana Matilde. Continuaron los rosarios, las misas y todos los ritos fúnebres acostumbrados, así pues; siguió la vida inmutable;  los días pasaron convirtiéndose en semanas no fue sino hasta casi pasado un mes, cuando fueron llamadas para la entrega oficial del reporte en el Ministerio Público.
El informe decía que, Matilde Hernández Baltazar había fallecido a consecuencia de pérdida de sangre por una herida punzocortante penetrando en la cavidad abdominal izquierda rasgado la aorta, se encontraron indicios de lucha, esto aunado al resto de las evidencias y pocos testigo, había llevado a los investigadores a concluir que, Matilde había sido asesinada como consecuencia de un asalto. La investigación continuaría abierta hasta encontrar al o los responsables del crimen. El informe había arrojado algo de luz en el convento, ahora que se descartaba la posibilidad de suicidio, podrían hacer valido el seguro que habían encontrado a favor del Convento Santo Domingo de la Orden Dominica de Nuestra Señora de la Purificación; tendrían suficiente para mantener el convento funcionando y aun cuando la Madre Matilde se había ido ya no se sentía ese vacío e incertidumbre, Dios las acompañaba.
Ahora, la hermana Juana tomaría a su cargo el convento, podrían seguir ayudando a la comunidad y continuaría con las obras iniciadas por su predecesora sin embargo; en la mente de la Madre Juana se extendían sombríos pensamientos que, definitivamente, tendría que mencionar en su próxima confesión; la imagen de la Madre Matilde diciendo que “todo saldría de lo mejor”, el seguro de vida que hallado en el cajón y el peligrosísimo lugar donde el cuerpo había sido encontrado… no, no, no, tenía que desechar esas idea todo tenía que ser coincidencia.

Guadalupe Margarita Pérez Vélez






jueves, 11 de julio de 2013

Relegado al rincón

Extraño mucho a mi pareja. Siempre estábamos juntos, y cuando digo siempre, me refiero a SIEMPRE. Desde que nos conocimos fuimos inseparables. De vez en cuando había alguna confusión y terminábamos con otros, pero tarde o temprano volvíamos a estar juntos. Pero ahora ya no está y yo vivo en la oscuridad del dolor y el aislamiento.
Con frecuencia salíamos a hacer ejercicio. Nos gustaba correr, sentir el suelo a cada paso, sentir el sudor impregnando nuestros cuerpos y ese dulce dolor del desgaste físico. Corrimos varios maratones y carreras y más de una vez se nos vio en el pódium. También practicábamos futbol los fines de semana junto con otras parejas. Nosotros metíamos siempre muchos goles y decían que éramos “de la suerte”. Así, siempre juntos, nos divertíamos mucho todos los fines de la semana. El resto de los días nos dedicábamos a descansar a gusto en un rincón oscuro y silencioso, con aromas florados y en compañía de otras parejas, las cuales acostumbraban a salir más que nosotros.  
Cierto día después de nuestro baño semanal, descubrimos algo horroroso. Mi pareja tenía un hoyito, pequeño, pero existente; definitivamente debido a todo el ejercicio al que nos sometíamos. Intentamos ocultarlo el más tiempo posible y nos hacíamos los fuertes para seguir saliendo a correr y jugar, pero la pequeña abertura prontamente se convirtió en un verdadero agujero. Con o sin él, debido a nuestra responsabilidad con el equipo y nuestra fama de traer buena suerte, seguíamos jugando fut los fines de semana, pero ya no corríamos. El hoyo dejó de crecer una vez que todo el talón podía salir por ahí, sin embargo sabíamos que era cuestión de tiempo en lo que nos remplazaban.  
Fue una mañana, mientras chapoteábamos en nuestra gran tina cuando mi pareja se atoró con un pantalón y terminó por desgarrarse hasta el resorte. Nadé hasta donde estaba y me mantuve a su lado todo lo posible, incluso durante el centrifugado me negué a separarme de su lado. A la hora de que nos colgaron al Sol, la gravedad del daño salió a la luz. Era completamente irreparable y, por más buena suerte que trajéramos, no había manera alguna de que siguiésemos saliendo a jugar fut.  
Así, fui relegado al olvido. Al rincón de aquellos que sufrieron la misma suerte que yo y se quedaron sin su compañero de vida, esperando que por casualidad, un día de estos, alguien se pierda en las profundidades de la lavadora y entonces se recurra a nosotros como remplazo de emergencia.
 
Fernando “Viento del Norte” Sánchez. 
México D.F., 09 de julio de 2013.


Apatía


Necesitaba pensar. Pero que flojera. Necesitaba llorar. Pero luego todos se enteran. Necesitaba hablar. Pero se le iban las palabras. En resumen, su vida estaba llena de peros injustificados. Injustificados porque al final del día, todos cambiaban, y él seguía igual. Solo. No románticamente. No amistosamente. No físicamente. Simple y llanamente solo. Apático. Aburrido. Sin interés ni pasiones. ¿Puede haber alguien más solo que aquel que se aburre consigo mismo? ¿Aquel que no entiende de qué va la vida, que todo le es indiferente? Como autónoma, hacía lo que se consideraba correcto en la sociedad: Tenía una esposa, un trabajo, un hobbie incluso. Gustaba de leer pero luego no entendía el meollo de la historia. Tenía sexo pero después de batallar lo indecible para llegar al orgasmo se quedaba más vacío que una cáscara de huevo. Hasta tuvo una amante, que no podía dejar del todo para evitar destrozarle el corazón. Eso sí, era muy compasivo.
Un día su soledad lo llamó. Le dijo ven, siéntate, vamos a platicar. Hemos estado juntos toda una vida, necesitamos conocernos mejor, sé que me odias pero hay una explicación. Me aburres, le contestó. Mi vida es un infierno lleno de tedio porque no me dejas observar la vida. Al contrario, le dijo la soledad. Te permito observarla de frente, sin ningún filtro, sin ninguna intención. Yo logro evitar que vivas, pero te doy la llave de ella. No puedes usarla, pero puedes al menos saber cómo la gente lo hace. Si es que lo hace. Tú sabes cual es la verdad. No puede ser, replicó el. No puede ser que la vida sea solo eso. Interacciones temporales. Casualidades fortuitas. Algo más debe haber. 
Lamento decepcionarte, terminó la soledad. La vida es tan vacía como los existencialistas creían. Y la soledad se fue. Para no volver. Es entonces cuando entendiendo lo vana que era la vida, comenzó a vivir.

 Lorena González
 Julio de 2013




martes, 9 de julio de 2013

Ella en el exilio


Ya no cabía ni un alfiler pero la gente intentaba meterse al vagón de todas formas. Sonó el chillido de alerta indicando que las puertas del Metro cerrarían en cinco… cuatros…tres… dos segundos. Los de adentro empujamos para impedir la entrada de más gente y que las puertas pudieran cerrase. Sólo una persona se logró colar: una mujer de 50 años de edad que llevaba un arrugado cuaderno en los sobacos. Las puertas se cerraron y cuando el tren avanzó algo parecido a la calma se sintió en el ambiente. De la histeria colectiva pasamos a un intento de ensimismamiento colectivo, lo que es muy difícil cuando los tufos se entrecruzan y los alientos rozan las orejas y las nucas como la caricia no deseada de un  pervertido. Cualquier movimiento, por mínimo que fuera, provocaba un roce recordándonos lo excesivamente cerca unos de otros que estábamos, éramos  una sola masa de cuerpos, la mente era el único refugio para la individualidad y en busca de ese refugio estábamos todos. Quienes portaban audífonos pudieron ensimismarse con eficacia, también quienes viajaban sentados, pues podían leer o maquillarse. Los demás cerrábamos los ojos, mirábamos el techo o cualquier otro punto fijo para evadirnos. Lo conseguí un momento. Viendo un punto fijo me puse a pensar en los pendientes de la oficina. Pero una voz chillona nos regresó a la realidad. “¡Ya lo dijo Cristo en la Biblia: ‘Cada día persevera y serás salvado!’”… era la señora que había logrado entrar en la estación anterior. De alguna forma había podido extender su cuadernillo y se puso a leer un discurso. “¡Olvida la fornicación! ¡Olvida al falso profeta!”. Su mensaje evangelizador llegó con claridad a todos los oídos,  pero fue incómodo, mucho. El chillón sonsonete nos impedía concentrarnos y volver cada quien a su refugio. “Persevera porque Cristo es nuestro refugio” y de repente  nos descubrimos todos ahí, hacinados en el asqueroso vagón, obligados a escucharla, con poco aire entre alientos fétidos y todo tipo de vapores. Nuestros cuerpos comenzaron a estirarse tratando de evitar la incomodidad, provocando el roce cada vez más violento de unos con otros, “porque Cristo es nuestra fuerza”. Alguien le gritó que se callase pero ella no hizo sino elevar el volumen de su voz, “porque en Cristo está la salvación”, los que usaban audífonos también elevaron todo el volumen a su música. “¡Persevera en tu fe, persevera en Cristo!”.
 -¡Que persevere su puta madre!- gritó alguien más y las carcajadas estallaron. “Porque así lo dijo el mesías: cada día persevera”. La señora hizo una pausa para cambiar la página de su maltrecho cuadernillo, pero no pudo continuar porque hubo un apagón. El Metro se detuvo, quedamos varados en las cavernas subterráneas, completamente a oscuras. La señora calló, imposibilitada de leer su discurso. Sentimos alivio, la oscuridad facilitaba la sensación de soledad y volvimos al refugio. Ensimismados, cada quien recordó quién era y las cosas por hacer a lo largo del día y el poco tiempo que teníamos para realizarlas. El tren se mantuvo detenido pero los minutos no. La desesperación y la incomodidad volvieron. La señora santa  improvisó:   “Porque Tú, Señor, ordenas la oscuridad”. Otra mujer comenzó a aullar suplicando a la predicadora que se callara, pero el sermón siguió, “y se hace de noche y en la noche caminan todas las bestias…” un puño anónimo, cobijado por la oscuridad interrumpió el discurso un momento, pero no fue suficiente. Ella escupió sangre y escupió palabras, “¡Malhaya todo hombre que cometa pecado, pero es Jesús, mi Dios, el árbitro de mi suerte!”. Surgió otro golpe, otra pausa otra lluvia de palabras, otros golpes, todos anónimos, y las pausas se hicieron más largas, “es Él quien cumple su voluntad en mi”, y las palabras fueron substituidas por llanto, bullicio, patadas y puñetazos, luego por silencio y desahogo. La tranquilidad volvió, la luz también volvió. El tren avanzó. De alguna forma el cuerpo de la señora había pasado de la puerta a un rincón en el fondo del vagón. Nadie volteó a verla pero sabíamos que aún respiraba. Todos bajamos en la estación siguiente. Conforme llegamos a la salida nuestro cardumen se dispersó mezclándose con otras manadas. Yo decidí caminar hasta mi trabajo por una ruta solitaria, una con muchos árboles que daban sombra, y pensé en los pendientes que tenía en la oficina y en todas las otras cosas que tenía por hacer y en el poco tiempo que me quedaba para hacerlas. Apresuré el paso.


Romeo Valentín Arellanes
México, DF. Julio de 2013