lunes, 7 de noviembre de 2011

Editorial




La Muerte 


Con el ejecutómetro a todo lo que da, la muerte parce haberse convertido en una fría estadística, ya miramos con indiferencia la estética gore de las portadas de los periódicos de nota roja que inundan las ciudades, incluso hay quienes ya no se impresionan ni con los videos de pedazos humanos y decapitados que se publican en El Blog del Narco. Antes el debate en estas fechas, giraba en torno a que si la mexicanísima tradición de las ofrendas del Día de Muertos estaba perdiendo terreno ante el Halloween norteamericano, ahora el problema parce ser la indiferencia ante la muerte y la apología de la violencia deshumanizante. La literatura es por excelencia la herramienta para desnudar y reflexionar sobre la vida y muerte de los humanos, por eso este mes de noviembre, que en México se celebra el tradicional Día de Muertos, en Desencuentros queremos recuperar esa visión mística, religiosa, solemne, íntima, dramática y hasta jocosa de la muerte. Queremos alejarnos de las estadísticas, dejar de ser números sumados y volver a ser humanos que mueren. Envíenos pues, sus relatos y su particular visión de la muerte.



viernes, 4 de noviembre de 2011

Las plañideras


Si es verdad, nuestro trabajo cae en desuso y cada vez nos requieren menos,  nuestro oficio milenario, cultivado con ahínco y años de dedicación se ha convertido en objeto de burlas y mofas, ya no se nos respeta, mucho menos se nos requiere. Nosotras que en todo momento estamos dispuestas a servir, a apoyar en esas horas de dolor,  a otorgar las lágrimas que quizás los familiares no sueltan por remordimiento, vergüenza, ira o hipocresía; que nos esforzamos para que el alma en pena se sepa bien llorada, que su partida se vive con dolor y resignación. Gritamos y nos jalamos los cabellos, nos golpeamos el pecho y berreamos, nos dejamos abrazar por los dolientes y llenamos el aire con nuestros alientos viejos y secos de tanto suspirar, y todo eso por sólo unas cuantas monedas y cenar. Le otorgamos su justa dimensión y proporción al escenario, si la familia es parca y no sabe como expresar su dolor, nosotras soltamos unos chillidos suaves pero constantes, si la familia no se resigna y no para de sufrir, nosotras lloramos más fuerte y berreamos más duro, cosas que se aprenden en años de trabajar, o  al menos cosas que aprendimos cuando aun éramos respetadas y solicitadas, ahora cuando nos presentamos en el funeral y decimos ya venimos a llorar nos corren por oportunistas y por no respetar, cuando se supone que somos la expresión más sublime de la resignación y el sufrimiento, la gente ha de pensar que nomás vamos a gorrear.  Antes no era así, cuando nos veían llegar se apuraban y nos hacían lugar, nos acomodaban mero enfrente y nos decían con mucho respeto, llórele que yo ya no puedo más, y comenzábamos con nuestro ritual, y la gente que nos miraba y escuchaba sentía nuestro dolor y aun aquellos que nomás iban para cenar se soltaban a gritar y sollozar, tan sublime era nuestro actuar.  Y ahora nada, puros desaires y burlas, puras miradas largas y cuando conseguimos que nos dejen pasar, ni una silla ni un café para tomar.  Estamos condenadas al olvido,  curioso final para quien siempre ha estado al servicio de la nostalgia,  irónicamente entre más se acerca nuestro final, menos nos dan ganas de lloriquear, y quizá ese sea el perfecto final, pero no, acabaremos honrando nuestro ritual, llorando hasta la última lágrima, y cuando todo termine y se llegue la resignación, entonces notaran y sentirán, cuando el difunto yazca solitario y nadie se sepa expresar entonces si dirán: qué nadie le va  a llorar.  
Raziel Jacobo Correa Alvarado 
Venustiano Carranza D.F. 

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Carta de la muerte



Saben, es difícil ser la muerte. Mi trabajo originalmente consistía en llevarme a aquellos seres que simplemente ya habían cumplido su cometido en la tierra y ya no tenían nada que aportar a la vida, pero actualmente trabajo de más. Ahora me llevo diario a cientos de personas, de las cuales, entre víctimas de asesinatos, guerras y enfermedades, hay una que otra que si estaba en mi lista.
Mucha gente me odia y eso me llena de pesar. Si por mi fuera, yo solo me llevaría a la gente que tiene cita conmigo y dejaría en al tierra a todos los inocentes que últimamente llenan mi barco, pero las reglas de la vida me exigen, aún contra mi voluntad, el llevármelas. ¿Se imaginan si dejara a un decapitado vivo? ¡No podría comer, ni hablar, ni pensar, ni nada, sería un bulto inútil! Y ahora todo el mundo me teme, como si me la pasara buscando a quien hacer infeliz o que familia destruir. Como si me pagaran por llenar cementerios. Ese no es mi propósito, es más, ¡Ni me pagan! Yo no tengo ningún beneficio por llevarme a la gente, esa es mi razón de ser y nada más, es mi naturaleza, como es del sol alumbrar y de la lluvia mojar.
Cuando me encontré con Saramago, le comenté que su novela me había gustado mucho y que me encantaría tomarme unas vacaciones, el solo se rió y me dijo que sería interesante ver la tierra poblada de gente muerta-viva. Pero como ya dije, no puedo tomarme unas vacaciones y dejar que la tierra se llene de personas, animales y plantas que más que ser útiles, nada más ocupan espacio.
Recuerdo cuando más de una persona me agradecía por llevarme a alguien que estaba muy enfermo o que sufría mucho. Esas personas en cuanto me veían sonreían y daban gracias por poder liberarse. Los ancianos me saludaban y ni pío decían cuando les decía que noventa años, o los que tuviesen, ya eran suficientes. Pero hoy por hoy, me usan como si fuese exterminadora de ratas, llevándome gente al por mayor, un gran porcentaje de estas asesinadas sin ninguna buena razón más que la que le quiso dar su asesino. Me duele mucho tener que ir por adultos, jóvenes y niños que tenían un gran futuro, y me duele más cuando me reclaman tanto ellos como sus familias. Ya se los dije! TENGO que hacerlo, no es que yo quiera truncar sus sueños. No saben cuanto me costó ir a aquella guardería a recoger niños, o cuanto me duele ir a cada rato a las ciudades fronterizas por mujeres e ir al desierto a recoger víctimas de guerras.
Algo que me extraña es que aún en algunos lugares me hagan festejos si soy tan odiada. Bueno, más bien festejan a los que me llevé, porque a mi en específico nadie me celebra. Hay uno que otro loco que me invoca para llevarme a sus enemigos y hace imágenes a las que les pone flores y velas… la verdad así no funciona esto, por más conjuros raros y sustancias de dudosos ingredientes que se hagan, si no hay una razón de peso para llevarme a alguien, no lo haré. Y también, por más que intenten que alguien se quede, si le toca, le toca. Mil disculpas por haberme llevado a la abuelita o al tío, pero dejarlo vivir más de 100 años o con los dolores del cáncer se me hace un poco cruel.
Y les voy a decir un secreto, no existe un “cielo-infierno”, todos los que se mueren vienen a parar acá donde yo estoy, yo no juzgo a nadie por lo que haya o no hecho en vida, la verdad me vale un comino, además, es curioso ver como una vez muertos, las personas deciden hablar en vez de darse cañón. Deberían ver como Hitler y Churchill  se la pasan muy bien juntos después de haber aclarado sus diferencias y haber dejado claras sus posturas. Como aquí no pueden matarse, lo único que le queda a la gente es darse cuenta de que cada quien piensa diferente y tuvo sus razones para hacer lo que hizo. Incluso Osama ya se disculpó con cada una de las víctimas de sus ataques y la mayoría las aceptó gustosas al darse cuenta de que pues en el ambiente donde el creció, lo que hizo era “heroico”, tan heroico como que los compatriotas de las víctimas fueran a hacer guerra por las tierras de Osama. Ningún muerto es rencoroso. También tenemos por estos rumbos un método muy bueno para que la gente esté feliz, la gente que se quiera quedar, que se quede, la que no, la mando a la tierra en forma de bebé. Y bueno, con tantos inconformes, la cigüeña también anda que no se la acaba. No por nada hay vivos unos 7 mil millones.
Pero también hay muchos muertos ya que de por sí este lugar es increíble. No se imaginan como Paltón, Kant y Sartre se echan unas discusiones bien intensas, irónicamente, sobre la vida. ¡O las competencias musicales entre Mozart y Kurt Cobain! En este lugar siempre andamos de fiesta, y ahora con la llegada de Jobs, pues veré como modernizar un poco este sitio y hacer un poco más fácil mi trabajo, porque con tanta gente que traigo a diario estoy agotada, ¡A veces pienso que este trabajo va a terminar matándome!
Pero bueno, debo regresar al trabajo. Yo siempre estoy ocupada no como Santa Claus que trabaja un día al año, el cual por cierto tengo entre mis filas desde el siglo cuarto cuando murió en Anatolia. Y me despido no sin antes pedirles de favor que dejen de matarse o tendré que traer a Adam Goldstein, dueño de la Royal Caribbean International, para que me ayude a hacer un barco más grande y que no se hunda como el último que me hicieron los de la White Star…
En fin, les pido eso y que dejen de odiarme por hacer mi trabajo, al final, ahora ustedes son los que deciden a quien me llevo en estos días.
Atte: La Muerte.

Fernando “Viento del Norte” Sánchez.
Noviembre 2 de 2011

Más cuentos de Fernando Sánchez http://vientoboreal.blogspot.com/

Apoyo moral


-Si se muere tu mamá la velamos dos días, como debe ser, si no su alma va a estar muy triste mijita; como los pobres de tus abuelos. Por más que le insistí a tu abuelita, quiso enterrar a tu abuelo luego luego,  según porque los muertos de cáncer apestan muy feo y muy rápido, pero en realidad creo que fue  porque ya estaba harta de él, de haberlo atendido, tan sumisa, durante toda la agonía de su enfermedad, más bien durante toda la vida;  pero no le hubiera costado nada tener ese último gesto ¿qué le costaba esperar un día más después de tantos años? Es lo que hubiera querido mi papá.
-Pero mi mamá no se va a morir, tiene que salir adelante- pensaba la muchacha hacia sus adentros, tratando de no hacer caso a la verborrea necia de su tía, quien supuestamente estaba ahí  para apoyarla moralmente y con los trámites del hospital que una muchacha adolescente no tiene derecho a resolver.
- Y luego cuando tu abuelita murió,  los pinches de tus tíos sólo quisieron velarla una noche porque según les dolía mucho verla en su ataúd; yo les insistí y nomás me tiraron de a loca, hasta tu mamá me dijo que estaba yo pendeja y se burló de mis creencias de pueblo, ya ves el feo modo que tiene y lo culebra que es cuando se lo propone.
-Ya tía, por favor no hables mal de mi mamá.
-Tienes razón mijita, no es el momento de criticarla, porque a pesar de todo, a pesar de sus defectos, es mi hermana y la quiero mucho. Además todos cometemos errores y tenemos derecho a equivocarnos sin que nos juzguen. Sólo Dios tiene el derecho de juzgarnos cuando nos llega la hora.
Los que alguna vez hayan esperado la recuperación de un pariente en terapia intensiva, sabrán que los silencios en esta área del hospital son particularmente angustiantes y que el aire del ambiente está impregnado de malos augurios. Sumergida en ese ambiente de premoniciones, la muchacha ensimismada reflexionaba con cierto remordimiento de conciencia ¿qué sería de su vida ante la eventual ausencia de su madre? ¿Y si estoy embarazada? el peor de los escenarios era estar embarazada y sin el apoyo de su madre. Pero eso no va a pasar, pensó, después de todo, su madre era joven y había demostrado gran fortaleza y ganas de vivir; por otra parte el embarazo no estaba confirmado, era un simple retraso nada más, en cualquier momento sentiría un cólico y todo saldría bien, la madre saldría del hospital caminando y la vida de ambas regresaría a la normalidad prolongándose por muchos años más.
 -Mijita, te voy a decir algo que espero no me tomes a mal -al parecer la tía no podía lidiar con el pesado silencio- ya no seas tan cabrona y deja de darle tantas angustias a tu madre; no digo que tú tengas la culpa de su enfermedad pero ¿Por qué la haces pasar tantos corajes si sabes que está mala de su corazón? Si se muere ¿qué vas a hacer? A ver, dime… ¡Eso mijita! llora, desahógate para que no estés alterada al rato por lo que pueda pasar, te necesito fuerte. Por eso ahorita que entres  a verla, pídele perdón, ella puede oírte aunque esté inconsciente. Yo también le voy a pedir perdón por todo lo malo que le haya hecho, nunca está de más, y no es bueno quedarte con las culpas y remordimientos guardados; cuántas cosas hubiera yo querido decirle a tu abuelita antes de que se muriera, y eso que fui buena hija, no eran cosas tan graves, pero una no debe quedarse con nada guardado en su consciencia…
-Ya tía, por favor, cállate, me siento muy mal.
- A ver, a ver, tampoco te pongas así, no te me desmayes mija ¡enfermera!...
-¿Ya estás mejor? Qué bueno, nomás te bajó la presión por el estrés, pero necesito que te repongas completamente, porque, Dios no lo quiera, si tu madre fallece, tú te me tienes que quedar aquí solita a esperar a tu tío para que arregle los trámites y recibir el cuerpo, en lo que yo regreso a Oaxaca para organizar el velorio y ver lo del panteón. No te me alteres otra vez, hay que afrontar la realidad.
- Familiares de Guadalupe Arellano, de la cama 53.
- Aquí estamos doctor.
- La paciente despertó del coma, su estado sigue siendo crítico pero está respondiendo favorablemente, aunque nunca se sabe, la operación a la que fue sometida es muy delicada, aún sigue conectada al respirador, pero si sigue reaccionando como hasta ahora es posible que se lo quitemos en una semana. Estamos optimistas.
-Bendito sea Dios doctor. Ya ves mijita, yo te dije que todo iba a salir muy bien, nomás es cosa de tener fe.

Romeo Valentín Arellanes
Tlalnepantla, Edomex, noviembre 2011.


lunes, 3 de octubre de 2011

Editorial




Alcohol


Así como no es necesario un pretexto concreto para brindar y decir “salud”, este mes en Desencuentros elegimos el tema del Alcohol nomás porque sí. El tema es visto como un problema de salud y descomposición social por los gobiernos; como un negocio por las empresas; por los pueblos es visto como parte de la cultura y de las tradiciones, incluso en culturas antiguas era visto como algo sagrado; para los artistas es común que sea visto como un estilo de vida y una gracia; al menos en México el alcohol parece ser la vía más graciosa y efectiva para volverse una celebridad del Youtube. Para nosotros es materia prima, un tema más del que se pueden sacar innumerables historias. Este mes el espacio de Desencuentros estará abierto para que escriban toda clase de relatos de cantina, botanas y borracheras memorables; anécdotas vergonzosas de borrachos, reales o inventadas; apologías del alcohol; cuentos sobre el delirium tremens de la soledad, elefantes rosas y vómito amargo; crudas morales con dolor de cabeza y acidez estomacal; de fines de semana divertidos y chavos de antro; tragedias de bohemios, contadores y burócratas que se extraviaron en ese camino del alcohol. Y por qué no, también la clásica historia de ese amor perdido que se llora en compañía de una botella con música de José José o de José Alfredo sonando de fondo.

Escape

Hoy me levanté temprano por primera vez en mucho tiempo. Hay mañanas como esta en la que el sol simplemente invade cada rincón de la habitación, cualquier habitación.   
En mi boca todavía tenía el mal sabor del vómito y es que efectivamente, bebí demasiado anoche. Pero no importa, con sólo un trago del enjuague bucal que siempre guardo en mi bolsa se soluciona...
...Perdí mi bolsa...

No importa, no había nada realmente importante allí y entre mi ropa había un par de billetes con los que era más que suficiente para comprarme unos tamales y hasta un atolito en el puesto de acá afuera. Con eso se me quita el mal sabor de boca y hasta me ayuda con la cruda.

Me puse rápidamente la ropa que por fortuna estaba muy cerca de la cama y salí con cuidado de no hacer ruido para no despertar a quien aún descansaba en ella. Mientras caminaba rumbo al puesto de los tamales me sentí diferente que el resto de las personas, y ellas lo sentían también, de eso estoy segura.

Pedí uno verde y uno de dulce, el hombre que me los entregó pareció arrastrar su grasienta mercancía sobre mis manos, me dio asco. Cuando terminé de comer me fui hacia mi casa, ya no soportaba la maldita calle, a la maldita gente, especialmente los hombres, todos asquerosos comiendo porquerías y gritando obscenidades desde sus camiones y camionetas. Así que fácil, malditos cobardes.

Cuando llegué a mi casa vacía me dediqué a limpiar, así tal vez valdría la pena haber empezado el día tan temprano. Recogí los restos de comida rápida que se fueron acumulando a lo largo de las semanas, sacudí un poco el polvo, pero no mucho porque odio el polvo y no quería quedarme respirándolo mucho tiempo, lavé mi vajilla de plástico rosa y finalmente, arreglé un poco mi guardarropa que es lo único que me reconforta un poco. Doblé con cuidado mis blusitas, pantalones y faldas, puse en orden mis zapatos y uno que otro accesorio como una mascada o una diadema.
 
En esto se me fue todo el día y cuando menos me doy cuenta ya es hora de ir a trabajar. Elegí con cuidado lo que me iba a poner aprovechando que está todo ordenado. Me puse mi camisa favorita, una de tirantes color vino con un pequeño encaje dorado en la parte de abajo, una falda tableada color negro y unos zapatos altos que hacen juego con todo. Me peiné el cabello en una media cola, haciendo que resalten mis luces y me adorné los ojos y los labios con un poco de color. Hoy por primera vez en mucho tiempo me sentí guapísima.  
En cuanto salí a la asquerosa calle, me sentí sucia al instante, todos me hacen sentir sucia por cómo me miran cuando voy pasando, creen que ya lo saben todo de mi por tan sólo verme un instante, pero no saben nada...
En cuanto llegué a trabajar, me senté en el vestíbulo para esperar a que me asignaran un cliente. Ya no sé si la música que ambienta el lugar estaba muy alta o ya de plano mis oídos están jodidos.

Una compañera se acercó a mí y extendiéndome su mano con un vaso de plástico en ella, me dijo: “Las nuevas tienen derecho a un trago gratis” y sonrió irónicamente. Bebí de un sorbo el sabor etílico del brebaje que tenía en las manos, sabía horrible pero además había oído que si bebes rápido, se te sube más pronto.

 
Mencionaron mi nombre, seguido de otro totalmente desconocido.
 
En cuanto vi al dueño de aquél nombre sentí ganas de llorar, era un hombre de unos 50 años más o menos, llevaba puesta una camisa color amarillo pollo debajo de la cual sudaba y unos pantalones de mezclilla muy ajustados que hacían más notorio su sobrepeso. Tenía la mirada perdida en sus ojos lagañosos y en su boca se asomaban dos asquerosos dientes amarillos.
Entramos a la habitación donde había despertado esa mañana y en cuanto se cerró la puerta agarró violentamente mi blusa color vino me la quitó rompiéndola en dos. Con sus grandes manos frotó mis senos y colocó su cabeza en medio de ellos untando todo su sudor... Creí que vomitaría en ese preciso instante.

En la habitación había una botella de whisky barato que alguien había olvidado, en cuanto la vi me solté de los bruscos brazos de aquel animal y le ofrecí un trago. Él sonrió mostrando sus asquerosos dientes y aceptó. Le serví en un caballito que me encontré junto a la botella y sin que se diera cuenta me terminé el resto del whisky de un solo trago. Mi garganta se estremeció y mi cabeza comenzó a dar vueltas, finalmente estoy ebria, por fin he llegado a ese estado en el que ya no me importa lo que ese animal haga conmigo, lo cual estaba bien porque así no me resistiré y probablemente colocará más propina entre mis prendas como el hombre de la noche anterior.

 
Ya todo está bien. Sólo espero... No levantarme temprano mañana...



Valentina Rascón
 
México D.F. octubre 2011







Cruda realidad


Me levanto recordando absolutamente nada, tendido en la cama veo como el techo de mí habitación gira dando vueltas y vueltas, aún con los lentes puestos mí visión es borrosa, los párpados me pesan, no quiero ser presa de este tranquilo sueño. El mal olor que invade mi habitación, es más fuerte que el olor penetrante de mi boca seca, el calor hace que se eleve mucho más la humedad de la mancha espesa que está a un costado de mí cama. 
Sobre la pila de libros, arrinconados en una esquina de la habitación, veo la botella en la que sumergí mis sentimientos esa larga noche, ahora mi mente comienza a recordad ciertas imágenes de lo que paso en la víspera, fue una noche terrible, pero aún más terrible es lo que se siente a la mañana siguiente, mí cuerpo adormecido esta apático en esta pequeña cama, los ladridos de los perros hacen que mi cabeza retumbe y el eco fragmenta mi cerebro para dejarlo hecho añicos, cierro los ojos para no poder ver al sol quemando mi retina, no puedo moverme, mis entrañas se comen unas a otras, luchan por un trozo de bolo alimenticio, es inútil las cervezas y las botellas de tequila fue lo único que ingerí ayer. De repente, la desesperación se hace sentir de tal forma que la sed invade hasta la más recóndita célula de este cuerpo maltratado. El vacío hace que el estómago me arda, parece como si un incendio estallará consumiendo hasta el más pequeño órgano dentro de mi ser.
Las ganas de ir al baño me recuerdan que tengo que bajar las escaleras, si aguanto un rato más puede ser que alguno de mis riñones reviente, no cambiaría nada, de todos modos el dolor que siento es indescriptible. 
Por fin me levanto de aquel sudoroso colchón, busco mis sandalias pero no las encuentro, entre colillas de cigarros y envases de cerveza llego a la puerta, recorro el pasillo iluminado por un resplandeciente rayo de sol, bajo las escaleras al igual que lo hago con la bragueta de mí pantalón, al bajar por completo, tanto las escaleras como la bragueta, mis ganas de orinar son más fuertes de lo que fueron hace algunos segundos, por fin llego a la puerta del baño, la abro, levanto la tapa del escusado, saco mí miembro sucio y enrojecido, y cuando hago el esfuerzo por orinar, una gota de ardiente líquido recorre mí estómago, baja hasta mis testículos y viaja a lo largo de mi adormecido pene, suelto un grito de dolor, no puedo orinar más, esa gota desgarro nos solo mí cuerpo sino también mis sentidos, tengo las ganas y la sensación de querer desalojar toda la cantidad de alcohol que consumí anoche, no lo puedo hacer, solo esa gota pudo salir, las demás se quedaron atrapadas por el famoso y mal llamado mal de orín.

Misael Zavala Sánchez
Texcoco, Estado de México, octubre 2011

Un Brindis

Recuerdo perfectamente mi primer borrachera, estoy casi seguro, al menos, tenía quince o catorce años y bebí cual cosaco tres tragos de una bebida llamada Viña real, suficientes para embotarme los sentidos y llevarme a ese estado que algunos llaman incrospido, otros beodo, otros más tomado, otros pedo y los más suelen llamar borracho; esa primer experiencia, o acercamiento con el alcohol,  fue suficiente, no para abandonarlo, sino para adoptarlo como compañero fiel y detonante de mis más lúcidos pensamientos. Cosa extraña pero cierta, el alcohol en sus múltiples presentaciones se convirtió no sólo en el escape sensato a la realidad, sino también en el amigo que esperaba, claro que la cruda fue atroz, claro que el regaño consecuente de mi madre fue de proporciones sísmicas,  pero al estar sentado ahí en mi cuarto que no paraba de moverse y escuchando los gritos de mi madre, mi único pensamiento se remitía a esa sensación tan extraña y placentera, esa idiotez tan simpática que me hacía ver todo desde otra perspectiva: la del imbécil. Que momento tan revelador, la catarsis más pura, se liberaban al fin mis múltiples yos, mis muchas máscaras. No me convertí en tomador de marca de la noche a la mañana (ese recurso del tiempo)  más bien, fue todo un proceso desarrollado a lo largo de los años en aras de considerarme un libador profesional. Cierto que en ese proceso he llegado a ser definido como una persona de garganta aventurera (que le entro a todo pues) sin embargo considero necesario el catar todo tipo de fermentaciones, Roma no se hizo en un día, eso lo saben todos. Entre cervezas, curados, coñaques (todo error apela a la licencia poética) whiskies, mezcales, vinos, rones, vodkas, he rendido el debido culto a Baco y mi garganta se ha decantado por las cervezas como su bebida preferida, abandonando la aventura. Tantos años de beber traen consigo su experiencia, ahora se que no debo mezclar el ron con la cebada, que el vodka es benévolo conmigo, que el vino me provoca una cruda terrible, que el whisky  me parece la bebida más fina que he tomado, que el vomito se ve como un terrible síntoma cuando puede ser la ayuda esperada para seguir bebiendo, etc. Así, el alcohol mi amable compañero, ha sido testigo de mis más grandes fracasos, de mis mayores triunfos, de mis momentos más brillantes, de mis  momentos tristes y del sin fin de momentos pasajeros que son llevaderos sólo con su compañía. Incluso podría decir que me ayudo a encontrar el amor, bajo su embrujo me encontraba cuando conocí a la dueña de mis quincenas (cosa que no existe) al mirarla,  tras escalar capas y capas de alcohol que me nublaban la vista, sólo atine a sonreir y dejarme ir en improperios contra ella (por supuesto era el amor) hasta culminar con vomitarle los pies en franco corolario de mi borrachera, mi entrada triunfal al amor. Sinceramente agradezco la tolerancia y que lo depuesto no haya causado una mala impresión, me gusta pensar que me mostré autentico y esa fue mi carta fuerte.  Ha estado ahí, fiel testigo, yo lo tomo y lo respeto, todo aquello que entra por mi garganta y que en su proceso de elaboración  apela a la creación  (la destilación esta emparentada directamente con la alquimia) merece mi respeto. Cierto que en muchas ocasiones he sido llamado mala copa, ese termino insultante que algunos utilizan para describir a todo aquel que bajo los efectos del licor observa conductas, digamos, no agradables para con los demás, entiéndase jodón, broncudo, demasiado efusivo, demasiado cariñoso, encimoso o incluso con tendencia a cambiar de sexo, de tal suerte que mis expresiones corporales llámese buscar pelea o ser muy reiterativo en un punto especifico  me han ganado tal mote. He tenido mis malos momentos con él, como, cuando por más que lo bebo no consigo el efecto deseado, o  cuando tras beber tan sólo una copa me encuentro ya mareado, quiero decir que me molesta la inconstancia, aunque para hacer honor a la verdad es más una cuestión de mis condiciones físicas y no del alcohol mismo, eso y más, muchas veces el dinero que quisiera invertir en su compañía debo invertirlo en otros sanos esparcimientos, debo reconocer que también gusto de apreciar el mundo sin el matiz de la bebida. Matices aparte, la visión de la realidad, empresa harto difícil  sin él, es caso perdido para mi, no confundirse, no me asumo como un alcohólico sino más bien como un bebedor que conoce y aprecia lo que se toma y que por lo tanto gusta de cultivar su gusto, luego entonces, la realidad se presenta en esa disyuntiva, me asumo como tal o le busco eufemismos a mi condición, la gran pregunta. Es eso principalmente,  la bebida no ha impedido mi desarrollo social, ni el de mi intelecto, al menos así lo considero, han crecido a la par y bajo los efluvios del mismo, es decir, que leer un buen libro con una buena copa de vino al lado resulta placentero y esclarecedor, hacer el amor bebido me ha demostrado que aguanto más (consejo no apto para principiantes) comer mariscos en la playa acompañado de una cerveza es uno de los mayores placeres que me he proporcionado, resumiendo, no veo por donde se me critique o se me vitupere mi gusto por la bebida (creo que ese punto lo he dejado muy claro). Los costos de mi afición los he pagado ya, me he enfrentado a la vergüenza y al escarnio, a la condescendencia y a la incomprensión, a la compañía y a la soledad,  todas y cada una han representado un proceso de aprendizaje, no se crea que tropiezo con las mismas piedras, siempre son diferentes, es por eso que no siento vergüenza o pudor alguno al asumirme y mostrarme como lo que soy, yo bebo y soy, no soy por que bebo, el anterior axioma sólo se explica, por supuesto, bajo los efectos del alcohol. Mi afición-adicción no surgió como una evasión de la realidad, aunque acepto que se haya convertido en eso, cualquier cosa es mejor que mirar al mundo de frente, en estos tiempos y en aquellos, es mejor mirarlo con la brumosa capa de la idiotez y el alma desinhibida.  Es por eso muchachos que este discurso llega a su final, semejantes reflexiones han provocado en mí la urgente necesidad de humedecer mi paladar, de darle rienda suelta a mi afición. Siendo así no me queda más que apurar mi trago, recibir a mi compañero y pronunciar aquella palabra que nos hermana hoy y siempre, Salud. 

Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.

domingo, 2 de octubre de 2011

La Fraternidad


Éramos cinco, cada uno decidido a demostrarle al otro que aquello no era juego, enfrascados en una batalla más, otra ceremonia dedicada al Dios Baco de los perdedores. Todos burócratas de segunda, formados siempre en el escalafón hacia el ansiado ascenso que jamás llegaba, trajes brillosos de tanto uso, contentos con portar uno que otro accesorio de marca, el cinturón Hugo Boss, la corbata Armani, el reloj Swatch, comprados a crédito y en pagos interminables. Altaneros, soeces,  egocéntricos, ocultos tras capas de soberbia y pedantería, empecinados en mostrar orgullo y aplomo, brindando con el compañero enemigo y disfrutando aquello que tenia muy poco de reunión entre camaradas y si mucho de disputa. Nos conocimos en la universidad, cuando podría decirse que aun éramos promesa,  al menos de nuestras familias, que ponían mucho de su parte para creernos tipos inteligentes y diferentes, capaces de enmendar la larga carrera de errores familiares. Nos acercó la bebida, cosa común en esos ambientes,  pseudo-estudiantes capaces de dejar la vida en una botella con tal de demostrar hombría y aguante, largas borracheras en donde la felicidad era tomarse al mundo y mandar al carajo la realidad.  De todo aquello sólo quedo la anécdota, tipos que vagaban en la mediocridad de reunirse a contar logros pasados e historias carentes de interés para cualquiera, las mismas de siempre repetidas como mantra de nuestro vicio: el día en que uno………aquella vez en que……..todas esas botellas que nosotros…….Ceremonia de pocos, soledad compartida si es que puede existir el término, beber con el otro sin prestarle atención, cada uno encerrado en su trago y sus demonios. Nos turnábamos el recorrido al refrigerador en busca de cervezas entre burlas y apremios, éramos mediocres si, pero capaces de sacudirnos la desidia y emerger de nuestras corazas con tal de ser el más bebedor,  pobre de aquel que intentara dormir o decir basta no puedo más, el reto residía en demostrarnos que aquella empresa aun estaba a nuestra altura, fraternidad de perdedores, amigos del exquisito arte de matarse poco a poco, libar entre iguales era la única catarsis que buscábamos, una batalla más entre nosotros, un rito más de nuestra hermandad, bebimos hasta el final, como debe hacerse,  hasta que no pudimos más, hasta dejar el vaso sin terminar, hasta descubrir que no había respuesta y la felicidad nos tendría que esperar. 
Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.

sábado, 1 de octubre de 2011

Brindis del bohemio en doble A

Cuando escucho esas estúpidas expresiones de ánimo estilo Mariano Osorio me dan ganas de vomitar, de mandar todo mi esfuerzo al carajo y entrar a una sucursal de La Divina, La Europea  o incluso al primer Walt-Mart que se atraviese, para gastar mi quincena en buenos tequilas, güisquis  y vinos, así recuperaría mi verdadera identidad  y acabaría de una buena vez con todo esto; me encantaría cagarme en el puto optimismo de esos discursitos extraídos de quien sabe qué manual de superación personal, que por obvias razones sólo apantallan a la gente pendeja y fracasada.
“¡Bien papá! Estoy orgulloso de ti por haber demostrado una gran fuerza de voluntad”, ¿desde cuándo este babotas se cree un motivador profesional y se expresa con esta arrogancia, como si tuviera autoridad moral para algo? Mejor debería estar orgulloso de que, sin importar mi natural estado de ebriedad, lo mantuve hasta los 27 años, hasta que terminó su maestría, doctorado y quien sabe cuantas madres más que hasta parecían puros pretextos para no trabajar. Yo no lo juzgué, soltaba el dinero sin mediar cuestionamientos o reproches de algún tipo. En mi papel de padre siempre fui alivianado.
“No sabes cuanta alegría me da por ti, de que al final hayas entrado en razón y comprendas que la vida nos ofrece un sinfín de oportunidades de gran belleza. Ya verás que todo por la grandeza de Dios saldrá muy bien… hasta te estoy viendo más guapo”, ¿desde cuándo ésta se volvió la madre Teresa? no vaya a salir con que ahora quiere regresar o peor aún qué tal que quiere presentarme a su “nuevo amigo” Jesucristo, que trae tan de moda, yo zafo. Así pasa con las mujeres: les atraen los hombres indomables como yo, primero fingen comprendernos, tratan de llevarnos el paso, de tomar al parejo, pero cuando descubren que uno es de carrera más larga les da por querer estabilizarse y estabilizarnos, y cuando descubren que no pueden cambiarnos, patalean, se encabronan, gritan hasta vaciar sus pulmones, hasta que uno termina por irse harto de tanta incomprensión, y ellas a su vez buscan comprensión en el primer pendejo con características totalmente opuestas a las de uno que se atraviesa. Ahora luego de tantísimos años ella se cuelga las medallas, cree que sus esfuerzos, sus rezos y sus sermones dieron frutos y que de alguna forma influyó en mi “cambio”. Ingenua, porque ni yo he cambiado ni esta efímera abstinencia tiene que ver con ella. Porque debo aclarar algo: no he dejado el alcohol ni pienso dejarlo nunca, digamos que estoy en un receso para recuperar fuerzas y seguirle después. Pese a lo que diga Mariano Osorio definitivamente uno no debe ni puede cambiar. Ni si quiera las advertencias del médico pueden orillar eficazmente a un hombre de mi edad a cambiar, porque al final de cuentas el doctor no te dice nada nuevo, son cosas obvias hasta cierto punto: qué el alcohol hace daño, sí eso lo sé; que uno ya no es un jovencito, eso también lo sé y lo padezco a diario, las agruras son más incandescentes cada día, y cada día me cuesta más trabajo mear y cagar, (de coger mejor hablamos luego). Uno envejece y el tiempo te pasa la factura, porque hasta las frutas y las verduras, que según mi médico son lo más sano que hay,  se empiezan a pudrir después de cierto tiempo. Que quede claro: es el tiempo y no el alcohol el principal culpable de mi actual condición tan precaria, independientemente de la explicación técnica y los nombres que el doctor le quiera poner. Por eso digo que las indicaciones médicas son como los sermones de la iglesia, uno los toma en cuenta si le da la gana, si no pues los desechas como un klinex o como si fueran uno de tantos consejos frívolos que se escuchan en la televisión. Lo que yo no pude pasar por alto fue el consejo de la muerte. La muerte nunca antes me había hablado desde tan cerca, al punto de sentir su tacto y su gélida respiración mezclándose con mi aliento; su vaho como un licor de azoe entró en mi organismo para congelar mi pulso unos momentos y eso se siente de la chingada. Mi razón para tomar siempre ha sido que me gusta disfrutar la vida, así que es natural que no quiera morir, mejor dicho, no quiero morir en este momento. No me importaría morir ahogado en alcohol en unos años, cuando sea un anciano. De hecho me gusta la idea de pasar los últimos años de mi vida, mi “tercera edad”,  perdido en el agua. Pero para eso primeo debo efectivamente ser viejo. Ahora es momento de beberme un receso… perdón, quise decir: de tomarme un receso y recobrar las fuerzas necesarias para aguantar la borrachera definitiva, la auténtica del estribo.

Romeo Valentín A, octubre de 2011
Tlalnepantla, Estado de México

martes, 13 de septiembre de 2011

Editorial

La Mujer

 
Un punto de vista muy masculino

Tal compromiso, reconociendo que en Desencuentros somos hombres (cualquier cosa que eso signifique); resulta no sólo desafiante, sino  más bien un reto del que no creemos salir bien librados. En primera porque somos un par de acomplejados que disfraza sus machismos en un romanticismo desaforado, en segunda porque no intentamos agradar al sexo opuesto con nuestro tema de este mes, siendo sinceros nuestro tópico surge de los largos debates en que los integrantes de Desencuentros se enfrascan cada que intentan descubrir que carajos es “La Mujer”.  Hemos concluido que, al menos para quienes escriben, lo son todo, la musa primera y el largo etcétera, si por morbo, si por amor, si por despecho, si por admiración, si por odio, siempre valdrá la pena intentar descubrirlas y el meollo de todo este asunto: entenderlas. Toca a nuestros colaboradores (todos están invitados) decidir si le entran al debate y aportar su respuesta, quizás entre todos lleguemos a la conclusión lógica: es un tema interminable.

Te levantas


Con los ojos entreabiertos puedo ver la figura que dejó tu cuerpo en las sabanas.
Cierro los párpados adoloridos todavía -no recuerdo de qué- y te imagino poniéndote las mallas negras, el brasier y tu playera suelta y larga.
No tardaré mucho en aprender que después de todo, para el último adiós no se necesita decir nada.



Julio Cervantes Ortega 
Tlalnepantla,  Estado de México, septiembre 2011.

Trastocada

A los ausentes,  
quienes fortuitamente me enriquecen. 


Micaela comía maravillada una nube esponjosa y dulce de color rosa; desde niña compartía ese delicioso gusto con Ausencia, su abuela.

Mientras se relamía los dedos, preguntó dudosa, “¿la extrañas?”. Eusebio cerró suavemente los párpados, se acurrucó poco a poco en la banca de madera, y con el acaecer del sol su rostro dibujó una tierna y nostálgica mueca.
 
“Extraño absolutamente todo lo que provino de ella. No cualquiera puede entender y dar significado a las palabras”, dijo. Eusebio abrió los ojos, apretó la mano de Micaela y continuó. “Tuvimos la fortuna de toparnos, de reconocernos, de aprehendernos. Me dio la oportunidad de saber lo que significan las palabras des\alma\das y las terribles consecuencias que ellas traen consigo. En su capacidad de darse y narrarse hallé historias plagadas de personajes variados, anécdotas magníficas, clímax insospechados, algunos puntos suspensivos, muchos borradores, capítulos completos, y los inevitables finales que acompañan nuestra vida.
 
Supe que la retórica sólo alberga la distancia, maldita sea, no hay nada más triste y vacío que lo que se enuncia pero carece de sentido y significado, porque no golpea nuestro mundo, sólo se mal\dice y nada en ello es real”. Eusebio, agitado, soltó la mano de Micaela, respiró profundamente y calló por un par de minutos; miraba como el suave y álgido viento de otoño jugaba con las ramas de las higueras. En sus pies, sintió un leve golpecito, con la mano temblorosa tomó el carrito rojo que agarraba empuje a través del aire de un globo. “Extraño nuestras epifanías cotidianas, esas que vuelcan el alma con ritmo y cadencia”. Infló el globo amarillo canario, el diminuto carro rojo echó a andar y sonrió. 

Eve Alcalá González
México D.F. Septiembre 2011

Un pendejo se nos fue sin pagar


Clarisa fue de todas sus hermanas la más hermosa, siempre sonriente, jovial y con mucha vida. Se casó con un apuesto militar, un hombre frio como la nieve, pero eso la fascinó. Una sola rosa fue suficiente para que Clarisa callera directo y sin escalas a sus brazos. Tuvieron 5 hijos, ahora todos unos hombres trabajadores y cada uno ya con sus nuevas y crecientes familias.
Al enviudar Clarisa prefirió regresar a la casa donde vivió su infancia a lado de sus 4 hermanas que aún viven allí, justo a unas calles del centro de su ciudad.
Para ese entonces, la idea de tomar un hoya y calentar agua para una tasita de té, era impensable, todos en la casa sabían que Clarisa solucionaría ese problema, ella la hermosa tía de cabello negro y largo, con ojos obscuros y profundos como una noche sin luna.
Una de sus magníficas cualidades era su facilidad para cocinar, su talento innato por saber qué ingrediente poner en cada platillo y su amor por servir y mantener a todos felices dentro de la casa. Todos amaban la comida de Clarisa. Pero ahora, después de una serie de eventos desafortunados que llevaron a una crisis económica a la reintegrada y aumentada familia de hermanas se vio en la necesidad de buscar más opciones para conseguir dinero.
Así que Clarisa, decidió vender comida a los transeúntes de su ciudad, y con ayuda de todas las hermanas, y como las cosas no estaban tan bien, y a pesar de su talento para las exquisiteces culinarias Clarisa abrió las puertas de su casa, y se dedicó a vender los muy conocidos tacos de guisado. 
A las 6 de la mañana comenzaban las labores, se repartían el trabajo de la cocina entre todas las hermanas, comprar los ingredientes, lavarlos y hacer 10 guisados diferentes, siempre los mismos, para facilitar el de por sí, arduo trabajo. Desde las 12 del día las cazuelas con guisados estaban listas para recibir a sus clientes para la hora de la comida; y alrededor de las 9 de la noche, salían 200 salchichas hervidas, mediasnoches, jitomate picado, entre otras cosas, listas para ofrecer hotdogs para la cena.
Las 5 hermanas trabajaban duro para tener todo listo y a tiempo. Justo a las 2 de la tarde, bajaban de sus oficinas alrededor de 50 a 70 trabajadores hambrientos y con prisa a comer sus tacos de guisado; ellas se esforzaban por coordinarse y coordinar a sus sobrinas que ayudaban a cobrar y a despachar los tacos, a la señora que lavaba los platos, a dos amigos de sus sobrinas que recogían los platos sucios, un primo despachaba refrescos. Todo sucedía muy rápido, el fuego mantenía calientes las hoyas, un comal calentaba las tortillas, mientras sus clientes esperaban desesperados por comer, todo era un alboroto. Su nombre sonaba por todos lados, "Clarisa dos de papa con chorizo por acá, cuánto te debo de dos y un refresco, Clarisa ya no tenemos cocas, Clarisa un pendejo se nos fue sin pagar"
Ella despachaba, cobraba y coordinaba a todos desde atrás de las cazuelas. Entonces sucedió. Un resbalón con un charquito de agua que había caído al suelo, ella puso la mano directo en el comal, la piel de la palma de su mano quedo pegada, un dolor recorrió su cuerpo completo, y se escuchó su grito "¡Puuuta madre haaaaaaaaaaaaaa!" se metió a la casa... dos hermanas corrieron a su auxilio, las demás seguían atendiendo.
 
-Dios mío ¿qué pasó?
-Creo que se quemó “Claris”, pero dígame qué va a llevar.

-Ah sí, quiero uno de picadillo y uno de bistec a la mexicana.

-Y usted señito.

 
Siguió el alboroto en la cocina, los clientes seguían apresurados comiendo, las primas se pusieron en el lugar de Clarisa y de las otras tías que fueron a ayudarla. Por la noche los hotdogs estaban listos para la ronda de la cena.


María del Pilar Barragán
Tlanepantla, Estado de México