jueves, 10 de julio de 2014

Ella es así


La espero. Lleva 20 minutos de retraso, es todavía un tiempo razonable, tal vez no para un argentino, definitivamente no para un alemán, sería un insulto para un japonés, pero estamos en México, en el De Efe, aquí somos así, es nuestra costumbre. La ciudad es enorme, caótica e impredecible… ella también es así, siempre corriendo de un lado a otro, apareciendo cuando no la espero, desapareciendo por meses y cuando más ganas tengo de verla es ilocalizable. Es un poco nómada, cambiando de casa tan seguido como de trabajo y nunca es su culpa, siempre hay un malentendido, alguna intriga, alguna persona envidiosa o imprevisto que la obligan a tomar esas decisiones apresuradas y radicales que replantean su vida desde cero. 25 minutos me parece razonable. Es morena y delgada, siempre mira fijamente a los ojos cuando te habla, hay algo tierno en su mirada pero desconcertante  a la vez, no sé si curiosidad o malicia, mira como los gatos; ellos miran exactamente igual antes de brincar ferozmente sobre el cuello de las palomas o dentro de los zapatos para ponerse a jugar como bobos, nunca se sabe a qué atenerse con ellos. A veces me siento como un ratón cuando me mira. 

Le marco y no contesta. Ya van 30 minutos. Dos veces más. Responde el buzón de voz. Ya debe estar en camino, en el Metro, no entran las llamadas ahí. En otra situación me hubiera ido ya pues no sería la primera vez que me deje plantado, pero hoy fue ella la que me citó, me dijo que tenía muchas ganas de verme porque hace mucho no nos vemos, y de platicar conmigo, quiere contarme de su nuevo trabajo porque está contenta, eso dijo. 45 minutos y contando. Regularmente cuando yo la cito me cancela de último minuto o me deja plantado, nunca me dice que no y hasta suena emocionada en el teléfono con la idea de salir, pero al final no llega. En cambio, un día cualquiera que estoy babeando de sueño en el trabajo, haciendo las compras en el súper, o a punto de morir de aburrimiento en el tedio de mí recámara, suena el teléfono y es ella diciéndome que se encuentra a unas cuadras de mi trabajo o de mi casa. Me las arreglo como sea para ir en su encuentro, no importa si faltan varias horas para terminar mi turno; entonces nos vemos; cenamos y bebemos en el mejor restaurante que puedo pagar, platicamos y reímos largo tiempo; en algún momento de la velada ella me mira como una gata y me da un beso en el cachete, cerca de los labios y me dice que tiene que irse porque es tarde o porque tiene más cosas que hacer, le digo que se quede un rato más, que puede dormir en mi casa si se le hace tarde, yo podría dormir en el sillón. Me contesta que soy muy lindo y amable y que otro día me tomará la palabra. Se va, la busco días después para volver a salir, fracaso en el intento, me resigno y sigo con mi vida normal casi hasta olvidarla y cuando menos la espero ¡zaz!, ahí está de vuelta…

Me pide una disculpa, su último cliente la entretuvo más de lo debido,  se puso difícil pero al final lo convenció, ya le está agarrando más la onda a su nuevo trabajo, dice. Propongo ir a cenar, dice que no tiene hambre,  sugiero un bar pero ella prefiere simplemente un café. Entramos a un Starbuks. Platicamos en la fila de atención, muy juntos, ella me mira… sonríe. Le gusta su chamba, le gusta lo que vende y es una buena empresa,  el salario es bajo pero lo bueno son las comisiones. Pido un café americano, ella un capuchino latte. Esculca su bolso pero me adelanto a pagar. Me dice que soy muy lindo y muchas gracias. Me mira de nuevo dando un sorbo a su café. Sonríe, engancha su brazo al mío y me conduce hasta un sillón vacío. Sigue hablando de su curso de capacitación, ahora soy yo quien la mira fijamente, estudio minuciosamente su abrir y cerrar de labios, sus ademanes en perfecta sincronía con sus palabras, su mechón de pelo necio que se niega a dejar su frente por más que lo acomoda. La ayudo, acomodo bien el mechón entre su oreja, la acaricio. Ella sonríe y me mira nuevamente a los ojos, me pregunta si he pensado en la muerte. Reconozco que no. Reconoce que ella tampoco lo había pensado antes de su nuevo empleo, pero le hicieron comprar un seguro de vida al contratarla, porque ¿cómo iba a vender algo que ni ella misma ocupa? Le dieron un precio especial por ser empleada. Si me animo ella podría conseguirme un descuento. Le digo que me parece buena idea. Abre su bolso, saca unos folders y despliega los documentos en la mesa. Me explica las cláusulas. Sigo clavado en el abrir y cerrar de sus labios, en sus ademanes y en los malabares que hace con la pluma que sostiene entre sus dedos. Me mira. Es simplemente hermosa.
Romeo Valentín Arellanes
Distrito Federal, julio 2014