lunes, 9 de mayo de 2016

Editorial



La Traición

Cuidado, no importa si es su mejor amigo o amiga, su pareja, su padre, su madre, su hermano o su hijo, sangre de sangre, cualquiera puede darle una puñalada por la espalda, voltear bandera, bajarle a la novia, o quedarse con todas las ganancias de aquel negocio que iniciaron juntos. Pero no se haga el mártir porque usted tampoco es un santo y es perfectamente susceptible a traicionar los acuerdos y chingar la amistad, y es que no todas nuestras decisiones gozan del consenso y aprobación de los demás, quizás se arrepintió, quizá entendió que el camino que llevaba su relación no era el de su preferencia, quizás determinó que mejor no le entraba al negocio y quizás para usted eso fue lo más sensato, pero híjole se jodió la cosa y ya no se habla con esa persona. Y hay más, en derecho (esa disciplina que nadie entiende)  se considera traición a cualquier conducta desleal a la nación, o sea que si usted se manifiesta contra las políticas neoliberales, el aumento al IVA, o pone Chingue su Madre EPN en una pared,  está traicionando a su país.  
Visto así, la traición es una cosa muy fea que la gente no debe hacer, para Desencuentros, que a toda tesis le encontramos su antítesis,   no todo es malo, tal vez usted querido lector/escritor ya tiene determinado su destino hasta las últimas instancias y  tenía armado el plan de vida y nada se interponía en su camino ¿Qué pasaría si lo traicionan los sentimientos? ¿Qué pasaría si de pronto alguien/algo se interpone en ese plan y lo trastoca desde sus cimientos? ¿Y si se enamora de la vecina? Sintió bonito verdad, pues ande, comparta sus traiciones este mes,  que ya es quincena, en Desencuentros.
P.D. En Junio cumplimos 5 años de existencia, la Traición fue el primer tema que tratamos en el blog, lo recuperamos este mes como un ejercicio nostálgico y bonito de recordación. 

domingo, 1 de mayo de 2016

Anónimos

No se amaban pero se atraían, llegaron a quererse pero sin necesitarse; se sabían reconocer como lo que eran mutuamente, formaban parte de la transición del otro, una viga de un puente que conducirá a otro camino, con suerte, mejor que el anterior o, simplemente, distinto. A ella le gustaban los ojos verdes de él, unos ojos sospechosamente semejantes a los del autor del presente texto; a él le agradaban las manos de la chica, de dedos largos y delgados, como toda ella, dedos de pianista desperdiciados en el teclado de una computadora detrás de una ventanilla. Se besaron como siempre lo hicieron durante el tiempo que estuvieron juntos: con convicción. Ellos besaban y tocaban sus cuerpos por el simple hecho de querer hacerlo, por el placer que les producía hacerlo. No buscaban la reciprocidad, que es una forma de buscar la aprobación del otro con quien se comparte la cama y a quien se le confía la desnudez y la intimidad. Aquella noche no fue particularmente especial, lo cual no quiere decir que haya sido rutinaria; lo suyo no duró lo suficiente para que sus encuentros alcanzaran tal estatus. En la habitación la única luz que se colaba era aquella de los autos al pasar, ella descansaba su cabeza en el pecho de él y le preocupaba los tumbos que sentía en la parte izquierda del rostro que estaba apoyada, “¿es normal que sigas agitado todavía?”, pregunto pausadamente sin despegarse; “eso espero”, le respondió él y sonrió sin mirarla. El pecho por fin retomo su ritmo natural; ella se incorporo sobre sus codos y lo miro como aletargada; ella se movía siempre con timidez, como esperando que después de cada movimiento, cada gesto, cada flexión, cada palabra pronunciada existiera una posibilidad latente de desastre. “Lo que no entiendo es cómo puedes ser amigo de alguien como Fabián. Se la pasa faltándole al respeto a Fernanda, es horrible”, dijo ella al fin. “Fabián es de las mejores personas que conozco”; ella respondió con una mirada confundida; “no me mires así. Es la verdad”; “¿Cómo puedes decir eso, que no sabes de todas las veces que le ha sido infiel? ¡¿O es que admiras su comportamiento?!”; “te equivocas en ambas cosas”, le dijo el muchacho y le recorrió la mejilla izquierda con la mano; “¿entonces?”, pregunto ella apaciguada pero curiosa; “no te lo puedo decir; además no es asunto nuestro”; “¿Cómo no va a ser asunto mío si es mi amiga y no quiero verla sufrir?”, dijo ella haciendo gala de esa capacidad de muchas mujeres de cambiar de estado de ánimo en un tris; “créeme que ella no puede estar con una mejor persona, de hecho, he llegado a pensar que Fabián se merece a alguien mejor”, eso ultimo lo dijo el muchacho con la intención de irritar. Ella lo supo al instante y, aun así, se dejo irritar. “Te lo contare, pero solo para que me dejes en paz, ¿vale?”, dijo el para terminar la discusión que nunca tuvo oportunidad de ganar; ella asintió con una sonrisa maliciosa de satisfacción, luego tomo el brazo de él y lo uso de almohada; “pero debes prometer que no le contaras a Fernanda”; ella asintió; “ bueno, es cierto que Fabián nunca ha engañado a Fernanda; pero cuando comenzaron a salir él se dio cuenta de que ella era el tipo de mujer que necesita de una relación tormentosa para estar bien… no me mires así, no tengo la culpa de que tu amiga este jodida”; “eso es absurdo”, dijo ella; “no tanto, ¿Cuántos hombre conoces que le mienten a sus parejas para convencerlas de que les son fieles?, Fabián hace lo mismo, solo que al revés; Fabián le dice que le ha sido infiel para que ella no lo bote… en realidad tampoco se lo dice, solo deja que Fernanda llegue a esas conclusiones por si sola”. “¿Por qué lo hace?”, pregunto ella como intentando entender; “para protegerla, por que la quiere. Prefiere que ella se tambalee un poco sobre su cuerda floja en lugar de dejarla caer realmente. Así, cuando Fernanda ha tenido su dosis de amargura necesaria le devuelve el equilibrio y siguen juntos como si nada hubiera pasado, por que en realidad nada paso”. “Es una tontería. Fernanda ha sufrido mucho con otros hombres y estoy segura de que ella seguiría con Fabián sin necesidad de ese complejo plan para mantenerla a su lado”, dijo la chica de los dedos largos y delgados de nuevo irritada; “lo mismo le dije yo al principio, pero lo cierto es que las personas creen saber lo que quieren hasta que lo tienen enfrente y se dan cuenta de que no es suficiente. O sea, ¿Por qué crees que tu amiga ha tenido tantas malas relaciones que han durado más de lo debido?”. Ella se quedo callada. Después, ella tuvo ganas de besarlo y lo hizo, tuvo ganas de sentir sus manos sobre sus glúteos y lo hizo; él tuvo ganas de pasar sus dedos entre su ondulada melena negra en la que asomaban una canas prematuras (a los veintinueve lo son), al igual que a una chica que conoció alguna vez el autor del presente texto, y lo hizo. Era lo que ambos les gustaban de ellos, que sus ganas estuvieran sincronizadas. 2. Apenas la puerta se abrió ella se coló dentro del departamento como a hurtadillas y busco abrazarlo pero él la esquivo. No insistió con el abrazo, tampoco se puso a la defensiva pero sabía que algo había cambiado, no para bien o para mal. Él le indico con la mano una silla del desayunador; ella obedeció, se sento y se reacomodo el cabello ligeramente entrecano como quien se prepara para alguna actividad física y no tiene una liga para recogerlo. Él se sentó frente a ella y la miro unos segundos alargando el silencio y haciéndolo un poco incomodo; era difícil precisar su estado de ánimo, podía estar molesto o triste o no sentir nada en absoluto. “Le contaste a Fernanda lo que explícitamente te dije que no le contaras”, no había una pizca del acostumbrado sarcasmo; “lo siento, pero estaba muy triste, lloraba por otra conjetura suya y me partió el corazón verla así. La quiero como a una hermana”, ella también estaba seria, aunque podía adivinarse un mezcla de pena y orgullo en su voz; “te dije que no te metieras, que no era cosa nuestra”, sonó molesto, muy molesto; “¡no la iba a dejar sufrir por algo que no ocurrió!”, se excuso ella. “¿Hace cuanto no hablas con ella?”; “como una semana, tal vez menos”; “yo acabo de hablar con Fabián; fue a recoger a tu “hermana” a un motel de mala muerte y la encontró con un ojo morado y los labios reventados…”, parecía que iba a decir algo mas; “no es mi culpa”, dijo ella mirando hacia el piso, “ella…”; “¿está mal?”; se escucho un sollozo a manera de concordancia; “dejo a Fabián y se fue con el primer tipo que la invito a salir”; otro sollozo que quizás quería decir “no digas mas” o “déjame en paz”; los ojos verdes la miraron como queriendo decir “te dije que no te metieras” o “lo siento”, entonces él tuvo ganas de tomarle la mano, como para dar por aprendida la lección, y lo hizo. Ella acepto la mano a manera de tregua; luego se levantaron casi al unisonó y se abrazaron. Ella tuvo ganas de conducirlo a la habitación y lo intento, pero él no quiso. “No tengo ganas”, sonaba cansado, “tal vez otro día… sigo molesto”; ella no insistió, le dio un beso en la frente y se marcho.


Clementino Diogenes

Ciudad de México, 2016