lunes, 3 de octubre de 2011

Editorial




Alcohol


Así como no es necesario un pretexto concreto para brindar y decir “salud”, este mes en Desencuentros elegimos el tema del Alcohol nomás porque sí. El tema es visto como un problema de salud y descomposición social por los gobiernos; como un negocio por las empresas; por los pueblos es visto como parte de la cultura y de las tradiciones, incluso en culturas antiguas era visto como algo sagrado; para los artistas es común que sea visto como un estilo de vida y una gracia; al menos en México el alcohol parece ser la vía más graciosa y efectiva para volverse una celebridad del Youtube. Para nosotros es materia prima, un tema más del que se pueden sacar innumerables historias. Este mes el espacio de Desencuentros estará abierto para que escriban toda clase de relatos de cantina, botanas y borracheras memorables; anécdotas vergonzosas de borrachos, reales o inventadas; apologías del alcohol; cuentos sobre el delirium tremens de la soledad, elefantes rosas y vómito amargo; crudas morales con dolor de cabeza y acidez estomacal; de fines de semana divertidos y chavos de antro; tragedias de bohemios, contadores y burócratas que se extraviaron en ese camino del alcohol. Y por qué no, también la clásica historia de ese amor perdido que se llora en compañía de una botella con música de José José o de José Alfredo sonando de fondo.

Escape

Hoy me levanté temprano por primera vez en mucho tiempo. Hay mañanas como esta en la que el sol simplemente invade cada rincón de la habitación, cualquier habitación.   
En mi boca todavía tenía el mal sabor del vómito y es que efectivamente, bebí demasiado anoche. Pero no importa, con sólo un trago del enjuague bucal que siempre guardo en mi bolsa se soluciona...
...Perdí mi bolsa...

No importa, no había nada realmente importante allí y entre mi ropa había un par de billetes con los que era más que suficiente para comprarme unos tamales y hasta un atolito en el puesto de acá afuera. Con eso se me quita el mal sabor de boca y hasta me ayuda con la cruda.

Me puse rápidamente la ropa que por fortuna estaba muy cerca de la cama y salí con cuidado de no hacer ruido para no despertar a quien aún descansaba en ella. Mientras caminaba rumbo al puesto de los tamales me sentí diferente que el resto de las personas, y ellas lo sentían también, de eso estoy segura.

Pedí uno verde y uno de dulce, el hombre que me los entregó pareció arrastrar su grasienta mercancía sobre mis manos, me dio asco. Cuando terminé de comer me fui hacia mi casa, ya no soportaba la maldita calle, a la maldita gente, especialmente los hombres, todos asquerosos comiendo porquerías y gritando obscenidades desde sus camiones y camionetas. Así que fácil, malditos cobardes.

Cuando llegué a mi casa vacía me dediqué a limpiar, así tal vez valdría la pena haber empezado el día tan temprano. Recogí los restos de comida rápida que se fueron acumulando a lo largo de las semanas, sacudí un poco el polvo, pero no mucho porque odio el polvo y no quería quedarme respirándolo mucho tiempo, lavé mi vajilla de plástico rosa y finalmente, arreglé un poco mi guardarropa que es lo único que me reconforta un poco. Doblé con cuidado mis blusitas, pantalones y faldas, puse en orden mis zapatos y uno que otro accesorio como una mascada o una diadema.
 
En esto se me fue todo el día y cuando menos me doy cuenta ya es hora de ir a trabajar. Elegí con cuidado lo que me iba a poner aprovechando que está todo ordenado. Me puse mi camisa favorita, una de tirantes color vino con un pequeño encaje dorado en la parte de abajo, una falda tableada color negro y unos zapatos altos que hacen juego con todo. Me peiné el cabello en una media cola, haciendo que resalten mis luces y me adorné los ojos y los labios con un poco de color. Hoy por primera vez en mucho tiempo me sentí guapísima.  
En cuanto salí a la asquerosa calle, me sentí sucia al instante, todos me hacen sentir sucia por cómo me miran cuando voy pasando, creen que ya lo saben todo de mi por tan sólo verme un instante, pero no saben nada...
En cuanto llegué a trabajar, me senté en el vestíbulo para esperar a que me asignaran un cliente. Ya no sé si la música que ambienta el lugar estaba muy alta o ya de plano mis oídos están jodidos.

Una compañera se acercó a mí y extendiéndome su mano con un vaso de plástico en ella, me dijo: “Las nuevas tienen derecho a un trago gratis” y sonrió irónicamente. Bebí de un sorbo el sabor etílico del brebaje que tenía en las manos, sabía horrible pero además había oído que si bebes rápido, se te sube más pronto.

 
Mencionaron mi nombre, seguido de otro totalmente desconocido.
 
En cuanto vi al dueño de aquél nombre sentí ganas de llorar, era un hombre de unos 50 años más o menos, llevaba puesta una camisa color amarillo pollo debajo de la cual sudaba y unos pantalones de mezclilla muy ajustados que hacían más notorio su sobrepeso. Tenía la mirada perdida en sus ojos lagañosos y en su boca se asomaban dos asquerosos dientes amarillos.
Entramos a la habitación donde había despertado esa mañana y en cuanto se cerró la puerta agarró violentamente mi blusa color vino me la quitó rompiéndola en dos. Con sus grandes manos frotó mis senos y colocó su cabeza en medio de ellos untando todo su sudor... Creí que vomitaría en ese preciso instante.

En la habitación había una botella de whisky barato que alguien había olvidado, en cuanto la vi me solté de los bruscos brazos de aquel animal y le ofrecí un trago. Él sonrió mostrando sus asquerosos dientes y aceptó. Le serví en un caballito que me encontré junto a la botella y sin que se diera cuenta me terminé el resto del whisky de un solo trago. Mi garganta se estremeció y mi cabeza comenzó a dar vueltas, finalmente estoy ebria, por fin he llegado a ese estado en el que ya no me importa lo que ese animal haga conmigo, lo cual estaba bien porque así no me resistiré y probablemente colocará más propina entre mis prendas como el hombre de la noche anterior.

 
Ya todo está bien. Sólo espero... No levantarme temprano mañana...



Valentina Rascón
 
México D.F. octubre 2011







Cruda realidad


Me levanto recordando absolutamente nada, tendido en la cama veo como el techo de mí habitación gira dando vueltas y vueltas, aún con los lentes puestos mí visión es borrosa, los párpados me pesan, no quiero ser presa de este tranquilo sueño. El mal olor que invade mi habitación, es más fuerte que el olor penetrante de mi boca seca, el calor hace que se eleve mucho más la humedad de la mancha espesa que está a un costado de mí cama. 
Sobre la pila de libros, arrinconados en una esquina de la habitación, veo la botella en la que sumergí mis sentimientos esa larga noche, ahora mi mente comienza a recordad ciertas imágenes de lo que paso en la víspera, fue una noche terrible, pero aún más terrible es lo que se siente a la mañana siguiente, mí cuerpo adormecido esta apático en esta pequeña cama, los ladridos de los perros hacen que mi cabeza retumbe y el eco fragmenta mi cerebro para dejarlo hecho añicos, cierro los ojos para no poder ver al sol quemando mi retina, no puedo moverme, mis entrañas se comen unas a otras, luchan por un trozo de bolo alimenticio, es inútil las cervezas y las botellas de tequila fue lo único que ingerí ayer. De repente, la desesperación se hace sentir de tal forma que la sed invade hasta la más recóndita célula de este cuerpo maltratado. El vacío hace que el estómago me arda, parece como si un incendio estallará consumiendo hasta el más pequeño órgano dentro de mi ser.
Las ganas de ir al baño me recuerdan que tengo que bajar las escaleras, si aguanto un rato más puede ser que alguno de mis riñones reviente, no cambiaría nada, de todos modos el dolor que siento es indescriptible. 
Por fin me levanto de aquel sudoroso colchón, busco mis sandalias pero no las encuentro, entre colillas de cigarros y envases de cerveza llego a la puerta, recorro el pasillo iluminado por un resplandeciente rayo de sol, bajo las escaleras al igual que lo hago con la bragueta de mí pantalón, al bajar por completo, tanto las escaleras como la bragueta, mis ganas de orinar son más fuertes de lo que fueron hace algunos segundos, por fin llego a la puerta del baño, la abro, levanto la tapa del escusado, saco mí miembro sucio y enrojecido, y cuando hago el esfuerzo por orinar, una gota de ardiente líquido recorre mí estómago, baja hasta mis testículos y viaja a lo largo de mi adormecido pene, suelto un grito de dolor, no puedo orinar más, esa gota desgarro nos solo mí cuerpo sino también mis sentidos, tengo las ganas y la sensación de querer desalojar toda la cantidad de alcohol que consumí anoche, no lo puedo hacer, solo esa gota pudo salir, las demás se quedaron atrapadas por el famoso y mal llamado mal de orín.

Misael Zavala Sánchez
Texcoco, Estado de México, octubre 2011

Un Brindis

Recuerdo perfectamente mi primer borrachera, estoy casi seguro, al menos, tenía quince o catorce años y bebí cual cosaco tres tragos de una bebida llamada Viña real, suficientes para embotarme los sentidos y llevarme a ese estado que algunos llaman incrospido, otros beodo, otros más tomado, otros pedo y los más suelen llamar borracho; esa primer experiencia, o acercamiento con el alcohol,  fue suficiente, no para abandonarlo, sino para adoptarlo como compañero fiel y detonante de mis más lúcidos pensamientos. Cosa extraña pero cierta, el alcohol en sus múltiples presentaciones se convirtió no sólo en el escape sensato a la realidad, sino también en el amigo que esperaba, claro que la cruda fue atroz, claro que el regaño consecuente de mi madre fue de proporciones sísmicas,  pero al estar sentado ahí en mi cuarto que no paraba de moverse y escuchando los gritos de mi madre, mi único pensamiento se remitía a esa sensación tan extraña y placentera, esa idiotez tan simpática que me hacía ver todo desde otra perspectiva: la del imbécil. Que momento tan revelador, la catarsis más pura, se liberaban al fin mis múltiples yos, mis muchas máscaras. No me convertí en tomador de marca de la noche a la mañana (ese recurso del tiempo)  más bien, fue todo un proceso desarrollado a lo largo de los años en aras de considerarme un libador profesional. Cierto que en ese proceso he llegado a ser definido como una persona de garganta aventurera (que le entro a todo pues) sin embargo considero necesario el catar todo tipo de fermentaciones, Roma no se hizo en un día, eso lo saben todos. Entre cervezas, curados, coñaques (todo error apela a la licencia poética) whiskies, mezcales, vinos, rones, vodkas, he rendido el debido culto a Baco y mi garganta se ha decantado por las cervezas como su bebida preferida, abandonando la aventura. Tantos años de beber traen consigo su experiencia, ahora se que no debo mezclar el ron con la cebada, que el vodka es benévolo conmigo, que el vino me provoca una cruda terrible, que el whisky  me parece la bebida más fina que he tomado, que el vomito se ve como un terrible síntoma cuando puede ser la ayuda esperada para seguir bebiendo, etc. Así, el alcohol mi amable compañero, ha sido testigo de mis más grandes fracasos, de mis mayores triunfos, de mis momentos más brillantes, de mis  momentos tristes y del sin fin de momentos pasajeros que son llevaderos sólo con su compañía. Incluso podría decir que me ayudo a encontrar el amor, bajo su embrujo me encontraba cuando conocí a la dueña de mis quincenas (cosa que no existe) al mirarla,  tras escalar capas y capas de alcohol que me nublaban la vista, sólo atine a sonreir y dejarme ir en improperios contra ella (por supuesto era el amor) hasta culminar con vomitarle los pies en franco corolario de mi borrachera, mi entrada triunfal al amor. Sinceramente agradezco la tolerancia y que lo depuesto no haya causado una mala impresión, me gusta pensar que me mostré autentico y esa fue mi carta fuerte.  Ha estado ahí, fiel testigo, yo lo tomo y lo respeto, todo aquello que entra por mi garganta y que en su proceso de elaboración  apela a la creación  (la destilación esta emparentada directamente con la alquimia) merece mi respeto. Cierto que en muchas ocasiones he sido llamado mala copa, ese termino insultante que algunos utilizan para describir a todo aquel que bajo los efectos del licor observa conductas, digamos, no agradables para con los demás, entiéndase jodón, broncudo, demasiado efusivo, demasiado cariñoso, encimoso o incluso con tendencia a cambiar de sexo, de tal suerte que mis expresiones corporales llámese buscar pelea o ser muy reiterativo en un punto especifico  me han ganado tal mote. He tenido mis malos momentos con él, como, cuando por más que lo bebo no consigo el efecto deseado, o  cuando tras beber tan sólo una copa me encuentro ya mareado, quiero decir que me molesta la inconstancia, aunque para hacer honor a la verdad es más una cuestión de mis condiciones físicas y no del alcohol mismo, eso y más, muchas veces el dinero que quisiera invertir en su compañía debo invertirlo en otros sanos esparcimientos, debo reconocer que también gusto de apreciar el mundo sin el matiz de la bebida. Matices aparte, la visión de la realidad, empresa harto difícil  sin él, es caso perdido para mi, no confundirse, no me asumo como un alcohólico sino más bien como un bebedor que conoce y aprecia lo que se toma y que por lo tanto gusta de cultivar su gusto, luego entonces, la realidad se presenta en esa disyuntiva, me asumo como tal o le busco eufemismos a mi condición, la gran pregunta. Es eso principalmente,  la bebida no ha impedido mi desarrollo social, ni el de mi intelecto, al menos así lo considero, han crecido a la par y bajo los efluvios del mismo, es decir, que leer un buen libro con una buena copa de vino al lado resulta placentero y esclarecedor, hacer el amor bebido me ha demostrado que aguanto más (consejo no apto para principiantes) comer mariscos en la playa acompañado de una cerveza es uno de los mayores placeres que me he proporcionado, resumiendo, no veo por donde se me critique o se me vitupere mi gusto por la bebida (creo que ese punto lo he dejado muy claro). Los costos de mi afición los he pagado ya, me he enfrentado a la vergüenza y al escarnio, a la condescendencia y a la incomprensión, a la compañía y a la soledad,  todas y cada una han representado un proceso de aprendizaje, no se crea que tropiezo con las mismas piedras, siempre son diferentes, es por eso que no siento vergüenza o pudor alguno al asumirme y mostrarme como lo que soy, yo bebo y soy, no soy por que bebo, el anterior axioma sólo se explica, por supuesto, bajo los efectos del alcohol. Mi afición-adicción no surgió como una evasión de la realidad, aunque acepto que se haya convertido en eso, cualquier cosa es mejor que mirar al mundo de frente, en estos tiempos y en aquellos, es mejor mirarlo con la brumosa capa de la idiotez y el alma desinhibida.  Es por eso muchachos que este discurso llega a su final, semejantes reflexiones han provocado en mí la urgente necesidad de humedecer mi paladar, de darle rienda suelta a mi afición. Siendo así no me queda más que apurar mi trago, recibir a mi compañero y pronunciar aquella palabra que nos hermana hoy y siempre, Salud. 

Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.

domingo, 2 de octubre de 2011

La Fraternidad


Éramos cinco, cada uno decidido a demostrarle al otro que aquello no era juego, enfrascados en una batalla más, otra ceremonia dedicada al Dios Baco de los perdedores. Todos burócratas de segunda, formados siempre en el escalafón hacia el ansiado ascenso que jamás llegaba, trajes brillosos de tanto uso, contentos con portar uno que otro accesorio de marca, el cinturón Hugo Boss, la corbata Armani, el reloj Swatch, comprados a crédito y en pagos interminables. Altaneros, soeces,  egocéntricos, ocultos tras capas de soberbia y pedantería, empecinados en mostrar orgullo y aplomo, brindando con el compañero enemigo y disfrutando aquello que tenia muy poco de reunión entre camaradas y si mucho de disputa. Nos conocimos en la universidad, cuando podría decirse que aun éramos promesa,  al menos de nuestras familias, que ponían mucho de su parte para creernos tipos inteligentes y diferentes, capaces de enmendar la larga carrera de errores familiares. Nos acercó la bebida, cosa común en esos ambientes,  pseudo-estudiantes capaces de dejar la vida en una botella con tal de demostrar hombría y aguante, largas borracheras en donde la felicidad era tomarse al mundo y mandar al carajo la realidad.  De todo aquello sólo quedo la anécdota, tipos que vagaban en la mediocridad de reunirse a contar logros pasados e historias carentes de interés para cualquiera, las mismas de siempre repetidas como mantra de nuestro vicio: el día en que uno………aquella vez en que……..todas esas botellas que nosotros…….Ceremonia de pocos, soledad compartida si es que puede existir el término, beber con el otro sin prestarle atención, cada uno encerrado en su trago y sus demonios. Nos turnábamos el recorrido al refrigerador en busca de cervezas entre burlas y apremios, éramos mediocres si, pero capaces de sacudirnos la desidia y emerger de nuestras corazas con tal de ser el más bebedor,  pobre de aquel que intentara dormir o decir basta no puedo más, el reto residía en demostrarnos que aquella empresa aun estaba a nuestra altura, fraternidad de perdedores, amigos del exquisito arte de matarse poco a poco, libar entre iguales era la única catarsis que buscábamos, una batalla más entre nosotros, un rito más de nuestra hermandad, bebimos hasta el final, como debe hacerse,  hasta que no pudimos más, hasta dejar el vaso sin terminar, hasta descubrir que no había respuesta y la felicidad nos tendría que esperar. 
Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.

sábado, 1 de octubre de 2011

Brindis del bohemio en doble A

Cuando escucho esas estúpidas expresiones de ánimo estilo Mariano Osorio me dan ganas de vomitar, de mandar todo mi esfuerzo al carajo y entrar a una sucursal de La Divina, La Europea  o incluso al primer Walt-Mart que se atraviese, para gastar mi quincena en buenos tequilas, güisquis  y vinos, así recuperaría mi verdadera identidad  y acabaría de una buena vez con todo esto; me encantaría cagarme en el puto optimismo de esos discursitos extraídos de quien sabe qué manual de superación personal, que por obvias razones sólo apantallan a la gente pendeja y fracasada.
“¡Bien papá! Estoy orgulloso de ti por haber demostrado una gran fuerza de voluntad”, ¿desde cuándo este babotas se cree un motivador profesional y se expresa con esta arrogancia, como si tuviera autoridad moral para algo? Mejor debería estar orgulloso de que, sin importar mi natural estado de ebriedad, lo mantuve hasta los 27 años, hasta que terminó su maestría, doctorado y quien sabe cuantas madres más que hasta parecían puros pretextos para no trabajar. Yo no lo juzgué, soltaba el dinero sin mediar cuestionamientos o reproches de algún tipo. En mi papel de padre siempre fui alivianado.
“No sabes cuanta alegría me da por ti, de que al final hayas entrado en razón y comprendas que la vida nos ofrece un sinfín de oportunidades de gran belleza. Ya verás que todo por la grandeza de Dios saldrá muy bien… hasta te estoy viendo más guapo”, ¿desde cuándo ésta se volvió la madre Teresa? no vaya a salir con que ahora quiere regresar o peor aún qué tal que quiere presentarme a su “nuevo amigo” Jesucristo, que trae tan de moda, yo zafo. Así pasa con las mujeres: les atraen los hombres indomables como yo, primero fingen comprendernos, tratan de llevarnos el paso, de tomar al parejo, pero cuando descubren que uno es de carrera más larga les da por querer estabilizarse y estabilizarnos, y cuando descubren que no pueden cambiarnos, patalean, se encabronan, gritan hasta vaciar sus pulmones, hasta que uno termina por irse harto de tanta incomprensión, y ellas a su vez buscan comprensión en el primer pendejo con características totalmente opuestas a las de uno que se atraviesa. Ahora luego de tantísimos años ella se cuelga las medallas, cree que sus esfuerzos, sus rezos y sus sermones dieron frutos y que de alguna forma influyó en mi “cambio”. Ingenua, porque ni yo he cambiado ni esta efímera abstinencia tiene que ver con ella. Porque debo aclarar algo: no he dejado el alcohol ni pienso dejarlo nunca, digamos que estoy en un receso para recuperar fuerzas y seguirle después. Pese a lo que diga Mariano Osorio definitivamente uno no debe ni puede cambiar. Ni si quiera las advertencias del médico pueden orillar eficazmente a un hombre de mi edad a cambiar, porque al final de cuentas el doctor no te dice nada nuevo, son cosas obvias hasta cierto punto: qué el alcohol hace daño, sí eso lo sé; que uno ya no es un jovencito, eso también lo sé y lo padezco a diario, las agruras son más incandescentes cada día, y cada día me cuesta más trabajo mear y cagar, (de coger mejor hablamos luego). Uno envejece y el tiempo te pasa la factura, porque hasta las frutas y las verduras, que según mi médico son lo más sano que hay,  se empiezan a pudrir después de cierto tiempo. Que quede claro: es el tiempo y no el alcohol el principal culpable de mi actual condición tan precaria, independientemente de la explicación técnica y los nombres que el doctor le quiera poner. Por eso digo que las indicaciones médicas son como los sermones de la iglesia, uno los toma en cuenta si le da la gana, si no pues los desechas como un klinex o como si fueran uno de tantos consejos frívolos que se escuchan en la televisión. Lo que yo no pude pasar por alto fue el consejo de la muerte. La muerte nunca antes me había hablado desde tan cerca, al punto de sentir su tacto y su gélida respiración mezclándose con mi aliento; su vaho como un licor de azoe entró en mi organismo para congelar mi pulso unos momentos y eso se siente de la chingada. Mi razón para tomar siempre ha sido que me gusta disfrutar la vida, así que es natural que no quiera morir, mejor dicho, no quiero morir en este momento. No me importaría morir ahogado en alcohol en unos años, cuando sea un anciano. De hecho me gusta la idea de pasar los últimos años de mi vida, mi “tercera edad”,  perdido en el agua. Pero para eso primeo debo efectivamente ser viejo. Ahora es momento de beberme un receso… perdón, quise decir: de tomarme un receso y recobrar las fuerzas necesarias para aguantar la borrachera definitiva, la auténtica del estribo.

Romeo Valentín A, octubre de 2011
Tlalnepantla, Estado de México