miércoles, 22 de febrero de 2012

Editorial



Los Animales

En la literatura hay innumerables relatos dedicados a los animales. En novelas, cuentos y poemas muchas veces son personajes principales o compañeros memorables (Pensemos en Babieca, Rocinante, Óptimo-Máximo). Pero los animales son más que simples compañeros del humano, si desde Darwin y Freud quedó claro que la línea biológica y psicológica que nos separa del animal es casi inexistente, en la literatura no hay diferencia alguna. Es en las fábulas clásicas donde se representa más explícitamente el papel que los animales juegan como símbolo de la condición humana: más que compañeros y “criaturas inferiores” son representaciones de nosotros mismos. Los animales se han vuelto íconos de las virtudes (astuto como un zorro, sagaz como un águila) también de los defectos  (ponzoñoso como víbora, fácil como perra); los sapos, las ratas y las cucarachas representan la repulsión; el águila la sabiduría, el león la valentía, el perro la fidelidad y un largo etcétera.  Este mes en Desencuentros,  hablaremos de los animales y su relación con los seres humanos, o mejor sería decir, de cómo los animales reflejan, con sus muy particulares características, las pasiones, sentimientos y virtudes de lo que muchos aun se empeñan en llamar naturaleza humana.  

jueves, 16 de febrero de 2012

Ojo de Gato


Por supuesto alguna vez analizamos esa posibilidad,  sin embargo después de sesudas discusiones, que nos tomaron no pocos milenios, llegamos a la conclusión lógica: no se puede ir contra la naturaleza. Ciertamente la cadena evolutiva nos permite, modestia aparte, una posición privilegiada, vivimos en la cima y no es casual,  pocas especies pueden jactarse de haber llegado a tal grado de evolución,  por supuesto no es gratuito, hemos sido denostados, menospreciados y tratados como meros acompañantes domésticos, nada más alejado de la realidad, somos seres superiores dotados de una inteligencia envidiable, observamos, juzgamos y en el colmo de la sabiduría, no actuamos.  Decidimos no intervenir en los designios de la naturaleza, la realidad es para nosotros simple y constante, el caos exquisito de la existencia es para nosotros tan preocupante como acicalarnos a diario. Nuestra complejidad es tal que hemos decidido no explicarla,  nuestra sabiduría se comprueba a diario sin necesidad de tomarnos la molestia de ir más allá de ronronear; nosotros no queremos demostrar nuestra superioridad, tampoco nos crea problemas que aquellos que se hacen llamar seres humanos se ufanen de su raciocinio y anden por ahí mostrando a cada rato  su ignorancia y poca humanidad. Allá ellos y sus ideas y sus aires de superioridad, nosotros con toda humildad podemos decir que no hay prueba más fehaciente de nuestro dominio que cuando nos sentamos a esperar a que nos rasquen la panza. Leche, comida y observar la realidad, cuando los humanos alcancen ese grado de evolución, quizás nos comencemos a preocupar. 

Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.

lunes, 13 de febrero de 2012

El Método

Al sentir la respiración de la cándida paloma quieta entre sus manos, Fernando se llenó de orgullo y alegría. Era la primera vez en 10 años de vida que su ego se alimentaba con esa satisfacción que surge cuando se cumple con una misión por iniciativa y méritos propios. Hacía casi una semana que Fernando intentaba ganarse la confianza del arisco animal que ahora reposaba despreocupado entre las pequeñas manos humanas, plácido, mirándolo fijamente a los ojos con un halo de confianza y sumisión que Fernando sólo había detectado anteriormente en la mirada de los perros.
En una de sus cotidianas fugas a la azotea del edificio, Fernando se había interesado en la pandilla de palomas, al intentar tocarlas escaparon por los aires. Fue entonces que se le ocurrió la idea.
En otras ocasiones había llevado a cabo experimentos similares, pero sin duda lo que se le ocurrió al contemplar el vuelo de las palomas representaba un reto mayor por ser más complejo.
El niño acostumbraba refugiarse en la azotea, pasaba ahí tardes enteras, a veces mirando durante horas el precipicio de 10 pisos que se abría entre sus ojos y el suelo, a veces tramando planes ociosos, a veces escondido detrás de los tinacos hasta que una mano violenta lo devolvía al departamento lleno de monstruos, demonios, fantasmas y un aire azufrado que cada vez era más difícil de respirar.
Para iniciar su plan robó un pan duro y lo pulverizó. Subió a la azotea, se recostó boca arriba a la vista de las palomas y se regó las moronas de pan sobre el pecho con la infantil intención de capturar a la primera que se posara sobre él. Esperó y esperó, quieto, conteniendo la respiración, observando la lenta trayectoria del sol menguante, pero las palomas desconfiaban de su camuflaje y de sus intenciones; algunas más atrevidas bajaban y caminaban cerca de él pero escapaban al menor movimiento sospechoso. Entonces Fernando cayó en cuenta de que la naturaleza maliciosa y engañosa de su plan era evidente hasta para las palomas, que si bien no son tan cándidas y fáciles de agarrar como los perros y algunos gatos, sí están bastante acostumbradas a los humanos. Se sintió avergonzado de su método fantasioso y se reprochó con dureza su actuación infantil. No comprendía que la tendencia hacia la fantasía es natural en los niños -por muy cercanos a la adolescencia que estén- pero es que Fernando había dejado de considerarse como tal desde muy pequeño.
A veces la técnica más sencilla y obvia es también la más eficaz, por eso cuando Fernando regó las moronas en el suelo alrededor suyo y se sentó tranquilo a esperar, las palomas -casi de inmediato- bajaron a comer de la forma más natural, sin juzgar al dador de alimento. Creyó conveniente esperar más antes de seleccionar e intentar capturar al ejemplar idóneo para el experimento, así que repitió la operación los subsecuentes días tratando de ganarse la absoluta confianza de las aves. En Términos generales su plan iba avanzando y arrojando resultados visibles. Más rápido de lo que pensó las palomas estaban comiendo de la palma de su mano, excepto una de color blanco con manchas cafés que contrastaba con las otras por su apariencia esmirriada y por sus hábitos alimenticios –el curioso animal, luego de comer algunos trozos de pan en el piso, buscaba pedazos de piedra un poco más grandes que el polvo y se los tragaba-. Fernando supo que ella era el individuo ideal para su experimento y trató de doblegar su actitud arisca ofreciéndole migajas de pan dulce y trocitos de papas Sabritas, que a pesar de resultar agradables para el paladar de la paloma, no la impulsaban a comer de la mano humana, aunque cada vez era menos desconfiada.
Tal como muchos descubrimientos científicos a lo largo de la historia de la humanidad, la captura de la paloma se dio más por azar que por la efectividad del método, pero ello no le restó mérito al esfuerzo puesto por el pequeño científico.
Fernando había llorado mucho esa tarde, estaba furioso y su frustración y dolor eran tan grandes que se quedó sin fuerza y se durmió profundamente detrás del tinaco que siempre le servía de escondite durante “esos momentos”. Entre su sueño amargo sintió un leve roce en sus manos que lo despertó y al abrir los ojos, la paloma arisca hurgaba sola entre sus dedos en busca de comida. Sus miradas se encontraron frente a frente por unos segundos que parecieron minutos, hasta que el ave en vez de volar asustada siguió hurgando con confianza. Fernando aprovechó la oportunidad para acariciar al ave y está se dejó. Entonces simplemente estiró las manos y tomó a la paloma que lo miraba piadosa sin oponer la mínima resistencia…
Fernando sujetó con firmeza los extremos de ambas alas de la paloma y las estiró como los brazos de Cristo en la cruz de un movimiento rápido y macizo; repitió el movimiento varias veces, cada una con más fuerza hasta que escuchó un tronido, mientras, la paloma se convulsionaba tratando de zafarse. La puso en el suelo para cerciorase de que no pudiera volar, el ave trató de escapar pero el daño fue efectivo y la desafortunada no pudo siquiera caminar, mucho menos mover las alas. Fernando la capturó de nuevo y la lanzó con todas sus fuerzas hacia el precipicio, de la misma forma en que se lanza un balón de futbol americano. El niño miraba con fascinación los intentos de la paloma errática para detener su caída libre de10 pisos con las alas dislocadas, y se preguntaba si el animal volador sentiría la misma sensación de vértigo y adrenalina que sentía él; el mismo vértigo que sintió el cachorro maltés que uno de los vecinos acostumbraba dejar amarrado en la azotea cuando se ausentaba de casa; el mismo vértigo que sintió aquel gato -al que primero sujetó de la cola e hizo girar como boleadora para azotarlo contra las paredes antes de arrojarlo desde la azotea y refutar de un sólo golpe las estúpidas creencias infundadas de que los gatos tienen 7 vidas y que siempre caen de pie-. La primera vez que se fijó en las palomas de la azotea, Fernando también se había preguntado si un animal volador sería más resistente que uno terrestre ante una eventual caída libre. Él creía que no, y para demostrarlo el primer paso lógico era conseguir al animal correcto y después inhabilitar sus alas.

Romeo Valentín Arellanes
Estado de México, marzo de 2011




jueves, 2 de febrero de 2012

El Charrasqueado




Por el camino ancho hacia la Cruz viene caminando Chente Castro, lo se por que de a tres horas acá me viene siguiendo, hace rato que pase yo por la Cruz y deje un mensaje escrito en la tierra: aquí estuvo Moisés Alvarado. Si lo ve el que mi persigue se da cuenta que no le tengo miedo y que si sigue derecho me encuentra. Me salí del pueblo nomás empezaron a sonar las campanadas de la misa de gallo, ya me lo había dicho mi mujer, Chente Castro  te va a matar, dice que le debes mil quinientos pesos por el chivo que le mato el charrasqueado. Hace tres semanas que se me perdió el charrasqueado, mi mejor perro chivero, y digo chivero porque le gusta matarlos y bañarse en su sangre, no se los come nomás se mancha todo de sangre y después anda todo contento corriendo por el monte. Y hace tres semanas se me perdió y llega mi mujer con la razón de que el perro andaba por el monte matando chivos y que Chente me busca por el dinero que le debo. Vengo al monte a ver si de casualidad veo al charrasqueado y de paso que lo agarro y lo amarro al maxocote pa que se este cuidando el terreno. Si lo tengo desde cachorro, me lo encontré en la calle, más bien digo en el cerro de peña blanca, su madre ya estaba muerta igual que los otros cuatro cachorritos y pensé que desde cría este perro era corrioso, por eso me lo traje a la casa, nomás que salió muy bravo, me mato dos puercos un chivo y todas las gallinas. También se le avienta a la gente y ya van tres niños que muerde, el único que se salva es Federico, el loro de la casa, nunca se lo ha comido el perro. Federico anda suelto por la casa y anda jodiendo al charrasqueado todo el tiempo, aquel nomás se echa y llega luego el Federico a jalarle la cola con el pico y estarlo moliendo, el perro se voltea agarra al perico con el hocico lo zarandea y lo avienta al suelo, y el perico se va volando y mentando madres. Lo que me preocupa ahora es ese Chente, porque a mi no me hace nada, pero si encuentra primero al perro, se lo echa. Ya llevo más de dos horas aquí parado, que no aparecen ni el charrasqueado ni Chente, me sospecho que ya se canso aquel de seguirme, aunque sea, yo traigo el machete por si se ofrece. Y ya parece que viene un hombre y se me figura que es Chente, ahí viene el condenado, si es, cómo no va ser si desde aquí se ve la cara de pendejo que nunca ha podido quitar. 

- Que cosas quieres tú que me andas siguiendo desde que salí del pueblo.

- Nomás quisiera yo Moises que te sirvas pagar un chivo que me mato tu perro y que por lo mismo me debes mil quinientos pesos.

-¿Y quien te dijo que fue mi perro?, ese anda perdido en el monte y no se sabe nada del.

 -Pues eso mismo se yo  y en el monte andan también mis chivos y el que se murió, nomás lo mataron y no se lo comieron, que por eso no fue un coyote o un gavilán.

-No te pago nada hasta no se vea que fue mi perro el que mato tu chivo.

-Me pagas o me cobro por la fuerza.

-Pues Tu dirás

Este Chente ni hace nada, que se esta haciendo pendejo nomás, me ve y me ve y no me suelta un machetazo.

-Ah, no es bueno morirse por pendejadas, pero que queda que si mato tu pinche perro quedamos a mano.

Tiene razón, si fue mi perro pus ni modo y si me lo matan ahí queda. Pero donde que el condenado perro no aparece, y mejor me voy al pueblo no vaya a ser que ya regresó y yo todavía lo ando buscando en el monte. Mira nomás  si ese que esta ahí tirado al lado del chorro es el charrasqueado, mira nomás que esta todo balaceado, pero si hasta lo acuchillaron y se ve que lo paso el tren, pobre animal que se lo echaron y con saña. Lo quería, quería al pobrecito animal, pero se lo tiene por haber sido tan bravo y condenado, ya no le debo los mil quinientos a Chente pero me duele ver a este animal aquí, así, parece que lo mataron como si fuera hombre que pago venganza. 

-Oye mujer que estaba el charrasqueado tirado al lado del chorro, bien muerto.

-Si lo mato Chente, que así se cobraba su dinero, dijo. Se lo encontró ahí donde dices cuando venía del monte, me lo vino a decir, y también me dijo que no me preocupara que a mi marido no le había hecho nada.

- Cabrón,  se vengo muy feo del animal.

-Al menos ya no se le debe y  ese perro era muy malo, mataba mucho chivo.

-Será, pero no me quedó muy claro si fue el charrasqueado o no el que mató al chivo.




Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Mentiras para dormir

Sonó el timbre y la tranquilidad de la familia reunida en la sala se rompió. El padre hizo a un lado el periódico y se levantó del sillón individual para abrir la puerta, la madre lo siguió con la mirada y simuló que continuaba bordando; la hija mayor se esforzó para evitar el llanto y logró desatar el nudo que se formaba en su garganta, mientras que la hija más pequeña seguía acariciando a Rex y dirigiéndole palabras melosas a las que el perro a penas si respondía inmerso en un estado de cansancio e indiferencia más allá del bien y del mal.
-¿Quién llegó? – Preguntó la niña pequeña- ¿Es el doctor de Rex?
- No, es el jardinero- respondió el padre, y escoltó al recién llegado hasta el patio y le dio un a pala y un zapapico, le indicó el lugar exacto debajo de la jacaranda donde debía cavar y permaneció supervisando al trabajador.
Rex tenía siete años más que la pequeña. En edad humana podría ser su hermano mayor, pero en años perrunos era como su abuelo octogenario. Padecía múltiples achaques, desde hace varias semanas un dolor agudo en la espina dorsal le impedía ser el perro juguetón, feliz y activo de antaño y lo hacía aullar de sufrimiento durante las noches frías; le faltaban cada vez más dientes, le era cada vez más difícil digerir la comida y chocaba continuamente con las paredes. La niña estaba preocupada por la decadencia de Rex, pero confiaba en que el doctor podría curarlo igual que otras veces.
El timbre sonó de nuevo y la hermana mayor dejó escapar unas lágrimas. La madre abandonó el bordado y nerviosa abrió la puerta; sintió alivio al ver que era la tía consentida de las niñas quien llamaba. La mujer entró fingiendo haber llegado espontáneamente como por casualidad.
-Vengo a invitar a mis sobrinas consentidas al parque.
La hermana mayor, conciente de la farsa declinó la invitación y secó sus lágrimas, pero la inocente pequeña aceptó de inmediato.
-¿También podemos llevar a Rex?
- No chiquita, acuérdate que está enfermito- respondió la madre.
- Ya sé pero a él le gustaría mucho ir un ratito, antes de que llegue el doctor.
- No, porque después vamos a pasar a un restaurante -intervino la tía- es más, si quieres puedes quedarte a dormir en mi casa: te tengo una sorpresa.
La niña, feliz y sin pensarlo dos veces corrió a su habitación para preparar la maleta, olvidando momentáneamente al perro.
El timbre sonó por tercera vez en el día. La madre abrió de nuevo. Era el veterinario de cabecera, el mismo de gesto bonachón que solía aplicarle las vacunas a Rex, cortarle el pelo y que lo había rescatado en dos ocasiones de la muerte.
La hermana mayor, adolescente al fin y al cabo, se quebró ante la presencia del médico y huyó a su cuarto para poder llorar con libertad y desahogar su impotencia, pues sabía que las decisiones de su padre eran inapelables.
La tía entró a la habitación de la más pequeña para apurarla y llevársela de la casa lo antes posible. Mientras, la madre relataba al médico los pormenores sobre la salud de Rex.
La pequeña, se sintió más tranquila al ver al doctor de rostro familiar y confiable, pensó que la sospechosa frase “tenemos que dormir a Rex” que escuchó comentar a sus padres el día anterior y que inquietó tanto a su hermana, no escondía en realidad algún otro significado. Para la niñita era normal que su hermana hiciera dramas gratuitos y era lógico pensar que el doctor dormiría al perro para revisarlo mejor, porque era obvio que Rex detestaba las revisiones médicas, incluso una vez había intentado morder al veterinario.
-Adiós Rex, nos vemos mañana cuando te despiertes- dijo y abandonó la casa junto con su tía.
El perro sin fueraza para levantar la cabeza, sólo le dirigió una disminuida mirada de despedida y volvió a cerrar los ojos mientras la madre lo acariciaba pidiéndole perdón.
Diez minutos más tarde, el trabajador terminó de abrir el agujero a la sombra de la jacaranda y salió de la casa contando las monedas de su paga. Casi una hora después que el jardinero, salió el veterinario contando los billetes ganados por administrar la inyección letal.


Romeo Valentín Arellanes
México, Edomex,1 de febrero 2012