martes, 21 de mayo de 2013

Editorial mayo


Canibalismo y antropofagia 



Pareciera que son la misma cosa pero no lo son. El canibalismo y la antropofagia son conceptos distintos, únicamente sinónimos si se aplican a nuestra especie, y nos parece interesante aclarar el matiz. Ejemplo: los perros pueden llegar a comer carne humana, por lo tanto son antropófagos mas no caníbales, pues es bien sabido que “perro no come perro”. La mantis religiosa hembra devora al macho después de copular, entonces practica el canibalismo, pero es casi imposible que copule con un macho humano para devorarlo después, así que la mantis no es una especie antropófaga (ni acostumbra el sexo interespecie). Otro ejemplo: Las ratas. Llegan a comerse entre sí para controlar la sobrepoblación y está documentado que no tienen inconveniente en probar la carne de algún suculento humano que duerme plácidamente. Las ratas son pues: caníbales y antropófagas igual que los seres humanos, aunque, claro, al decir que un humano es caníbal antropófago se incurre en un pleonasmo. A diferencia de las ratas, un humano al comerse a otro de su especie está transgrediendo un tabú, está actuando de forma antisocial. Si bien algunas culturas antiguas y tachadas de “incivilizadas” por occidente, practicaban la antropofagia como ritual, ahora las historias de caníbales son propias de la nota roja o policiaca de los periódicos e indignan o exaltan el morbo de la población. Sin embargo nuestro instinto caníbal está ahí manifestándose en nuestro lenguaje, actitudes y ritos cotidianos, porque ¿quién no se ha “comido” a otro con la mirada?, ¿quién no ha sido la “comidilla” en su grupo de amigos?, ¿quién no ha sentido que se lo “comen las ansias” , o dicho compasivo “se lo van a comer vivo” al ver que un inexperto se enfrenta a un grupo de experimentados?¿Cuántos intentan devorarse a sí mismos cuando nerviosos se muerden las uñas y se comen los pellejitos de los dedos?, ¿quién no ha tratado de hincarle el diente a su vecina o vecino?¿ Qué católico fervoroso no ha comido la carne de Cristo simbolizada en la hostia?¿Cuantos de ustedes lo harían si se ven forzados en una situación extrema? Lo ven, hay mucho material para escribir sobre el Canibalismo y Antropofagia este mes de mayo en Desencuentros. 
Por cierto en junio cumpliremos dos años y todavía no sabemos cómo lo vamos a celebrar. 

Depredadores

Comenzó igual que comienzan las enfermedades crónicas, con un síntoma aparentemente insignificante. El señor Martínez notó que le faltaba un pedacito del dedo meñique en su pie derecho. El hueco lucía tan natural como una callosidad, como si el dedo hubiera sido limado por el paso del tiempo, no le dolía, no le sangraba, no le impedía caminar así que no le dio mayor importancia. Tenía otros temas urgentes en qué pensar, como pagar la hipoteca, el auto y su enorme deuda con las tarjetas de crédito, eso sí le preocupaba y lo frustraba. Cuando comenzó a endeudarse destinaba gran parte de su sueldo a pagarle a los bancos, con la esperanza de liquidar los compromisos más rápido, se decía que era mejor “sufrir carencias unos meses” que estar endeudado para siempre. Pobre iluso, porque invariablemente al final de cada quincena se quedaba sin un centavo y tenía que echar mano de las tarjetas de crédito para cubrir sus necesidades básicas. Así, cada fin de mes la deuda había crecido un poquito más, y de poquito en poquito llegó el mal día en que el señor Martínez fue incapaz de cubrir los pagos mínimos. Lo que temía sucedió, se atrasó y los intereses del adeudo se inflaron hasta volverse impagables. El señor Martínez notó que ya le faltaba todo el dedo meñique del pie derecho y parte del homólogo en el pie izquierdo, pero seguía sin dolerle, sin sangrarle y podía caminar perfectamente, por eso aunque se preocupó algo y se dijo a sí mismo que iría al doctor, no lo hizo, se le olvidó, abrumado como estaba por el acoso de los bancos que inundaban su buzón con citatorios y avisos de embargo, y que lo llamaban por teléfono incluso de madrugada para recordarle el vencimiento de su fecha de pago, estaba enganchado. Una tarde de principio de mes, el señor Martínez llegó fatigado del trabajo como de costumbre, y recogió la correspondencia del suelo como de costumbre. Se quitó los zapatos, se sobó sus cada vez más incompletos pies; tumbado sobre el sillón que aún no terminaba de pagar, abrió con fastidio cada uno de los sobres: recibos, avisos de embargo, publicidad. En el último sobre, el señor Martínez encontró una nueva tarjeta con su nombre grabado en letras doradas, una tarjeta de crédito ilimitado que jamás había solicitado. Provenía de un banco tal vez nuevo, que el señor Martínez nunca había escuchado nombrar, ni recordaba haber visto alguna sucursal. Dentro del sobre también había un folleto en el que se indicaba que la tarjeta se activaría automáticamente en la primera compra, o se desactivaría a los tres meses en caso de no ser utilizada. Habló para cancelarla, pero nadie respondió en el número escrito en el sobre, y en Internet el portal del misterioso banco estaba “temporalmente fuera de servicio”. Se prometió a sí mismo que no usaría el nuevo plástico hasta no tener más referencias… no pudo cumplir su promesa, pues sobregirado como estaba tuvo que echar mano de ella para comprar un litro de leche, rastrillos, una botella de ron, un paquete de analgésicos y unas vendas. El cajero de la tienda tomó la tarjeta sin suspicacia alguna, como si diario vieran millones de esa marca y a deslizó por la banda magnética son suavidad y confianza.
El siguiente síntoma, registrado algunos meses después de la llegada de la nueva tarjeta, fue la caída de cabello, no la caída normal de su edad, sino que en tres días se le cayó tanto que parecía un enfermo de tiña. Luego se le cayeron varios dientes y desaparecieron completamente los dedos de ambos pies. El doctor descartó la tiña, la anemia y la lepra, que son enfermedades que pueden causar síntomas similares, e hizo lo único que pueden hacer los doctores cuando no comprenden: más estudios y más análisis. Aparentemente su vida no corría peligro, dijo el doctor, pues sus síntomas no eran dolorosos, no había secreciones y el señor Martínez podía seguir con su rutina en relativa normalidad. Vale decir que el señor Martínez pagó todos estos servicios con la tarjeta de crédito del banco misterioso y que en todos los meses que llevaba usándola nunca había recibido un estado de cuenta, nunca vio una sucursal, no pudo acceder al portal electrónico y tampoco pudo comunicarse a la línea de atención a clientes. El señor Martínez no sabía nada de aquel banco y no le cabía otra explicación más que la tarjeta pertenecía a otro Juan Martínez y había caído en sus manos por error, así que se decidió usarla hasta que alguien reclamara. Estaba más tranquilo y confiado con esa tarjeta aunque su condición de salud se hacía más rara, aunque los intereses de sus otras tarjetas seguían creciendo, aunque los acreedores seguían inundando su buzón con citatorios y avisos de embargo y seguían despertándolo de madrugada con amenazas telefónicas. Esas malditas llamadas eran lo que más le molestaba, hubiera hecho cualquier cosa por detenerlas. Por eso se arriesgó a transferir todas sus deudas a la del banco inxistente. Primero probó en el banco Santander, luego en Bancomer, en Banamex, en la tienda Liverpool, en el autofinanciamiento, en la agencia hipotecaria, todos sin dudarlo, estuvieron de acuerdo en liquidar el adeudo, mejor dicho, en vender la vencida cartera vencida del señor Martínez al banco desconocido. Igual que los cajeros de las tiendas, los ejecutivos bancarios parecían estar familiarizados con el “misterioso” plástico de Martínez. Se sintió por fin liberado, compró champagne para celebrar y pensó que al día siguiente iría al dentista a cotizar una nueva dentadura. Esa noche las llamadas cesaron. Sin embargo la resaca llegó. Lo despertó el olor a sangre y la humead en su camisa. Los huecos de sus encías chorreaban. Estaba empapado. Luego un calambre. Gritó de dolor. Intentó sobarse la pierna acalambrada, pero ya no tenía pierna. Sonó el teléfono. Sintió un calambre en la otra pierna. El teléfono insistió, la otra pierna también desapareció. Un calambre en la cintura y el teléfono seguía sonando, alguien tocó el timbre. El señor Martínez cayó al piso y se arrastró en un intento estúpido por tratar de hacer algo para aguantar el dolor mientras el teléfono pitaba y el timbre sonaba y los calambres ascendían por su cuerpo. Alguien deslizó un estado de cuenta por debajo de la puerta y la cabeza de Martínez seguía arrastrándose en el suelo chorreando sangre.

Romeo Valentín Arellanes
México DF, mayo 2013


lunes, 20 de mayo de 2013

Cuento prehispánico

Lo que recuerdo es estar dormida boca abajo sobre el pasto. Así me desperté, y la luz del sol que me daba directo en la cara no me permitía mirar bien donde estaba, solo podía escuchar agua y pájaros cantando. Cuando por fin mis ojos se acostumbraron a la luz vi que estaba frente a un gran lago lleno de lirios y pequeñas chispas doradas producidas por el sol. Me arrastré hasta la orilla y con los codos recargados en la tierra me asomé; vi divertida mi reflejo, mi cabello estaba suelto y las puntas caían mojándose en el lago, de repente un movimiento deshizo mi imagen salpicándome la cara y haciéndome retroceder; el movimiento vino del lago y a pesar de que me asustó, la curiosidad me hizo volver asomarme y al hacerlo vi jugando entre los lirios una especie de humanos con piel azul y tatuajes verdes o amarillos en forma de círculos y líneas por todo el cuerpo, tenían cabello largo y sus ojos eran como gotas y brillaban de un color amarillo verdoso como sus tatuajes. Era hipnótico verlos bailar entre los lirios, uno de ellos me miró y no hice nada para desviar mi mirada, nos observamos por un largo tiempo, hasta que el sonido de un caracol que era soplado por alguna persona me sacó de la hipnosis que me tenía ese ser. El sonido venia de una pequeña valsa con gente dentro del lago; en ese momento mire a mi alrededor y me di cuenta de que había mucha gente, mujeres y niños comerciando, otras personas hacían danzas y ofrendas, unos cuantos pescaban en valsas en el lago y algunos guerreros entrenaban en un lugar apartado. 

Créanlo o no, yo estaba en algún lugar de la gran Tenochtitlan, observé a todos y me observe a mi, yo vestía igual que ellos, llevaba plumas y cuentas adornando mis tobillos y muñecas; la paz que se respiraba era inmensa, la gente hablaba y por una extraña razón entendía perfectamente su dialecto, lo entendía tan bien, que supe sin equivocarme la gravedad que significaba el que alguien gritara aterradoramente “Tlacanexquimilli, Tlacanexquimilli”. 

El cielo se oscureció, la gente empezó a correr presa del pánico y yo sabía muy bien por que lo hacían, Tlacanexquimilli era el hombre largo, el fantasma que sale de noche, el come gente. Lo vi salir de entre los árboles, su aspecto era repugnante, traía restos de carne humana pudriéndose por todo el cuerpo, emitía gruñidos que retumbaban en ecos por las montañas y sínicamente esbozaba una sonrisa desdentada, como si supiera que nada ni nadie pueden escapar de él. Los más fieros guerreros que se encontraban ahí se le abalanzaron intentando matarlo, pero era inútil, caían vencidos como niños contra un gigante. El ultimo guerrero que quedaba de pie, le asestó un golpe mortal con su maquahuitl, pero extrañamente el come gente no murió ni si quiera se doblo de dolor, solo se sacó el arma del guerrero de la panza y al instante lo tomó por la cabeza, y se lo empezó a comer prácticamente vivo, el miedo corría por mis venas al ver como pulverizaba al guerrero con sus mandíbulas sin dientes y su saliva quemaba por donde pasaba la lengua, su panza se cerró de la herida causada en la batalla con el guerrero ya dentro de él y sus ojos; dos cuencas negras, se encontraron con los míos; mi estomago se contrajo, me sonrió dejando ver restos del guerrero muerto en su boca sin dientes. En ese momento supe que tenía que correr sin sentido ni dirección, solo correr, y eso hice, podía sentir su aliento nauseabundo detrás de mi. No me di cuenta como pasó, pero en una zancada larga que di caí en el lago y de inmediato me enredé en los lirios, lo único que pensaba era que moriría ahogada y no tragada por Tlacanexquimilli; pensaba en eso cuando una de esas extrañas criaturas que había visto en el lago se me acercó nadando, estaba tan cerca que su nariz tocaba la mía. Me asustó tanto que estúpidamente grite dentro del lago, sacando el poco aire que tenía y dando un gran trago de agua, al instante, la criatura me tomó por la cintura arrancándome de los lirios y llevándome rápidamente hacia la superficie, al salir tomé una bocanada de aire y como si el cielo solo esperara que eso pasara, se partió en dos producto de un rayo que iluminó toda la noche seguido de un trueno que hizo retumbar la tierra. Una tormenta empezó a caer y las criaturas del lago salieron; eran 5 y puede reconocerlas con claridad. No es que esos seres fueran azules, si no que sus cuerpos eran de agua, con lirios y truenos en su interior como venas, eran los Tlaloques, ayudantes del gran Tlaloc, se veían majestuosos y 4 de ellos se fueron contra Tlacanexquimilli, y uno, el que me salvó, me miró con sus ojos de trueno e interpreté esa mirada como un “vete”. Así que salí del lago y volví a correr desesperadamente sin dirección, la lluvia y la oscuridad no me dejaban ver el camino, salvo cuando un rayo iluminaba la noche. A tras de mi oía los truenos y los bramidos de Tlacanexquimilli, lo que me indicaba que la pelea continuaba. De repente la lluvia paró y todo se quedo en silencio, deje de correr y volité, no me di cuenta por que la oscuridad no me dejaba ver, fue hasta que lo tuve muy cerca, que noté la presencia del come gente, me tiró y me abrazó sin dejarme mover, su aliento era repugnante, grité, lloré, forcejé pero todo fue inútil, él solo me veía divertido con esa sonrisa sin dientes, el pánico heló mi sangre, solo esperaba el momento en que me fuera a tragar y él lo prolongaba para hacerme sufrir, de repente abrió su monstruosa boca y me mordió en el cuello, sentía la presión de su mandíbula y su saliva quemándome la piel. No puedo expresar el terror que sentía solo pude gritar. 

-Haaaaaaaaaa!. -que tienes, estas bien- me dijo una persona abrazándome en la oscuridad, -tranquila, tranquila, es solo un sueño- volvió a hablar la voz mientras encendía las luces. Reconocí el cuarto de mi novio, mi respiración aun estaba agitada y mi cuerpo temblaba -tranquila, tranquila, estoy aquí- dijo mi novio nuevamente mientras me abrazaba y poco a poco fui recordando mi realidad, había sido su cumpleaños y para celebrar compramos muchas cervezas y un regalo “especial” que le había llevado. -gracias, vuelve a dormir, ya estoy bien- le dije mientras me ponía su camisa para ir al baño. Tenia nauseas, no se si por recordar mi sueño o por todo el alcohol que bebimos esa noche, llegue al lavabo y me moje la cara, extrañamente el agua me daba tranquilidad, me mire al espejo que estaba sobre el lavabo tal y como lo hice en aquel lago y recordé mi primer encuentro con los tlaloques, sonreí tranquila, solo fue un sueño, estaba apunto de salir del baño cuando mire en el espejo algo horrible en mi cuello, una especie de chupetón, solo que era muy grande para serlo, a demás de que se veía claramente la forma de una boca, pero sin huellas de dientes, mi estomago se revolvió, me costaba trabajo creer que eso me lo haya podido haber hecho mi novio en un arranque de pasión, eso mas bien parecía hecho por Tlacanexquimilli. Corrí al cuarto y me metí entre las sabanas abrasando a mi novio como abracé a ese Tlaloque cuando me salvó la vida. Lo único que pensaba era; no vuelvo a combinar la mota (ese era el regalo especial que le llevé a mi novio) con el alcohol cuando haya leído un cuento prehispánico.


Lic. Sandoval
Morelia, Michoacán, mayo 2013 


viernes, 17 de mayo de 2013

Buen gusto


Miré hacia los lados y medí mis posibilidades de salir ileso, al ver que eran muy pocas, me encogí en hombros y apreté las mandíbulas, de repente tu mirada y la mía fueron un choque de trenes, habías descubierto mi presencia, por lo tanto intentar la retirada resultaba fastidioso. Me acerqué hasta done estabas, de inmediato distinguí tu fragancia, era tan dulce.  

-¿las atienden bien?- pregunté dando un recorrido alrededor de la mesa para finalmente aterrizar en tu mirada.  

De inmediato tus amigas volvieron sus rostros hacia ti, al mismo tiempo que mi seguridad recuperaba terreno y mi ritmo cardiaco se estabilizaba.

-bien, muy bien- contestaste, mientras tu dentadura perfecta dibujaba algo parecido a una sonrisa. Yo, por supuesto, aguanté estoico el embate.

-Estoy para servirle- me lancé a matar.

Repetí la cortesía en las otras mesas, sin perder de vista cada uno de tus movimientos, la manera exquisita en que degustabas cada bocado, cómo deslizabas suavemente la servilleta alrededor de tus labios que no perdían su natural carmín, seguido de un sorbo de vino, no perdías detalle de la plática y de vez en cuando me mirabas haciendo parecer aquello una casualidad.

Alzaste tu mano blanca con delicada soltura, el mesero se acercó hasta tu lugar y le pediste la cuenta. Pasaste junto a mí, sacudiste tu enorme cabellera, tu perfume alborotó mis sentidos de una manera alarmante, cerré los ojos e imaginé mil formas de saborearte, quería probar de ti emulando ese placer tuyo al comer. De momento abrí los ojos y me apresuré a alcanzarte, estabas en la puerta de tu auto, en cuanto retiraste la llave estiré mi brazo para abrirte la puerta, te rogué me aceptaras una cita, por fin accediste.

Durante un mes recorrimos los mejores restaurantes de la ciudad, buscábamos las mejores combinaciones hurgando en los mejores sabores, por ejemplo:

Tu pedías anchoas y yo te sugería vinos rosados del sur de España. Comida china, chenin colombard. Comida hindú, vinos dulces, blancos o secos con cuerpo. Mole poblano, espumante brut o nature. Mariscos, blancos secos y ligeros, espumantes. Postres con chocolate, espumantes, jerez, tokaji húngaro. Postres con frutas, espumantes, cosecha tardía, sauternes.

Durante ese mes no platicamos mucho sobre nosotros, yo seguía siendo un desconocido para ti, pero tampoco pusiste mucho interés en ello, te sorprendían mis pláticas sobre gastronomía, creo que pensaste que aquello me daba estilo, no lo sé, en realidad ahora ya no importa.

Esperé sigiloso el momento exacto, cada instante junto a ti era admirar tu hermosa figura, tus largas pero carnosas piernas, tus senos redondos, medianos, pero carnosos, tus labios gruesos y carnosos igual, cada rincón de tu cuerpo invitaba a un banquete digno de un rey.

Ayer te hice una propuesta distinta.

-qué te parece si mañana vamos a mi casa, quiero cocinarte- te lo dije decidido, te lo dije con ternura.
-¿pero también cocinas?, me parece excelente- aceptaste, y ese asombro en tu mirada...

Llegaste a las 8: 00 p.m. como acordamos (me encanta la gente que llega puntualmente al momento y lugar indicados), salí corriendo, atravesé el largo pasillo y te abrí el zaguán para que metieras tu auto. Besé tu mejilla y tu deslizaste tu cara sobre la mía, rozaste mis labios con los tuyos, mi piel se erizó, la tuya no, quizá tenias más experiencia que yo, el plazo se había cumplido y la ocasión no ameritaba un ataque de histeria, así que devolví la cortesía, y nos dimos el primer beso desde que nos conocimos, nos dimos a probar cada uno, como una entrada sublime.

Ya en la caza te ofrecí una copa de blanc de blancs, diste un sorbo, la colocaste sobre la mesa de centro, juntaste tus manos, y lanzaste la pregunta del día.

- y bien, ¿Qué preparaste?-

-aún no comienzo- contesté.

-te estaba esperando- completé.

-¿qué vas a preparar?-

-a ti- respondí.

Me miraste con asombro, sonreíste, soltaste una carcajada y yo me excité una vez más...

Creo que comí demasiado y no puedo conciliar el sueño, ya casi va a salir el sol, dónde estás, quiero probarte otra vez, es gula, lo sé, pero quiero más. Bajo las escaleras, entro a la cocina, abro el refrigerador, sigues ahí, eres mía, entierro el tenedor, pruebo otra vez, qué delicia, creo que te amo.

Benji el Malo
México DF. 

martes, 14 de mayo de 2013

Ojos de Jade



Existió en un tiempo una tribu guerrera, con un espíritu de lucha, lleno de corazón
Ésta tribu, caracterizada por ser combatiente y bélica cambiaba constantemente de líder, el cual llevaba a cabo una serie de defensas del título de jefe, pues todos los guerreros podían aspirar a ser el nuevo con el hecho de retar a un duelo a muerte al actual jefe del clan

La tribu mística realizaba un ritual de preparación, el cual comenzaba con la selección de plantas y hongos místicos que eran molidos hasta hacer un polvo fino; al ritmo unísono de tambores; el ejército de guerreros forma un círculo en cuyo centro había de enfrentarse el guerrero jefe de la tribu contra el adversario retador.

Dos guerreros tomaban en sus manos la mezcla de hierbas en polvo, misma que se soplaba a todo pulmón directamente a las narices de los contendientes a través de un tubo de bambú pequeño; de igual manera los guerreros espectadores que un círculo formaban con el fin de inducirlos al trance idóneo para el duelo.

El combate se llevaba a cabo golpe por golpe, uno a la vez, directo al pecho en el lado derecho, sonde se sitúa el corazón. La batalla y elección del nuevo jefe finalizaba cuando uno de los dos guerreros cayera muerto por el golpe del adversario.

Hubo un guerrero, que a muy temprana pero suficiente edad quiso detentar el título de jefe de la tribu.

Desde muy joven, el niño con ojos de jade entrenaba hasta el desfallecimiento, sudor, sangre y desmayos eran sus acompañantes y testigos. Sus sueños fueron constantemente inundados por los susurros de los dioses creadores que le decían que él sería el siguiente jefe, pero que debía apoderarse del espíritu de su rival por completo, de una forma única, en un acto ritual de reconocimiento de la valentía de su contrincante y finalmente, para poder adquirir los valores de su enemigo.

El día del duelo para aspirar a jefe de la tribu, el joven guerrero se miró en el reflejo de un río y supo que era el día de su ascenso y leyenda.
Los tambores retumbaban en su estómago, vibraban hacia sus puños, subían por su cuello hasta la cabeza y salían finalmente a través de su respiración tranquila y acompasada a los golpes de los tambores. El círculo estaba casi cerrado, abierto únicamente para que la espiritual mezcla de polvos fuera soplada en los guerreros, para luego cerrarse hasta que el combate llegara a su inevitable final.

Sobre el pellejo de los tambores, al unísono sonaron los golpes que anunciaban el inicio del duelo. Para ese entonces, los polvos ya tenían a ambos guerreros situados en un estado de trance puro, idóneo para tan mística ocasión; ambos combatientes, ya situados al centro del círculo, se miraron fijamente a los ojos y comenzaron el duelo.
El guerrero jefe, tuvo su turno primero, y asestó un golpe seco, directo a la parte superior del pecho, donde se encuentra el  corazón del joven retador; no sin dificultades reviró el golpe al jefe de la tribu. Puñetazo tras puñetazo ambos guerreros estaban lidiando contra el inminente descanso eterno. En su respectivo turno, el joven guerrero aguantó un golpe tal que lo hizo caer de espaldas cuando ya el aire no llegaba a sus pulmones por la fatiga de la intensa batalla, se puso de pie trabajosamente, le lanzó una mirada al jefe de la tribu quien sintió el frío miedo de la muerte en un soplo a través del cuerpo

En dicho instante, el jefe pudo ver la cadera de su adversario girar hacia la derecha, el pie izquierdo en la punta bajaba despacio y el tronco rotaba en su eje hacia la parte izquierda, mientras la rodilla derecha se perfilaba hacia el muslo izquierdo, levantando suavemente el talón derecho. Cuando el tronco del joven guerrero terminó su trayectoria, el puño derecho había recorrido una ruta tan directa como sólo una flecha puede tener, para impactarse de tal manera que el jefe de la tribu cayó de espaldas, cual si se tratara de un árbol en la montaña, en el suelo, con los ojos en blanco y convulsiones incontenibles el jefe guerrero había sido derrotado.

Fue en ese momento cuando el joven vencedor tuvo un destello en los ojos, se acercó al torso de su vencido rival, colocó en el suelo su rodilla izquierda,  elevó su puño derecho al punto más alto que su brazo le permitió sólo para dejarlo bajar tan rápido como sólo lo puede hacer un halcón para perforar  el pecho del caído jefe. Aún latiendo se pudo ver el corazón arrebatado del cuerpo ya sin vida del otrora jefe de la tribu, el cual se llevó a los labios, para devorarlo en la más sublime apoteosis que los espectadores pudieron presenciar sin dejar su parsimonioso retumbar de tambores: el ritual tenía un desenlace inesperado que la tribu entera interpretó como apropiación del espíritu guerrero

El guerrero con los ojos de la piedra del jade aceptó todos los retos subsecuentes, ganando invicto todos ellos, engullendo los corazones de sus rivales.

Invicto e invencible, el guerrero fue el jefe de mayor longevidad; incinerado por voluntad propia, solicitó que sus cenizas fueran incorporadas a la mezcla de hierbas que inducirían energía y magia, y transmitirían su espíritu a todos los guerreros de la tribu, pero en especial en el guerrero que seguiría viviendo siempre como un vencedor

Don Leopardo A*
Coyoacán, Distrito Federal

domingo, 12 de mayo de 2013

Comida y personas.


Hay veces en las que, de aburrimiento, pensamos en toda la gente que pasa por esta fonda. Trabajamos desde temprano para preparar el desayuno de la gente que viene a comer todos los días, incluso los domingos, y cerramos hasta muy tarde para dejar limpias las cacerolas, los sartenes, los platos, los cubiertos y finalmente trapear el piso para que quede limpio para el día siguiente y así todos los días. Pues nos aburrimos con frecuencia en este negocio. Todos los días vemos gente de todo tipo pasar por aquí. Entre semana están pobladas las mesas con la gente que trabaja en las oficinas, aunque también llegan artistas, amas de casa, albañiles, taxistas ansiosos por probar nuestra comida. Uno de esos tantos días aburridos, Karla, con sus cosas raras de siempre que la cotidianeidad no pudo sepultar, empezó con una pregunta que a todos nos azuzó para seguir problematizando la cuestión.

—Oye Chucho —me dijo— ¿a qué sabrá uno de esos abogados que siempre se les chorrea la salsa en la corbata?
—¿Cómo? —la miré extrañado.
—Sí, si nos pudiéramos comer al abogado de allá, ¿a qué crees que sabría?
—No sé, supongo que mal. Seguro está grasoso, míralo, está bien gordo.
—Yo me imagino que él quedaría bien en unos tacos para después de la peda. Es como lo que necesitas cuando ya la regaste y hacen el paro para dar el bajón. Además tanto abogados como tacos abundan pero si no lo sabes escoger bien te tuerce más que como estabas antes de comértelo y te jode todo lo que sigue. ¿Cómo te imaginas que será comerse a la arquitecta de la mesa que atiende Lupita?
—Creo que ella quedaría bien en unos chiles en nogada. Tiene buena estructura, debe de estar en un platillo bello estéticamente pero sin que deje de ser funcional, o sea, que sepa rico. Ella definitivamente sería la carne de los chiles en nogada. ¿Cómo ves al albañil de la barra?
—El sería el bistecito asado al comal. Nada complicado, sencillito, poco condimentado sólo sal, que casi nadie lo toma en cuenta pero bien que te saca del pedo para cosas básicas. De una vez te digo como me comería al doctor de la esquina. —continuó Karla sin que nadie le preguntara— Con él tendría que ser en una ensalada, como la pechuga de pollo que luego le ponen. Es para que cuide la línea, sin la grasas y acompañado de unas verduras y nada nocivo para la salud. Pero también a la ensalada le podría poner un poco de hipster de soya, ya sabes por lo vegano y con un adorno a manera de accesorio. No sé si eso se pueda pero se lo ponía.  
—Yo prepararía al ingeniero Eduardo en un bife argentino, se ve con buena actitud, muy feo pero bien preparado estoy seguro que sabría bien asado en las brasas y con unos poquitos de condimentos. Lo acompañaría con unas empanadas de carne de economista, pero de izquierda porque los de derecha me indigestionan y causa más problemas que de los que solucionan. Lo que nunca le pondría sería carne de político, hasta tifoidea han de traer.
—Y diario —siguió Karla— prepararía un guisado sorpresa de humanista para ver quién adivina de qué profesión se trata. Si es amargo, de no muy buena textura y molesto al gusto, se trataría de un teórico marxista o anarquista, dependiendo que tan mal le caiga a la persona que se lo coma. Si es un platillo con vísceras y con un sabor fuerte, como el menudo,  se trata de un escritor realista. O una sopa de fideo con pedazos de un aburrido cronista y combinado de un inútil filósofo. Pero eso sí, aunque no sea humanista, siempre habría un guisado de ama de casa, no hay a quien no le guste y además una ama de casa siempre va bien con todo, es como el color negro... 
—¡Karla! ¡Chucho! —nos gritó doña Maru— Ya dejen de estar platicando y pónganse a atender las mesas. La 4 y la 7 ya quieren la cuenta.  

Lusnav
México D.F., 2013.  

lunes, 6 de mayo de 2013

Devórame otra vez

Ocho de la mañana, hora de levantarse a preparar el desayuno. En la mesa mantequilla y restos de pan tostado que dejaron los ratones. Elisa pone a hervir agua y sirve el pan al tiempo que recuerda los encantos de la noche anterior, los tragos y a su amante. Coge  la mantequilla y observa un cuerpo negro que lucha por salir. Parece no importarle, embarra la mantequilla con mucha fuerza sobre el pan, hasta que los restos del insecto son imperceptibles. Lo coloca sobre el plato y lo pasa a Juan.
-         -- ¿Qué son estos puntos negros?
-        --  Azúcar mascabado.

Juan se lleva el pan a la boca, mientras observa con odio a su esposa.
Nunca había probado una mantequilla tan deliciosa.

Call me Blues
México D.F. 2013

La Gran Antropófaga

Llegas y la calle que se despliega fuera de la terminal de autobuses con su multitud de automóviles y personas te paraliza. Te sientes como un animal en la carretera que ve con pánico como se acercan a toda velocidad un par de ojos iluminando el asfalto. Jamás habías estado en la gran ciudad, siendo que en toda tu vida lo único que has conocido es tu pequeño pueblo de no más de setecientos habitantes, donde todos se conocen entre sí y donde las noticias llegan a cada rincón en menos de veinte minutos. Sin embargo, ahora has decidido dejar la vida de campo para mudarte en busca de nuevas y mejores oportunidades. Tu primo vive aquí hace tiempo y fue él quién te dijo que en la ciudad se gana más dinero, se tienen más cosas y “se vive mejor”. 

Una hoja de papel con una dirección y un teléfono es lo único que te guía por las sobrepobladas calles de la metrópolis. El mapa que compraste en la terminal no te sirve de gran cosa, miles de calles, avenidas, cuadras y colonias hacen imposible el encontrar la que buscas. “Disculpe ust…” “Buenas tardes, me…” “Sería mucha mo…” La gente simplemente sigue caminando, te ignora y no le interesa ayudarte. Un hombre de traje te da una moneda con desprecio, una moneda que no pediste ni necesitas, pero que ahora está en tu mano, con su superficie sin brillo y sus relieves pulidos, resultado de las miles de transacciones de las que ha sido parte. 

Caminas buscando una tienda mientras intentas descubrir qué hora es. No tienes reloj o celular, tú siempre te has guiado por el Sol, pero lo único que tus ojos ven ahora son edificios altos y grises, un cielo azul cenizo y pavimento. Finalmente hayas una tienda donde compras una tarjeta para el teléfono público. Cuando la insertas en la ranura de la cabina llena de grafitis, la pequeña pantalla se ilumina con un mensaje que te indica que la tarjeta está vacía. La señora mal encarada que te la dio, la ver tu cara de provinciano, con lujo de cinismo te estafó; sin embargo ese tipo de pensamientos no pasan por tu mente. Regresas a la tienda “Creo que se ha equivocado…” Se niega a devolverte tu dinero alegando que seguramente esa es otra tarjeta y la estás intentando engañar “No me importa si llegaste hoy, esa tarjeta no te la vendí”. 

Como puedes te mueves entre la gente, cargando tu equipaje e intentando no golpear a nadie con él. Sin embargo te llueven codazos y empujones “Muévete estorbo…”. Los policías no tienen ni idea de dónde queda la calle que buscas y la noche empieza a hacerse presente. Todo comienza a iluminase dejándote boquiabierto, jamás habías visto tanta luz a ras del piso. 

El taxista que finalmente se detiene a recogerte te da un paseo de dos horas por la ciudad antes de dejarte frente al apartamento donde vive tu primo, el cual, resulta que estaba únicamente a seis cuadras de donde estabas hacía un rato. Tu primo te recibe con una sonrisa, le pides agua y te da refresco. Te pide perdón por no haber ido a recogerte “Pero ya sabes, uno siempre tiene muchas cosas que hacer…”. Te pregunta por tu viaje, si te fue difícil encontrar la dirección. Tú cuentas tu travesía y él sólo se ríe. “Ya irás acostumbrándote a la vida de ciudad” 

Pasas un año alejado del campo, consigues un trabajo y tú te adaptas a la nueva vida. Te importa un bledo la gente, te apañas los lugares en el subterráneo y que la embarazada o el anciano que se jodan, insultas a medio mundo en la calle y pasas de largo frente a las personas que te piden ayuda o dinero. A ti nadie te ayudó, ¿Por qué habrías de ayudarlos a ellos? 

Poco a poco, la gente y la ciudad se han devorado tu alma, dejando sólo una sombra, un esqueleto ambulante. Un robot en la calle, un número en el banco, un ticket en el metro, un asiento en el cine, un comprador en la fila del supermercado.
Un citadino. 


Fernando “Viento del Norte” Sánchez. 01 de mayo de 2013. Wellington, Nueva Zelanda. 



Nota del autor: Este cuento no se ambienta en el D.F., en Wellington, en Tokio o en Nueva York, este cuento tampoco busca criticar o etiquetar a todos los citadinos, incluyéndome, cómo unos desgraciados.
Este cuento, tal vez un poco exagerado (pero no mucho) nació de la impresión tan fuerte que me provocó el regresar a una ciudad después de haber vivido durante casi nueve meses en pequeños pueblos* que se pueden cruzar caminando en menos de una hora, con sólo dos o tres calles importantes y dónde las estrellas alumbran las noches.
*Esto último es sin contar Christchurch, no obstante, dada la condición en que se encuentra, es casi una ciudad fantasma.


Sáenz

Noche, siempre noche. La luna, suspendida en el cielo. Entre las nubes, rodeada de nubes. Recuerda un tenebroso ojo. Un ojo de reptil. Un ojo que acecha, frío, inmóvil, a su próxima presa… 
Y ahí, en medio de la noche, está él. Y es que él, ahora, es la noche. Y como la luna, como el ojo del reptil, asecha. Siempre asecha, busca a su próxima presa. Su apellido es Sáenz, eso es lo único que se sabe de él. Lo único que él sabe de sí mismo. 
Camina, pisa la acera una y otra vez. Las sombras lo rodean. Olfatea el aire. Agudiza el oído. Cree distinguir unos pasos lejanos. Se esconde en la boca de un oscuro callejón. La llama a ella: 
-¡Princesa! Ven princesa, ven acá, la cena está servida… 
Entonces aparece ELLA. Princesa, como la llama él. Princesa, la gigantesca gran danés. Sus ojos, sus malditos ojos, sus fauces abiertas, malditas. Parece una aparición infernal, recuerda al mítico Sabueso de los Baskerville. Y está hambrienta. 
Y Sáenz está hambriento. 
El frenesí de la cacería los invade a ambos. Los pasos son ya cada vez más cercanos. Princesa está inquieta. Gruñe, se estremece. Sáenz tiembla, sonríe. Se estremece. Escucha la voz, esa voz, esas voces 

-Mata 
-Destaza. 
-Devora. 

Y también las otras voces: 

-¿Por qué matas? ¿Por qué destazas? ¿Por qué devoras? 
-¿Recuerdas acaso quién eres, quién soy yo? 
-¿Nos has ya olvidado? 

Las voces callan. Sáenz observa ahora a su presa. Su presa no lo ha visto a él. Princesa ha visto también a la presa. La presa ha visto ya a Princesa. La presa intenta huir. Princesa se abalanza sobre la presa. Princesa cierra sus fauces alrededor del cuello de la presa. La presa ruega. La presa llora. Sáenz emerge de su oscuro escondite. Sáenz blande un martillo… 
Sáenz deja caer el martillo sobre la cabeza de la presa, como si le dejara caer su propio destino, el sello de la muerte. El sonido, aquella hermosa armonía, la deliciosa música que produce un cráneo al romperse… Ya está, la presa ha muerto. 
La víctima, un hombre de unos cuarenta años. Ha sido una buena noche, una buena caza. Sáenz sonríe. Princesa mueve la cola. Es hora de comer.



Daniel Votán Gómez Navarro
México DF