“Se busca perrito caliente que me
quiera locamente”
-Romeo y Julieta. Jarabe de palo.
Esta es una historia breve. En la introducción usualmente se cuenta la forma en que se conocen los protagonistas, ese primer acercamiento que da pauta a que todo comience, pero en esta ocasión habremos de saltarnos esa parte. ¡Qué más da como se hayan conocido! Si fue un encuentro casual de la manera menos original del mundo o si por el contrario fue de esas veces que el destino te pone en el lugar y en el momento adecuado. ¿Para qué indagar o romantizar?, la gente aunque no lo creamos, continuamente se la pasa conociendo a otra gente; un extraño en el asiento del metro o aquel que está formado atrás de ti podría convertirse en tú próximo compañero de aventuras o una buena anécdota de tú vida.
Pasemos de lleno al desarrollo de la historia comenzando por el día uno, la primera cita. Ese día ambos protagonistas estuvieron creándose expectativas el uno del otro y también los invadían diversas inquietudes “¿vendré muy arreglada?”, se preguntaba ella, “¿se enojara si llego diez minutos tardes?”, se preguntaba él. De todo el inmenso número de pensamientos que esa noche albergaban, había algo en lo que ambos coincidían; los dos querían pasársela bien, ambos iban a la espera de disfrutar la compañía del otro, no necesariamente tenía que ser de una manera sexual, podría ser sólo con la compañía, a veces una buena platica reconforta más que el sexo.
Ella llegó primero, temía no dar rápido con la dirección, diez minutos después llegó él; se sonrieron, a ella le gustó su mirada y a él le gustó su cabello. No hubo mucho esfuerzo para que las cosas fluyeran, la plática se dio sola “¿un café?” preguntó él, “no, mejor algo menos formal” contestó ella, así que atendiendo a la sugerencia de su acompañante, él la condujo a un bar tres cuadras de donde estaban para continuar con la plática y las risas.
No se sabe con exactitud cuál fue el factor que detonó los siguientes acontecimientos, pudo haber sido el alcohol o el simple hecho de que esa noche ambos iban con la disposición de ser felices; pero el punto fue que decidieron continuar la velada en casa de él, estando completamente conscientes de lo que eso significaba.
Al entrar a la casa ella se sintió como una intrusa en unas ruinas que no entendía qué son o qué fueron, pero que se encontraba profanando, miró los pocos muebles que había, su guitarra, su bicicleta, tratando de descifrar la historia de cada uno de esos objetos y la relación con su dueño, sin embargo, esa sensación fue breve, ya que él rápidamente le dio confianza para adentrarse en su hábitat, ofreciéndole cerveza e invitándola a sacar comida del refrigerador.
Ambos estaban desinhibidos y cuando eso sucede la gente tiende a mostrarse tal cual es y algunos más valientes muestran sus heridas, él tenía una muy grande y dolorosa, ella notó que aún estaba fresca, quiso curársela pero no supo cómo, temía que al tocarla pudiera doler aún más, así que hizo lo que mejor sabe hacer; fingir, fingió que estaba bien, que no le dolía verlo sufrir, fingió que ella no tenía heridas, cuando está llena de cicatrices; sólo pudo besarlo en un intento de calmar los dolores de ambos y como buen analgésico, el beso hizo su efecto. El trató de desnudarla para verla realmente y conocer también sus heridas pero sólo logró quitarle la ropa, y aunque ella trato por todos los medios de que no la viera tal cual es, cuando la tuvo en sus brazos alcanzó a ver en sus ojos sombras de los monstruos que lleva por dentro, esos que la asechan con frecuencia.
“Quédate” dijo él, “no puedo” contestó ella. Sí podía, pero no quería, empezaba a sentirse vulnerable, en cualquier momento sus monstruos se podían escapar.
Él salió a despedirla dándole tres besos seguidos en la boca y durmió solo, recordando el olor de su pelo y el calor de su cuerpo. Ella se fue temerosa y angustiada y durmió sola, preocupada por el futuro.
Los días siguientes pasaron; se querían ver, eso estaba claro, pero no lograban coincidir en tiempos hasta que una semana después lo hicieron.
Era la segunda cita y el lugar fue en casa de él. Ella desde antes de llegar sentía un malestar de esos que le dan cada que sus monstruos se sueltan de sus cadenas. Cuando llegó con él ya era inevitable esconderlos, estaban afuera y él los pudo ver con toda la claridad del mundo, ahí estaban, completamente expuestos sus miedos e inseguridades en formas monstruos, él se espantó, era lógico que sucediera, pero no se fue, se quedó con ella, hasta que poco a poco los volvió a encadenar.
Hubo un momento de paz, sus monstruos ya estaban domados y aunque la herida de él seguía abierta y fresca, esa noche no dolía tanto. Se volvieron a besar, esta vez no había alcohol de por medio, así que el efecto analgésico fue aún mayor y duró más tiempo, haciendo que se olvidaran de cualquier herida o cualquier monstruo. “quédate” pidió él, “sí” contesto ella.
Esta vez se quedó y ambos conocieron otra fase de ellos mismos, por ejemplo que él suele tener los pies fríos y ella la piel caliente, que él no ronca y duerme bonito sin casi moverse y que ella por el contrario no sabe dormir en pareja, pues lleva mucho tiempo durmiendo sola.
A la mañana siguiente sonó el despertador, él lo apagó mal humorado y abrazó a ella contra su pecho, le gustaba cómo se sentía su piel junto a la de él “cinco minutos más” dijo, pero no fue así, si acaso sólo fueron dos minutos más los que se quedaron abrazados y él se levantó, le gustaban las mañanas aprisa; ella se vistió torpemente y cuando terminó, él ya la estaba esperando en la puerta, se le hacía tarde para el trabajo, ahí parado dándole el sol en la cara ella percibió lo que le parecieron algunos monstruos de él, pero no quiso averiguar ni hacer ruido para despertarlos, no tenía ganas de conocerlos estando aun adormilada.
A esa mañana le faltaron besos, tiempo o tal vez sólo un buen café cargado. Se despidieron con un beso y un “me llamas” dicho casi al mismo tiempo. Ninguno de los dos, se ha vuelto a llamar.
Igual que no hubo introducción en esta historia, tampoco hay un desenlace, tal vez haya un día tres en donde se despierten sin prisa o tal vez ambos ya se olvidaron; a lo mejor las heridas son muy dolorosas y los monstruos muy poderosos y eso les impide buscarse, o tal vez sólo sea que a él no le gusta pensar en el futuro y a ella le cuesta vivir en el presente.
Dos días es poco tiempo para conocer todas las heridas o todos los monstruos de una persona, también lo es para mostrarse todo lo que ellos se mostraron y más aún es un breve tiempo para enamorarse. Ahora ambos forman parte de un capítulo de la vida del otro, se contaran cómo anécdota entre sus amigos de más confianza o se tendrán como un bonito secreto, no se sabe con exactitud, en la vida, algunos personajes aparecen en diversos capítulos, se van y vuelven a aparecer, aunque sea sólo en dos páginas.
Lic. Sandoval
Atizapán de Zaragoza, Estado de México.
Enero 2018