domingo, 1 de enero de 2012

Editorial




Los siete pecados capitales 

Este mes en Desencuentros estamos en oferta por que el primer tema del primer mes del año es (o son) los Siete Pecados Capitales, siete temas por el precio de uno para iniciar este 2012 más generosos que en el buen fin. Envíen cuentos, relatos anécdotas sobre su avaricia, gula, pereza, lujuria, soberbia, ira o envidia, o sobre todos estos y otros pecados mortales. 

Para iniciara el año: 

Uno de nuestros propósitos para 2012 –además de lograr la paz mundial y bajar de peso- es hacer más dinámico este proyecto. A lo largo del año iremos cambiando algunas dinámicas e implementando algunas secciones. Estén atentos, escriban y comenten. 

Buen año a todos

Gusto vacío

El Mascapiedras se ganó ese mote por su afición a comer cosas que harían vomitar a la mayoría de pobladores del mundo, a excepción, claro, de aquellos habitantes de regiones excéntricas que –derivado de una antigua necesidad alimentaria que después se volvió costumbre y luego en factor de identidad- han adquirido un gusto por los alimentos más fétidos y extravagantes que pueda concebir la imaginación humana. Son precisamente este tipo de comidas las que integran la dieta del Mascapiedras y las que le han generado la fama de poder ingerir cualquier cosa. 

Aunque es de carácter pretencioso y algo fanfarrón, Mascapiedras es hospitalario y lucido como anfitrión. La mesa de su casa está siempre puesta para todo aquel que quiera acompañarlo, se jacte de tener un paladar lo suficientemente audaz y aventurero, morboso o simple tenga disposición para conocer algo distinto. A lo largo del tiempo ha consolidado un reducido pero constante grupo de comensales frecuentes que ven en él a un gurú. 
Un banquete en la casa de este excéntrico millonario degustador, siempre inicia con una buena botana de variados insectos que coloca al centro de la mesa para compartir, con la intención más que nada de tantear los ánimos y los límites de sus comensales. Este entremés consiste en una cama de chapulines y gusanos de maguey adobados, traídos desde Oaxaca; encima coloca tarántulas y escorpiones gigantes asados, oriundos de China y otras regiones de Asia, todo ello condimentado con jugo de naranja agria, chile en polvo y salsa de soya pura todavía en fermentación. Varios comensales de paladar virgen, abdican en esta primera parte de la comida. Simplemente no pueden superar su prejuicio hacia los gusanos ni su miedo a los arácnidos cuyo color negro perverso y malévolo se acentúa por la forma en que está servido el plato. Las arañas y escorpiones lucen más intimidantes encima del montón de cadáveres de saltamontes y gusanos húmedos de salsa, rojos como la sangre. Pero contrario a lo que pudiera pensarse, el sabor de este platillo es bastante pasable, sólo un poco más fuerte que la condimentada comida chatarra que se sirve en los bares. Mascapiedras lo hace apropósito, califica como superficiales a las personas que no pasan esta prueba que es simplemente visual, no estarían preparadas para el segundo plato, al que llama entremés mediterráneo. 
Nada tétrico hay en la apariencia de esta segunda degustación conformada de queso y embutido, pero el olor es nauseabundo. El elemento principal es una salchicha cruda tipo Andouillette, traída de un pueblo aún medieval de Francia; se prepara con sangre, intestinos y especias envueltas en tripas gruesas de cerdo que no están bien drenadas, por lo que huele literalmente a mierda y sabe a mierda envinada. Los que logran pasar el bocado sin vomitar, rápidamente comen para aliviar el paladar, un trozo de queso de Cerdeña, que se sirve en el mismo plato. Pero el sabor a leche podrida de este queso agusanado oriundo de Italia, es casi tan nauseabundo como el del embutido, con el agregado de que puede sentirse en la lengua uno que otro gusanito intentando escapar de la boca. Los comensales que en este punto no han corrido al baño caen en el círculo de comer otro trozo de Andouillette para quitarse el sabor del queso, y luego dar otra mordida al queso para matar el sabor del pútrido Andouillette, hasta que Mascapiedras se compadece de los invitados y les sirve un vino tempranillo extremadamente ácido y astringente para lavar el paladar, lo que los invitados agradecen como si se tratara del mejor vino francés. Sorprendidos mientras beben la segunda o tercera copa de vino, los comensales finalistas miran a Mascapiedras abstraído comiendo a grandes bocanadas la tripa de cerdo y cucharadas de queso agusanado, incluso acaba con la porción de los ausentes y las sobras de los demás. 
Ningún primerizo en la mesa de Mascapiedras llega hasta el platillo principal que, dependiendo de la ocasión, puede ser tiburón podrido de Islandia en seviche o a la tártara, o alguna variante del versátil tofu apestoso acompañado de Balut, el cruel huevo con embrión de pato que se come en Filipinas. Los comensales asiduos a los banquetes de Mascapiedras se cuentan los dedos de una mano y son todos cocineros profesionales con el criterio tan amplio como sus paladares. Con el paso del tiempo han adquirido una especie de adicción por estas rarezas, aunque jamás llegan a los excesos de glotonería de Mascapiedras. Observan con fascinación como el comelón devora plato tras plato de tofu apestoso, inmerso en una especie de trance; lo miran embelesados cuando engulle un feto de pato tras otro como si se tratara del manjar más exquisito de la Tierra. Creen que el fanfarrón de Mascapiedras tiene un don culinario similar al oído absoluto del músico virtuoso o la memoria fotográfica del pintor: un paladar absoluto; por eso lo tratan como a un gurú al que alaban y lambisconean en público. Si supieran la verdad oculta tras la fascinante gula de Mascapiedras, si supieran su secreto se sentirían tremendamente desilusionados y engañados como idiotas: Mascapiedras perdió completamente el gusto y el olfato a raíz de una rara y agresiva infección en las vías respiratorias cuando sólo tenía 13 años. Desde entonces todo alimento que pasa por su boca anestesiada, es una masa insípida. Gran parte de su tiempo lo ha dedicado a buscar un platillo de sabor tan fuerte y olor tan penetrante que pueda devolverle el gusto. No lo ha logrado y de ahí su afición por los platos más apestosos y penetrantes. Ese también es el origen de su gusto por impresionar a otros. Cuando come no siente nada, sólo nostalgia . Con un puñado de escorpiones y chapulines trata de recordar a que sabían las frituras de papa y los cheetos que comía en su infancia. La salchicha Andouillette y el queso agusanado le recuerdan a panquecillo con queso Filadelfia. Con el tofu apestoso intenta traer al presente la sopa de fideos y el consomé de pollo que preparaba su madre, y con el balut se imagina como sabría un huevo de chocolate relleno de nueces y rompope. Recuerda pero cada vez se le hace más difícil, los sabores de su infancia están desapareciendo poco a poco, sólo le queda el consuelo del aplauso ajeno y la admiración de los ingenuos, la sensación de triunfo que produce hacer algo que los otros no pueden, pero cambiaría su fortuna por recuperar el gusto. Para él ingerir todos esos costosos platillos fétidos es una experiencia vacía, similar a la del gigoló que incapaz de amar, posee a una mujer distinta cada noche, es un reflejo de su propia impotencia.




Romeo Valentín Arellanes
México DF, enero de 2012

¿A qué hora sonó el despertador?

Un día más lleno de obligaciones, el reloj marcando los segundos, los minutos, las horas, avanza sin misericordia para con los perezosos, el mundo sigue su curso y no avisa, pareciera que todo se mueve demasiado rápido para siquiera notar en qué momento dejó de sonar el despertador. Tú sólo buscas refugiarte en las sabanas, sabes que tienes que ir a trabajar, sabes que las obligaciones esperan, tú sólo buscas dormir un poco más, al carajo todo, al carajo el horario de oficina, hoy llegarás tarde, como ayer, como mañana, después de todo, reflexionas, lo que ganas no merece siquiera el esfuerzo de llegar temprano, bañado y con el aliento de dos tazas de café. Las 9 y ya están tocando a la puerta, quién dijo que el mundo tenía que empezar su recorrido tan temprano, quién en aras de la productividad sentenció aquello de madrugar para recibir la ayuda divina, miras por el ojo de buey intentando pasar desapercibido y te topas con que dos señoras muy educadas y a leguas bañadas te dan el buenos días, qué de buenos podrían tener si cuando intentas pasar desapercibido la estúpida sombra de tus pies te delata tras la puerta, abres y recibes una cátedra de apologética y sobre la salud de tu alma que no esperas recibir desalborozado, mucho menos con el sueño encima y la vergüenza de sentirte descubierto intentando ocultar tu identidad, dices no, escuchas pacientemente y vuelves a decir que no, que no hay biblia en casa y no te interesa la salud de tu alma, cierras y vuelves al sofá a repasar las obligaciones que para ese día ignorarás. El sueño lo cubre todo y caes de nuevo en ese estupor tan delicioso que es el no estar, reflexionas adormilado, así debería ser la vida, comer cuando se tiene hambre, dormir cuando se tiene sueño, soñar cuando se tiene imaginación, lo demás es secundario, lo demás es vanidad, sentencias en el colmo de la creatividad velada por el dormitar, de pronto te angustia sentir que, mientras tu duermes el mundo evoluciona a tu alrededor, no avanza, evoluciona, cambia, se transforma, todos a quien conoces están “haciendo algo” ya están trabajando o se dirigen a sus trabajos, ya tienen la computadora prendida y beben el primer vaso de café, ya aportan su granito de arena a la productividad y a mantener la inercia de la vida girar (bonita reflexión para quien duerme en el sofá) ya son las 12 y te entra el pánico, quién se robo 3 horas en tan poco tiempo, quién se llevó esas horas de tu vida tan preciosa que dedicas a haraganear, el día debería tener 36 horas para desperdiciar, y mientras duermes y el reloj avanza y no logras despertar, te tranquilizas y concluyes valientemente con un bostezo final, al carajo todo, tienes sueño y dormirás, que el mundo gire y no se detenga, que el trabajo se acumule en el escritorio, que las cuentas lleguen anunciando el corte de la luz, que las personas avancen sin detenerse a pensar en ti, que todo mundo “haga algo” mientras duermes en el sillón. Despiertas, el reloj marca las 2 de la tarde e ignoras las llamadas al celular, y los golpes en la puerta, no más lecciones de religión, hoy el día terminó sin comenzar, mañana quizás te decidas a actuar y retomar tu lugar, hoy no encuentras otra solución que volver al sofá, dormirás y descansarás, quizás mañana logres despertar y por fin recibirás la ayuda celestial, por fin madrugarás.

Raziel J. Correa Alvarado. 
Venustiano Carranza, DF. Enero 2012