jueves, 29 de agosto de 2013

Editorial agosto 2013

Amistad



Hay personas a las que queremos igual o más que a nuestras familias aunque no lleven nuestra sangre (genéticamente hablando); personas cuya compañía deseamos aunque no necesariamente nos atraigan sexualmente (o quizás  un poquito sí); personas con licencia para criticar nuestra vida aunque no tengan autoridad moral; personas con las que simplemente pasamos un buen rato; personas con las que te puedes acostar, pelear, ofender  y al otro día seguir hablándole como si nada; con las que puedes compartir tu plato o recurrir en caso de emergencia. No sabemos de dónde surge  ese vínculo, ¿de un tipo de enamoramiento?, ¿de la convivencia prolongada?, ¿de la identidad cultural?, ¿de un enemigo en común? No lo sabemos, pero a veces una amistad vale más que un noviazgo, es más sincera que una hermandad, puede llegar a ser más desgastante que una relación laboral.   
Lealtad, cariño, comprensión, alcohol y risas, son algunos conceptos que asociamos a la palabra amigos, pero la amistad también  tiene su lado oscuro: “Sólo los amigos traicionan, los enemigos no”, decía Mario Benedetti, por eso se llama traición, por eso la traición es dolorosa. La amistad, como toda relación humana, también es una lucha de poder en la que una de las partes termina cediendo y siendo sometida; hay injusticia dentro de la amistad, hay acumulación de resentimientos, puede convertirse en enemistad mortal como la de Lennon y McCartney, la de Gilmour y Watters, o como la de Hernández y Marcovich, de forma tan nociva que valdría más la pena tener una rivalidad civilizada y de caballeros como la de Saladino contra Ricardo Corazón de León o la de Benito Juárez y Maximiliano. La amistad también puede convertirse en romance  o compadrazgo, en corrupción, en mafia. En fin, la amistad es algo más complejo que el 14 de febrero, por eso la elegimos como tema de agosto en Desencuentros.






miércoles, 28 de agosto de 2013

Mordaz

Desde que me viste llegar te diste cuenta de que en esta ocasión no sería una buena compañía. Un saludo aguado te lo confirma. Sabía que tu pregunta subsecuente sería: "¿qué te pasa?". Es inevitable, a ti no te puedo contestar que "nada". Ya lo sabemos, nos ahorra tiempo de algo que al final voy a decir, porque en realidad me invade la angustia por expresarlo.Escuchas con paciencia, sin interrumpir, cual devoto en un rosario. A veces cierras los ojos, con rasgos de que algo te ha pasado por la cabeza. Prefieres esperar a que termine. Mientras: me enojo, entristezco, manoteo, hago mohines, callo y hasta río de nervios. Mi recuento ha cesado, es como destrabar una puerta para que salgan arañas, alacranes y cualquier tipo de ponzoña.
No te atreves a pronunciar un "todo va a estar bien". Sé que es una frase que te parece hipócrita y que nunca he escuchado de ti. Eres férreo, exquisitamente cruel. Nos ahorra las susceptibilidades, aunque no por eso te dejo de odiar por momentos. Contigo no funcionan los apapachos, la palmadita en el hombro ni la palabra que mitiga frente a un escenario que no pinta buenos augurios.
Lo mejor de todo es que no necesito contarte las cosas para saber qué hacer de mí, pero por el contrario, éso no me lo quiero ahorrar. Me recuerdas que siempre has sido directo y que, para el caso, la compasión te parece ridícula. Tomas la palabra, incisivo, como una hoja de papel. Asiento con dolor en algunos aspectos, discrepo y argumento en otros. 
Después de todo no parece que la tarde no sea divertida sino que tiene un tinte de ensimismamiento que ambos degustamos. La discusión sigue su curso con breves silencios, evocaciones, llena de exclamaciones, preguntas, de "río para no llorar" o sencillamente de un "¡chale!" con puntos suspensivos. Horas que culminan con un un camino pensativo cuando cada uno va a casa.
Al final, las pláticas contigo me hacen reflexionar en la soledad de mi recámara o de una lectura de la que ya he perdido el hilo. Tú, en mi buena compañía o en la mala... Agradezco no tener que escuchar que "todo va a estar bien" sino cómo es que se vislumbra si sigo con mi mutismo. Te detesto por sincero, pero sin duda alguna es una de tus cualidades que más respeto.


Laura Arellano
Agosto, 2013
Distrito Federal

martes, 27 de agosto de 2013

Notas rosas

Todo comenzó cuando recibí una pequeña nota rosa con un coqueto “hola”, me sentí muy halagado pues una notita así se presta a inflar el ego. Intenté descubrir a la redactora de la nota en la oficina confiado en que se delataría, pero nada, al cabo de dos semanas ya me acordaba poco de la nota rosada.

Fue en el gimnasio donde suelo ir a nadar, en el locker para ser más específico  donde estaba otra notita rosada que decía, tu me gustas,  al tomarla voltee para encontrar a la redactora, pero no había nadie, en la oficina nadie comentaba nada, nadie me hacía una pregunta que me diera una pista, mis compañeras de trabajo ni se inmutaban, nadie sonreía más de lo usual, las pláticas estaban en el tedio de siempre, nadie me quería presentar a nadie.

Le comenté a los amigos que en broma me dijeron que en una de esas era un hombre y no una mujer, lo cual descarté después de un sondeo con  mis conocidos y contactos en mis lugares de reunión más usuales.

Recibí un correo electrónico anónimo que me halagaba;  decía lo que le gustaba de mí, que le gustaba que fuera buen nadador, que jugaba muy bien al billar y que le parecía de muy buen gusto que yo bebiera cerveza irlandesa, -la cual es mi cerveza favorita-. Me puse paranoico, llamé a mis cuates más cercanos muy molesto por la broma, todos se reunieron conmigo para hablar  pues me vieron además de preocupado, ya en un estado de paranoia completa. Al final atando cabos nunca pude encontrar a quien redactaba las notas, empecé a salir con una compañera del gimnasio para usarla como espía y confidente, cambié de club deportivo, comencé a frecuentar a amigos un tanto olvidados y hasta me cambié de departamento.

El segundo día después de la mudanza me quede histérico cuando recibí una nota rosa de bienvenida firmada: “una amiga” con un pastel de chocolate con flan, no pude dormir.

De nuevo en el trabajo, más de un compañero me saludaba y me preguntaba por mis preocupaciones, horas de sueño y muchos se asombraron de el tamaño de mis ojeras.
No pude más, empecé a aislarme, ya no salía ni al billar, las reuniones eran sólo un recuerdo borroso. Y una tarde, de viernes, recibí una llamada telefónica de una mujer que me invitaba a una fiesta, que se moría de ganas de conocerme, que por fin estaba decidida a dar el último paso, se disculpó por haberme hecho pasar por las penurias y al ver mi estado físico y anímico se alejó, pero según sus propias palabras, no podía aguantar más para compensar todo el mal causado por su timidez.

Llegué al departamento, estaban unas mesas ordenadas y todo en silencio. Me recibió un compañero de trabajo y me dijo que le daba gusto que ya por fin saliera de mi cueva, me acompañó al fondo donde se podía ver la silueta de una mujer con cabellera larga y negra en un vestido rojo, de espaldas a mí, me dijo siéntate, y al voltear la supuesta mujer era mi compañero de trabajo Alberto Godínez y me dijo “mucho gusto Joaquín” me quedé helado no supe que hacer, empezaron a salir muchos de mis supuestos “amigos” con botellas de cerveza, con risas que parecían ataques de tos…
Todo era un broma de mis amigos, me puse verde, y me lancé sobre el pendejo de Godínez, le rompí la nariz, lo estrangulé al punto de que me tuvieron que agarrar entre tres, me separé y vomité tres veces, rompí una televisión y dije más groserías que en toda  mi infancia.


Todos se sorprendieron de mi reacción y más de uno dijo que no aguantaba ni una bromita de amigos

Inocente Buendía
Ciudad Universitaria México D.F.

jueves, 8 de agosto de 2013

La balada del amigo eterno

Todas ellas me rechazan aunque me estiman y me hablan por teléfono de vez en cuando. Llegan de improviso a mi casa para abrir su corazón, lloran sus penas de amor entre mis brazos, seducen mis oídos con su llanto acompasado, conmueven mi pecho con sollozos y espasmos de respiración. Mi corazón solidario se indigna conforme avanza el relato y maldigo a los hombres incapaces de comprenderlas como yo. Les acaricio el pelo y las consuelo con palabras sinceras, pero siempre caigo en la tentación. Doy un gran sorbo al aroma de sus cuellos que es el aroma de la desnudez hecha vapor. Me concentro en el latido de sus cuerpos en la vibración de la voz, mas no en las palabras. Ellas, hundidas en su egoísta melancolía, no reparan en lo que yo pueda sentir. Brota en mí el instinto protector, el celo del macho que guía la manada. Las estrujo en mis brazos con ternura para defenderlas del mundo que las daña. Me vuelvo un hombre ante la vulnerabilidad de una hembra e irremediablemente cruzo el límite de la amistad sincera. Cuando ellas intuyen mi deseo, finjo que nada pasa. Soy experto en cambiar el tema y humillar al instinto. Maliciosas, siguen la corriente tal como conviene a su destino. Una y otra vez soy rechazado sutilmente. Una y otra vez los límites de la amistad se restablecen. ¡Oh monótono cariño sin placer! Ellas regresan con los hombres que no saben ser amigos pero que intuyen lo que busca una mujer. Mientras yo permanezco solitario y me masturbo resignado, como lo hicieron El Cyrano y Tulusse Lautrec.



Romeo Valentín Arellanes
México DF. 2012