El miedo no anda en burro.
Semejante expresión coloquial es, al parecer, un llamado obvio a no dejarse sorprender por este sentimiento, instinto o como se le quiera ubicar que, aunque los humanos queramos reivindicar como exclusivo de nuestra especie lo compartimos con perros, gatos y el jumento en el título mencionado y lo utilizamos como título por las claras referencias con lo cotidiano, una frase trillada es más efectiva que cualquier explicación escolapia.
Debiéramos decir que el miedo, al formar parte de nuestra naturaleza, animal y humana, se convierte en una condicionante, oportunidad o impedimento en el transcurrir de nuestras vidas, es decir, que siempre estará presente en nuestras decisiones y dudas: se puede tener miedo a vivir, miedo a experimentar, miedo a las arañas, miedo a los calvos, miedo a las abuelas, y un larguísimo etcétera que los expertos en el comportamiento humano nos han hecho el favor de clasificar en fobias.
Hablamos de condicionante por aquellos que no vencen sus miedos y supeditan todas sus decisiones al miedo en turno, hablamos de oportunidad por aquellos que utilizan ese miedo como detonante para forzarse a decidir, y hablamos de impedimento por aquellos que ni siquiera se atreven a concebir su vida lejos del miedo a siquiera existir.
Es así que este mes, semana o día (el tiempo es algo aun más relativo en este blog) escogimos el miedo por su atrayente versatilidad, narrar sobre el miedo deberá ser entonces un ejercicio catártico para todos aquellos que como nosotros buscamos vencer nuestra principal fobia: nuestro miedo a escribir.
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