“Los muertos pesan más
que los vivos, lo aplastan a uno”.
Juan Rulfo
Lo vi venir con ese andar
pausado y despreocupado de los que no temen al destino, de su mano
derecha colgaba una botella de algún licor barato y de la izquierda
chorreaba un delgado hilo de sangre que dejaba la marca de su paso
como un hilo de Ariadna siniestro. Salvador me reconoció antes de
que yo atinara a descubrir su rostro entre la gorra negra y la barba
de días, se cumplían exactamente dos años de no verlo, extraña
coincidencia que atiné a interpretar como un presagio de la noche:
“algo” iba a suceder; se acercó a mi y me tendió la botella
intentando una sonrisa a manera de saludo, acepté el trago que para
esas horas, lejos de aletargarme me espabiló y lo saludé como si
nuestro último encuentro no hubiera terminado a golpes.
-Te ves de la chingada,
¿De dónde vienes?
-De por ahí, ¿vos has
notado que en las noches el mundo se ve más claro?
Así era siempre, un
obsesionado de sus pensamientos, con él las cosas dejaban de ser
“reales” y adquirían un aire filosófico burdo y peyorativo, a
medio camino entre la gran verdad y la estupidez.
-¿Y la sangre?
-¿Se bebe bien en ese
bar?
-Igual que en todos.
-Ya, pensé que sería
bueno pasar y conocer, beber solo en compañía es un placer que
pocos hombres nos podemos dar.
-Pinche Salvador, vienes
tomando.
-Ya, pero tomar solo no
es de virtuosos.
-¿Y la sangre?
-Una herida de amor. Te
ves más gordo.
-Dos años son mucho.
-Ya, no pensé que fueran
tan pocos. ¿Me acompañas?
-¿A dónde?
- Por ahí.
Caminamos sin rumbo, me
inquietaba el hilo de sangre que no paraba, sin embargo pensé que no
sería grave si Salvador a cada tanto se llevaba la mano a la boca
para chupar el exceso que manchaba su camisa.
-¿Vos has visto que la
noche es para los perdedores?, siempre que salgo a tomar por las
calles me encuentro con cada tipo que francamente me asusta.
-Salvador, hasta antes de
reconocerte pensé que querías asaltarme.
-Ya, pero yo soy
inofensivo, un borracho patibulario más que recorre esta ciudad en
busca de encontrar la muerte, un vicioso que no vale la pena ser
amado, un bueno para nada que solo existe por inercia.
- ¿Ya nos estamos
sincerando?
- Tú eres distinto, te
burlas de todo y de todos, pero en el fondo me entiendes, no
pertenecemos a este mundo, por eso bebemos, para quitarle esa pátina
de realidad a lo que percibimos.
-¿Y la sangre?
-¿Eso importa?, quizás
maté a alguien y no salí indemne, quizás me corté con una botella,
quizás tuve que cortarme el dedo para escapar de una trampa.
- Salvador, dijiste que
era una herida de amor, no hagas pendejadas.
-Lo que haya sucedido,
sucedió, irremediablemente, el destino no juega con esas cosas, ni
tú ni yo pudimos detenerlo, la sangre es la prueba final de esa
verdad, ¿vos no te das cuenta que es hasta poético?
-Un poco sí, pero si es
lo que me estoy imaginando, resulta que no quiero pasar por cómplice,
ni terminar en el hospital borracho y con un criminal herido.
-Exageras, ya dijimos que
la naturaleza de mi herida es incierta, la única constante es su
existencia, y su causa, el amor, un borracho que mata por amor,
repito es poesía verdadera.
Salvador me miró y
levantando la mano izquierda me mostró el corte en el dedo anular,
profundo y desigual.
-A veces pienso que los
borrachos somos los únicos que nos damos cuenta de que este mundo
está mal.
-A veces pienso que
cuando tú estas borracho te asomas por poco a la verdad, sube la mano
y aprietate para que deje de sangrar, para la próxima cuando te
caigas, no caigas encima de la botella, todavía traes vidrios en la
herida.
Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.
2013
Muy bueno
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