jueves, 26 de mayo de 2011

Miedo a los barrancos

-Siempre le he tenido miedo a las alturas. Esa sensación de calambres en la panza y en las piernas, de vértigo en la nuca y detrás de las orejas, no sé, simplemente no puedo lidiar con ella, pero de cierta forma me agrada y creo que por eso persigo inconscientemente esa sensación en todo lo que hago.
- Ni es tan raro como crees. El vértigo es nuestra defensa natural contra la atracción que ejerce la Tierra, lo sentimos por instinto. Es una fuerza en nuestro interior que se opone a la fuerza de gravedad, a la atracción natural de la Tierra sobre nuestros cuerpos. Sin ese freno nos dejaríamos morir de golpe contra el suelo como moscas atraídas por la trampa de luz, como autómatas, sin resistencia, sin emoción, sin dignidad, sin el placer que nos causa superar el miedo.
- Me gusta cómo hablas, tienes una teoría para todo ¿verdad? Una explicación para todo, palabras para todo, pero ¿sabes?, eres un cobarde para vivir.
 
Un breve silencio, por un momento sólo escucharon sus mutuas respiraciones por el teléfono. Y nuevamente ella tomó la iniciativa.
-Si estuviéramos, ella y yo, colgadas de un barranco, a punto de caer y sólo pudieras salvar a una, ¿qué harías? ¿A quién salvarías?

Otra pausa, un momento de evidente duda en él y luego respondió con voz pretendidamente firme.
-A ti. Creo que a te salvaría a ti definitivamente.
-Mentiroso. Lo dices porque estás hablando conmigo, porque en este momento sólo yo existo para ti, porque quieres que perdone tu ingratitud y tu cobardía, o tal vez sólo quieras otra oportunidad para demostrarte a ti mismo que ahora sí te atreverás. No me mientas, no es necesario. Desconfío de los hombres desde antes de conocerte, todos me han demostrado ser unos cobardes. No te guardo rencor.
- Ya te expliqué lo que pasó. Además no miento, preferiría salvarte a ti, porque te amo.
- ¿Si? Entonces dime ¿qué le responderías a ella si te hiciera la misma pregunta que yo? Dime.
- Celos, mejor tú responde, ¿a quién salvarías del precipicio, a tu esposo o a mí?
- A mi marido, por supuesto.
- Lo dices sólo para molestarme.
- No. En el fondo es buena persona y no lo odio tanto, ni le guardo tanto rencor como parece, acepto la parte que me toca de nuestro fracaso, la mayor parte, de hecho. Salvarlo sería una forma de redimirme, de lavar mis culpas.
- Así que me dejarías morir para expiar tu remordimiento, no suena congruente, no suena como algo que haría alguien con una persona que dice amar.
- No te atormentes ni te confundas. Es verdad que preferiría salvarlo a él, pero eso no cambia mis sentimientos. Imagina esta situación más parecida a nuestra vida: Estamos los cuatro, -tú mi marido ella y yo- colgando del acantilado, a unos metros de la muerte sin esperanzas de salvarnos ¿sabes lo qué haría? No me importaría lo que le pase a él. Me aferraría a tu cuerpo con mis brazos, con mis uñas, con mis piernas, con mi boca, con mis dientes, para apresurar la caída, para arrastrarte conmigo al abismo y morir juntos, con nuestros cuerpos atravesados por la misma piedra filosa, compartiendo el último aliento en el fondo del barranco. Me olvidaría de mi miedo a las alturas y de la discreción. ¿Estarías dispuesto a hacer lo mismo?
 
Él no supo qué contestar y creyó que lo más prudente era cambiar el tema e ir al grano.
-Entonces ¿tenemos una cita? ¿Cuándo puedes escaparte?
- Dímelo tú. Ya sabes que nunca te he negado nada y que siempre me las arreglo. Además, fuiste tú quien faltó a la última cita. Eres tú el que juega conmigo, el que titubea para cruzar el límite, el que tiene miedo de soltarse…

 
Romeo Valentín Arellanes
Tlalnepantla de Baz, Edomex
20 de abril de 2011


No hay comentarios:

Publicar un comentario