viernes, 4 de noviembre de 2011

Las plañideras


Si es verdad, nuestro trabajo cae en desuso y cada vez nos requieren menos,  nuestro oficio milenario, cultivado con ahínco y años de dedicación se ha convertido en objeto de burlas y mofas, ya no se nos respeta, mucho menos se nos requiere. Nosotras que en todo momento estamos dispuestas a servir, a apoyar en esas horas de dolor,  a otorgar las lágrimas que quizás los familiares no sueltan por remordimiento, vergüenza, ira o hipocresía; que nos esforzamos para que el alma en pena se sepa bien llorada, que su partida se vive con dolor y resignación. Gritamos y nos jalamos los cabellos, nos golpeamos el pecho y berreamos, nos dejamos abrazar por los dolientes y llenamos el aire con nuestros alientos viejos y secos de tanto suspirar, y todo eso por sólo unas cuantas monedas y cenar. Le otorgamos su justa dimensión y proporción al escenario, si la familia es parca y no sabe como expresar su dolor, nosotras soltamos unos chillidos suaves pero constantes, si la familia no se resigna y no para de sufrir, nosotras lloramos más fuerte y berreamos más duro, cosas que se aprenden en años de trabajar, o  al menos cosas que aprendimos cuando aun éramos respetadas y solicitadas, ahora cuando nos presentamos en el funeral y decimos ya venimos a llorar nos corren por oportunistas y por no respetar, cuando se supone que somos la expresión más sublime de la resignación y el sufrimiento, la gente ha de pensar que nomás vamos a gorrear.  Antes no era así, cuando nos veían llegar se apuraban y nos hacían lugar, nos acomodaban mero enfrente y nos decían con mucho respeto, llórele que yo ya no puedo más, y comenzábamos con nuestro ritual, y la gente que nos miraba y escuchaba sentía nuestro dolor y aun aquellos que nomás iban para cenar se soltaban a gritar y sollozar, tan sublime era nuestro actuar.  Y ahora nada, puros desaires y burlas, puras miradas largas y cuando conseguimos que nos dejen pasar, ni una silla ni un café para tomar.  Estamos condenadas al olvido,  curioso final para quien siempre ha estado al servicio de la nostalgia,  irónicamente entre más se acerca nuestro final, menos nos dan ganas de lloriquear, y quizá ese sea el perfecto final, pero no, acabaremos honrando nuestro ritual, llorando hasta la última lágrima, y cuando todo termine y se llegue la resignación, entonces notaran y sentirán, cuando el difunto yazca solitario y nadie se sepa expresar entonces si dirán: qué nadie le va  a llorar.  
Raziel Jacobo Correa Alvarado 
Venustiano Carranza D.F. 

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