Ahí está, lo veo
tranquilo, quizá tres kilos más que yo, me la pela, todo lo que se de él es que
es Juan El Toro Molina y que es entrenado por el Rey Zulu un antaño peleador de
Mozambique venido a menos.
Me sudan las manos,
eso no es nada raro siempre me sudan, me vuelvo loco, es mi elemento. Nos checan, el réferi dice las mismas cosas
de siempre que ya no escucho, empieza el round, ahí viene, sé que es zurdo por
como pone la pierna izquierda derecha al frente y segurito me va a querer
mantener a raya con sus piernas largas como de avestruz, se acerca, me ve a los
ojos como con amabilidad y de pronto ¡madres! un jab directo a mis labios y un
derechazo que me roza la mandíbula, me agarró en la pendeja, pero eso me gusta
mucho. Ya se prendio el vato y me viene a querer desmadrar con todo, una, dos
fintas y ahí viene su empeine izquierdo hacia mi sien…. Siempre fui muy tosco,
no la armaba en las canicas ni pal fucho, pero juegos como el burro 16 y hasta
el burro castigado me volvían otro, o quizás entraba en mi mismo; organizar la
bolita o la pamba eran como mis gritos de guerra.
Todavía recuerdo la
cara que puso mi vecino Daniel cuando le tiré un diente en un “tiro” atrás del
Sanborns que estaba por la escuela. ¡Eso! ¡Los madrazos! Como disfrutaba
golpear, de zapear, tirar fregadazos a las costillas y poner apodos; y cómo me
prendía que me cantaran un tiro.
El Tayson me
apodaban, me lo gané cuando salí con mi chazarilla de la escuela toda roja de
la sangre de uno de sexto que “según” venía a saldar cuentas del pendejo de su
hermano al que le partí su madre tres días antes.
Me tenían miedo, me
respetaban, me veían como líder y hasta me pedían paros los de otros salones.
Pero más allá del público, estaba esa sensación de ver en el otro el dolor y el
miedo, eso, eso no tengo forma de expresarlo.
Me expulsaron de
dos secundarias, la primera cuando le
rompí una costilla al prefecto y la otra cuando un morro de plano se cagó en
sus calzones de un derechazo a su panza.
Entré a las artes marciales mixtas cuando el Gera
me vio rifarme un tiro con un wey que según era muy rompemadres en Tepito, se
me quedo viendo un rato y me dijo: “yo sé dónde está tu lugar” y me llevó con el
Miyagui. Pinche viejo, me ve y parece que es una de esas chavas que se paran a
ver perritos en las plazas, así todo conmovido; se la rifa el viejo; que si les
pego acá que si les doblo allá. Me da mucha flojera comer como el dice o
entrenar como el quiere.
No soy nada malo en
esto: invicto desde mi presentación, sin dos dientes y una cortada arribita de
la ceja izquierda.
Tengo 16 años y un
chingo de dinero y este pobre pendejo del Toro Molina tiene roto el tobillo y
una cara de dolor que me llena de un airesito que me sube por todo el cuerpo.
Inocente Buendía
Ciudad Universitaria México D.F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario