viernes, 5 de septiembre de 2014

Para una tarde de llovizna


Estaba ahí, parada frente a mí, su rojizo cabello parecía como crispado y en sus ojos se reflejaba la frescura juvenil que a mí me va abandonando de a poco; la miré detenidamente, su piel brillaba por el agua de lluvia y una gota había hecho un recorrido desde su frente hasta la punta de su nariz, vi sus manos temblar, “tengo frío”, dijo, acabábamos de encontrar refugio en la entrada de un edificio viejo del centro histórico; “quítate la sudadera”, le dije mientras me sacaba el abrigo, ella puso sus pequeñas manos sobre mi pecho y negó con la cabeza, “¿por qué?", pregunté; “porque entonces tú morirás de frío y no quiero eso”, parecía decidida cuando lo dijo; “no me pasará nada, no suelo enfermarme y tú sí”, yo también intenté sonar decidido, entonces me acerqué más a su breve cuerpo y bajé el cierre de su prenda, aunque intentó detenerme terminé por lograrlo, guardé su sudadera en mi mochila. La cubrí con mi abrigo que aun se mantenía seco por dentro y lo abotoné, entonces la abracé, ella correspondió.
Mientras caminábamos hacia mi departamento Cinthya intentó tomarme de la mano pero le dije que mejor guardara ambas manos en los bolsillos y que mejor yo enredaría mi brazo en el suyo para salir de la rutina, así fue como seguimos caminando; cuando llegamos a casa ayudó a desvestirme, levantó mi playera, sentí la frialdad de la piel de su mano, me levanté y prendí el boiler, volví con ella y le ayudé a quitarse las prendas mojadas, le tomé las manos heladas y las sostuve entre las mías, estuvimos un rato así sentados en el sillón esperando a que el agua se calentara, “¿nos duchamos?”, le pregunté y volvió a negar con la cabeza; “hazlo tú, te hace falta después del aguacero que te cayó encima”, remató sus palabras con una de sus sonrisas encantadoras, las que me dejan sin argumento y demandan obedecerla y, precisamente, eso hice.
Cuando salí del baño encontré sobre la cama una muda de ropa limpia y seca, me vestí y salí de la recamara a buscarla, vi que había colgado su sudadera y mi abrigo en el mecate extendido sobre la lavadora en la zotehuela, luego fui a la cocina y había una olla de barro con leche hirviendo sobre la estufa, apagué el fuego y justo en ese momento escuché la puerta abriéndose, era ella, traía en las manos una bolsa de papel con el logotipo de una panadería cercana, volvió a sonreír cuando me vio parado en la cocina, dijo que si me pusiera una filipina parecería un gran chef aunque solo llevara calzones como en ese momento, le devolví la sonrisa y ella colocó la bolsa de papel en la mesa, la seguí hasta el comedor y nos sentamos frente a frente, hablamos un rato sobre cosas que ya no recuerdo, cosas banales, cosas que sirven para robarle espacio a los silencios incómodos, luego, como si ella escapara de un trance, dijo, “¿quieres café?, hay que servirlo antes de que la leche se enfrié, no me gusta la nata” y solo pude asentir, el café me daba igual, solo quería seguir mirándola encandilado con una sonrisa de estúpido estacionada en mi rostro. Cinthya se levantó y fue a la cocina a preparar el café, yo también me levanté para sentir que hacia algo de provecho, a veces siento que hace mucho por mi y le doy a cambio tan poco, entonces fui a la recamara a buscar El Gran Hotel Budapest, una película que sabía que ella esperaba ver y que yo compré y reservé para una ocasión especial, me pareció que esa noche era especial; acompañamos el largometraje con café con leche y pan dulce y luego de comentar un rato la película nos fuimos a dormir.
No recuerdo exactamente la hora pero estoy seguro que era de madrugada cuando la sentí levantarse de la cama y se fue a asomar a la ventana, apenas abrí los ojos y vi su piel clara iluminada por las luces del semáforo, el lenguaje de su cuerpo denotaba apremio e inseguridad, me levanté para hacerle compañía junto a la ventana mirando los automóviles pasar y estuvimos en silencio mucho tiempo, entonces ella lo rompió y me pregunto angustiada, “¿Qué estamos haciendo? ¿Quiénes somos y a donde vamos? ¿Por qué?”; “estamos mirando el paisaje, esta es una noche que, agradecidamente, comparto contigo, somos nosotros y vamos a donde tú lo decidas, hermosa, y el porqué, es algo más complicado”; “no quiero que vuelvas a recitar ese poma de Bukowski, no creo poder perdonarlo”; “¿quieres honestidad?”, ella me miro con severidad, así que lo tomé como un “sí”. “No voy a negar mi pasado, ahí hay mucho de lo que no puedo sentirme orgulloso, errores que decidí no evitar, pero aprendí mis lecciones y todas esas cosas me cambiaron, para mejor o peor, quizás aun queden secuelas rezagadas, pero cada día intento ser la persona que mereces…”, ella me interrumpió con un beso e inmediatamente hicimos el amor hasta el amanecer. Cuando salió el sol pensé que si ella había salido a comprar pan para la cena, a mi me tocaba turno en el desayuno, así que fui a buscar unas tortas de carnitas, de las que ella tenía antojo, y las conseguí, antes de salir escribí en una hojita que luego pegue en el refrigerador:


“Quizás no hayas abierto un libro en tu vida por voluntad propia  hasta conocerme y la mayoría de las veces me mires con extrañeza, puede, incluso, que llegues a celebrar mis pequeños logros y que te gusten mis poemas (que no son buenos, yo lo sé) en una modalidad subjetiva, pero tienes el corazón en el lugar correcto… y eso, en los tiempos que corren, es más que suficiente, es demasiado. Te amo.”

México DF, agosto 2014. 



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