Comer es un placer para el sibarita; una preocupación más en el día para el asalariado de familia numerosa; un suplicio para la anoréxica; es un acto de valentía, una aventura para el turista en tierras exóticas; es una forma de presumir la abundancia y el estatus de las familias de los contrayentes durante una boda; es una bandera ideológica para el vegetariano; para el oficinista representa 15 minutos de libertad durante la monótona jornada; para los albañiles es el momento de camaradería y relajación; la comida es un lujo en los restaurantes finos, y un negocio para el tamalero igual que para el Walmart y la agroindustria. ¿En qué momento de la historia, el humano dotó a los alimentos de tantos significados que poco tienen que ver ya con satisfacer el hambre animal? Tal vez desde que conseguir alimento fue la causa de la primera división del trabajo; o tal vez desde que descubrimos el fuego y que la carne sabía mejor asada que cruda; o desde que se descubrió la agricultura y los ciclos de las cosechas se volvieron sagrados. Y ni que decir de la época actual, cuando la gente pobre del mundo muere de hambre mientras que otros mueren de sobrepeso y los acaparadores desperdician toneladas de alimentos diariamente. Para Desencuentros, la comida o los alimentos, son un tópico más del que podemos escribir un cuento. Durante septiembre podrán mandarnos sus textos al respecto y si lo desean envíenos también una foto que lo ilustre no le hace que sea la típica foto hipster de lo que se van a tragar en el día.
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