Tenía 7 años, los paraguas
para niñas estaban de moda y todas queríamos tener uno, había azules con
bolitas de color blanco, rosas con estrellas café, lilas con florecillas rosas
y otros diseños, que en realidad no eran la gran cosa pero todas queríamos tener
uno porque, según nosotras, eso nos daba clase y categoría…
Recuerdo que mi hermana mayor
tenía el suyo, se lo había ganado por buenas calificaciones, pero no me lo
prestaba porque, en cambio a mí, me castigaron por subirme al mesa-banco en la
escuela a gritar ¡Juan Pablo, segundo, te quiere todo el mundo! Y la maestra
Teresita con sus sesenta y tres años, sus pocas intenciones de jubilarse y el
típico carácter de una solterona amargada, me jaló de una oreja y me llevó a la
dirección donde llamaron por teléfono a mi mamá para darle la queja de que a la
maestra ya la tenía hasta la madre.
-¡Bueno tú ya ni la chingas, la vez pasada
tocaste la campana de los temblores y todos tus compañeros salieron gritando porque pensaron que estaba
temblando! Me reprendió mi madre en casa. ¡Ponte a lavar los trastes, estas
castigada y ni chilles porque te rompo el hocico!
Un día fuimos a comer a la
casa del jefe de mi papá, estaban celebrando el cumpleaños de la hija menor del
ingeniero que cumplía diez años. Era una casa fría y alfombrada con un enorme
jardín donde solíamos recolectar los ciruelos que caían de los árboles, lo más
divertido era el baño porque tenía un jacuzzi y canastas con pétalos de rosas
aromáticas en pequeñas repisas colocadas en las cuatro paredes.
Mi madre solía ponerme siempre
vestidos, el de aquel día era blanco con un gran moño rojo a la espalda y en el
cabello, dos coletas que atrapaban mis risos negros con listones de organza
rojos. Aquella tarde entré al baño porque realmente tenía ganas de hacer pipí. Cuando
logré satisfacer aquella necesidad, lentamente me acerque al lavabo para
lavarme las manos; tomé uno de los pequeños jabones para olerlo y cuando estuve
a punto de acercarlo a mi nariz, se abrió la gran puerta de madera pesada,
detrás de ella entraron tres niñas morenas con uno de aquellos paraguas en mano
cada una. La más grande ordenó a las otras dos que vigilaran la puerta, las
niñas salieron del baño y la hija del ingeniero Juárez se acercó a mí oído y me
preguntó si quería su paraguas.
-Tengo dos. Me dijo.
Mi delgado cuerpecito quedó
contra la pared donde el contenedor del papel de baño me lastimaba la piernita
derecha, quedé paralizada y casi muda asentí con la cabeza, lenta y
temerosamente.
- Tienes que dejarte besar y no gritar. Me ordenó.
La niña se fue acercando cada
vez más a mí, con sus manos abrazó mi espalda y con un halito sabor a chicle de
fresa, me besó de tal manera que no podía respirar, su lengua entraba en mi
boca con un vigor asfixiante. De repente dejó de besarme y se agachó llevando
sus manos a mis zapatitos rojos de charol, sus dedos fueron subiendo poco a
poco, apenas rosando mis calcetas hasta llegar a mis calzoncillos de algodón blanco
con holanes azules. Al llegar al resorte metió su mano derecha en ellos y diciendo
“eres mi novia” sobó suavemente mi pequeña vulva. Cuando finalmente se detuvo,
utilizó ambas manos para bajar mis calzones que sentí húmedos, llevó sus labios
a mi clítoris y con la lengua procedió de la misma manera que en mi boca. Mi
respiración era casi nula, quería hacer más pipi, con los dedos tenía ganas de
arrancarme el vestido blanco, no podía gritar ni de placer, ni de miedo, ella
me había advertido que no lo hiciera.
Sabía que aquello era malo,
que después de eso Dios me castigaría, que mi madre lo sabría todo en cuanto la
mirara a los ojos… De repente se escuchó el seguro de la puerta, volteamos al
mismo tiempo para darnos cuenta de que el hermano mayor de la niña nos miraba
desde hacía rato.
-¡Tortillas!, ¡Tortillas! Nos gritaba, yo no sabía qué era
eso. La hija del ingeniero se levantó corriendo y del cuello tomó al hermano.
-¿Qué estas mirando asqueroso, pedazo de…? ¡Lárgate de aquí
o le diré a mi padre que espías a mamá mientras se ducha!
- Maldita mañosa, si le dices eso a mis padres, yo le diré
de tus mañas.
Rápido me levanté los
calzones, me acomodé el vestido blanco, lavé mis manos y fui donde mi madre.
Dirán que estoy loca pero recuerdo a Rosita como mi primer
amor ocasional.
-Aby Lee-