miércoles, 4 de enero de 2017

Paraguas

Tenía 7 años, los paraguas para niñas estaban de moda y todas queríamos tener uno, había azules con bolitas de color blanco, rosas con estrellas café, lilas con florecillas rosas y otros diseños, que en realidad no eran la gran cosa pero todas queríamos tener uno porque, según nosotras, eso nos daba clase y categoría…
Recuerdo que mi hermana mayor tenía el suyo, se lo había ganado por buenas calificaciones, pero no me lo prestaba porque, en cambio a mí, me castigaron por subirme al mesa-banco en la escuela a gritar ¡Juan Pablo, segundo, te quiere todo el mundo! Y la maestra Teresita con sus sesenta y tres años, sus pocas intenciones de jubilarse y el típico carácter de una solterona amargada, me jaló de una oreja y me llevó a la dirección donde llamaron por teléfono a mi mamá para darle la queja de que a la maestra ya la tenía hasta la madre.

-¡Bueno tú ya ni la chingas, la vez pasada tocaste la campana de los temblores y  todos tus compañeros salieron gritando porque pensaron que estaba temblando! Me reprendió mi madre en casa. ¡Ponte a lavar los trastes, estas castigada y ni chilles porque te rompo el hocico!

Un día fuimos a comer a la casa del jefe de mi papá, estaban celebrando el cumpleaños de la hija menor del ingeniero que cumplía diez años. Era una casa fría y alfombrada con un enorme jardín donde solíamos recolectar los ciruelos que caían de los árboles, lo más divertido era el baño porque tenía un jacuzzi y canastas con pétalos de rosas aromáticas en pequeñas repisas colocadas en las cuatro paredes.
Mi madre solía ponerme siempre vestidos, el de aquel día era blanco con un gran moño rojo a la espalda y en el cabello, dos coletas que atrapaban mis risos negros con listones de organza rojos. Aquella tarde entré al baño porque realmente tenía ganas de hacer pipí. Cuando logré satisfacer aquella necesidad, lentamente me acerque al lavabo para lavarme las manos; tomé uno de los pequeños jabones para olerlo y cuando estuve a punto de acercarlo a mi nariz, se abrió la gran puerta de madera pesada, detrás de ella entraron tres niñas morenas con uno de aquellos paraguas en mano cada una. La más grande ordenó a las otras dos que vigilaran la puerta, las niñas salieron del baño y la hija del ingeniero Juárez se acercó a mí oído y me preguntó si quería su paraguas.

-Tengo dos. Me dijo.

Mi delgado cuerpecito quedó contra la pared donde el contenedor del papel de baño me lastimaba la piernita derecha, quedé paralizada y casi muda asentí con la cabeza, lenta y temerosamente.

- Tienes que dejarte besar y no gritar. Me ordenó.

La niña se fue acercando cada vez más a mí, con sus manos abrazó mi espalda y con un halito sabor a chicle de fresa, me besó de tal manera que no podía respirar, su lengua entraba en mi boca con un vigor asfixiante. De repente dejó de besarme y se agachó llevando sus manos a mis zapatitos rojos de charol, sus dedos fueron subiendo poco a poco, apenas rosando mis calcetas hasta llegar a mis calzoncillos de algodón blanco con holanes azules. Al llegar al resorte metió su mano derecha en ellos y diciendo “eres mi novia” sobó suavemente mi pequeña vulva. Cuando finalmente se detuvo, utilizó ambas manos para bajar mis calzones que sentí húmedos, llevó sus labios a mi clítoris y con la lengua procedió de la misma manera que en mi boca. Mi respiración era casi nula, quería hacer más pipi, con los dedos tenía ganas de arrancarme el vestido blanco, no podía gritar ni de placer, ni de miedo, ella me había advertido que no lo hiciera.
Sabía que aquello era malo, que después de eso Dios me castigaría, que mi madre lo sabría todo en cuanto la mirara a los ojos… De repente se escuchó el seguro de la puerta, volteamos al mismo tiempo para darnos cuenta de que el hermano mayor de la niña nos miraba desde hacía rato.

-¡Tortillas!, ¡Tortillas! Nos gritaba, yo no sabía qué era eso. La hija del ingeniero se levantó corriendo y del cuello tomó al hermano.

-¿Qué estas mirando asqueroso, pedazo de…? ¡Lárgate de aquí o le diré a mi padre que espías a mamá mientras se ducha!

- Maldita mañosa, si le dices eso a mis padres, yo le diré de tus mañas.
Rápido me levanté los calzones, me acomodé el vestido blanco, lavé mis manos y fui donde mi madre.


Dirán que estoy loca pero recuerdo a Rosita como mi primer amor ocasional.  

-Aby Lee-

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