-No hay nada- decía inocentemente.
Parecía que resonaban las piedras en que estaban parados. Era un
hecho, no había nada. El ruido que se percibía apenas, llegaba a ser tan
insistente que se convertía en tiempo. ¡Qué intenso y permanente es el tiempo!
Se pasa uno la vida corriendo tras de él sin saber que no existe. Así los dos
pensaban.
No era una noche cualquiera, se disponían a acuartelar las veredas
que rodeaban la casa, el pueblo era un lugar muy seguro entonces. Damián le
decía a Fidel que a la abuela Inés se le había aparecido el diablo una vez y
que ella no temía a nada, de hecho, solía contarlo de manera desinteresada sólo
cuando la gente le preguntaba:
-Fui pa’ San Miguel por leña y en eso salió un julano muy catrín vestido
de negro que me quiso espantar. Le dije “quítate cabrón”- contaba sin congoja
la abuela Inés.
Cuando Damián se quedó parado al lado del jacarando, una
intempestiva y solitaria idea le dio un escalofrío que recordó hasta unos días
después. Esa idea no era espontánea pues obedecía a una serie de pensamientos
que se encontraban de moda en aquel pequeño pueblito abandonado por el tiempo.
Se había comentado que era de dementes salir de noche porque, además del frío,
nada había qué hacer después de las diez. Los hermanos Salgado no eran
conocidos por pensar como todos, más aún, su pensamiento era un accesorio
necesario sin el cual existir era una maquinaria solamente.
Bastantes eran las oleadas de frío que los circulaban. Fidel se
asomaba hacia el camino del árbol que llora para buscar algo –pasatiempo
inconsciente que le causaba cierto goce- del cual no despegaba la vista. Él
nunca sabía nada. Esa noche, ni Fidel ni Damián sabían qué habían salido a
encontrar, por eso, cuando Damián pensaba esas ideas tontas le parecía que
hacía lo propio.
Por ratos, intercambiaban la única mantita que llevaban, pues los
retazos de tela que cosía Mamá Rita sólo alcanzaron para una sola. A veces, el
frío es un instante que nos tiembla en los huesos y que hay que aprisionar con
el cuerpo para que no se escape y nos recuerde que se va a ir; el frío nos va a
abandonar dejándonos al desnudo. Eso pensaba Damián.
- ¿Tú crees que hay gente desnuda en este momento?
La ventisca que los rodeaba a ratos se fue por unos minutos largos.
Fidel lo miró fijamente como si no lo mirara. Así quedó dando paso a un momento
sereno que clavó en esa historia, ese tiempo, un acontecimiento que
difícilmente se percibe. Cuando uno habla, se estremecen las cuerdas vocales y
se escapa el sentido, lo que uno siente al hablar es que pasa, y se va. Ambos
dieron paso a ese momento, el momento en que éste se hizo palpable, tuvo lugar:
la mirada, el silencio, la pregunta y el pensamiento. De manera retroactiva y
sin eslabones, cuando uno se pregunta hay una cadena de sucesos que camina en
el tiempo. Eso es. Cuando Damián y Fidel salieron aquella noche a encontrar
nada, por la vereda del arroyo de Valleluz, hallaron lo que buscaban: nada. Lo
tenían entonces.
Habían pasado cerca de dos horas y ya la última voz había callado
en el pueblo. Damián se cansó de esperar respuesta, prefirió llenar el vacío
con otra pregunta que no recordó por mucho tiempo. Fidel no era bueno con las
palabras, todo lo contrario. Salía a escuchar lo que los grillos decían porque
le parecía entenderlos mejor que a su gente. Esa noche no había grillos. El
cielo de Valleluz era como ningún otro, profundo.
Estaban todos dormidos ya y no había mucho qué decir, salvo ideas
que emergían con el aliento de la noche, ideas que eran nada pero que pesaban y
a Damián le causaban gran inquietud. Sobrevino a esa calma una conversación
cualquiera: el ajonjolí ya estaba en los costales, Delfino trajo queso de
cincho para cenar, murió don Bernache hace dos días, y demás; todo eso cabía en
la noche.
Lo que a Damián le inquietaba no eran los cuerpos desnudos ni el
frío que pudiera calarles en esta noche. En realidad se inquietaba por algo
más, pensar el tiempo. Todo lo que puede ocurrir en un mismo instante, ese
mismo instante de todos y de nadie, el instante en que ocurre el mundo y que no
nos pertenece salvo cuando damos cuenta de él. El tiempo es un todo, de nadie.
Damián preguntaba y Fidel escuchaba, los cubría el mismo aire, el
mismo sonido, el mismo instante. Así es el tiempo, una vereda, un árbol que
llora, una manta de trozos de tela.
Arianna
B. C. A.
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