El despertador sonó puntual a las cinco de la madrugada, el foco de la habitación estaba apagado, sin embargo, se iluminaba a medias por la luz del baño que se filtraba por el marco en el que debería haber una puerta. Clementino se encontraba resacoso; los últimos vestigios de licor regado en el piso a medio secar, disputaban el primer lugar por el aroma más fuerte en el ambiente al cenicero repleto de colillas. Era un día como cualquier otro, aunque no se sintiera como tal lo era, después de todo, puedo jurar que cada día, en alguna parte del mundo, a alguien le rompen el corazón, no nos enteramos de esos casos por la lejanía y el anonimato. Ocurre lo mismo con todas las tragedias, las idealizamos como algo muy remoto hasta que un día despiertas y te enteras de que lo que creías que no te podría ocurrir a ti, te está ocurriendo.
En ese clima despertó Clementino, aturdido aun por el contenido de la botella para que le alcanzó, con los labios resecos y una jaqueca que amenazaba con no desaparecer el resto del día; pero tenía un plan infalible: seguir bebiendo y postergar la resaca indefinidamente, hasta que se le pasara la sed o hasta que lo que sentía dejara de hacerlo miserable, lo que pasara primero. Sin embargo, la senda del alcohólico requiere recursos económicos para sostenerse, es lo que separa a un borracho funcional de los teporochos que mendigan la morralla sobrante de los godínez, eso y que los primeros no se conforman con Tonayan. Así que, a pesar de la escasez en intenciones de laborar, se vio obligado a levantarse de su sofá-cama, tambalearse mientras se vestía los pantalones, ir a lavarse la cara, a pesar del frío, y los dientes. Tomó la mochila, bajó las escaleras y tardó unos instantes en decidir si estaba demasiado ebrio para conducir la bici o si mejor tomaba taxi. Optó por taxi.
La mañana pasó lenta y fue de esas difíciles en las que el universo o el azar, decide que te tocará lidiar con la colección más extraña de personajes al tenerlos como clientes. Son personas imposibles, que creen que por comprar un atole o una torta de tamal tienen el derecho del mundo a tratarte con aire de superioridad. Clementino pensó alguna vez llamarlos “godínez glorificados” pero rechazó su propia propuesta debido que ese concepto encajaría mejor en las zonas de Santa Fe o La Condesa, no en El Centro. Al final, su hermana sugirió un título más apropiado: “son una bola de pendejos que creen que están en su casa y que puede mandar”. Pero esa mañana, le tocó el premio mayor, Clementino se sacó la rifa sin comprar boleto, pues le tocó también lidiar con quienes en la familia llaman “los fugitivos del Fray Bernardino”, los vagabundos y mendigos más desesperantes del área; dichos personajes merecen su propio relato, así que no ahondaré en el tema. A las 10:30 se vaciaron los botes de atole y las teleras se esfumaron.
Más tarde, antes de regresar a su cuarto de azotea, Clementino compró una botella de Coldstream en una vinatería, una ginebra corriente que es un sustituto casi aceptable del Tanqueray cuando la crisis apremia. Bebió más de la mitad, con muchos hielos y agua mineral, antes de reunirse con Manuel en el centro.
Antes de salir, Clementino se acicaló a medias: abrió el grifo del agua del lavabo y enjuago su rostro; corrigió, a su parecer, las imperfecciones de su peinado, cepillo sus dientes, se puso un abrigo, bebió de un trago la última ronda de ginebra para que le dio tiempo y se arrojó a la aventura.
Se encontró con Manuel en una taquería. Los tacos eran decentes y el local se encontraba cerca de la zona de bares. Mientras cenaban y Clementino le contaba un resumen de lo ocurrido, un bolero con aspecto de vagabundo se acercó para ofrecer sus servicios. Primero les ofreció la caja de toques, mientras golpeaba entre si ambos extremos metálicos de los cables; ambos dijeron que no; el hombre, sin perder el optimismo, ofreció darle grasa a sus zapatos; Manuel consideró que era momento de darle servicio a sus botas y aceptó. El vagabundo-bolero o bolero-vagabundo inició labores, extendió un banquito de plástico que quien sabe donde guardaba; subió, primero, un pie de Manuel en su cajón y con una esponja lo llenó de jabón.
-¿Sí sabes que te la pudiste seguir cogiendo, verdad?- fue la primera opinión que Manuel expresó, mientras el bolero continuaba con su actividad.
-Probablemente… pero habría resultado contraproducente. ¿No crees?
-No entiendo cómo.
-Me refiero a que si hubiera seguido teniendo sexo con ella, a la larga, solo me estaría haciendo daño a mí mismo; es decir, después de tres meses, creo que ya estoy lo suficientemente comprometido emocionalmente como para disociar el sexo del cariño.
-Creo que la cagas y te enamoras demasiado rápido…
-¿Qué te digo? No puedo evitar que mi glande se conecte directamente con el corazón.
-Tus pendejadas…
-Tiene razón tu valedor, carnal- interrumpió el bolero sin dejar de desempeñar su labor- te la tienes que seguir dando. No te voy a mentir, al rato voy a ir por una morra que chambea en el talón aquí cerca, y, al chile, no me pide nada. Sabe que tengo ruca y una morrita de dos años, pero cada que paso por su esquina quiere que me vaya con ella al hotel, pero, pues, no siempre se puede porque tengo que chingarle para llevar la leche a la casa. Pero, eso si, luego le doy, aunque sea, unos cincuenta varitos para que tenga para comprarse algo para cenar, aunque luego me meta en pedos con mi señora porque no me salen las cuentas.
-Oye… pero cuando van al hotel, ¿te cobra?- preguntó Clementino divertido, intuyendo, de antemano, la respuesta.
-No te voy a mentir, carnal, me caes chingón. Al chile, sí; aunque luego no me lo quiere recibir. Es muy orgullosa en ese aspecto.
-¿Pero a final de cuentas te lo recibe?- cuestiono Clementino, como un verdugo que deja cavar la propia tumba a un condenado a muerte.
-Con mucho trabajo. Luego siento que le apena- respondió el bolero con un halo de ingenuidad estacionado en su mirada.
-No me lo tomes a mal, pero creo que para ella solo eres un cliente más- sentenció Clementino condescendiente.
-¡Carnal, estas chavo! ¡Todos somos el cliente de alguna morra, y quien te diga lo contrario está pendejo!- respondió el bolero haciendo una pausa en su labor con la bota de Manuel como para dar énfasis a su punto de vista.
Clementino considero que esa era una manera interesante de ver las cosas, así que pidió al hombre con facha de vagabundo que se lo explicara. Entonces, dicho personaje comenzó a explicar su punto de vista con la mayor claridad posible de la que era capaz. Mientras lo hacía, sus ojos se abrieron mas, como si un momento de lucidez se apropiara de su ser y pareció como si eso lo extasiara.
-Carnal, los hombres estamos condenados a pagarles tributo a las mujeres por lo que sea que nos brinden; llámese sexo, amor, desprecio, ternura, el odio más profundo, la tristeza más inconsolable, comprensión. Ya tu sabrás que es lo que te está dando tu morra. Y nosotros les retribuimos con lo que podemos; muchas veces lo que les damos es proporcional al afecto que les tenemos. Yo, por ejemplo, a mi puta le doy sus cincuenta varitos, por que es lo que vale para mí; pero a mi esposa le doy el resto y mucho más, le di una hija que es lo que quería y un padre para la niña. También le doy mi amor, aunque luego le tenga que poner sus putazos para que no se me salga del corral, pero la amo; y aunque discutamos y su familia no me quiera, ni la mía a ella, es el amor de mi vida.
Ahora, tu caso es mucho más grave, tú le sigues pagando a tu ex y ni siquiera estás consciente de eso. Le estás pagando con tu sobriedad y, más aún, le estas dando tu tranquilidad mental, porque, mientras tu estas aquí, intentando descubrir que hiciste mal, ella a lo mejor esta con alguien mas pasándola chingón o sentada en su casa viendo una película. Por eso estoy de acuerdo con tu valedor, ya que sigues pagando el precio por algo, lo menos que podrías hacer es disfrutarlo- en cuanto dejó de hablar, el bolero volvió a su estado normal, su rostro se apagó. La lucidez lo había abandonado y reanudó su tarea.
Quizás fuera el Cold Stream que Clementino se bebió horas antes, pero encontró totalmente lógico aquel monologo. Si hubieran estado en un bar, Clementino le habría invitado un trago, pero en una taquería, se ofreció a invitarle una orden de suadero, sin embargo, el bolero declinó la oferta debido a que tenía como quince años sin comer carne. Clementino volvió a quedar perplejo, por segunda vez en la noche. Antes de retirarse, el Bolero les ofreció de nuevo la caja de toques; ambos amigos declinaron la oferta y el tipo se marchó con un dejo de desilusión en el rostro.
La siguiente parada fue un bar de mala muerte en la calle de Regina; sin embargo, hubo una escala obligada en una vinatería en donde compraron una botella de ron que bebieron, por turnos y sin diluir camino al bar. Cuando llevaban poco más de la mitad, y tenían ganas de orinar, se detuvieron en un parque para hacer lo debido. Era el centro histórico, así que, luego de que la orina se escurrió por la pared, llegó al piso empedrado y se distribuyó entre los surcos de la superficie, dibujando cuadrados y rectángulos de piedra. Luego, ambos se sentaron en una banca de metal. Los turnos de beberle a la botella de ron se reanudaron.
-Te caló lo que dijo el bolero, ¿cierto?- dijo Manuel, mientras miraba hacia el cielo y con el brazo le ofrecía la botella a Clementino.
-¿A que te refieres?- Clementino dio un trago largo y la regresó a su amigo.
-¡Que a lo mejor tu morra estaba cogiendo con otro!- Manuel acepto la botella, empino el codo y dio un sorbo corto.
-No, eso no. Me caló la posibilidad de que tuviera razón en todo lo demás.
Manuel volvió a beber, esta vez el trago duro siete segundos y devolvió el licor a Clementino.
-Güey, es solo su manera de ver las cosas. Cada quien tiene derecho a una perspectiva de las cosas.
-Pero su perspectiva me pareció inapelable…
Clementino se percató de que en la botella quedaba material para un solo trago y decidió conservarlo, como si de ese trago dependiera la continuidad de la conversación.
-Está chida, la neta, pero creo que es equivocada; yo creo que lo que uno debe hacer es ir con una morra y cantársela derecho, ya sabrá ella si le entra o no.
-En eso te equivocas, uno nunca elije a la mujer, sino todo lo contrario. Me lo enseño mi anciano papi.
-Quizás él sea el responsable de tus fracasos amorosos.
-Lo he considerado, sin embargo, también me parece inapelable la forma en la que racionalizo el tema: para él, básicamente, una primera cita es como ir a una entrevista de trabajo. Es decir, uno se presenta con la mejor versión de sí mismo, aunque sea fingida, realza sus virtudes y minimiza sus deficiencias; esquiva las preguntas capciosas y, ante todo, demuestra optimismo.
-Eso suena, incluso, deprimente.
-Lo sé, pero creo que es verdad; uno debe mostrar lo mejor que tiene y esperar lo mejor. Así que, la próxima vez que tú, mi amigo, tomes la mano de una muchacha y camines a su lado, le acaricies el cuerpo y le hagas el amor, debes estar consciente de que, para entonces, ella ya te estudió escrupulosamente, te catalogó y decidió hasta donde llegará contigo, ya decidió si eres material para una relación formal o si eres como la comida chatarra, que no nutre pero que quita el antojo. Sin embargo, y esto es algo tan maravilloso de ellas, son tan misericordiosas que no dejan que sepas todo esto para que te sientas bien contigo mismo, para que te sientas parte del proceso, para que vivas con la idea de que la sedujiste o qué sé yo.
-Creo que les das demasiado poder, pero bueno, tu sabes lo que haces- dijo Manuel mientras se levantaba de la banca y estiraba los pies- ¿Podemos ir al bar?
Clementino asintió, bebió el resto del ron, se levantó, estiro las piernas también y reanudaron la marcha.
El resto de la noche siguió su curso natural. Al siguiente día, ambos amanecieron en el piso del cuarto de azotea de Clementino sin recordar muy bien cómo llegaron y con una resaca del tipo de la que todos los borrachos viven con la esperanza de no tener que sufrir por que saben que un par de esas podrían convencerlos de no volver a beber.