Recuerdo perfectamente mi primer borrachera, estoy casi seguro, al menos, tenía quince o catorce años y bebí cual cosaco tres tragos de una bebida llamada Viña real, suficientes para embotarme los sentidos y llevarme a ese estado que algunos llaman incrospido, otros beodo, otros más tomado, otros pedo y los más suelen llamar borracho; esa primer experiencia, o acercamiento con el alcohol, fue suficiente, no para abandonarlo, sino para adoptarlo como compañero fiel y detonante de mis más lúcidos pensamientos. Cosa extraña pero cierta, el alcohol en sus múltiples presentaciones se convirtió no sólo en el escape sensato a la realidad, sino también en el amigo que esperaba, claro que la cruda fue atroz, claro que el regaño consecuente de mi madre fue de proporciones sísmicas, pero al estar sentado ahí en mi cuarto que no paraba de moverse y escuchando los gritos de mi madre, mi único pensamiento se remitía a esa sensación tan extraña y placentera, esa idiotez tan simpática que me hacía ver todo desde otra perspectiva: la del imbécil. Que momento tan revelador, la catarsis más pura, se liberaban al fin mis múltiples yos, mis muchas máscaras. No me convertí en tomador de marca de la noche a la mañana (ese recurso del tiempo) más bien, fue todo un proceso desarrollado a lo largo de los años en aras de considerarme un libador profesional. Cierto que en ese proceso he llegado a ser definido como una persona de garganta aventurera (que le entro a todo pues) sin embargo considero necesario el catar todo tipo de fermentaciones, Roma no se hizo en un día, eso lo saben todos. Entre cervezas, curados, coñaques (todo error apela a la licencia poética) whiskies, mezcales, vinos, rones, vodkas, he rendido el debido culto a Baco y mi garganta se ha decantado por las cervezas como su bebida preferida, abandonando la aventura. Tantos años de beber traen consigo su experiencia, ahora se que no debo mezclar el ron con la cebada, que el vodka es benévolo conmigo, que el vino me provoca una cruda terrible, que el whisky me parece la bebida más fina que he tomado, que el vomito se ve como un terrible síntoma cuando puede ser la ayuda esperada para seguir bebiendo, etc. Así, el alcohol mi amable compañero, ha sido testigo de mis más grandes fracasos, de mis mayores triunfos, de mis momentos más brillantes, de mis momentos tristes y del sin fin de momentos pasajeros que son llevaderos sólo con su compañía. Incluso podría decir que me ayudo a encontrar el amor, bajo su embrujo me encontraba cuando conocí a la dueña de mis quincenas (cosa que no existe) al mirarla, tras escalar capas y capas de alcohol que me nublaban la vista, sólo atine a sonreir y dejarme ir en improperios contra ella (por supuesto era el amor) hasta culminar con vomitarle los pies en franco corolario de mi borrachera, mi entrada triunfal al amor. Sinceramente agradezco la tolerancia y que lo depuesto no haya causado una mala impresión, me gusta pensar que me mostré autentico y esa fue mi carta fuerte. Ha estado ahí, fiel testigo, yo lo tomo y lo respeto, todo aquello que entra por mi garganta y que en su proceso de elaboración apela a la creación (la destilación esta emparentada directamente con la alquimia) merece mi respeto. Cierto que en muchas ocasiones he sido llamado mala copa, ese termino insultante que algunos utilizan para describir a todo aquel que bajo los efectos del licor observa conductas, digamos, no agradables para con los demás, entiéndase jodón, broncudo, demasiado efusivo, demasiado cariñoso, encimoso o incluso con tendencia a cambiar de sexo, de tal suerte que mis expresiones corporales llámese buscar pelea o ser muy reiterativo en un punto especifico me han ganado tal mote. He tenido mis malos momentos con él, como, cuando por más que lo bebo no consigo el efecto deseado, o cuando tras beber tan sólo una copa me encuentro ya mareado, quiero decir que me molesta la inconstancia, aunque para hacer honor a la verdad es más una cuestión de mis condiciones físicas y no del alcohol mismo, eso y más, muchas veces el dinero que quisiera invertir en su compañía debo invertirlo en otros sanos esparcimientos, debo reconocer que también gusto de apreciar el mundo sin el matiz de la bebida. Matices aparte, la visión de la realidad, empresa harto difícil sin él, es caso perdido para mi, no confundirse, no me asumo como un alcohólico sino más bien como un bebedor que conoce y aprecia lo que se toma y que por lo tanto gusta de cultivar su gusto, luego entonces, la realidad se presenta en esa disyuntiva, me asumo como tal o le busco eufemismos a mi condición, la gran pregunta. Es eso principalmente, la bebida no ha impedido mi desarrollo social, ni el de mi intelecto, al menos así lo considero, han crecido a la par y bajo los efluvios del mismo, es decir, que leer un buen libro con una buena copa de vino al lado resulta placentero y esclarecedor, hacer el amor bebido me ha demostrado que aguanto más (consejo no apto para principiantes) comer mariscos en la playa acompañado de una cerveza es uno de los mayores placeres que me he proporcionado, resumiendo, no veo por donde se me critique o se me vitupere mi gusto por la bebida (creo que ese punto lo he dejado muy claro). Los costos de mi afición los he pagado ya, me he enfrentado a la vergüenza y al escarnio, a la condescendencia y a la incomprensión, a la compañía y a la soledad, todas y cada una han representado un proceso de aprendizaje, no se crea que tropiezo con las mismas piedras, siempre son diferentes, es por eso que no siento vergüenza o pudor alguno al asumirme y mostrarme como lo que soy, yo bebo y soy, no soy por que bebo, el anterior axioma sólo se explica, por supuesto, bajo los efectos del alcohol. Mi afición-adicción no surgió como una evasión de la realidad, aunque acepto que se haya convertido en eso, cualquier cosa es mejor que mirar al mundo de frente, en estos tiempos y en aquellos, es mejor mirarlo con la brumosa capa de la idiotez y el alma desinhibida. Es por eso muchachos que este discurso llega a su final, semejantes reflexiones han provocado en mí la urgente necesidad de humedecer mi paladar, de darle rienda suelta a mi afición. Siendo así no me queda más que apurar mi trago, recibir a mi compañero y pronunciar aquella palabra que nos hermana hoy y siempre, Salud.
Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.
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