lunes, 3 de octubre de 2011

Escape

Hoy me levanté temprano por primera vez en mucho tiempo. Hay mañanas como esta en la que el sol simplemente invade cada rincón de la habitación, cualquier habitación.   
En mi boca todavía tenía el mal sabor del vómito y es que efectivamente, bebí demasiado anoche. Pero no importa, con sólo un trago del enjuague bucal que siempre guardo en mi bolsa se soluciona...
...Perdí mi bolsa...

No importa, no había nada realmente importante allí y entre mi ropa había un par de billetes con los que era más que suficiente para comprarme unos tamales y hasta un atolito en el puesto de acá afuera. Con eso se me quita el mal sabor de boca y hasta me ayuda con la cruda.

Me puse rápidamente la ropa que por fortuna estaba muy cerca de la cama y salí con cuidado de no hacer ruido para no despertar a quien aún descansaba en ella. Mientras caminaba rumbo al puesto de los tamales me sentí diferente que el resto de las personas, y ellas lo sentían también, de eso estoy segura.

Pedí uno verde y uno de dulce, el hombre que me los entregó pareció arrastrar su grasienta mercancía sobre mis manos, me dio asco. Cuando terminé de comer me fui hacia mi casa, ya no soportaba la maldita calle, a la maldita gente, especialmente los hombres, todos asquerosos comiendo porquerías y gritando obscenidades desde sus camiones y camionetas. Así que fácil, malditos cobardes.

Cuando llegué a mi casa vacía me dediqué a limpiar, así tal vez valdría la pena haber empezado el día tan temprano. Recogí los restos de comida rápida que se fueron acumulando a lo largo de las semanas, sacudí un poco el polvo, pero no mucho porque odio el polvo y no quería quedarme respirándolo mucho tiempo, lavé mi vajilla de plástico rosa y finalmente, arreglé un poco mi guardarropa que es lo único que me reconforta un poco. Doblé con cuidado mis blusitas, pantalones y faldas, puse en orden mis zapatos y uno que otro accesorio como una mascada o una diadema.
 
En esto se me fue todo el día y cuando menos me doy cuenta ya es hora de ir a trabajar. Elegí con cuidado lo que me iba a poner aprovechando que está todo ordenado. Me puse mi camisa favorita, una de tirantes color vino con un pequeño encaje dorado en la parte de abajo, una falda tableada color negro y unos zapatos altos que hacen juego con todo. Me peiné el cabello en una media cola, haciendo que resalten mis luces y me adorné los ojos y los labios con un poco de color. Hoy por primera vez en mucho tiempo me sentí guapísima.  
En cuanto salí a la asquerosa calle, me sentí sucia al instante, todos me hacen sentir sucia por cómo me miran cuando voy pasando, creen que ya lo saben todo de mi por tan sólo verme un instante, pero no saben nada...
En cuanto llegué a trabajar, me senté en el vestíbulo para esperar a que me asignaran un cliente. Ya no sé si la música que ambienta el lugar estaba muy alta o ya de plano mis oídos están jodidos.

Una compañera se acercó a mí y extendiéndome su mano con un vaso de plástico en ella, me dijo: “Las nuevas tienen derecho a un trago gratis” y sonrió irónicamente. Bebí de un sorbo el sabor etílico del brebaje que tenía en las manos, sabía horrible pero además había oído que si bebes rápido, se te sube más pronto.

 
Mencionaron mi nombre, seguido de otro totalmente desconocido.
 
En cuanto vi al dueño de aquél nombre sentí ganas de llorar, era un hombre de unos 50 años más o menos, llevaba puesta una camisa color amarillo pollo debajo de la cual sudaba y unos pantalones de mezclilla muy ajustados que hacían más notorio su sobrepeso. Tenía la mirada perdida en sus ojos lagañosos y en su boca se asomaban dos asquerosos dientes amarillos.
Entramos a la habitación donde había despertado esa mañana y en cuanto se cerró la puerta agarró violentamente mi blusa color vino me la quitó rompiéndola en dos. Con sus grandes manos frotó mis senos y colocó su cabeza en medio de ellos untando todo su sudor... Creí que vomitaría en ese preciso instante.

En la habitación había una botella de whisky barato que alguien había olvidado, en cuanto la vi me solté de los bruscos brazos de aquel animal y le ofrecí un trago. Él sonrió mostrando sus asquerosos dientes y aceptó. Le serví en un caballito que me encontré junto a la botella y sin que se diera cuenta me terminé el resto del whisky de un solo trago. Mi garganta se estremeció y mi cabeza comenzó a dar vueltas, finalmente estoy ebria, por fin he llegado a ese estado en el que ya no me importa lo que ese animal haga conmigo, lo cual estaba bien porque así no me resistiré y probablemente colocará más propina entre mis prendas como el hombre de la noche anterior.

 
Ya todo está bien. Sólo espero... No levantarme temprano mañana...



Valentina Rascón
 
México D.F. octubre 2011







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