martes, 23 de octubre de 2012

Visitante


 “… recuérdalo todo,
porque la luna es la boca silenciosa de la noche dormida
la caricia intentada por los muertos.”
José Carlos Becerra
 
Se desnudó y se tendió bocarriba sobre la cama con pesadez, con una especie de apatía congénita y sin meterse entre las sábanas. Permaneció con el cuerpo expuesto y la cabeza ladeada mirando fijamente la luna a través de la ventana. Respiraba profundamente con cierta dificultad, con pesadez, cerrando los ojos en cada exhalación. Mirando la luna, su rostro apático y desganado poco a poco se recompuso, aunque conservaba el talante serio y reservado, parecía como si se asoleara con la luna, como si se nutriera de ella, tal como un bebé se nutre con un baño de sol. Me pareció que sonreía.
La espié largo rato antes de decidirme a entrar al cuarto. Anuncié mi entrada dándole dos golpecitos a la puerta.
-¿Puedo pasar?
-Adelante, estás en tu casa- me respondió con total indiferencia.
Entré fingiéndome ignorante de su desnudez y me dirigí nervioso directo al armario para sacar unas cobijas, una almohada y mi pijama. Mi nerviosismo se disipó cuando noté que le era completamente indiferente que la viera desnuda.
-Después de todo, tal vez no tenga que dormir en la sala- pensé con optimismo, pues desde que acepté darle asilo me había hecho a la idea de que lo mejor era cederle mi habitación y yo dormir en la sala, al menos la primera noche, “¡ya después pasaría lo que tuviera que pasar!”.
Pero su indiferencia ante mi presencia era simplemente eso: indeferencia, completamente alejada de una insinuación sexual, coquetería o aún de un gesto de confianza.
Indiferencia pura.
 
Traté de hacerle la plática pero era cortante aunque sin ser grosera, la sequedad era su estado natural, como los matemáticos o los físicos que se comportan en sus relaciones humanas con la misma lógica implacable y seca certeza de una ecuación.
-¿Tienes mucho calor, quieres taparte con una sábana ligera?
- No gracias así estoy bien.
-¿Te apago la luz?
-Sí.
Salí del cuarto y me tomé la libertad de dejar la puerta abierta en vista de que a mi huésped no le molestaba mi mirada.
El brillo de la luna era tan intenso que podía ver con claridad el interior de la alcoba a pesar de que ninguna luz estaba prendida ya. Sobre la cama la desnudez de mi visitante resplandecía igual que la arena blanquecina en el desierto debe reflejar los destellos lunares; sus formas de mujer también asemejaban las delicadas siluetas de las dunas. Por un momento tuve la impresión de que si entrase una corriente de aire, su cuerpo de arena se desintegraría, esparciéndose por toda la casa.
Me invadió la inquietud. Me levanté del sillón y entré a la habitación para cerciorarme de que la ventana estuviera bien cerrada.
-¿Te cierro la cortina? – dije, ella permaneció sin mirarme.
-No gracias, la necesito abierta.
- Bueno, si necesitas algo me avisas, estoy en la sala.
-Sí, ya vi. Gracias.
Volví al sillón. Intenté taparme y recostarme pero estaba demasiado ansioso como para dormir. Su presencia me inquietaba. Fui a la cocina y me preparé un sándwich, como siempre hago cuando estoy ansioso y como por comer –por eso estoy tan gordo- pero esta vez pude identificar que no tenía hambre. No me comí el sándwich, en vez de eso regresé a la habitación y le pregunté a mi huésped si deseaba comer algo.
-No, gracias- me respondió, pero esta vez me dirigió una mirada y una sonrisa.
Permanecí en la habitación a pesar de que ya no hallaba tema de conversación, las palabras no salían de mi boca. Pero mi ansiedad y nerviosismo me hacían permanecer ahí. Tenía una gran necesidad de tocarla, mis manos comenzaron a cosquillear.
- Sé lo que quieres –me dijo- pero no puedo complacerte hoy. Disculpa.
Permaneció acostada viendo la luna.
- Temo que pudieras aplastarme.
Notó mi cara de vergüenza y de tristeza, el sobrepeso es un tema delicado para mí que invariablemente me impide relacionarme con las mujeres, ella debió notar eso porque inmediatamente aclaró su comentario.
- No estoy acostumbrada a esta atmósfera, incluso mi ropa y las sábanas me pesan. Me cuesta trabajo respirar aquí.
-Entiendo- dije.
- Eres muy amable al dejar que me quede. Eres buena persona.
Decepcionado de escuchar la misma frase que todas las mujeres me dicen me dispuse a salir del cuarto.
-Puedes acostarte a mi lado si quieres- me dijo- pero no puedes tocarme.
Hacerme el digno no serviría de nada, así que me conformé con su propuesta y me dispuse a dormir simplemente acompañando.
-Pero debes quitarte la ropa también- me pidió.
Así lo hice, me tendí desnudo sobre la cama y mi excitación devino, simplemente me quedé impaciente y nervioso, como se está en la sala de espera del dentista.
-Tranquilízate. Observa la luna, siente su luz.
Efectivamente era hermosa. Permanecí viendo la luna, más tranquilo ya. Incluso conservé la compostura cuando sentí su mano acariciar mis rodillas subir por mis muslos. Era una mano ligera pero lenta, propia de alguien que no está acostumbrado a la gravedad. Puso su mano sobre mi sexo y lo apretó, una sensación de plenitud me invadió. No era como el placer simple de la fricción y la lubricidad sexual, era más bien como si sus mano hubiera eliminado por completo el deseo sin necesidad de orgasmos o eyaculaciones, como se supone que debe ser la iluminación del nirvana. Era una reconfortante sensación de plenitud atemporal, sin gravedad.
Flotando así permanecí, no sé por cuanto tiempo, hasta que los rayos del sol golpearon mi rostro y abrí los ojos. Como era de suponerse, ella no estaba ya a mi lado. Aún era posible distinguir la luna a pesar de la intensidad del sol, pero yo no podía distinguir si estaba vivo o muerto, o si aún seguía soñando.





Romeo Valentín Arellanes
Estado de México Octubre de 2012

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