jueves, 8 de agosto de 2013

La balada del amigo eterno

Todas ellas me rechazan aunque me estiman y me hablan por teléfono de vez en cuando. Llegan de improviso a mi casa para abrir su corazón, lloran sus penas de amor entre mis brazos, seducen mis oídos con su llanto acompasado, conmueven mi pecho con sollozos y espasmos de respiración. Mi corazón solidario se indigna conforme avanza el relato y maldigo a los hombres incapaces de comprenderlas como yo. Les acaricio el pelo y las consuelo con palabras sinceras, pero siempre caigo en la tentación. Doy un gran sorbo al aroma de sus cuellos que es el aroma de la desnudez hecha vapor. Me concentro en el latido de sus cuerpos en la vibración de la voz, mas no en las palabras. Ellas, hundidas en su egoísta melancolía, no reparan en lo que yo pueda sentir. Brota en mí el instinto protector, el celo del macho que guía la manada. Las estrujo en mis brazos con ternura para defenderlas del mundo que las daña. Me vuelvo un hombre ante la vulnerabilidad de una hembra e irremediablemente cruzo el límite de la amistad sincera. Cuando ellas intuyen mi deseo, finjo que nada pasa. Soy experto en cambiar el tema y humillar al instinto. Maliciosas, siguen la corriente tal como conviene a su destino. Una y otra vez soy rechazado sutilmente. Una y otra vez los límites de la amistad se restablecen. ¡Oh monótono cariño sin placer! Ellas regresan con los hombres que no saben ser amigos pero que intuyen lo que busca una mujer. Mientras yo permanezco solitario y me masturbo resignado, como lo hicieron El Cyrano y Tulusse Lautrec.



Romeo Valentín Arellanes
México DF. 2012

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