martes, 27 de agosto de 2013

Notas rosas

Todo comenzó cuando recibí una pequeña nota rosa con un coqueto “hola”, me sentí muy halagado pues una notita así se presta a inflar el ego. Intenté descubrir a la redactora de la nota en la oficina confiado en que se delataría, pero nada, al cabo de dos semanas ya me acordaba poco de la nota rosada.

Fue en el gimnasio donde suelo ir a nadar, en el locker para ser más específico  donde estaba otra notita rosada que decía, tu me gustas,  al tomarla voltee para encontrar a la redactora, pero no había nadie, en la oficina nadie comentaba nada, nadie me hacía una pregunta que me diera una pista, mis compañeras de trabajo ni se inmutaban, nadie sonreía más de lo usual, las pláticas estaban en el tedio de siempre, nadie me quería presentar a nadie.

Le comenté a los amigos que en broma me dijeron que en una de esas era un hombre y no una mujer, lo cual descarté después de un sondeo con  mis conocidos y contactos en mis lugares de reunión más usuales.

Recibí un correo electrónico anónimo que me halagaba;  decía lo que le gustaba de mí, que le gustaba que fuera buen nadador, que jugaba muy bien al billar y que le parecía de muy buen gusto que yo bebiera cerveza irlandesa, -la cual es mi cerveza favorita-. Me puse paranoico, llamé a mis cuates más cercanos muy molesto por la broma, todos se reunieron conmigo para hablar  pues me vieron además de preocupado, ya en un estado de paranoia completa. Al final atando cabos nunca pude encontrar a quien redactaba las notas, empecé a salir con una compañera del gimnasio para usarla como espía y confidente, cambié de club deportivo, comencé a frecuentar a amigos un tanto olvidados y hasta me cambié de departamento.

El segundo día después de la mudanza me quede histérico cuando recibí una nota rosa de bienvenida firmada: “una amiga” con un pastel de chocolate con flan, no pude dormir.

De nuevo en el trabajo, más de un compañero me saludaba y me preguntaba por mis preocupaciones, horas de sueño y muchos se asombraron de el tamaño de mis ojeras.
No pude más, empecé a aislarme, ya no salía ni al billar, las reuniones eran sólo un recuerdo borroso. Y una tarde, de viernes, recibí una llamada telefónica de una mujer que me invitaba a una fiesta, que se moría de ganas de conocerme, que por fin estaba decidida a dar el último paso, se disculpó por haberme hecho pasar por las penurias y al ver mi estado físico y anímico se alejó, pero según sus propias palabras, no podía aguantar más para compensar todo el mal causado por su timidez.

Llegué al departamento, estaban unas mesas ordenadas y todo en silencio. Me recibió un compañero de trabajo y me dijo que le daba gusto que ya por fin saliera de mi cueva, me acompañó al fondo donde se podía ver la silueta de una mujer con cabellera larga y negra en un vestido rojo, de espaldas a mí, me dijo siéntate, y al voltear la supuesta mujer era mi compañero de trabajo Alberto Godínez y me dijo “mucho gusto Joaquín” me quedé helado no supe que hacer, empezaron a salir muchos de mis supuestos “amigos” con botellas de cerveza, con risas que parecían ataques de tos…
Todo era un broma de mis amigos, me puse verde, y me lancé sobre el pendejo de Godínez, le rompí la nariz, lo estrangulé al punto de que me tuvieron que agarrar entre tres, me separé y vomité tres veces, rompí una televisión y dije más groserías que en toda  mi infancia.


Todos se sorprendieron de mi reacción y más de uno dijo que no aguantaba ni una bromita de amigos

Inocente Buendía
Ciudad Universitaria México D.F.

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