María y yo ensayábamos por cuarta
vez el amor, libres de prejuicios y con la conciencia tranquila de quien
emprende una aventura más, era nuestro
afán de intentarlo y nuestras ganas de estar juntos lo que nos impulsaba, dicen
que la tercera es la vencida, en este caso y por cuestiones de logística
(teníamos la casa sola) tendría que ser a la cuarta. Se nos pasaron las copas,
ese eufemismo tan nuestro para no decir que
nos caíamos de borrachos, pero es que sólo así se nos quitaban los miedos y la vergüenza
de vernos desnudos (aunque me choca quitarme las calcetas) y comprobar que
somos bellos en nuestra imperfección. Debo reconocer que a María la voy
conociendo de a poco, a cada intento
conquisto una isla más de su anatomía, la primera vez los labios, la segunda
las nalgas, la tercera los senos, espacios y lugares que gracias a su infinito cariño son conquistas
progresivas e irreversibles, en esta
ocasión combinaba besos con caricias intercaladas a los lugares mencionados y esperaba por fin declararme el vencedor de
la lucha y dejar mi marca y bandera como legítimo vencedor de la batalla. Ascendimos desde las múltiples capas de
embotamiento, ensayando nuevos besos y nuevas caricias a nuestras muy definidas
dimensiones, uno debe recurrir a la creatividad cuando el cuerpo es una zona
perfectamente delimitada, un terreno minado donde un paso en falso puede significar
la muerte de la magia y el deseo. María parecía dispuesta, por primera vez me
dejó llevar su mano a mi pecho y a la parte baja del ombligo, respiraba fuerte
y los labios rojos me decían que nuestras libidos se encontraban en perfecta
comunión, cuando me disponía a dar la estocada final y aventurar el lance heroico
que culminaría con nuestro deseo ella soltó
la bomba.
-Hazme el amor. Estoy peda.
-Yo también ¿estas segura?
-Sí, no me voy a arrepentir y no lo voy a olvidar
- Yo tampoco.
-Apúrale, no quiero que me piquen los zancudos la espalda.
-Voy, es que no sé dónde está el broche de tu brassiere
-Mmmmju, te ayudo. Me dijo mientras se quitaba la blusa rápidamente y me apuraba a lo mismo.
-Quítate la camisa.
-Voy, es que no veo ¿prendemos la luz?
-No, no quiero que me veas, estoy gorda.
-Yo también ¿estas segura?
-Sí, no me voy a arrepentir y no lo voy a olvidar
- Yo tampoco.
-Apúrale, no quiero que me piquen los zancudos la espalda.
-Voy, es que no sé dónde está el broche de tu brassiere
-Mmmmju, te ayudo. Me dijo mientras se quitaba la blusa rápidamente y me apuraba a lo mismo.
-Quítate la camisa.
-Voy, es que no veo ¿prendemos la luz?
-No, no quiero que me veas, estoy gorda.
Cabe mencionar que nuestro
diálogo se dio entre varios intentos de hacernos entender, la borrachera nos
impedía articular las palabras de manera adecuada, esta versión es lo que pude
sacar en limpio noches después, con la mente clara y las ideas frescas. Ella me
recriminó.
-Cómo serás pendejo, ni un brassiere sabes quitar.
-No es eso, es que este está raro.
-¿Te quito el pantalón?
-Sí, no veo nada.
-No puedo, traes cinturón, ahh olvídalo.
-Espérate.
-No, se chingó.
-No es eso, es que este está raro.
-¿Te quito el pantalón?
-Sí, no veo nada.
-No puedo, traes cinturón, ahh olvídalo.
-Espérate.
-No, se chingó.
No pudimos, no supimos quitarnos
la ropa ni los miedos, si, toque partes de su cuerpo que no había tocado antes
y descubrí que quizás estaba perdidamente enamorado de María, pero el objetivo
principal se había esfumado. Nos miramos tiernamente a los ojos (como para
decirnos un no te preocupes, habrá más chances) y nos abrazamos para dormir juntos,
no nos quedaba otra. Mientras yo reflexionaba sobre mi estupidez y falta de
pericia, María comenzó a resoplar pausada y plácidamente, dormía el sueño de
los inocentes. Y fue ahí, justo en ese momento lleno de cavilaciones y dudas
donde tuve la epifanía que me hizo falta minutos antes, la gran revelación que
hubiera llevado a buen puerto la nave y que me tendría para ese momento
roncando en los estertores del deber cumplido: el brassiere se desabrochaba por
adelante.
Raziel Jacobo Correa Alvarado
Un martes de abril en CDMX 2016
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