jueves, 14 de abril de 2016

Casa chica

Martha era insoportable "esos días" amargaba el ambiente de la casa, se podía respirar el peligro al simplemente abrir la puerta, el aire tenía filo como de navaja de peluquero, cualquier fino movimiento, un estornudo, el rechinar de las suelas de mis zapatos, masticar un poco duro la comida, o el ruido de las gotitas de pipí cayendo en la taza porque la puerta de baño quedara entreabierta, bastaban para desatar a Las Furias y despertar el agresivo animal interno de Martha. Mi casa no era mi casa "esos días", estaba lejos de ser el refugio y la fresca sombra que todo hombre necesita para descansar del trabajo y en general del mundo. Comencé a refugiarme en los bares "esos días" y después cada vez con más frecuencia en el departamento de Yadira.
Yadira tenía otro tipo de animal al que me gustó despertar, su departamento calientito y bien equipado era un gran refugio provisional durante "esos días", no había reglas en su cama, no había mal humor, había alimento suficiente y muchas ganas, mucha disposición de su parte. Podía estar ahí un par de noches al mes sin en realidad dar una buena excusa a Martha, quien parecía más tranquila sin mí "esos días" y no me preguntaba si en realidad estaba yo donde decía. Pero uno de "esos días" encontré a Yadira de mal humor, había dejado de tomarse las pastillas y el ciclo se le alteró. Yadira fue peor que Martha ese día. Comenzó a hablarme de estabilidad y de planes para el futuro y para la vida. Ya no le bastaba verme solamente "esos días". En el fondo pensé que lo decía por estar en “esos días” pero intenté darle gusto, ajustarme a su calendario y ella fue feliz un par de meses. El problema fue que Martha fuera de "esos días" se comportaba como una mujer normal, mostraba sus sentimientos, asumía el papel que le correspondía, me quería solo para ella y le importa mi paradero. Me confrontaba y se ponía de mal humor como si estuviera en "esos días", quería revisar mi teléfono, lloraba y eso era algo que yo tampoco quería, así que no pude cumplirle a Yadira y terminé por verla sólo cuando se podía, inventando cada vez pretextos más tontos a las dos. Seguimos juntos pero mi vida fue una pesadilla, ambas se intuían e intentaban comunicarse a través de mí, me sentía como un objeto en disputa, ambas me arañaban y mordían para marcar mi cuerpo, me escondían su ropa íntima en el saco, solo faltaba que, perdonen la expresión, me orinaran como animales para marcar su territorio, la tregua llegaba únicamente "esos días" en que las dos parecían estar más a gusto sin mi mientras yo me refugiaba solitario en el bar. No me gustaba la situación. Traté de convencer a Yadira de que se volviera a tomar las pastillas y que todo fuera como antes. Me preguntó si yo era casado. Su comentario me causó agruras y una risa burlona. A partir de entonces Yadira se radicalizó y se volvió especialmente insistente, le llegué a contar hasta 50 llamadas en un día. O le pones un alto a esto o nos divorciamos, dijo Martha y al día siguiente se largó temporalmente a casa de sus padres.
Fui al departamento de Yadira sin avisar decidido terminar la relación, pero ella me recibió con besos, abrazos y una hermosa sonrisa. Caray, eso era todo lo que yo quería, lo que necesitaba, Martha no era perfecta, era mi derecho tener un refugio un lugar de fuga con Yadira. Entre besos y abrazos, acostados después de hacer el amor como hacía falta, insistí en el tema de las pastillas. Le expliqué que era lo mejor, pero ella no entendió el por qué, parecía algo ilógico. Me dijo que si temía un embarazo podríamos usar preservativo. Mi silencio despertó a Las Furias al animal agresivo de Yadira, se desprendió de mis brazos y se levantó. Ya dime la verdad, exigió. Yo estaba tranquilo por fuera pero mi cabeza era un remolino. Hay cosas que no deben decírsele jamás a un hombre tranquilo, yo nunca he querido ser un animal. Tampoco me gusta ofender ni decir groserías. Le advertí a Yadira que bajara la voz y que midiera sus palabras. ¿Y qué me vas a hacer? Me retó. Me levanté. Le di una cachetada que la tiró. En sus ojos vi rencor y deseos de venganza. No podía dejar así las cosas, no podía decir "se me escapó" como esos animales que actúan agresivos impulsados por el miedo y la desesperación, tenía que demostrarle que soy un hombre con el que no se juega y sabe lo que hace. Le di una patada en el estómago, solo para ganar tiempo y dejarla sin aire, no para lastimarla, la levanté de los cabellos, le apreté la garganta y la puse contra la pared, murmuró que la soltara por favor, en sus ojos había miedo en vez de enojo, tristeza en vez de rencor, supe que había ganado y entonces hablé. Le advertí que no me gustaban sus preguntas, pero también le dije que la amaba y la necesitaba, le prometí que tendríamos estabilidad pero sería a mi manera, con mis reglas los días que yo quisiera. Apreté su cuerpo desnudo contra mi cuerpo desnudo, le separé las piernas con mis piernas y la besé en la boca.




Romeo Valentín Arellanes
Ciudad de México, antes Distrito Federal, abril de 2016

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