martes, 30 de agosto de 2016

Inoportuna travesía transversal

 —¿Me amas?.
 —Te seré sincero: estoy harto.
 —¿De mí?. *voz quebrada* 
—De que afirmes que no te quiero, ¿tú cómo puedes saberlo? ¿Porqué la insistencia? 
—Son cosas que una mujer simplemente sabe. 
—Pues estoy harto de esas pendejadas, de las quincenas, de la temporada de lluvias, de mí, de la vida misma. La verdad es que estoy harto de todo. Ojalá tuviese el valor para volarme la cabeza, ojalá lo hubiese hecho hace mucho. 
—No eres tú el que habla, son todas esas drogas que consumes antes de desayunar. Tú no eres así por naturaleza. 
—¿Ves? Puras pendejadas y cosas sin sentido, nada tiene sentido. ¿Conoces esa sensación de que estés donde estés siempre te preguntas que es lo que estás haciendo ahí?. Esté donde esté muero por irme a otro lugar, es una especie de angustia permanente, me siento presionado por culminar cada cosa que realizo desde el primer momento, como si tuviese prisa por acercarme a la recta final del ser. Es una locura seguir vivo, conteniendo tantas ganas de morir. 
Entonces él sacó su revolver del cajón de los calzones limpios y se lo acercó por debajo de la mandíbula, porque alguien le había explicado que si se dispara uno desde abajo se revienta el hipotálamo. En cambio si te disparas por la sien, el proyectil puede atravesar el cerebro de manera transversal sin matarte, con el riesgo de dejarte idiota. 
—Tú siempre con lo mismo ¡Baja esa pistola, que me pones de nervios! Reflexiono detenidamente este asunto y me deprimo demasiado, porque me doy cuenta que soy yo quien ha fracasado como mujer: Si tú fueras feliz a mi lado ninguna urgencia tendrías por morir, pasaría todo lo contrario. Pensándolo bien eso me preocupa mucho. A mi mamá le sucedió lo mismo con mi papá y posteriormente con mi padrastro. Alguna vez escuche que mi abuela padecía de lo mismo: parece que las mujeres de mi familia estamos destinadas a no cubrir la expectativa emocional de nuestras parejas, algo realmente alarmante para mí. Terminaré sola y lo sé, es más, en este momento ya me siento sola. 
—Me sorprende la cantidad de estupideces que pasan por tu cabeza— dijo él mientras dejaba el revolver en la mesita de centro. Entonces ella con un movimiento casi mecánico, tomó velozmente el revolver que estaba en la mesita sin decir una sola palabra y sin parpadear se voló la cabeza de forma transversal. Desafortunadamente sobrevivió y años más tarde él tuvo la necesidad de asesinarla, porque no soportaba cargar con un enfermo mental. Aunque terminó dándose cuenta de que su ex estaba enferma antes de darse el tiro transversal.

Tiferet Jojmá Jonathan
México, DF.

¿A qué olía Violeta?


Hablar de Violeta me resultaba incómodo, era como un golpe bajo para mi orgullo porque equivalía a aceptar abiertamente una derrota emocional, por decirlo de algún modo. Podría argumentar que no sé las razones que la hicieron tan… especial, pero eso significaría no solo mentirle a la persona que se tome el tiempo de leer esto, sino mentirme a mí mismo, que sería peor, es que la negación y la ignorancia suelen ser la línea divisoria entre la candidez y la estupidez y, “casi enamorarse” de alguien no es una estupidez, ¿o si?
Violeta era la síntesis de las virtudes que yo apreciaba en una persona y de los defectos a los que les podía dar cabida en mi vida, tenía muchas de ambas cosas y eso me gustaba, incluso, me parecía admirable. Tenía dos grandes virtudes que eran mis favoritas, una era que no pretendía nada, se asimilaba y se asumía como lo que era: una chica clínicamente diagnosticada de sus desórdenes psicológicos, pero una chica alegre -quizás un poco ignorante de su belleza particular y un tanto andrógina- que no usaba celular. Su otra gran virtud era que "lo entendía", no se me ocurre una explicación más especifica cuando me refiero a que “lo entendía”, ciertamente no me refiero al secreto de la vida, al hilo negro, como suelen decir, ni algo por el estilo, pero quizás, y solo quizás, me refiero a que aceptaba las cosas como son, pero no es eso del todo, o sí, pero más. Me gusta creer que vi más allá de lo que la mayoría ve en ella, pero cabe la posibilidad de que solo me mienta al respecto. 
Concretamente, solo estuvimos juntos en tres ocasiones, bastó. Claro, llegábamos a coincidir en lugares comunes como bares y aulas, pero ni ella ni yo éramos capaces de acercarnos mucho, porque estaba con sus amistades o yo con las mías; sin embargo, cuando estábamos a solas podíamos platicar a nuestras anchas, incluso, y por ejemplo, una vez pasamos gran parte de la tarde debatiendo los pros y los contras de usar pañal en la edad adulta. De esas tres citas que tuvimos solo nos acostamos en una, y tengo que explicar algo al respecto, para mí, el principio sexual es muy básico, objetivamente se trata de meter y sacar algo de una cosa con un objetivo, o dos, dependiendo de si el objetivo de la pareja que lo practica también es la reproducción, la única variación es el empaque, que puede ser más o menos terso, más o menos flácido, más o menos curvilíneo; otra variable a considerar es la técnica, hay quienes se mueven como una máquina para hacer esquimos o quienes se contonean con ritmo de blues, por decir ejemplos. Sin embargo, cuando estuve con Violeta fue diferente, con ella se fueron a la mierda los conceptos del empaque y la técnica, ella me tocó de verdad; puedes dormir con muchas mujeres pero el porcentaje de las que te dejan huella es mínimo, Violeta fue el más mínimo de los porcentajes; recuerdo haber hecho el amor anteriormente, pero la intensidad fue menor.
Retozar con Violeta fue casi inocente, una expedición de tacto y olfato en la que la bitácora de mi memoria quedo saturada de ella. Su cuerpo tímido y dispuesto, las pieles reconociéndose, familiarizándose, sus caderas anchas, sus glúteos firmes que desembocaban en unas piernas fuertes, pálidas, que cuando andaba daban zancadas autoritarias. Sin embargo, las palmas de aquella noche, y más, se las llevo su aroma difícil de describir, era sutil y fresco pero se me grabo tanto que aun meses después si llegaba a percibir un perfume parecido en la calle o en el transporte me detenía y volteaba la cabeza para un lado y otro como esperando que estuviera ahí; su aroma, se intensificaba entre más recorriera su piel con mi boca, todo el conjunto de labios, lengua y dientes, y se intensificaba cuanto mas me acercara a su entrepierna. Todo quedo impregnado de ella, todo el departamento, de verdad.
Luego de la tercera cita desapareció, que es un decir en pos de un sentido más fatídico para el relato porque seguíamos encontrándonos aisladamente en esos sitios comunes y ocasionalmente tenemos contacto por las redes sociales pero nunca volvió a ser lo mismo, ella tuvo una recaída y cuando se recuperó volvió cambiada, fue como haber inflado un globo al que después se le escapo el aire de a poco. 
Con el tiempo vinieron otras chicas que pasaron sin pena ni gloria por mi alcoba, entre ellas la Elisa, la Emiliana, la chica del tatuaje de tiburón por encima del seno izquierdo de la que no recuerdo su nombre, también vino Andrea y un par mas; todas contribuyeron a revivir mis conceptos de técnica y empaque y estuvo bien, fue hasta una tarde en un bar que conocí a Jimena que todo se volcó. Estuve a punto de echarla de casa un par de veces porque le daba por dárselas de intelectual echándome en cara una sarta de estupideces relacionadas con Coelho, Jodorowsky y Carlos Cuauhtémoc Sánchez, y lo habría hecho sino hubiera optado por quitarse la blusa y seducirme; era linda pero sin entusiasmos, sin embargo, hubo algo que la hizo obtener de mi las caricias mas honestas de las que soy capaz: olía igual a Violeta, al menos terriblemente parecido y, entonces, yo solo quise embriagarme de ella, como un alcohólico en abstinencia al que le ponen una botella enfrente, y lo hice, para el final de la noche todo estaba muy similar, casi con demasía, a la mañana siguiente en la que Violeta y yo nos acostamos, de hecho, mi cuerpo olía a ella, no a Jimena sino a Violeta, sobre todo los dedos índice y anular de la mano derecha. No volví a ver a Jimena, tampoco es que quisiera volver a hacerlo, sin embargo, aquella semana no me bañé sino hasta que comencé a oler mal y llegue a la conclusión de que aquel aroma, ese perfume que revivió tanto en mí, era, no otra cosa, sino el aroma de la nostalgia.


Clementino Diógenes
México, DF.


lunes, 29 de agosto de 2016

Nosotros

Recuerdo que era un martes, o tal vez quiero recordar que era martes, el día que yo considero perfecto para que las cosas importantes sucedan. Caminábamos tomados de la mano por las calles del centro de la ciudad, María ensayaba una sonrisa tímida que yo descubría mientras la miraba con el rabillo del ojo y sonreía también, satisfecho, alegre, seguro. Era el cuarto día de una relación que comenzaba con buenos augurios y presagios de mejoría, es decir, íbamos muy bien. María era un vendaval de emociones, como una tormenta de sensaciones que se sucedían una tras otra sin control ni mesura, en un momento podía pasar del amor más arrebatado al odio más irracional, o del apacho meloso a la total indiferencia. Ese martes todo iba excelente, comentábamos trivialidades y caminábamos enamorados por las calles en una deriva pactada con anterioridad: ni yo diría hacia dónde íbamos, ni ella preguntaría, la sorpresa rondaba el ambiente. Lo decidimos así después de acaloradas discusiones donde ella me reclamaba no querer conocer lugares nuevos y sólo querer frecuentar los mismos a los que iba con mi ex, yo argumentaba que por supuesto que no, que me gustaba ir a los lugares de siempre porque me conocían, me atendían bien y me gustaba la comida o bebida según fuera el caso.  Así que yo me dejaba llevar por el azar y el olfato,  o eso pensé, me traicionó el inconsciente.
-Mira este café ¿se ve bueno no, entramos? Le dije a María.
-Bueno, como tú quieras yo tenía antojo de una cerveza.
-Ah, parece que aquí también venden.
-¿Ya lo conocías?            
-Ehh no, pero en el centro venden cerveza en cualquier establecimiento.
-Mmm bueno.
María bella mujer, dejaba que su sexto sentido la guiara y expresaba una duda legítima, yo conocía ese gesto, en cuatro días de noviazgo había aprendido que era el preámbulo de un registro y análisis de todas mis palabras y acciones, o lo que es lo mismo, a partir de ese momento podría considerarme observado con lupa, debía ser precavido y andarme con tiento, no lo logré.
-Me gusta mucho tomar café, de joven tomaba hasta 4 tazas diarias. Comenté
-A mí no tanto, sólo por las mañanas, ¿aquí está bueno el café?
-No mucho, antes era  mejor, ahora le ponen mucha agua y no sabe bueno.
-Ahh, ¿antes pedías americano?
-Sí, aunque recuerdo que una vez pedí un capuccino deslactosado y me hizo mucho daño.
-Pinche Joaquín, eres un mentiroso, me voy de aquí, lo nuestro se terminó.
-¿Qué paso? ¿Qué hice? ¿Por qué te vas?
-¿No que no conocías este lugar? Seguro venías con tu ex a cada rato, eres un pendejo, no me quieres y no quieres estar conmigo, no me merezco esto, disfruta tu vida.
-Espera, por supuesto que no, me equivoque, este no lo conocía, el de al lado sí.
-Pendejo, tus excusas de siempre, me voy y piensa en lo que perdiste por no olvidar tu pasado.

Mierda, una relación que se caía por un error de cálculo, breve amor que se consumió en la llama de su propia pasión, porque efectivamente, erré por quince metros entre lo desconocido y mi lugar de costumbre, está de más decir que me sentí devastado y sin consuelo, estoicamente, mientras era observado por todos en el lugar, pedí una cerveza (si vendían) y abrí un libro de Pessoa, si me iba a instalar en el pasado más me valía sucumbir de lleno a la melancolía y  brindar por una relación más que no fue y no sería. 

Raziel Jacobo Correa Alvarado
CDMX Agosto 2016

lunes, 1 de agosto de 2016

Ex soltería, o la merma de la trascendencia metafísica

Nada especial: me enamoré a muy corta edad del único ser que me prestaba atención en aquellas épocas. Sin saber cómo ni cuando, había desechado al resto del mundo de mi psique, pues con él, mi primer amor, me sentía completo. Hasta que, por supuesto, llegó la decepción. Un día me comporté como un idiota, deseando enamorarme de alguien que no fuera yo, y el desprecio a mí mismo se instaló en mí cuerpo como una infección que me tumbaba a llorar en la cama. Me perdoné viendo tele, jugando videojuegos, me masturbaba, comía chocolate en exceso… y un día volvió la alegría de vivir. Me reenamoré de mí mismo y el círculo vicioso continuó así hasta que terminó mi relación. Mi primer ex novio quedó muerto después de mi segunda década de vida.
Como deportista de alto rendimiento en la práctica del onanismo, fue un choque espiritual el descubrir las mieles que un cuerpo ajeno podían ofrecerme. Si bien sabemos que la única posibilidad sexual de dos cuerpos es el masturbarse mutuamente, es bien cierto que una conexión espiritual adquiere sentido y pare una entidad metafísica inquebrantable. Débiles espirituales como somos, le damos a la antiquísima y tradicional palabra “amor” el sentido que hoy todos conocemos: beneficios económicos, (yo te pago la cena, tú trapeas; o, los dos trapeamos y los dos aportamos dinero; o sencillamente, nadie trapea ni da los billetes y gorroneamos la siguiente botella); negocio espiritual: yo acepto ver esa película horrible siempre y cuando tu aceptes hacer esa escandalosa porquería en la cama; y así hasta que cada uno se va adecuando a la felicidad del otro y crear una, de inicio, placentera rutina. Después de un tiempo, ocurre que uno carga con ajenos pedazos de espíritu que se le adhieren como un animal pegajoso que ensalivamos con nuestra codependencia. Si el utópico objetivo de soportarse no funciona, alguno de los dos será el primero en huir. En mi caso, con aquel “segundo amor” nos restregábamos a la cara esas plastas pegajosas; nos arrojábamos esas medusas a la cara para siempre volver a mamar de ellas con lágrimas y sangre, además. 
Alguna madre de familia neurótica, con vida sexual deteriorada, y una familia de la que ya no puede arrepentirse, puede acusarme de vicioso, y ante el mundo moral que impera, tendría razón. Sin embargo decidí cortar esa segunda relación sentimental tóxica (mi segundo amor); intenté volver a encontrarme con el primero, conmigo. Pero ese yo, había cambiado. Ya no era el tonto inseguro capaz de poner la otra mejilla por miedo, mas no por virtud. Ahora era un brujo con cuerpo de plomo al que podías inyectarle litros de ron y llenarle la garganta con barbitúricos. Algunos dirán que lo hacía por tristeza, pero no. El Aldo Spazzino que entonces encontré, mi amor renovado, se había transformado en un brujo con buena presencia. Su aspecto con tenis gastados, pantalones recortados bajo la rodilla y un montón de cicatrices no hacían más que atraer mujeres, hombres, contactos profesionales y demás. Era auténtico. Un ser renovado que tenía un mensaje divino. Las voces que escuchaba de otras dimensiones las compartía sin recelo. ¿Delirios erotómanos e intelectuales, divinos productos del alcohol y el clonazepam? Pamplinas. Él ascendía a niveles que pocos han logrado. (No intenten convertirse en máquinas solteras para llegar a esto; no es tan simple). Sin embargo, el poder demoniaco de una sociedad que impide el progreso metafísico-individual, se/nos lo hizo pagar caro.
Tirado en una banqueta; comunicándote con seres amorfos, etéreos y volátiles, aparece un cuerpo; ella no entiende que esto es parte de tu éxtasis divino, pero su calor te cautiva. Un vampiro que no envejece, que dentro de su eternamente juvenil aspecto posee una sabiduría soberbia que te atrapa una vez más. Te devuelve, sin notarlo, al mundo que has abandonado a voluntad. El mundo gobernado por el Diablo. Vuelves a los placeres minimalistas, el de la eyaculación dentro de ella, el de la unión espectral de dos espíritus poderosos pero dispares, ver televisión y enterarse de los últimos acontecimientos de un mundo inexistente, discutir por las sopas maruchan o las ensaladas de coliflor. Manoseando los pepinos que llevarás del súper descubres que tus poderes esotéricos se han esfumado, no sirven ya. Meditas pero sólo escuchas el cuchicheo burlón de los dioses, representado como aromas femeninos. No hay mensajes ocultos en la fecha de caducidad del Ades de piña-coco. Te anulas, te pierdes, te desgarras en silencio cuando no sabes que decir frente a la vampireza mayor, (suegra, en términos seculares). Tu cuerpo de plomo ahora siente nausea al soportar encontrarte con los amigos o ex amantes de tu mujer Escarlata.
Y ahora queda sopesar. Resignarte a la tranquilidad de una película dominguera que culminará en un coito riesgoso, o rehabilitarte en las artes ocultistas que tanto conocimiento te ofrecieron cuando eras una máquina soltera. 
Ser mortal o transmutar, otra vez.




 Aldo Spazzino
Ciudad Nezahualcoytl, México