Como deportista de alto rendimiento en la práctica del onanismo, fue un choque espiritual el descubrir las mieles que un cuerpo ajeno podían ofrecerme. Si bien sabemos que la única posibilidad sexual de dos cuerpos es el masturbarse mutuamente, es bien cierto que una conexión espiritual adquiere sentido y pare una entidad metafísica inquebrantable. Débiles espirituales como somos, le damos a la antiquísima y tradicional palabra “amor” el sentido que hoy todos conocemos: beneficios económicos, (yo te pago la cena, tú trapeas; o, los dos trapeamos y los dos aportamos dinero; o sencillamente, nadie trapea ni da los billetes y gorroneamos la siguiente botella); negocio espiritual: yo acepto ver esa película horrible siempre y cuando tu aceptes hacer esa escandalosa porquería en la cama; y así hasta que cada uno se va adecuando a la felicidad del otro y crear una, de inicio, placentera rutina. Después de un tiempo, ocurre que uno carga con ajenos pedazos de espíritu que se le adhieren como un animal pegajoso que ensalivamos con nuestra codependencia. Si el utópico objetivo de soportarse no funciona, alguno de los dos será el primero en huir. En mi caso, con aquel “segundo amor” nos restregábamos a la cara esas plastas pegajosas; nos arrojábamos esas medusas a la cara para siempre volver a mamar de ellas con lágrimas y sangre, además.
Alguna madre de familia neurótica, con vida sexual deteriorada, y una familia de la que ya no puede arrepentirse, puede acusarme de vicioso, y ante el mundo moral que impera, tendría razón. Sin embargo decidí cortar esa segunda relación sentimental tóxica (mi segundo amor); intenté volver a encontrarme con el primero, conmigo. Pero ese yo, había cambiado. Ya no era el tonto inseguro capaz de poner la otra mejilla por miedo, mas no por virtud. Ahora era un brujo con cuerpo de plomo al que podías inyectarle litros de ron y llenarle la garganta con barbitúricos. Algunos dirán que lo hacía por tristeza, pero no. El Aldo Spazzino que entonces encontré, mi amor renovado, se había transformado en un brujo con buena presencia. Su aspecto con tenis gastados, pantalones recortados bajo la rodilla y un montón de cicatrices no hacían más que atraer mujeres, hombres, contactos profesionales y demás. Era auténtico. Un ser renovado que tenía un mensaje divino. Las voces que escuchaba de otras dimensiones las compartía sin recelo. ¿Delirios erotómanos e intelectuales, divinos productos del alcohol y el clonazepam? Pamplinas. Él ascendía a niveles que pocos han logrado. (No intenten convertirse en máquinas solteras para llegar a esto; no es tan simple). Sin embargo, el poder demoniaco de una sociedad que impide el progreso metafísico-individual, se/nos lo hizo pagar caro.
Tirado en una banqueta; comunicándote con seres amorfos, etéreos y volátiles, aparece un cuerpo; ella no entiende que esto es parte de tu éxtasis divino, pero su calor te cautiva. Un vampiro que no envejece, que dentro de su eternamente juvenil aspecto posee una sabiduría soberbia que te atrapa una vez más. Te devuelve, sin notarlo, al mundo que has abandonado a voluntad. El mundo gobernado por el Diablo. Vuelves a los placeres minimalistas, el de la eyaculación dentro de ella, el de la unión espectral de dos espíritus poderosos pero dispares, ver televisión y enterarse de los últimos acontecimientos de un mundo inexistente, discutir por las sopas maruchan o las ensaladas de coliflor. Manoseando los pepinos que llevarás del súper descubres que tus poderes esotéricos se han esfumado, no sirven ya. Meditas pero sólo escuchas el cuchicheo burlón de los dioses, representado como aromas femeninos. No hay mensajes ocultos en la fecha de caducidad del Ades de piña-coco. Te anulas, te pierdes, te desgarras en silencio cuando no sabes que decir frente a la vampireza mayor, (suegra, en términos seculares). Tu cuerpo de plomo ahora siente nausea al soportar encontrarte con los amigos o ex amantes de tu mujer Escarlata.
Y ahora queda sopesar. Resignarte a la tranquilidad de una película dominguera que culminará en un coito riesgoso, o rehabilitarte en las artes ocultistas que tanto conocimiento te ofrecieron cuando eras una máquina soltera.
Tirado en una banqueta; comunicándote con seres amorfos, etéreos y volátiles, aparece un cuerpo; ella no entiende que esto es parte de tu éxtasis divino, pero su calor te cautiva. Un vampiro que no envejece, que dentro de su eternamente juvenil aspecto posee una sabiduría soberbia que te atrapa una vez más. Te devuelve, sin notarlo, al mundo que has abandonado a voluntad. El mundo gobernado por el Diablo. Vuelves a los placeres minimalistas, el de la eyaculación dentro de ella, el de la unión espectral de dos espíritus poderosos pero dispares, ver televisión y enterarse de los últimos acontecimientos de un mundo inexistente, discutir por las sopas maruchan o las ensaladas de coliflor. Manoseando los pepinos que llevarás del súper descubres que tus poderes esotéricos se han esfumado, no sirven ya. Meditas pero sólo escuchas el cuchicheo burlón de los dioses, representado como aromas femeninos. No hay mensajes ocultos en la fecha de caducidad del Ades de piña-coco. Te anulas, te pierdes, te desgarras en silencio cuando no sabes que decir frente a la vampireza mayor, (suegra, en términos seculares). Tu cuerpo de plomo ahora siente nausea al soportar encontrarte con los amigos o ex amantes de tu mujer Escarlata.
Y ahora queda sopesar. Resignarte a la tranquilidad de una película dominguera que culminará en un coito riesgoso, o rehabilitarte en las artes ocultistas que tanto conocimiento te ofrecieron cuando eras una máquina soltera.
Ser mortal o transmutar, otra vez.
Aldo Spazzino
Ciudad Nezahualcoytl, México
Gracias por la publicación: pueden leer más textos en www.aldospazzino.wordpress.com
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