martes, 30 de agosto de 2016

¿A qué olía Violeta?


Hablar de Violeta me resultaba incómodo, era como un golpe bajo para mi orgullo porque equivalía a aceptar abiertamente una derrota emocional, por decirlo de algún modo. Podría argumentar que no sé las razones que la hicieron tan… especial, pero eso significaría no solo mentirle a la persona que se tome el tiempo de leer esto, sino mentirme a mí mismo, que sería peor, es que la negación y la ignorancia suelen ser la línea divisoria entre la candidez y la estupidez y, “casi enamorarse” de alguien no es una estupidez, ¿o si?
Violeta era la síntesis de las virtudes que yo apreciaba en una persona y de los defectos a los que les podía dar cabida en mi vida, tenía muchas de ambas cosas y eso me gustaba, incluso, me parecía admirable. Tenía dos grandes virtudes que eran mis favoritas, una era que no pretendía nada, se asimilaba y se asumía como lo que era: una chica clínicamente diagnosticada de sus desórdenes psicológicos, pero una chica alegre -quizás un poco ignorante de su belleza particular y un tanto andrógina- que no usaba celular. Su otra gran virtud era que "lo entendía", no se me ocurre una explicación más especifica cuando me refiero a que “lo entendía”, ciertamente no me refiero al secreto de la vida, al hilo negro, como suelen decir, ni algo por el estilo, pero quizás, y solo quizás, me refiero a que aceptaba las cosas como son, pero no es eso del todo, o sí, pero más. Me gusta creer que vi más allá de lo que la mayoría ve en ella, pero cabe la posibilidad de que solo me mienta al respecto. 
Concretamente, solo estuvimos juntos en tres ocasiones, bastó. Claro, llegábamos a coincidir en lugares comunes como bares y aulas, pero ni ella ni yo éramos capaces de acercarnos mucho, porque estaba con sus amistades o yo con las mías; sin embargo, cuando estábamos a solas podíamos platicar a nuestras anchas, incluso, y por ejemplo, una vez pasamos gran parte de la tarde debatiendo los pros y los contras de usar pañal en la edad adulta. De esas tres citas que tuvimos solo nos acostamos en una, y tengo que explicar algo al respecto, para mí, el principio sexual es muy básico, objetivamente se trata de meter y sacar algo de una cosa con un objetivo, o dos, dependiendo de si el objetivo de la pareja que lo practica también es la reproducción, la única variación es el empaque, que puede ser más o menos terso, más o menos flácido, más o menos curvilíneo; otra variable a considerar es la técnica, hay quienes se mueven como una máquina para hacer esquimos o quienes se contonean con ritmo de blues, por decir ejemplos. Sin embargo, cuando estuve con Violeta fue diferente, con ella se fueron a la mierda los conceptos del empaque y la técnica, ella me tocó de verdad; puedes dormir con muchas mujeres pero el porcentaje de las que te dejan huella es mínimo, Violeta fue el más mínimo de los porcentajes; recuerdo haber hecho el amor anteriormente, pero la intensidad fue menor.
Retozar con Violeta fue casi inocente, una expedición de tacto y olfato en la que la bitácora de mi memoria quedo saturada de ella. Su cuerpo tímido y dispuesto, las pieles reconociéndose, familiarizándose, sus caderas anchas, sus glúteos firmes que desembocaban en unas piernas fuertes, pálidas, que cuando andaba daban zancadas autoritarias. Sin embargo, las palmas de aquella noche, y más, se las llevo su aroma difícil de describir, era sutil y fresco pero se me grabo tanto que aun meses después si llegaba a percibir un perfume parecido en la calle o en el transporte me detenía y volteaba la cabeza para un lado y otro como esperando que estuviera ahí; su aroma, se intensificaba entre más recorriera su piel con mi boca, todo el conjunto de labios, lengua y dientes, y se intensificaba cuanto mas me acercara a su entrepierna. Todo quedo impregnado de ella, todo el departamento, de verdad.
Luego de la tercera cita desapareció, que es un decir en pos de un sentido más fatídico para el relato porque seguíamos encontrándonos aisladamente en esos sitios comunes y ocasionalmente tenemos contacto por las redes sociales pero nunca volvió a ser lo mismo, ella tuvo una recaída y cuando se recuperó volvió cambiada, fue como haber inflado un globo al que después se le escapo el aire de a poco. 
Con el tiempo vinieron otras chicas que pasaron sin pena ni gloria por mi alcoba, entre ellas la Elisa, la Emiliana, la chica del tatuaje de tiburón por encima del seno izquierdo de la que no recuerdo su nombre, también vino Andrea y un par mas; todas contribuyeron a revivir mis conceptos de técnica y empaque y estuvo bien, fue hasta una tarde en un bar que conocí a Jimena que todo se volcó. Estuve a punto de echarla de casa un par de veces porque le daba por dárselas de intelectual echándome en cara una sarta de estupideces relacionadas con Coelho, Jodorowsky y Carlos Cuauhtémoc Sánchez, y lo habría hecho sino hubiera optado por quitarse la blusa y seducirme; era linda pero sin entusiasmos, sin embargo, hubo algo que la hizo obtener de mi las caricias mas honestas de las que soy capaz: olía igual a Violeta, al menos terriblemente parecido y, entonces, yo solo quise embriagarme de ella, como un alcohólico en abstinencia al que le ponen una botella enfrente, y lo hice, para el final de la noche todo estaba muy similar, casi con demasía, a la mañana siguiente en la que Violeta y yo nos acostamos, de hecho, mi cuerpo olía a ella, no a Jimena sino a Violeta, sobre todo los dedos índice y anular de la mano derecha. No volví a ver a Jimena, tampoco es que quisiera volver a hacerlo, sin embargo, aquella semana no me bañé sino hasta que comencé a oler mal y llegue a la conclusión de que aquel aroma, ese perfume que revivió tanto en mí, era, no otra cosa, sino el aroma de la nostalgia.


Clementino Diógenes
México, DF.


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