lunes, 29 de agosto de 2016

Nosotros

Recuerdo que era un martes, o tal vez quiero recordar que era martes, el día que yo considero perfecto para que las cosas importantes sucedan. Caminábamos tomados de la mano por las calles del centro de la ciudad, María ensayaba una sonrisa tímida que yo descubría mientras la miraba con el rabillo del ojo y sonreía también, satisfecho, alegre, seguro. Era el cuarto día de una relación que comenzaba con buenos augurios y presagios de mejoría, es decir, íbamos muy bien. María era un vendaval de emociones, como una tormenta de sensaciones que se sucedían una tras otra sin control ni mesura, en un momento podía pasar del amor más arrebatado al odio más irracional, o del apacho meloso a la total indiferencia. Ese martes todo iba excelente, comentábamos trivialidades y caminábamos enamorados por las calles en una deriva pactada con anterioridad: ni yo diría hacia dónde íbamos, ni ella preguntaría, la sorpresa rondaba el ambiente. Lo decidimos así después de acaloradas discusiones donde ella me reclamaba no querer conocer lugares nuevos y sólo querer frecuentar los mismos a los que iba con mi ex, yo argumentaba que por supuesto que no, que me gustaba ir a los lugares de siempre porque me conocían, me atendían bien y me gustaba la comida o bebida según fuera el caso.  Así que yo me dejaba llevar por el azar y el olfato,  o eso pensé, me traicionó el inconsciente.
-Mira este café ¿se ve bueno no, entramos? Le dije a María.
-Bueno, como tú quieras yo tenía antojo de una cerveza.
-Ah, parece que aquí también venden.
-¿Ya lo conocías?            
-Ehh no, pero en el centro venden cerveza en cualquier establecimiento.
-Mmm bueno.
María bella mujer, dejaba que su sexto sentido la guiara y expresaba una duda legítima, yo conocía ese gesto, en cuatro días de noviazgo había aprendido que era el preámbulo de un registro y análisis de todas mis palabras y acciones, o lo que es lo mismo, a partir de ese momento podría considerarme observado con lupa, debía ser precavido y andarme con tiento, no lo logré.
-Me gusta mucho tomar café, de joven tomaba hasta 4 tazas diarias. Comenté
-A mí no tanto, sólo por las mañanas, ¿aquí está bueno el café?
-No mucho, antes era  mejor, ahora le ponen mucha agua y no sabe bueno.
-Ahh, ¿antes pedías americano?
-Sí, aunque recuerdo que una vez pedí un capuccino deslactosado y me hizo mucho daño.
-Pinche Joaquín, eres un mentiroso, me voy de aquí, lo nuestro se terminó.
-¿Qué paso? ¿Qué hice? ¿Por qué te vas?
-¿No que no conocías este lugar? Seguro venías con tu ex a cada rato, eres un pendejo, no me quieres y no quieres estar conmigo, no me merezco esto, disfruta tu vida.
-Espera, por supuesto que no, me equivoque, este no lo conocía, el de al lado sí.
-Pendejo, tus excusas de siempre, me voy y piensa en lo que perdiste por no olvidar tu pasado.

Mierda, una relación que se caía por un error de cálculo, breve amor que se consumió en la llama de su propia pasión, porque efectivamente, erré por quince metros entre lo desconocido y mi lugar de costumbre, está de más decir que me sentí devastado y sin consuelo, estoicamente, mientras era observado por todos en el lugar, pedí una cerveza (si vendían) y abrí un libro de Pessoa, si me iba a instalar en el pasado más me valía sucumbir de lleno a la melancolía y  brindar por una relación más que no fue y no sería. 

Raziel Jacobo Correa Alvarado
CDMX Agosto 2016

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