Estuve en prisión durante un año, cuando tenía 15 años de edad y siempre fui un lacra, me gustaba madrear gente cuando me juntaba con la banda de Los Calcetines, aún me gusta pero me controlo, declara Jorge, quien a sus 43 años conduce un taxi por las calles de Pachuca.
Jorge, como pocos capitalinos, formó parte de la conocida banda de los calcetines allá en los años 80´s, que controlaban con mano de hierro los barrios altos de Pachuca. Muchos de ellos actualmente están en prisión purgando condenas por robos, violaciones y hasta asesinatos.
“Yo estaba bien morro cuando entré a la banda (de los calcetines) me tenía que rifar porque a cada rato me golpeaban, así era te tenías que rifar el físico con ellos. Me dejaron cicatrices en la cara, pero a mí me gustaba darme en mi madre y cuando entraba alguien nuevo también me aprovechaba de ellos y les partía su madre”, narra el taxista durante un viaje por las calles capitalinas.
Cruzando la ciudad de Pachuca, Jorge recuerda con cierta nostalgia cómo fue la mayor parte de su adolescencia; sus cejas cicatrizadas son el documento fehaciente de las batallas libradas en aquella época de vandalismo y drogadicción, cuando tuvo que aprender box para defenderse de sus propios amigos.
“Siempre me llevaban ventaja porque yo era uno de los más pequeños de la banda”, cuenta con su rostro moreno y de rasgos rudos, “antes era delgado y medio wey para pelear, pero aún así me defendía y más cuando aprendí a boxear, lo chingón de eso es que nunca te tienes que dejar, siempre hay que defenderse para que no te agarren de bajada, después de eso te ganas el respeto de todos”.
Jorge, asegura que su verdadero oficio es ser cocinero, la ruleteada con el taxi solamente la utiliza cuando se queda sin chamba; está vez ya tiene más de 15 días sin conseguir un buen trabajo en una cocina moderadamente decente. El oficio de chef, siempre le ha gustado, le gusta como huele la cocina e inclusive disfruta sus utensilios y herramientas.
“Lamentablemente para este oficio (el de cocinero) casi nunca hay chamba, me corrieron de mi antiguo trabajo porque la verdad soy una persona agresiva y le rompí la madre a uno de mis compañeros, pero no fue mi culpa, él me provocó”, declaró con cierta vergüenza.
Mientras recorre la calle de Guerrero con su taxi, un conductor de una camioneta se le atraviesa, Jorge le mienta la madre, se hacen de palabras y detiene el coche, todo pasa en un minuto. Ambos conductores se gritan y levantan las manos, finalmente acaba la discusión, el otro conductor se aleja y Jorge se alza victorioso gritando “le sacó a los madrazos el puto”.
El cocinero de profesión recuerda que desde su infancia siempre fue violento, pero que ahora de adulto controla su agresión con “un toquecito de mota”. Aún así, en su taxi tiene un pequeño bat de béisbol, para defenderse de posibles agresores.
“Pues te voy a confesar algo, sí consumía droga, me gustaba un chingo la mariguana, creo que sí llegué a ser drogadicto. Y te confieso otra cosa, aún me sigo dando unos llegues (de mota) me relaja un buen, pero ya no como antes, ya es menos”, reconoció Jorge con una sonrisa en su rostro, que tal vez para él inmortaliza esos viejos tiempos, hace ya más de 30 años.
Su violencia, ahora controlada por la “hierba”, hizo que ingresara a los calcetines desde muy joven, a sus 13 años comenzó robando negocios, golpeaba y robaba personas, pero fue a sus 15 años cuando piso el tutelar para menores en Pachuca acusado por robo. Allí pasó un largo año, sin embargo los barrotes de la prisión para menores de edad, no fue suficiente para contener sus actos de vandalismo.
El arbolito, donde él creció, era uno de los barrios controlados por los calcetines, era su barrio y se respetaban sus reglas. Jorge siempre le fue fiel a sus amigos, aunque sus padres lo regañaran, a él no le importaba seguía delinquiendo y continuaba cayendo en los Ministerios Públicos por diversas denuncias.
“Ya hasta conocía al abogado que estaba en el Ministerio Público de Pachuca, cuando las instalaciones estaban en otro lado diferente de donde actualmente están, salía rápido de cualquier cosa que hacía”, sostiene mientras el taxi da vuelta por el boulevard Colosio.
“Es cierto, narra Jorge, éramos un desmadre, sí asaltábamos gente, inclusive llegamos a asesinar, nadie nos paraba. Muchos de nosotros llegaron a pisar la cárcel, pero salían rápido y volvían a las andadas”, voltea a ver mientras conduce, baja su vidrio y le grita a unos policías, “allá atrás se están madreando”.
La vida de Jorge cambió cuando a él y uno de sus amigos los atrapó la policía asaltando a un comercio en el centro de Pachuca. Jorge ya tenía varias denuncias ante la justicia capitalina y pasó más 24 horas en barandilla, después otras 24 horas en la Procuraduría del estado, donde un abogado le prometió que lo dejaría libre.
No obstante, por azares del destino, un juez casi lo sentencia a prisión y estaba casi listo para pisar la penitenciaria capitalina, abandonado a su suerte y también por el apoyo de sus familiares.
“Me tuve que salir de la banda cuando casi piso el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Pachuca, allí si la sentí bien feo”, dice Jorge de hombros anchos y corpulento.
"Ya estaban casi por sentenciarme, mis papás me dijeron que no me iban a apoyar esta vez, ni modo, yo y mi amigo ya estábamos resignados a llegar a la peni y acordamos que llegando allá nos íbamos a chingar a un wey, lo íbamos a asesinar para que nos respetaran los demás prisioneros”, recuerda Jorge.
Sin embargo, el abogado que contrataron los familiares del amigo de Jorge, pudieron sacarlos y ni siquiera pisaron la prisión capitalina.
Desde ese entonces, Jorge trata ser un hombre de bien, trabaja como cualquier persona normal. Sus dos hijos y esposa le recuerdan que debe ser un hombre tranquilo, que debe controlar su agresión para conservar sus empleos.
Él mismo lo sabe y lo reconoce: “tengo que cambiar, ya no es como antes, ahora tengo una familia que mantener”.
“Todavía me sigo encontrando a los amigos de antaño, gente que ahora pues ya es de bien, ya no roban, ya tienen trabajos normales, como toda la gente común y corriente”.
Jorge finaliza su relato ruletero con un apretón de manos, unas manos fuertes y tatuadas, marcas que muestran que algún día fue de los calcetines, la temida banda que ya es un recuerdo para la sociedad pachuqueña.
Jorge, como pocos capitalinos, formó parte de la conocida banda de los calcetines allá en los años 80´s, que controlaban con mano de hierro los barrios altos de Pachuca. Muchos de ellos actualmente están en prisión purgando condenas por robos, violaciones y hasta asesinatos.
“Yo estaba bien morro cuando entré a la banda (de los calcetines) me tenía que rifar porque a cada rato me golpeaban, así era te tenías que rifar el físico con ellos. Me dejaron cicatrices en la cara, pero a mí me gustaba darme en mi madre y cuando entraba alguien nuevo también me aprovechaba de ellos y les partía su madre”, narra el taxista durante un viaje por las calles capitalinas.
Cruzando la ciudad de Pachuca, Jorge recuerda con cierta nostalgia cómo fue la mayor parte de su adolescencia; sus cejas cicatrizadas son el documento fehaciente de las batallas libradas en aquella época de vandalismo y drogadicción, cuando tuvo que aprender box para defenderse de sus propios amigos.
“Siempre me llevaban ventaja porque yo era uno de los más pequeños de la banda”, cuenta con su rostro moreno y de rasgos rudos, “antes era delgado y medio wey para pelear, pero aún así me defendía y más cuando aprendí a boxear, lo chingón de eso es que nunca te tienes que dejar, siempre hay que defenderse para que no te agarren de bajada, después de eso te ganas el respeto de todos”.
Jorge, asegura que su verdadero oficio es ser cocinero, la ruleteada con el taxi solamente la utiliza cuando se queda sin chamba; está vez ya tiene más de 15 días sin conseguir un buen trabajo en una cocina moderadamente decente. El oficio de chef, siempre le ha gustado, le gusta como huele la cocina e inclusive disfruta sus utensilios y herramientas.
“Lamentablemente para este oficio (el de cocinero) casi nunca hay chamba, me corrieron de mi antiguo trabajo porque la verdad soy una persona agresiva y le rompí la madre a uno de mis compañeros, pero no fue mi culpa, él me provocó”, declaró con cierta vergüenza.
Mientras recorre la calle de Guerrero con su taxi, un conductor de una camioneta se le atraviesa, Jorge le mienta la madre, se hacen de palabras y detiene el coche, todo pasa en un minuto. Ambos conductores se gritan y levantan las manos, finalmente acaba la discusión, el otro conductor se aleja y Jorge se alza victorioso gritando “le sacó a los madrazos el puto”.
El cocinero de profesión recuerda que desde su infancia siempre fue violento, pero que ahora de adulto controla su agresión con “un toquecito de mota”. Aún así, en su taxi tiene un pequeño bat de béisbol, para defenderse de posibles agresores.
“Pues te voy a confesar algo, sí consumía droga, me gustaba un chingo la mariguana, creo que sí llegué a ser drogadicto. Y te confieso otra cosa, aún me sigo dando unos llegues (de mota) me relaja un buen, pero ya no como antes, ya es menos”, reconoció Jorge con una sonrisa en su rostro, que tal vez para él inmortaliza esos viejos tiempos, hace ya más de 30 años.
Su violencia, ahora controlada por la “hierba”, hizo que ingresara a los calcetines desde muy joven, a sus 13 años comenzó robando negocios, golpeaba y robaba personas, pero fue a sus 15 años cuando piso el tutelar para menores en Pachuca acusado por robo. Allí pasó un largo año, sin embargo los barrotes de la prisión para menores de edad, no fue suficiente para contener sus actos de vandalismo.
El arbolito, donde él creció, era uno de los barrios controlados por los calcetines, era su barrio y se respetaban sus reglas. Jorge siempre le fue fiel a sus amigos, aunque sus padres lo regañaran, a él no le importaba seguía delinquiendo y continuaba cayendo en los Ministerios Públicos por diversas denuncias.
“Ya hasta conocía al abogado que estaba en el Ministerio Público de Pachuca, cuando las instalaciones estaban en otro lado diferente de donde actualmente están, salía rápido de cualquier cosa que hacía”, sostiene mientras el taxi da vuelta por el boulevard Colosio.
“Es cierto, narra Jorge, éramos un desmadre, sí asaltábamos gente, inclusive llegamos a asesinar, nadie nos paraba. Muchos de nosotros llegaron a pisar la cárcel, pero salían rápido y volvían a las andadas”, voltea a ver mientras conduce, baja su vidrio y le grita a unos policías, “allá atrás se están madreando”.
La vida de Jorge cambió cuando a él y uno de sus amigos los atrapó la policía asaltando a un comercio en el centro de Pachuca. Jorge ya tenía varias denuncias ante la justicia capitalina y pasó más 24 horas en barandilla, después otras 24 horas en la Procuraduría del estado, donde un abogado le prometió que lo dejaría libre.
No obstante, por azares del destino, un juez casi lo sentencia a prisión y estaba casi listo para pisar la penitenciaria capitalina, abandonado a su suerte y también por el apoyo de sus familiares.
“Me tuve que salir de la banda cuando casi piso el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Pachuca, allí si la sentí bien feo”, dice Jorge de hombros anchos y corpulento.
"Ya estaban casi por sentenciarme, mis papás me dijeron que no me iban a apoyar esta vez, ni modo, yo y mi amigo ya estábamos resignados a llegar a la peni y acordamos que llegando allá nos íbamos a chingar a un wey, lo íbamos a asesinar para que nos respetaran los demás prisioneros”, recuerda Jorge.
Sin embargo, el abogado que contrataron los familiares del amigo de Jorge, pudieron sacarlos y ni siquiera pisaron la prisión capitalina.
Desde ese entonces, Jorge trata ser un hombre de bien, trabaja como cualquier persona normal. Sus dos hijos y esposa le recuerdan que debe ser un hombre tranquilo, que debe controlar su agresión para conservar sus empleos.
Él mismo lo sabe y lo reconoce: “tengo que cambiar, ya no es como antes, ahora tengo una familia que mantener”.
“Todavía me sigo encontrando a los amigos de antaño, gente que ahora pues ya es de bien, ya no roban, ya tienen trabajos normales, como toda la gente común y corriente”.
Jorge finaliza su relato ruletero con un apretón de manos, unas manos fuertes y tatuadas, marcas que muestran que algún día fue de los calcetines, la temida banda que ya es un recuerdo para la sociedad pachuqueña.
Misael Zavala Sánchez
Pachuca, Hidalgo(Publicado originalmente en Milenio Online el 0 1/03/2012)
Pachuca, Hidalgo(Publicado originalmente en Milenio Online el 0 1/03/2012)
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