Pa que te escribo si leer no sabes
Otra
vez la mierda, ocurría de nuevo, puntual
como los últimos días. Se anunciaba con
una fuerte punzada en el estomago, un espasmo de horror que era seguido por un
fuerte hedor y la consabida vergüenza.
De nuevo sucedía y no lo controlabas, de nuevo el escarnio de los fantasmas que
observaban con burla como recorrías el pasillo apoyado de la pared y el sudor
en la frente que coronaba tu vano esfuerzo hacia el baño. El cuerpo no era el mismo, las distancias se
hacían más largas y la realidad era algo brumoso e inmediato que no alcanzabas
a entender. Wendy venía un día si, un día también a checar que hubieras comido
y a dejarse tocar las nalgas mientras apurabas los quelites que ella preparaba
con maña y brujería, últimamente vencía la repugnancia y en un remedo de amor,
otros dirían interés, limpiaba tus desgracias e intentaba eso en lo que muchas
fracasaron y sólo una consiguió: bañarte. Cambiaba tus ropas y te aventaba
cubetadas de agua, mientras tú con los restos de pudor que conservabas, cubrías
tus desgracias ya muertas e inservibles. Eso era la existencia, vagar entre espectros y
recuerdos en una casa que cada día te era más ajena, donde de pronto todo se
convirtió en inmenso e inalcanzable, tu
mundo se redujo a un espacio perfectamente delimitado por las necesidades,
aquella casa llena de silencio y viento, ecos y pensamientos que se veían pasar
por los cuartos y las tejas podridas y llenas de polvo. Árboles testigos de tu
desgracia que volteaban la mirada al sentirte cerca e ignoraban tus gritos en
las noches cuando las pesadillas se sucedían una a la otra. A menudo te
preguntabas cuando acabaría todo, el cagarse en los pasillos, las voces de los
fantasmas, sus burlas y sus visitas a tus pesadillas, acudían siempre a
hostigar los errores del pasado y a recordarte que la nostalgia es la mejor
compañera de la vejez; cuando terminarían los días en que intentabas cumplirle
a la Wendy y que terminaban en un manoseo torpe y apresurado y un ardor más en
la punta del pene. Sería una enfermedad
de la mala vida, un dolor más que se
agregaba, te lo había dicho tu hija: dicen que esa Wendy tiene gonorrea y que
se la anda pegando a todos. Qué importaba, era la única que no te reprochaba la
existencia y acudía a ti en aras de un interés que tú conocías y que no te
importaba pagar, calzones y de vez en vez un brillo para los ojos eran la cuota
de la fidelidad. Ese era el ocaso de la vida, o la antesala de la muerte como
te gustaba decir cuando te daba por reflexionar, un remedo de existencia,
poblado de recuerdos y melancolía. Cuando más dura era la soledad, pensabas en
ella, tu esposa, tu mujer, la única que
te miraba a la cara y te soltaba las verdades sin pelos en la lengua,
extrañabas sus ojos, su cabello que peinaba por las tardes mientras ambos
sudaban la canícula en la sala. Y el
llanto acudía a ti en goterones de tormenta, si Wendy andaba por la casa sólo
miraba y meneaba la cabeza en señal de
desaprobación, qué iba a saber ella tan joven y llena de vida, qué iba a
entender ella de un viejo que se acercaba a la tumba lleno de dolores,
rencores, nostalgias y culpas. Ocaso que no terminaba de llegar y que la vida
tan irónica retardaba. Otra vez la mierda, otra vez recordar, otra vez recorrer
el pasillo esperando llegar al final, otra vez caminar hacia el olvido y la
soledad.
Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.
"La nostalgia es vivir sin recordar de que palabras fuimos inventados" Giovanni Quessep. En este cuento la nostalgia en verdad es una compañía fatídica.
ResponderEliminarYo no quiero llegar a ese punto
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