miércoles, 6 de noviembre de 2013

Los nuevos comienzos

Fue un viernes por la noche cuando Mayte lo confesó todo, llevaba tres semanas y media viéndome la cara de pendejo y yo no lo había notado, incluso en ese momento no terminaba de entenderlo, me tomó unos minutos asimilarlo. Es curioso, en pocos minutos todo ese deseo por su cuerpo, ese amor, esa disposición a sacrificarlo todo por ella, se transformaron en cosas totalmente opuestas; en asco, repudio, ira, odio y la necesidad de apartarme lo más pronto y lejos posible. Ella intentó convencerme de que solo había sido un desliz, una simple circunstancia fortuita que le había servido para reafirmarse que me amaba, -estupideces, si me lo preguntan- y yo no podía creer que tuviera el cinismo de soltarme cada una de esas excusas absurdas; entonces estallamos, primero yo, luego ella, pronuncié todas las palabras altisonantes, maldiciones y ofensas que se me ocurrieron al momento y ella, carajo, ella solo se despojó de la máscara, me dijo cosas hirientes, cosas que fracturaron mi autoestima y orgullo masculino y yo intenté hacer lo mismo con ella, aún ahora tengo ese deseo intermitentemente. Total, las horas se escurrieron entre gritos, exasperaciones, reclamos y llanto; al final ella dijo algo que de verdad fue o muy malo o muy fuerte, no recuerdo qué fue en realidad, solo sé que ese dolor me recorrió todo el cuerpo de adentro hacia afuera y entonces tuve el impulso de soltarle un puñetazo en el rostro, apenas pude detenerme y en lugar de golpearla gruñí y la tomé del brazo violentamente; “vete de mi casa”, pronuncié furioso, en ese momento su mirada reflejaba terror, lo cual me hizo sentir un dejo de satisfacción; la arrastré hasta la entrada de mi departamento, abrí la puerta y la arrojé fuera; me di la media vuelta sin cerrar la puerta; ella comenzó a sollozar; me dirigí a mi recamara y comencé a vaciar su cajón; podía escucharla desde ahí intentando ahogar los sollozos, la parte más estúpida de mi aún deseaba ir a consolarla y prometerle que todo estaría bien, pero mi otra parte no dejaba que me detuviera, no quería hacerlo y no lo hice. Cuando estuve más o menos seguro de haber juntado todas sus pertenencias en una montaña de ropa, libros, peluches y recuerditos tontos, las tomé entre mis brazos lo mejor que pude, me dirigí de nuevo a la entrada y las dejé caer apenas cruzando el umbral, solo le dije “espero que haya valido la pena andar de puta” y cerré la puerta. Podía escucharla llorar pero eso no me detuvo, lo que hice fue dirigirme a la cocina, sacar un vaso de vidrio de la alacena, tomar una botella de escocés y verter el líquido hasta casi derramarlo; lo bebí en un sola empinada de codo, una parte se escurrió por la comisura de mis labios, la limpié con el antebrazo; agarré la botella y el whisky y me fui a sentar a la sala. Aún podía escucharla detrás de la puerta así que encendí el reproductor, di play al disco y Losing My Religion comenzó a sonar en las bocinas. Seguí bebiendo hasta que me dormí o me desmayé, no tengo muy clara esa parte. Al otro día desperté o recobre el conocimiento, con una resaca insoportable pero con una sensación un tanto surrealista, como si no estuviera seguro de que los acontecimientos de la noche anterior de verdad hubieran ocurrido, así que me dirigí a la puerta, la abrí, no había nada donde recordaba haber dejado todo lo de Mayte, pero en las escaleras que dirigían a la planta baja había una prenda que me resultaba familiar, una tanga de encaje color turquesa que solo había visto en un trasero, en el suyo.



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2.

El primer día, o sea el sábado, me dediqué a lavar las cobijas, sabanas, edredones y sillones, pues todo olía a ella, casi podía saborear el sabor de su vagina en el ambiente y eso me provocaba una mezcla de sensaciones opuestas, empezando por nostalgia, un par de erecciones involuntarias recordando sus gemidos y la frustración por la idea de otro hombre penetrándola, además de la tristeza provocada por la ternura maliciosa de su sonrisa que jamás volvería a presenciar. Después de limpiar, su aroma seguía impregnado en el departamento, así que recurrí al plan B, compré cinco cajetillas de cigarrillos, un par de patonas de Antillano y refresco suficiente para preparar las cubas. Regresé a casa y me dispuse a beberlas; tenía dinero para gastar, eran los ahorros para las vacaciones que habíamos planeado para ese invierno, un maldito viaje por Europa o Argentina, pero como esa posibilidad se había esfumado concluí que era buena idea despilfarrar un poco de ello, lo cierto es que termine gastándome todo.

Semana y media después las únicas personas que sabían de mi eran el tipo que atendía la vinatería y la señora de obesidad mórbida que vendía aquellos tacos preparados con carne de procedencia dudosa; no había contestado el teléfono ninguna de las veces que sonó por miedo a encontrarme con su voz melodiosa. Me aislé totalmente y aunque sabía que me encontraba en un proceso de estancamiento, no me importaba. Estaba tirado en la cama -repasando recuerdos e intentando darme cuenta del momento en que comenzó a acostarse con otro tipo- cuando sonaron los golpeteos poco sutiles en la puerta, me levanté solo para saber a través de la mirilla de quién se trataba; del otro lado había un rostro que hacía muchos meses que no veía excepto por las fotografías de Facebook. Florentino siguió tocando hasta que abrí la puerta.  “Nos vamos de putas”, soltó con entusiasmo apenas entró; “no tengo qué ponerme”, respondí; “solo aséate, te hace falta… y ponte cualquier cosa”; “no quiero”; “todos nos hemos enterado de lo que pasó y sé que no estás bien pero debes seguir adelante, tú me lo has dicho antes, además, te llevaré a una fiesta a la que todos mis amigos llevaran a sus amigas bugas”. Luego de pensarlo un par de minutos dije, “vendido”, y me dirigí a la regadera.  
Florentino es el tipo de gay que no sabes que lo es, excepto porque es carilindo y cuida extenuantemente su físico, pero de ahí en fuera nada lo delata, no tiene ni una pizca de amaneramiento y por alguna razón, aunque ya ha salido del closet, sus relaciones y amoríos suelen ser muy discretos; en general es un muy buen tipo, no somos muy unidos ni nada por el estilo pero siempre se solidariza cuando hay estados de emergencia o crisis; pensé en preguntar cómo es que se había enterado, pero no tenía muchos ánimos de hacerlo así que me dediqué a seguirlo silenciosamente en el camino a la fiesta.


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3.

Se trataba del cumpleaños de un ex novio de mi amigo. “Dime que no me has traído para hacerme pasar por tu nueva pareja”, él lo negó rotundamente con la cabeza , “para que no tengas impresiones incorrectas aléjate de mí, date una vuelta por el lugar y ve si pescas algo”. Asentí, me di la media vuelta, él tocó mi hombro y añadió, “por favor, evita hablar de tu rompimiento”. Asentí y me fui.  
Al poco rato vi a una chica preciosa, me sonrió, sonreí y nos encontramos en la mesa donde estaban las botellas de licores variados; se presentó como Melissa, con doble “s”, yo hice lo propio. Ella bebía rápido sin perder el equilibrio, eso me gustaba, además, tenía los ojos enormes y el cabello castaño, ondulado, abultado y extenso, y un cuerpo de puta madre, una copa A bastante coqueta, una cintura acentuada y caderas anchas, era tan opuesta a Mayte que me parecía la compañía idónea para aquel turbio momento; teníamos tanto en común y me sentía tan cómodo con ella que verdaderamente pude dejar de lado lo malo de mis últimos días e incluso pude empinar el codo sin la destructiva intención de olvidar; me sacó a bailar, lo hicimos durante un buen rato, luego a mitad de una canción me besó, apasionada y genuinamente, “quiero estar contigo esta noche”, me susurró al oído y yo, bueno, ya estaba de humor para ello.  
Era un plan sencillo, compraríamos condones en la farmacia u Oxxo más cercano y buscaríamos un hotel barato que no pareciera sospechoso; antes de marcharmos me dispuse a despedirme de Florentino, le pedí a Melissa que me esperara en la entrada de la casa y fui a buscarlo, lo encontré mientras bailaba con otro chico, me dio algo de vergüenza interrumpirlo pero sentía que al menos debía avisarle que me retiraba, además de agradecerle por llevarme; tuve que hablarle al oído, cosa que de haber estado sobrio habría hecho que me sonrojara, pero yo ya estaba encarrerado y solo le di un breve resumen de los hechos. Curioso, quiso ver quien era la chica en cuestión, le pedí que me siguiera para mostrársela; “esa es Melissa” dije mientras la señalaba; “¿cuál es?”; “la de la izquierda”; “ay, amigo, lo siento, temo que has sido embaucado”, creo que lo dijo con un dejo de condescendencia. “¿Qué?, ¿por qué lo dices?”; “ella no se llama Melissa, ni siquiera es heterosexual; se llama Berenice, tengo entendido que es lesbiana, se aprovecha de los borrachos que encuentra en las fiestas; escuché que cuando está en el hotel con un hombre se mete al baño y espera a que este se duerma para robarle la cartera, el celular y cualquier otra cosa de valor que lleve encima”; “¿entonces no me voy con ella?” pregunté incrédulo, era la segunda vez que me veían la cara en un lapso menor a dos semanas; supongo que mi amigo percibió cierta desesperanza en la expresión de mi rostro porque me dijo, “solo ten cuidado, esconde tus pertenencias en una parte de la habitación que creas que ella no revisará y, por lo que más quieras, no te duermas”. Agradecí su consejo y me fui.


 
 
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4.

Estábamos ambos tendidos en la cama acariciándonos; ella estaba semidesnuda y yo a punto de desprenderme de los pantalones, entonces recordé lo que dijo Florentino y acto seguido me detuve lo más sutilmente posible y pedí permiso de ir al baño -la verdad sí tenía ganas orinar- me levanté, me dirigí al cuarto del escusado, abrí la puerta, entré, la cerré; la erección hizo difícil atinarle al retrete pero no lo hice tan mal, luego me di a la tarea de buscar un escondite para mis pertenencias. Pensé en el botiquín, pero creí que sería demasiado obvio, luego pensé en meterlas a la caja donde se almacena el agua para jalarle, era mejor escondite que el botiquín pero mi celular se echaría a perder; tuve que desistir al darme cuenta que no había un buen escondite. Mantuve mis cosas en los bolsillos del pantalón y salí, pensé que con mantenerme despierto luego de la faena sería suficiente… ¿o no?, de todos modos ya pensaría en ello después.  Cuando salí ella estaba ya del otro lado de la puerta esperando entrar, le cedí el paso con una media reverencia.   Ella azotó la puerta, escuché que puso el seguro y abrió las llaves de agua del lavabo; no sé cuánto rato estuvo ahí, mientras tanto a mí se me cerraban los ojos, pero volví a recordar las palabras de mi amigo, entonces me levanté intentando espabilarme y comencé a buscar un escondite. Me preocupaba esconder el celular, que no sé porque razón llevaba encima si no quería atender ninguna llamada, supongo que simple costumbre; también la cartera, que solo guardaba quinientos pesos pero la idea de obtener una reposición del IFE o pagar de nuevo para sacar la licencia de conducir no me hacia feliz; lo mejor que se me ocurrió fue ponerlos debajo del colchón y prometerme que pasara lo que pasara no me movería de ese lado de la cama. 
 
El sonido del agua aun corriendo persistía así que me puse del otro lado de la puerta del baño y comencé a tocar y a preguntarle a la falsa Melissa si estaba bien, no recibí respuesta, volví a tocar, luego de un rato ella contestó, dijo que todo estaba bien y que en un momento saldría; no me moví de ahí hasta que abrió, cuando lo hizo me miro y dijo, “pensé que ya te habrías dormido”, “lo sé, de hecho es lo que esperabas, ¿cierto, Berenice?”, respondí; sonrió pícara pero con un dejo de vergüenza. “Así que lo sabes, ¿ahora qué?”, preguntó provocadora; “no lo sé, ¿quieres hablar de algo o qué sugieres?”; “supongo que no es una mala idea, ¿quieres un trago?”, mientras lo decía se dirigió a su bolsa encima del tocador y sacó de ella una botella de tequila a la mitad; “¿todavía intentarás robarme?”; “no, que lo sepas le quita algo de encanto, a todo esto, ¿cómo lo supiste?”, me extendió la botella; “un pajarito me lo contó”, tomé la botella y bebí sin miramientos; “si estabas consciente de esto, ¿por qué seguiste adelante?”; “buena pregunta, no lo sé realmente, creo que sencillamente no quería pasar la noche solo”, le regresé el licor; “bueno, supongo que no es tan malo”, ahora bebió ella y luego seguimos platicando. En algún momento dijo, “no soy precisamente lesbiana, soy bisexual, además, según el diagnóstico de mi psicólogo yo odio a los hombres debido a traumas de mi niñez y soy bipolar”; “¿y estás de acuerdo con su opinión?”; “al principio no, pero después de reventarle un florero en la cabeza lo reconsideré”. Reí a carcajadas, ella se me unió, cuando pude más o menos parar de reír le pregunté si la anécdota era cierta, dijo que más o menos, excepto que el florero no se rompió, solamente la cabeza del tipo; “bueno, si de algo sirve, ahora mismo yo odio a todas las mujeres”, no lo dije condescendientemente; “¿de verdad?, ¿por qué?”, había algo de legítima curiosidad en su tono de voz y en la expresión de su rostro, se lo conté, intenté ser lo más breve posible; “suele pasar, a veces las mujeres podemos ser unas verdaderas perras, pero recuerda esto, no todas deben pagar por lo que una te hizo, no es justo, y no te preocupes, ya conocerás a la buena, solo debes saber esperar y no cerrarte a la posibilidad de que vuelva a ocurrir”, creo que lo decía honestamente; pensé en responderle que eso de que mi misoginia temporal era injusta también aplicaba a su misandria aguda, pero mi sentido común me hizo dar cuenta de que no quería que esa botella de tequila terminara impactada contra mi sien, así que me limité a asentir y agradecer el consejo.

Esta parte de la noche no la tengo muy clara, quizás simplemente las posibilidades se alinearon con las imposibilidades que a su vez se mezclaron con el tequila, los dejos de honestidad y una pizca de identificación entre ambos, pero solo estoy divagando, de lo único que tengo certeza es de los hechos; ella se me encimó, y yo no podía lograr la erección debido al alcohol, ella comenzó a irritarse y a soltar frases con ira impregnada, y, la verdad sea dicha, eso me excitó y pudimos llevar a cabo el acto; fue algo extraño, sentí como si me hubiera ultrajado por su manera violenta de hacerlo, pero me gustó. ¿Han escuchado la frase “tres sin zacate”? bueno, eso resume el encuentro sexual de esa noche, así que, sumándole a eso una resaca acumulada, el deterioro emocional con el que había lidiado hasta ese día y la desvelada, inevitablemente me quedé dormido con ella sobre mi pecho; lo siguiente que supe fue que ya debía abandonar el cuarto, una llamada telefónica proveniente de la recepción me lo avisó, ni siquiera pensé en ducharme, solo me alarmé al darme cuenta que había cometido el error de dormirme y comencé a buscar mis pertenencias, ahí estaban, las tomé y abandone el hotel; caminé una cuadra, aún estaba resacoso, así que decidí tomar un taxi; llegamos a mi domicilio, saqué la cartera, vi que faltaban trescientos de los quinientos pesos que llevaba, no me detuve a pensar en ello, solo le pagué al ruletero y me dirigí a la vinatería de la otra calle. Compré un six pack de cerveza, un paquete de Delicados de catorce, volví a casa y me encerré de nuevo. Eran casi las doce cuando el celular sonó, era un número desconocido y contesté, se trataba de Berenice, llamaba para reclamarme, dijo que me había aprovechado de su momento de vulnerabilidad, que la había usado y que me demandaría por abuso sexual, luego me dijo cobarde, me maldijo, advirtió que debía cuidarme y terminó diciéndome “ojalá te hubiera robado todo” y colgó; estuve esperando que alguna de sus amenazas se cumpliera pero hasta el día de hoy no ha ocurrido.  
Al siguiente día ya me sentía apto para presentarme a trabajar, nadie me dijo nada realmente pero me miraban con extrañeza, no me importó, esa noche camino a casa me detuve de nuevo en la vinatería, contrate una prostituta y desde entonces no he parado.
 
  
 

Clementino Diógenes 
México, D.F. Noviembre 2013 


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