Mi padre utilizó el tono solemne
de las noticias serias, mientras almorzábamos en la mesa grande de la casa del
pueblo tiró la bomba que cambiaría mi niñez para siempre. Yo supe al instante
que la noticia me incumbía, cuando uno se siente culpable por algo, sabe que la
culpa lo persigue hasta encontrarlo y soltarle la verdad en la cara. Así que
efectivamente, en la unidad donde vivíamos se había cometido un robo, mi padre soltó la
información de a poco, mientras mi hermano, mi abuela, mi madre y yo escuchábamos
atentos y compungidos (mi hermano me miraba con reproche a cada tanto), al
parecer unos cuantos niños, hijos de los vecinos, se habían hecho con las
llaves de un departamento del “A” (nuestro edificio) y habían perpetrado el
robo más significativo y escandaloso en 15 años de vida comunal. Erick, Fabián
y León habían robado la casa de los Valdés y se llevaron una televisión, un supernintendo, un decodificador de tv
por cable y una videocasetera. De momento no estaba claro cómo los habían
descubierto, pero mi padre había actuado rápido y sacó a mi hermano a las volandas de
la casa y lo había traído con nosotros a pasar las vacaciones de verano en el
pueblo. Todo indicaba que alguno de los implicados lo mencionaba como cómplice
y los judiciales que seguían el caso lo buscaban. Me atraganté con el pan, yo
sabía que él no era culpable, nos miramos cómplices, aunque en su mirada
advertí un dejo de reclamo y enojo. No
se sabía que había pasado con los otros, salvo que salieron del edificio con
las manos en alto como si de criminales se tratara y toda la unidad los miró por sus ventanas
mientras eran escoltados a la patrulla, al parecer los padres de todos actuaron
rápido y parecía que el asunto se había arreglado fuera de la ley. Yo no cabía
en mí de vergüenza, además de saber que mi hermano era inocente, sabía que el
culpable y cómplice era yo. Meses atrás mi amigo Rodrigo había encontrado las
llaves de un departamento y nos habíamos dedicado a probar suerte en cada una
de las puertas del edificio, de ahí a elucubrar un plan de extracción fue
sencillo, bastó con contárselo a Fabián y él en un santiamén tuvo la solución:
vigilamos, cuando salgan todos nos metemos y vemos que sacamos. El primer día sólo
obtuvimos unos pepsilindros (bastante viejos por cierto), unas tarjetas de
jugadores de fútbol americano y un par de juguetes. Fabián le comentó a Erick,
Erick a León y de pronto ya éramos cinco en el secreto. Los planes continuaron,
debía haber algo de valor que pudiéramos capitalizar y que probara nuestra
destreza y hombría. Los pequeños alegamos demasiada planeación, los grandes
alegaban que toda precaución era poca (grandes ladrones para ser primerizos), y
entre una y otra cosa se llegaron las vacaciones, y al menos para mí se perdió el interés. Jamás pensé que llevarían adelante el plan maestro, robar
los electrodomésticos e intentar venderlos en un mercado cercano, después repartir
el dinero entre todos. Me apuraba estar a solas con mi hermano, me parecía que
la otra parte de la historia estaba en su poder y tenía muchas dudas, ¿quién los
descubrió?, ¿por qué no figurábamos Rodrigo y yo en la lista de culpables?,
¿por qué él sí? , ¿por qué judiciales?,
¿cómo sabía mi papá la lista exacta de cosas robadas? El tema tendría que
esperar, en ese momento mis padres le soltaban un regaño fuerte y él sólo me
miraba con esos ojos que ponía cuando me quería pegar. Todo era especulación y
nervios en la antesala de ser llamado para recibir mi porción de regaño y
llamada de atención, no sucedió, mi hermano murió solo en la trinchera y se llevó
la reprimenda estoico, entero y con espíritu guerrillero sin culpar a nadie. Al fin nos quedamos solos y yo manojo de
nervios soltaba preguntas al por mayor.
-Ya dime ¿quién rajó?, ¿quién los vio?, ¿por qué te culpan a
ti?, ¿quién le dijo a mi papá? Le solté sin esperar respuesta.
- Pinche Timón (mi apodo del barrio), te pasaste, tú si te metiste y te salvaste, esos pendejos me querían meter a mí también porque el día del robo me fueron a pedir unas calcetas para ponerse de guantes y no dejar huellas dactilares.
- ¿Y quién rajo?
- La Picas.
-¿La hermana del Fabián?
- Si, ella vio cuando entro a su casa con la tele a esconderla, cuando el Omar preguntó en la cancha si alguien había visto algo raro, ella le dijo que su hermano tenía una tele que no era de ellos, una Brokzonic.
-No mames ¿y luego?
-Pues que el Omar les dijo a sus papás y se hizo un desmadre, al parecer los judiciales nomás cayeron a espantar y el Erick, el León y el Fabián fueron a dar a los separos de Atizapán, pero sus papás los sacaron y se los llevaron. El León se fue con su abuelita, el Erick a Vistahermosa con unas tías, el Fabián a Azcapotzalco. Parece que regresaran hasta que acabe el año escolar.
- ¿Y nosotros?
-Pendejo, pues aquí, hasta que acaben las vacaciones. A ver qué chingados pasa.
-Menos mal, estaba preocupado.
-Pendejo.
- Pinche Timón (mi apodo del barrio), te pasaste, tú si te metiste y te salvaste, esos pendejos me querían meter a mí también porque el día del robo me fueron a pedir unas calcetas para ponerse de guantes y no dejar huellas dactilares.
- ¿Y quién rajo?
- La Picas.
-¿La hermana del Fabián?
- Si, ella vio cuando entro a su casa con la tele a esconderla, cuando el Omar preguntó en la cancha si alguien había visto algo raro, ella le dijo que su hermano tenía una tele que no era de ellos, una Brokzonic.
-No mames ¿y luego?
-Pues que el Omar les dijo a sus papás y se hizo un desmadre, al parecer los judiciales nomás cayeron a espantar y el Erick, el León y el Fabián fueron a dar a los separos de Atizapán, pero sus papás los sacaron y se los llevaron. El León se fue con su abuelita, el Erick a Vistahermosa con unas tías, el Fabián a Azcapotzalco. Parece que regresaran hasta que acabe el año escolar.
- ¿Y nosotros?
-Pendejo, pues aquí, hasta que acaben las vacaciones. A ver qué chingados pasa.
-Menos mal, estaba preocupado.
-Pendejo.
Mi hermano se alejó molesto y yo
con la boca abierta no alcanzaba a entender, la habíamos librado en los mejores
términos, con sólo un regaño y nada de implicaciones serias, por supuesto la vergüenza
se había esfumado y yo pensaba en como terminar las vacaciones de la mejor
manera posible, me asaltaban más dudas,
pero sabía que después del regaño sería difícil obtener más información. Al
final del día antes de dormir me acerque y solté la duda que más me atormentaba:
-Oye wey y ¿vendieron algo?
-No mames, ahora hasta deben más de lo que se robaron, los Valdés dicen que se robaron un millón y unas joyas.
-Madres, yo que iba a reclamar mi parte.
-No mames, ahora hasta deben más de lo que se robaron, los Valdés dicen que se robaron un millón y unas joyas.
-Madres, yo que iba a reclamar mi parte.
Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.
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