Sotero ya no baila. Perdió la alegría con la pobreza, la pobreza que no lo deja y le quita las fuerzas y las ganas. Ya no usa zapatos de dos colores, ya perdió el ritmo que lo hizo legendario, ya se le borró la sonrisa pícara del rostro. Suena el mambo y él como si no escuchara, suena el merengue y él hace caso omiso de las muchachas que le bailan enfrente atraídas por su fama, suena el son y él apura el trago que alguien le hizo la caridad de obsequiar, ya ni para eso le alcanza. Sotero perdió el ánima, hasta eso vendió con tal de sacar para comer, bailarín de fama, digamos internacional, siendo sensatos fama de barrio, no había muchacha que se rehusara a su andar pausado y movimiento sugerente, la cadencia de las caderas que anunciaba el colmillo, la experiencia, la sapiencia, el ritmo por dentro, éste si sabía bailar. Ataviado a la vieja usanza, traje de tres piezas color hueso, corbatín de seda, zapatos de dos colores, como el cara’e foca dice él, y sombrero Panamá, recorre sus antiguos dominios recordando las viejas glorias, aquí bailó con la Carmen, allá le sacó chispas a la tarima, más allá la gente se subió a las sillas para verlo bailar. Leyenda viviente se pasea por los bailes anunciando su regreso, para cuando las cosas mejoren, para cuando la pinche jodidez le otorgue tregua y regrese de nuevo la felicidad, que difícil es sonreir cuando no se tiene nada en la panza. La cadencia lo abandona, ahora su caminar es arrastrado, como acentuando la miseria, suena la música a su paso y él le hace desdén, como si estuviera sordo, como si no sintiera nada. Vive de milagro, arañándole y encontrándole resquicios a la miseria, que si un pan puede durar una semana, pues debe durar, que si aquél bailarín antes recogía billetes del suelo en honor a la maestría de su ejecución, hoy los recoge cuando alguien le hace la caridad. Y quién lo vio dice que era cosa de admirar, preciosismo en el bailar, arte en el movimiento, dos o tres muchachas a su alrededor, él combinando los pasos con cadencia y precisión, no se le iba un tiempo, las vueltas magistrales, los cambios exactos, el maestro sonidero lo veía llegar y dejaba escapar por las bocinas sus mejores piezas, vallenatos, cumbias, sones, merengues, porros, y cha cha chas lucían más con su afamado y rítmico paso. Hoy esta jodido y no se ve por donde regrese la felicidad, pareciera que en lugar de avanzar, se acentúa cada vez más la escasez, poco falta para que empeñe el traje y el sombrero, que los zapatos son una piltrafa de tanto caminar. Que cosa es la realidad, acomoda a todos en su lugar, Sotero pierde la arrogancia y la soberbia, ya no rechaza a quien le hable, ya no ignora a quien reconoce su fama, es más, le pide a Dios que por favor alguien, si quiera lo mire, cuando se dedica a mendigar. Pobre, esta pobre y uno recuerda cuando era la sensación del personal, cuando todos íbamos a verlo bailar y a convidarle un trago para compartir la fama, cuando nos pegábamos como lapas para agarrar a las parejas que solía rechazar. Camina como muerto, ya parece más su sombra y luego la mira y la mira, como que se ve más robusta, como que le pregunta de donde saca ella pa tragar. Parece fantasma, abandonado por la felicidad, uno más que recorre las calles de esta ciudad, ese Sotero Palmar orgullo del barrio y la nación, cuando la gente lo ve pasar con la tristeza en la mirada y su arrastrado caminar siempre se pregunta ¿y ese? Y si alguno lo conoce, inmediatamente contesta, ese ya no sabe bailar.
Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.
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