De
todo lo que siempre quise conservar
sólo
quedan trozos que he pateado al andar
y
no lo sabes porque tus pies nunca tocan el suelo.
“El
desastre”, Mauricio Riveros
La
luna no necesita más que un charco a media banqueta donde reflejarse, me
persigue, igual se cubre el descaro tras una nube negra. Un paso esparce el
espejo y me lo llevo escurriendo por la bota. Aunque la noche no llegue a su
fin, por lo menos no hay doble luna.
Deja de llover. Basta con quince minutos, tres
cuadras y dos lámparas fundidas para llegar a casa. Las once de la noche, mala
hora para andar por la calle. Treinta años, muchos para seguir sola. Y un
departamento lleno de fotos vacías. Quizá antes de llegar, en la segunda
lámpara sin luz, aparezcas como hace un par de años, tomes mi mano y digas que
piensas en mí, que recuerdas mi voz llamándote y que cada mañana respiras muy
hondo tratando de sacar mi aroma de las sábanas. Otra vez estoy llorando por
ti.
Doy vuelta en la esquina, no quiero que alguien me
vea, camino más rápido. Todos dicen que en esta calle se encuentra la muerte.
El barrio es peligroso pero de vez en cuando paso por aquí; en noches como ésta
que el frío de mi cama arde tanto que es preferible caminar tres cuadras, hasta
la tienda, por un café soluble y la esperanza de que vuelvas a tu antigua casa.
En aquel tiempo la lámpara tenía luz y en una noche
de marzo abriste la puerta, me preguntaste la hora y si podía salir a bailar
salsa en ese mismo instante. No recuerdo una forma mejor de iniciar un romance.
Quién se iba a negar con esa nariz griega perfilando al hombre perfecto.
Después de cinco años de estrellas en mi mano, de encontrar más que el mejor
sexo que he conocido y salvar mi aliento en tu aroma, te fuiste sin
explicación, sólo dijiste: se acabó. No te pregunté nada, no era necesario, al
momento que te despedías lo entendí.
Camino por el primer foco fundido, casi no se ve
nada. Imagino que desde un cuarto piso esta parte se ve como el hueco del
diente perdido de una calavera.
Al salir de
la oscuridad, comienza a llover. Falta media cuadra para pasar por tu antigua
casa. Un viejo sale a dejar bolsas de basura, se me queda viendo, su cuerpo
hace una curva perfecta de la cabeza a la cadera —Debes de estar loca niña,
esta zona es peligrosa. Lo ignoro, pero camino más rápido. Por lo visto cambió
mucho el barrio desde aquellos días en los que bailábamos salsa.
Veo la oscuridad que rige la puerta de tu casa.
Suspiro, y por primera vez en la noche, el fresco y el olor a tierra mojada me
hacen bien, es un descanso. Piso otro charco, sin luna, éste se concentra en contener
la mugre de la ciudad. La lluvia arrecia, se convierte en una sutil cortina
fría, penetra hasta mojar mi ropa interior. Esta parte del camino es escabrosa,
hay un callejón a un lado de la casa. El miedo me abriga.
En la oscuridad se dibuja una silueta en la puerta
de tu casa; de pronto, del callejón sale un estruendoso ruido, como latas y
vidrios estrellándose en el suelo. El aliento me abandona por un minuto. Mi
cuerpo tirita, no puedo caminar, cierro los ojos, esta vez no lloro por ti,
tengo miedo, voy a morir.
Pasa un instante que parece eterno, un automóvil, a
toda velocidad, me moja el rostro con agua encharcada. Abro los ojos, la
silueta desaparece de la puerta. Volteo al callejón, muy apenas se ven unos
ojos azules desde el piso, es un gato pequeño, negro con guantes blancos.
Sonrió, es el alivio más delicioso que he tenido después de una tortura. Michito, michito. Tomo al gatito. No hay
una forma mejor de encontrar un compañero.
Tania Plata
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