lunes, 4 de mayo de 2020

Casa

Vine y estabas vacía, solo había un hombre que habitaba en ti. Llegué y quise hacerte mía desde el principio, convertirte en un hogar, quise tener hijos, quise crear más, quise llenarte de vida y solo te llené de tristeza y de ansiedad. Lo siento mucho, gracias por todo, eres bella, tienes el espacio perfecto para mí. Gracias por todo, gracias por las ideas que llegaron, las que se fueron, por mis días de tristeza y los de fiesta. Gracias por contener un amor que se acabó a cuenta gotas.  Gracias por todo, gracias por todo, gracias por todo, te voy a extrañar mucho mi amada casa, adiós a los sueños que tenía cuando vine aquí, adiós al amor que se terminó, adiós a los planes que nunca concluí, espero que quienes lleguen te llenen de amor. 

Lamento mucho no haberte cuidado mejor, hice lo mejor que pude. Traje plantas y decoré tus paredes, quise darte un espacio para liberar mi imaginación. Tengo miedo, hay muchas cosas pasando a mi alrededor, tengo miedo de no poder lograr vivir fuera de esta burbuja de jabón que el universo construyó para mí.

Gracias por todo mi amada casa, gracias por ser y estar para mí. 

Gracias



Adiós de mudanza

Ya sé, ya sé,
soy una miedosa
del desdoblamiento permanente de mi ser
de los nuevos comienzos
de mi perfeccionismo paralizante
bum bum en la cabeza
no me  deja descansar
mucho futuro
mucho pasado
en el gas del pensamiento
me resisto al porvenir
la verdad es
que no quiero irme de aquí
no quiero crecer
no sé como
no sé como
no sé como


Te voy a extrañar
Aunque no quería estar aquí.
Te voy a extrañar
Te voy a extrañar
Te voy a extrañar



viernes, 17 de abril de 2020

Fin


-No lo recuerdo muy bien- Me preguntó mientras mirábamos el cielo nocturno que, de pronto, se iluminaba cada vez más -¿La inundación fue antes o después de la hambruna? 

-Después de la hambruna, claro está- De pronto me sentí como parte de una escena icónica de la versión Disney de Hércules -Primero fue la pandemia, y luego lo del Krakatoa y los demás volcanes, ¿Recuerdas? 

-Por supuesto, todo un cataclismo, lo de los tsunamis fue lo peor. 

-Pues bien, después de los volcanes, vino la helada por las… 

-¡Las cenizas! Cómo olvidar esos atardeceres- Dijo con una melancolía particular, como no queriendo extrañar lo espectaculares que fueron esas tardes cuando los gases volcánicos pintaban el cielo de unos colores surrealistas. -Dicen que en “El Grito” de Münch el fondo es de esos colores tan vibrantes precisamente por la erupción de un volcán, y ahora que lo pienso, tiene todo el sentido del mundo… pero bueno, la helada, ¿Y luego? 

-Y luego la sequía y el hambre. Hacía tanto frío que mucha del agua se congeló y las lluvias no llegaron y, con ello, se acabó la comida. Luego, después de los dos años, cuando se despejó el cielo y otra vez regresó el calor, se derritió toda la nieve y los ríos se desbordaron- Me sentía como contándole a unos nietos que nunca llegarían una historia inventada, de esas que se cuentan con muchas licencias literarias para asombrar y entretener. 

-Y empezaron las inundaciones, es cierto, ahora lo recuerdo. Pandemia, volcanes, tsunamis, helada, sequía, hambruna e inundaciones en ese orden… Y ahora esto. 

-Sí, ahora esto- El cielo se iluminaba cada vez más, el resplandor que había iniciado como un punto de luz comenzaba a crecer. -¿Crees que sea la supernova? Esa de la que tanto se habló antes de la pandemia. 

-¿Beteljus, biteljus, betelgeuse o como se diga? No creo, Orión está por allá, clarito se ve- Apuntó hacia la derecha, a un mar de estrellas que poco a poco se desvanecían tragadas por la luz. Yo tuve que creerle, porque para mi el cielo se veía igual hacia todas direcciones. 

Desde que la electricidad dejó de ser algo cotidiano hacía poco más de tres años, la humanidad, o lo que quedaba de ella, había recuperado el cielo nocturno. Las primeras noches habían sido abrumadoras al darnos cuenta de que las estrellas que conocíamos se perdían entre los cientos de millones de otros astros que se manifestaban con la oscuridad. Al menos yo ya no podía distinguir con facilidad las constelaciones básicas, pero ahora podía inventar las mías, como cuando uno se pone a verle formas a las nubes. 

-Entonces, si no es la supernova, debe ser un meteorito- Lo dije como si no fuera la gran cosa, porque a esas alturas, después de todo lo que habíamos pasado, un meteorito en realidad ya no era la gran cosa. 

Aunque, estrictamente hablando, sí lo era. Aproximadamente cuarenta kilómetros de largo, veintitrés de ancho y diecisiete de alto, muchísimo más grande que el que acabó con los dinosaurios. Una mole cósmica que el universo, como si no fuera ya suficiente, nos había lanzado desde los cielos casi de forma poética. No lo habíamos visto venir, no sólo porque las agencias espaciales habían colapsado hacía mucho, sino porque ese pequeño enorme pedazo de roca espacial había terminado en curso de colisión con la Tierra por azares del destino ya que algo en el cinturón de asteroides lo había sacado de su curso habitual y lo había hecho precipitarse contra nuestro planeta, y aún con sus dimensiones, había pasado desapercibido al no seguir una órbita conocida y al ser tan “pequeño” y oscuro en comparación con el resto de cosas en el cielo. Para cuando era evidente que iba a aterrizar sobre nosotros, ya no había nada que hacer ni nadie que lo hiciera. 

Pero nada de esto lo sabíamos, que seguíamos viendo como su brillo se hacía cada vez más intenso al entrar a la atmósfera. Por cierto, nosotros nos habíamos conocido recientemente, apenas unas semanas atrás cuando nos encontramos casualmente vagando por los valles. Hacía tanto que no hablábamos con otra persona que rápidamente nos hicimos amigos por el puro gusto de tener con quien platicar, aunque los temas de conversación se redujeran a recordar el pasado e intentar averiguar que hacer con nuestro futuro. A pesar de ello, nunca nos habíamos presentado. Los nombres se habían vuelto obsoletos en cuanto la cantidad de personas disminuyó al grado de no haber necesidad de saber quién era quién. 

-¿Crees que ahora sí se va a acabar el mundo? 

No supe que responderle, pero algo en mi interior decía que efectivamente, era el fin del mundo. -No sé si del mundo, pero al menos de la humanidad creo que sí. No creo que la Tierra se despedace después de esto, y al final la vida es muy resistente. Quien sabe, igual y alguna bacteria en el fondo del mar sobrevive y, en unos cientos de millones de años, otra vez haya vida por todos lados. 

-Una bacteria… o un virus. 

No pudimos aguantar la risa. Esa palabra había pasado de ser aterradora a ridícula. 

-Pues que privilegio- Dijo secándose las lágrimas tras las carcajadas -Que privilegio tener la oportunidad de ser los últimos. De todas las personas que vivieron a lo largo de los milenios, sólo nosotros podemos decir que somos los últimos de la especie, la camada final, lo más lejos que nuestra raza pudo llegar. 

-¡Y nos tocaron asientos de primera fila para presenciar el fin! Los que queden en otros lados, si es que quedan, ni se van a enterar de qué pasó, pero igual se van a joder. 

Además de la luz, la temperatura comenzó a aumentar, transformando una fresca noche en un mediodía tropical en cuestión de minutos. Nos quedamos en silencio, admirando como las nubes se esfumaban, mientras el viento aumentaba de velocidad y los animales huían despavoridos sin saber bien hacia dónde. 

Me vino una idea completamente absurda en esas circunstancias, pero que daban cuenta de que al final seguía siendo un ser humano común y corriente. Me pregunté cuales serían las últimas palabras más apropiadas para dejar a la posteridad, aunque no hubiera nadie que las fuera a escuchar o registrar ni posteridad a cuál dejarlas. ¿Alguna frase de trascendental belleza? ¿Un chiste? ¿Un grito? Si mi voz iba a ser la última de las voces humanas que resonaran, ¿Qué debería decir? ¿Cómo condensar con palabras lo que había sido nuestro breve estar en la existencia? ¿Cómo cerrar apropiadamente nuestra participación en la vida? 

-Por cierto- dije -Me llamo… 
Luz. Calor. Silencio.




Fernando “Viento del Norte” Sanchez. CDMX, 17 de abril de 2020. Publicado originalmente en “Crónicas de un mapache”


http://vientoboreal.blogspot.com/

martes, 14 de abril de 2020

X_X



al pasar por el espejo, mejor volteo la mirada 

no quiero ver lo que refleja

y lo que se refleja no quiere ser visto

a veces no encuentro como poder seguir con esto

ajeno, toda esta nueva experiencia me es insólita

seguido me siento así, cuando hablo con alguien espero que no me pregunten nada

no encuentro como contestar

sin que se inunden las retinas

recordando algún área

de las pecas o la espalda, recordando alguna plática o detalle, es lo malo de prestar demasiada atención, pensamientos lúcidos de las diversas confusiones

después de evacuar prolactina y adrenocorticotropina

el pecho se siente menos tenso

como si algo me protegiera con un poco de ternura

y supongo que así se sigue

sin saber cómo

me siento avergonzado

el saberse dejado de lado por la persona que crees que mejor te conoce

es una carga cada hora, una habitación de vergüenza

no me dejo hundir, pero no dejas de hundirte, levanto la cabeza y envío un correo del trabajo, abro la boca y trato de sonreír

pero mi semblante no engaña a nadie

los músculos de la parte superior de la cara se sienten flojos y los de la parte inferior adoloridos, como si tuviera unos braquets fantasma y fiebre

digo una broma y me avergüenzo

como si estuviera desnudo entre gente vestida, o como un niño eufórico tratando de comportarse

odio un poco los nuevos términos de esta vida

pero es un odio puro, como un ángel

mi playera está sucia

no es que no supiera que fuera a pasar, son los adjetivos que se imputan lo que me desconcierta

no creo haber causado tanto daño, debe haber una confusión

ojalá pudiera sentir el suave toque de una dentadura arrancando la piel que a nadie le importa tocar

el torso que parece un nido de abejas,

es mejor esconderse de nuevo del tipo en el espejo, aquí nadie es un mártir

o un recuerdo de esos que uno trata de olvidar

como esos inolvidables días siempre truncos, donde la felicidad palidecía a la puerta de su casa

como si yo fuera un peligro

como pechos lactantes llenos de amabilidad y hostilidad, de los cuales nadie quiere beber

pero empiezo a creer que no hay vuelta atrás

como cuando el gemelo que sobrevive al parto tira del cordón umbilical que se enreda en el cuello de su hermano

ten fe, todos estamos vivos y poco a poco no lo estaremos






Julio Cervantes Ortega
México, abril de 2020




lunes, 13 de abril de 2020

Una tarde normal

Estoy a punto de verla y si se ha evaporado el perfume que me puse todo este teatro será un fiasco. Llevo algunos meses preparando este momento, trabajando un par de horas extras todos los días para que podamos ir a un buen lugar, me compré el perfume que le gusta, me traté de vestir bien, tengo un poco de ansiedad de verla, de verla de nuevo. 

Omar me dijo que debería usar corbata, pero no soy de ese tipo de hombres, me corta la respiración, se me bota la papada, no me gusta usar camisas, ni zapatos, nunca me ha preocupado mucho eso porque confió en otros atributos, en realidad solo en uno, creo que soy gracioso. 

Pero este día no me está haciendo gracia alguna. 

No pasé al cajero electrónico para tener un poco de efectivo a mano, no contaba con los gastos de la gasolina, me escriben y me llaman del trabajo, parece que todo es urgente, pero nada me urge más que mandarlos al demonio, quisiera gritarles que estoy cada 5 minutos un kilómetro más cerca de la mujer que amo, que los correos y la vida en general pueden detenerse, todo puede detenerse en este momento menos el tráfico de mierda. 

Estoy nervioso, han pasado un par de años de la última vez que nos vimos, no deja de sudarme la cabeza, espero que parezca que acabo de bañarme. El gps me lleva lento pero seguro a la ubicación indicada, la colonia se ve tranquila con las aceras invadidas de hípsters y perros, negocios en los que me hago a la idea sale a comprar cosas para hacer de comer, vaya que ella sabe cómo hacer de comer, cualquier platillo normal lo volvía una experiencia de sabor, un poco de esto, un poco de esto otro y magia, una pequeña explosión en el paladar, magia pura. 

- Creo que ha pasado tiempo suficiente para podernos ver de nuevo, te extraño y quisiera poder platicar sobre lo que ha sido de nuestras vidas - Podía sentir como mi dedo anular se corroía, como mi mirada se sentía seca, agotada. Llevaba 5 minutos viendo el botón de enviar en el WhatsApp hasta que me di el valor de presionarlo. 

Y el mensaje se envió a través de kilómetros de cables y ondas invisibles, conectándose para hacer llegar el mensaje que más me ha preocupado enviar en mi vida, ni una carta de renuncia había requerido de mí tanta decisión, no pasó más de un minuto y vibro mi celular, era ella – claro, hay que vernos – un primer y sencillo y conciso mensaje que siguió de largas conversaciones, ella siempre ha sabido como conversar, cuando lo desea es la persona más graciosa y grosera del mundo, ambas cualidades me parecen fundamentales para la convivencia. 

Quedamos de vernos para festejar su cumpleaños. Trate de buscar un buen restaurante, de autor, con buena arquitectura, algo que me hiciera aparentar que soy más que un hombre de tacos y hamburguesas, sin embargo, mi físico evidenciaba lo que ella ya sabía. 

Le avisé que había llegado al punto de encuentro, ocupé 5 minutos en poder entrar en mi papel, de hombre desinteresado, en pensar mi guion para no estropear la tarde, no tengo mucho tiempo para verla, pero si mucho tiempo de esperar hacerlo. Me dijo que tardaba un poco que seguía arreglándose, pero yo soy realista, ella no tiene nada que arreglarse, es de ese tipo de mujeres que pueden ponerse una playera XXL de hombre, con la tela deformada por el sobrepeso, rota, sucia de chocolate embarrado y hacerla ver como lo último de la moda, ella era la inspiración de la próxima línea de Bershka. 

No mentía cuando dijo que tardaba un poco, puse algo de música para abstraerme en ella, estaba ya un poco preocupado por la reservación de la mesa del Restaurante La Brea, uno de los diez mejores del país (según varias reseñas) con los ingredientes más frescos y con comida preparada al momento por uno de los mejores chefs mexicanos que normalmente tienen un apellido que no tiene nada que ver con los apellidos comunes en el país. 

Sin avisar, ensimismado en la espera, en el ansia, en la música, en mi personaje, ella toco a la ventana del auto, la vi y todo se fue a la mierda, el cerebro se sentía como si se hundiera en las arenas movedizas del corazón, hundiéndose sin importar que buena parte del mismo estuviera ya sumergido. 

Siempre ha sido una visión, con su pelo castaño obscuro y su piel blanca, con sus pecas jugando a brincar en sus pómulos rojos como sandías (juro que dan ganas de darles una mordida) su nariz pequeña, chatita, sus ojos verdes como galaxias en las que te pierdes cuando te quedas sin combustible en tu cohete corroído al cual se le está por terminar el oxígeno, su boca pequeña y su sonrisa juguetona, traviesa. 

No han pasado los años por ella, no ha pasado un minuto de ella en mí, es una suerte de maldición ver a la persona que amas y no sentir más que amor por ella, olvidas todo, te importa un comino lo bueno o lo malo que haya pasado, no hay tiempo, son esos momentos en los que reconoces que existe el presente, que existe el bien. 

Vestía un vestido rojo con estampado de leopardo, como las pieles que usaban los reyes para dejar en claro la fuerza y la violencia que tuvieron que utilizar para conseguirla. Maldita sea, el vestido solo evidenciaba sus hermosas piernas y acentuaba… que no he superado el haberla perdido. 

Abrí la puerta y no pude evitar abrazarla, en un abrazo que contenía millones de minutos de nostalgia y amor yermo, en un abrazo que me arrancaba la vida, la pegue a mí para que sintiera como mi corazón palpitaba desbocado, para que sintiera como mi estómago estaba lleno de abejas, no pude controlar perderme de todo, quise pegarla tanto a mí que deseaba pudiera entrar en mi cabeza, para que se viera como la veo, para que sintiera lo que yo siento, un abrazo fuerte como la asfixia que no parece terminar hasta que te desvaneces y sentí 4 pequeñas manos, halándome, separándome de ella, buscando mi panza y mi pecho, ella no venía sola, venía con mis niños, ella no quería platicar de nuestra vida, quería matarme de amor. 

Desde el divorcio habían pasado muchas cosas, se casó de nuevo y era ya feliz con un hombre bueno, alguien que la aceptaba con dos hijos que no eran suyos, que la veía como alguien capaz, alguien que la amaba, alguien que le daba todo lo que yo no pude dar, todo lo que yo no tenía, alguien que podía hacerla feliz. 

- José, no vayas a comenzar con tus cuestionarios, venimos a divertirnos, todo va bien, sabes cómo están los niños, podemos hablar de mi vida personal, pero mejor hablemos de ti y disfrutemos el momento – Me tenía atrapado, siempre supo que era un tipejo prisionero de sus deseos y así fue. 



No hablamos de nada, pusimos canciones y cantábamos, nos reíamos, era como un día normal, de una familia normal, casi se me antojaba darle un beso y que todo mundo pensara que no habían pasado 4 años, que estábamos rumbo a celebrar un cumpleaños más, que nunca había partido la mudanza, que no se había que tenido que terminar ningún contrato, casi parecía que no la había hartado, que deje de tomar a tiempo, que la escuche y me preocupe por ella, casi parecía que la había apoyado a seguir sus sueños. 

Llegamos al lugar, estaba por el sur de la ciudad, no estaba lleno, lo que agradecí, tenía miedo de terminar comprando un pollo rostizado, comimos y bebimos y nos reímos, recordamos buenos momentos, mientras yo luchaba contra la pesadumbre de saber que difícilmente se iban a generar otros muchos buenos momentos juntos. Yo estaba presente, pero en otro plano, no podía dejar de verla, no podía dejar de escucharla, no podía dejar de interesarme en lo que decía, siempre ha sido una mujer muy inteligente, brillante, talentosa, siempre la he considerado más inteligente que yo, lo es, por eso no estamos juntos. 

La vida ha sido buena para ella, tiene muchas de las cosas que siempre ha buscado, aunque la vida siempre te lleva a buscar más, la vida también ha sido buena conmigo, pero perderle a ella, el no tenerla, el saber que existe pero que decide conscientemente no estar a mi lado es una aflicción que nunca podrá entender. La comida es buena, la noche apacible, le tengo preparada una sorpresa, un regalo para que no me olvide unos meses, el primer perfume que compramos juntos, su aroma enlatado. Satisfechos pedimos el auto, me siento orgulloso de que me vean con ella, de que el valet me vea con envidia, de que mis niños me abracen forcejeando separándome de ella, son mi muro de contención, pero mi mirada, es obvio que se pierde en el deseo de no dejarla ir. 

Pero es tarde y la vida sigue, subimos al carro y hacemos bromas sobre la comida, por las porciones extremadamente pequeñas, porque siempre nos reímos, hasta que los tengo que dejar en su casa y mi risa se transforma en mueca, ella me dice – ojala pudieras pasar, fue un buen día – asiento con la cabeza y veo como bajan del carro y con ellos se baja un pedazo de mi alma, los veo desaparecer por la puerta y veo las sombras proyectadas sobre las cortinas una, dos, tres, cuatro, las sombras más altas se funden. 

Camino a mi departamento veo un automóvil accidentado, el pobre tripulante no solo tendrá que lidiar con las heridas y el seguro, si no con la vergüenza de ser uno de esos carros cubiertos de post it con mensajes de amor, algunas de esas notas adhesivas deben decir, ten un gran día. En mi opinión cuando un augurio es tan claro es mejor burlarte. Tomo una foto al accidente y se la envío, junto con un pequeño texto de cinco letras, ¿se han dado cuenta que escribir “¡huevos!” es un texto más largo que escribir “te amo”?

Julio Cervantes Ortega
México, abril de 2020



Editorial

Volvimos

Ahora sí, después de dos años de ausencia regresamos, no sabemos si para quedarnos, la verdad es que no teníamos tiempo para escribir, pero desde que llegó la pandemia y estamos recluidos en casa haciendo “home office” como que nos rinde más el día y se nos acabaron los pretextos.
No queremos romantizar la cuarentena, pero sinceramente disfrutamos romper la rutina de la única forma creativa que sabemos. Claro, el encierro tiene su lado negativo, la gente puede enloquecer, caer en el vicio, el aburrimiento la liviandad y la desesperación, nosotros, que no hacemos yoga, pilates o pintamos cuadros, optamos por escribir y sugerirles escribir un cuento. Acorde con los valores fundacionales de este H.H. foro entendemos que hoy más que nunca todos tenemos la necesidad de decir o exponer algo para alejarnos de las estadísticas y no ser un número más en el conteo diario de enfermos o sanos.
¿Qué piensan de la pandemia?, ¿qué les inquieta, cuáles son sus inquietudes?,¿creen que vivimos en una distopía de George Orwell?, ¿todo es una conspiración de George Soros y los Illuminati?, ¿están a favor o en contra de los tapabocas?, ¿de qué cosas se han enfermado?, ¿le tienen más miedo al coronavirus, a la crisis económica, al  Peje, a los multimillonarios, a los chinos o a Donald Trump?, ¿qué hacen para matar el tiempo?
Si ya acabo la serie que lo tenía atrapado, si ya está en la fase de adaptación, o si necesita un pretexto para que le den 30 minutos de respiro, anímese y escriba un cuento de lo que quiera y sienta, Desencuentros se sube al tren del mame y le otorga este espacio para leerlo y darle quizá su última voz, no la desaproveche.
Abril de 2020

sábado, 11 de abril de 2020

La familia no te olvida

#CadáverExquisito

La vida se me escapa como el agua entre los dedos. El frío conquista mi piel, la tiñe de blanco verdoso, los espasmos finales del cerebro me revelan la futilidad de la vida y el amor, y se apaga con este amargo pensamiento: la cagué. La familia es sagrada, pero ¿quién respeta algo en estos tiempos? el mundo colapsó. 


Llegaron a mi escondite el sábado. “Perdón por traerlos, pero mi mamá se está muriendo”, y yo no pude hablar, ni moverme, ni  puedo molestarme con Esmeralda, ese par de muslos siempre le dan absolución automática. Crecimos muy juntos, nuestros juegos perdieron la inocencia poco a poco. Fue mi único amor, la sigo amando y creo que ella a mí también, a su manera. Pero las prioridades cambian. 

Cuando dejó de haber suficiente comida para las dos familias nuestros padres se comenzaron a odiar, hasta que quedaba una lata de frijoles y un garrafón de agua para todos, quién sabe para cuánto tiempo. Nos escapamos con todo, y mi papá nunca me dijo que había pasado con Esmerada y mis tíos. 

La descubrí buscando qué comer, estaba lamiendo unas latas de atún que yo había dejado por descuido demasiado cerca de mi escondite. Lo reconozco, mi primer impulso al ver la silueta de mujer inclinada sobre las sobras fue lanzarme sobre de ella para arrancarle la ropa, pero nos vimos a los ojos y nos reconocimos. En ese momento me sentí miserable, culpable por verla en esas condiciones en medio de mi buena racha –así le digo a encontrarme un escondite y dos latas de atún. La traición de mis padres a ellos siempre me hizo sentir decepción, tristeza, coraje, el inicio de mi transición a la oscuridad perpetua. 

Solo le dije ¿Esmeralda? Y nos abrazamos y lloramos y pasamos dos días en mi escondite. Ni si quiera hablamos solo compartimos la comida y el cuerpo durante dos días y al tercero desperté amarrado de pies y manos. Mi tío y un hombre que no conocía me dieron de martillazos. 

Me hubiera gustado haber probado una última vez el sabor de sus labios y recorrer los pliegues de su cuerpo con la yema de mis dedos, con la lengua solo para recordar la única época en que fui feliz antes de toda esta espiral en la que me envolví... pero la vida se me escapa como el agua entre los dedos cuando metes la mano a un río. 




Elvis Castillo y Romeo Valentín
México, abril de 2020

Se nos acabaron las excusas y se nos acabaron los pretextos



Se nos acabaron las excusas para no ver, para voltear hacia otro lado. 

El mecanismo del mundo se ha detenido, exponiendo lo que la velocidad y el movimiento ocultaban, difuminaban. Las grietas estaban ahí, y no pocos habían reparado en ellas. Pero muchos más habían decidido ignorarlas, negarlas. Ya las repararán los que vienen, los del futuro. 

Se nos acabaron los pretextos para justificar, para defender lo indefendible. 

Hoy la desigualdad reluce, brilla sin que podamos negarla. Hoy vale más un cartón de huevos que un café a sobreprecio. Y no es que no fuera así antes, sólo que se nos había olvidado. 

Salen comunicados de gente innecesariamente rica suplicando por ayuda, mientras los que nunca han tenido quien les ayude, se arman de valor, listos para enfrentar la vida una vez más. 

Se nos acabaron las excusas no escribir, para no reflexionar. 

Un ser microscópico, si es que podemos llamarle ser (exquisiteces de la biología) ha puesto en jaque a quienes se decían invencibles, a quienes se decían fuertes. 

Peleamos contra un fantasma, contra el viento que se nos escapa de entre las manos. 

Se nos acabaron los pretextos para olvidar, para borrar el pasado. 

O al menos eso decimos hoy, a cinco meses que inició esta historia, allá lejos, en una ciudad de la que no sabíamos nada de este lado del Pacífico y que de pronto saltó a los titulares en todos los idiomas. 

Pero las catástrofes y desgracias, como la que nosotros vivimos en el 2017, pareciera que se terminan olvidando, se terminan borrando. Una vez que la rueda comienza a girar, los colores se mezclan y se pierden una vez más. 

Pero es que hoy, hoy, hoy, es el mundo entero. Menos de 10 países se han salvado y, no obstante, también están experimentando las consecuencias. 

Se nos acabaron las excusas para negar lo innegable, para admitir lo inadmisible. 

Marc Augé dijo, hace tiempo, que habíamos llegado al fin de la prehistoria de la humanidad y que era tiempo de la Historia de la humanidad. De la humanidad como un todo, como raza planetaria. Se acabó la historia fragmentada, es hora de la Historia total. 

Tal vez, ese día llegó hoy. Empezó en diciembre del 2019, pero, como las lluvias que se convierten en inundaciones, nos dimos cuenta hasta que el agua nos llegaba ya hasta los tobillos. 

Ese día fue el día en que inició La Historia. 

Se nos acabaron los pretextos para no hacer cambios, para conservar la inmovilidad. 

Tal vez, hoy, hoy, hoy, el día que inició la Historia, no sea el día que inicie la gran Revolución. Tal vez aún falta tiempo. Pero, hoy, hoy, hoy, ha empezado a llover. 

Hoy, se nos acabaron las excusas y los pretextos. 

Ahora sólo falta esperar la inundación. 



Fernando “Viento del Norte” Sanchez. 

11 de abril de 2020. CDMX

miércoles, 8 de abril de 2020

Un día se darán cuenta

Tenía hambre y entonces mi papá mató a todos los siervos del bosque, los cortó en pedazos y los metió en esas bolsas verdes de tela que se comenzaron a comercializar cuando fue prohibido el plástico. Mi papá casi no sonreía, pero lo hacía mientras arrastrábamos esas bolsas pesadas y sanguinolentas de camino al pueblo. En defensa de mi padre debo decir que jamás observó los asuntos del mundo con autentico interés, por eso la pandemia no le preocupaba en absoluto. El sufrió dos pérdidas terribles: la de mi madre y la de mi hermano. Mi madre se le murió en los brazos en un accidente automovilístico, mi hermano tiene un paradero indefinido, desde que mi madre murió él se entregó al vicio y hace un buen tiempo que no sabíamos de él. El salario de mi papá era bastante castigado, a nosotros no nos alcanzaba el dinero para hacer compras de pánico en los supermercados, además, ya nada podía causarnos miedo. Mientras sonreía me advirtió que no debía temerle a la enfermedad que estaba matando a las personas en todo el mundo, debíamos estar atentos a la conducta de las personas mientras hubiese crisis, porque eso era más peligroso. Entrando al pueblo un mujer corrió hacia mí y me gritó “tu padre es un asesino y tú eres un asesino también”. “Mi salario es muy bajo, señora”, le explicó mi padre. “Maté los siervos para alimentar a mi pequeño”. Durante todo el camino las personas nos señalaban y murmuraban que éramos unos asesinos porque en aquel tiempo casi todo el mundo defendía los derechos de los animales, algunos hasta escupían el suelo sobre el que caminábamos, otros sentían pena. Yo llevaba arrastrando una bolsa de siervos mutilados y el asco del mundo caía sobre mí como un fuerte aguacero. 
Llegamos a casa y mi padre apiló los siervos desmembrados sobre una manta, yo me puse triste al ver sus pequeñas orejas ensangrentadas, su pelaje, sus hocicos, sus ojos sin vida. Un hombre no debería de matar a un animal, pero ahí estábamos desollándolos. Mi padre comenzó a salarlos y yo preparé el fuego, echamos dos. Recé por ellos y pedí también por mí mismo y por todos ustedes. Mi padre aún no se sentaba a comer cuando una turba irrumpió en nuestra casa “¡asesinos, asesinos!” gritaban mientras el polvo se levantaba como una especie de lluvia ingrávida y sometían a mi padre. Una de las familias más ricas del pueblo reclamaba a sus siervos, nunca sentí mayor temor después de presenciar el linchamiento de mi padre. 
Él nunca le contó a nadie sobre el accidente automovilístico que mató a mi madre, los vecinos nunca supieron porque no le sonreía ni a los niños que jugaban conmigo en la calle, ellos nunca supieron porque mi papá deambulaba durante las madrugadas sin usar ropa deportiva en las veredas solitarias, ellos no sabían porque caminaba encorvado, ellos nunca se enteraron de porque mi papá solo se fumaba medio cigarro antes de un llanto irreparable, en el barrio le temían sin razón, sin darse cuenta de que sólo estaba triste, hasta que después de su linchamiento se lo conté a una vecinas, la que cuidó de mi un tiempo, desde que el secreto se reveló la gente del pueblo me saluda con muecas ensayadas de aceptación. Me molesta, porque él era un hombre noble, hubiese preferido que lo matara injustamente la pandemia y no la sociedad ansiosa de castigar. Yo tenía la esperanza de que él un día dejara de estar triste y que entonces todos se dieran cuenta.


Jonathan Vázquez Morales
Ciudad de México, abril de 2020