viernes, 17 de abril de 2020

Fin


-No lo recuerdo muy bien- Me preguntó mientras mirábamos el cielo nocturno que, de pronto, se iluminaba cada vez más -¿La inundación fue antes o después de la hambruna? 

-Después de la hambruna, claro está- De pronto me sentí como parte de una escena icónica de la versión Disney de Hércules -Primero fue la pandemia, y luego lo del Krakatoa y los demás volcanes, ¿Recuerdas? 

-Por supuesto, todo un cataclismo, lo de los tsunamis fue lo peor. 

-Pues bien, después de los volcanes, vino la helada por las… 

-¡Las cenizas! Cómo olvidar esos atardeceres- Dijo con una melancolía particular, como no queriendo extrañar lo espectaculares que fueron esas tardes cuando los gases volcánicos pintaban el cielo de unos colores surrealistas. -Dicen que en “El Grito” de Münch el fondo es de esos colores tan vibrantes precisamente por la erupción de un volcán, y ahora que lo pienso, tiene todo el sentido del mundo… pero bueno, la helada, ¿Y luego? 

-Y luego la sequía y el hambre. Hacía tanto frío que mucha del agua se congeló y las lluvias no llegaron y, con ello, se acabó la comida. Luego, después de los dos años, cuando se despejó el cielo y otra vez regresó el calor, se derritió toda la nieve y los ríos se desbordaron- Me sentía como contándole a unos nietos que nunca llegarían una historia inventada, de esas que se cuentan con muchas licencias literarias para asombrar y entretener. 

-Y empezaron las inundaciones, es cierto, ahora lo recuerdo. Pandemia, volcanes, tsunamis, helada, sequía, hambruna e inundaciones en ese orden… Y ahora esto. 

-Sí, ahora esto- El cielo se iluminaba cada vez más, el resplandor que había iniciado como un punto de luz comenzaba a crecer. -¿Crees que sea la supernova? Esa de la que tanto se habló antes de la pandemia. 

-¿Beteljus, biteljus, betelgeuse o como se diga? No creo, Orión está por allá, clarito se ve- Apuntó hacia la derecha, a un mar de estrellas que poco a poco se desvanecían tragadas por la luz. Yo tuve que creerle, porque para mi el cielo se veía igual hacia todas direcciones. 

Desde que la electricidad dejó de ser algo cotidiano hacía poco más de tres años, la humanidad, o lo que quedaba de ella, había recuperado el cielo nocturno. Las primeras noches habían sido abrumadoras al darnos cuenta de que las estrellas que conocíamos se perdían entre los cientos de millones de otros astros que se manifestaban con la oscuridad. Al menos yo ya no podía distinguir con facilidad las constelaciones básicas, pero ahora podía inventar las mías, como cuando uno se pone a verle formas a las nubes. 

-Entonces, si no es la supernova, debe ser un meteorito- Lo dije como si no fuera la gran cosa, porque a esas alturas, después de todo lo que habíamos pasado, un meteorito en realidad ya no era la gran cosa. 

Aunque, estrictamente hablando, sí lo era. Aproximadamente cuarenta kilómetros de largo, veintitrés de ancho y diecisiete de alto, muchísimo más grande que el que acabó con los dinosaurios. Una mole cósmica que el universo, como si no fuera ya suficiente, nos había lanzado desde los cielos casi de forma poética. No lo habíamos visto venir, no sólo porque las agencias espaciales habían colapsado hacía mucho, sino porque ese pequeño enorme pedazo de roca espacial había terminado en curso de colisión con la Tierra por azares del destino ya que algo en el cinturón de asteroides lo había sacado de su curso habitual y lo había hecho precipitarse contra nuestro planeta, y aún con sus dimensiones, había pasado desapercibido al no seguir una órbita conocida y al ser tan “pequeño” y oscuro en comparación con el resto de cosas en el cielo. Para cuando era evidente que iba a aterrizar sobre nosotros, ya no había nada que hacer ni nadie que lo hiciera. 

Pero nada de esto lo sabíamos, que seguíamos viendo como su brillo se hacía cada vez más intenso al entrar a la atmósfera. Por cierto, nosotros nos habíamos conocido recientemente, apenas unas semanas atrás cuando nos encontramos casualmente vagando por los valles. Hacía tanto que no hablábamos con otra persona que rápidamente nos hicimos amigos por el puro gusto de tener con quien platicar, aunque los temas de conversación se redujeran a recordar el pasado e intentar averiguar que hacer con nuestro futuro. A pesar de ello, nunca nos habíamos presentado. Los nombres se habían vuelto obsoletos en cuanto la cantidad de personas disminuyó al grado de no haber necesidad de saber quién era quién. 

-¿Crees que ahora sí se va a acabar el mundo? 

No supe que responderle, pero algo en mi interior decía que efectivamente, era el fin del mundo. -No sé si del mundo, pero al menos de la humanidad creo que sí. No creo que la Tierra se despedace después de esto, y al final la vida es muy resistente. Quien sabe, igual y alguna bacteria en el fondo del mar sobrevive y, en unos cientos de millones de años, otra vez haya vida por todos lados. 

-Una bacteria… o un virus. 

No pudimos aguantar la risa. Esa palabra había pasado de ser aterradora a ridícula. 

-Pues que privilegio- Dijo secándose las lágrimas tras las carcajadas -Que privilegio tener la oportunidad de ser los últimos. De todas las personas que vivieron a lo largo de los milenios, sólo nosotros podemos decir que somos los últimos de la especie, la camada final, lo más lejos que nuestra raza pudo llegar. 

-¡Y nos tocaron asientos de primera fila para presenciar el fin! Los que queden en otros lados, si es que quedan, ni se van a enterar de qué pasó, pero igual se van a joder. 

Además de la luz, la temperatura comenzó a aumentar, transformando una fresca noche en un mediodía tropical en cuestión de minutos. Nos quedamos en silencio, admirando como las nubes se esfumaban, mientras el viento aumentaba de velocidad y los animales huían despavoridos sin saber bien hacia dónde. 

Me vino una idea completamente absurda en esas circunstancias, pero que daban cuenta de que al final seguía siendo un ser humano común y corriente. Me pregunté cuales serían las últimas palabras más apropiadas para dejar a la posteridad, aunque no hubiera nadie que las fuera a escuchar o registrar ni posteridad a cuál dejarlas. ¿Alguna frase de trascendental belleza? ¿Un chiste? ¿Un grito? Si mi voz iba a ser la última de las voces humanas que resonaran, ¿Qué debería decir? ¿Cómo condensar con palabras lo que había sido nuestro breve estar en la existencia? ¿Cómo cerrar apropiadamente nuestra participación en la vida? 

-Por cierto- dije -Me llamo… 
Luz. Calor. Silencio.




Fernando “Viento del Norte” Sanchez. CDMX, 17 de abril de 2020. Publicado originalmente en “Crónicas de un mapache”


http://vientoboreal.blogspot.com/

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