lunes, 13 de abril de 2020

Una tarde normal

Estoy a punto de verla y si se ha evaporado el perfume que me puse todo este teatro será un fiasco. Llevo algunos meses preparando este momento, trabajando un par de horas extras todos los días para que podamos ir a un buen lugar, me compré el perfume que le gusta, me traté de vestir bien, tengo un poco de ansiedad de verla, de verla de nuevo. 

Omar me dijo que debería usar corbata, pero no soy de ese tipo de hombres, me corta la respiración, se me bota la papada, no me gusta usar camisas, ni zapatos, nunca me ha preocupado mucho eso porque confió en otros atributos, en realidad solo en uno, creo que soy gracioso. 

Pero este día no me está haciendo gracia alguna. 

No pasé al cajero electrónico para tener un poco de efectivo a mano, no contaba con los gastos de la gasolina, me escriben y me llaman del trabajo, parece que todo es urgente, pero nada me urge más que mandarlos al demonio, quisiera gritarles que estoy cada 5 minutos un kilómetro más cerca de la mujer que amo, que los correos y la vida en general pueden detenerse, todo puede detenerse en este momento menos el tráfico de mierda. 

Estoy nervioso, han pasado un par de años de la última vez que nos vimos, no deja de sudarme la cabeza, espero que parezca que acabo de bañarme. El gps me lleva lento pero seguro a la ubicación indicada, la colonia se ve tranquila con las aceras invadidas de hípsters y perros, negocios en los que me hago a la idea sale a comprar cosas para hacer de comer, vaya que ella sabe cómo hacer de comer, cualquier platillo normal lo volvía una experiencia de sabor, un poco de esto, un poco de esto otro y magia, una pequeña explosión en el paladar, magia pura. 

- Creo que ha pasado tiempo suficiente para podernos ver de nuevo, te extraño y quisiera poder platicar sobre lo que ha sido de nuestras vidas - Podía sentir como mi dedo anular se corroía, como mi mirada se sentía seca, agotada. Llevaba 5 minutos viendo el botón de enviar en el WhatsApp hasta que me di el valor de presionarlo. 

Y el mensaje se envió a través de kilómetros de cables y ondas invisibles, conectándose para hacer llegar el mensaje que más me ha preocupado enviar en mi vida, ni una carta de renuncia había requerido de mí tanta decisión, no pasó más de un minuto y vibro mi celular, era ella – claro, hay que vernos – un primer y sencillo y conciso mensaje que siguió de largas conversaciones, ella siempre ha sabido como conversar, cuando lo desea es la persona más graciosa y grosera del mundo, ambas cualidades me parecen fundamentales para la convivencia. 

Quedamos de vernos para festejar su cumpleaños. Trate de buscar un buen restaurante, de autor, con buena arquitectura, algo que me hiciera aparentar que soy más que un hombre de tacos y hamburguesas, sin embargo, mi físico evidenciaba lo que ella ya sabía. 

Le avisé que había llegado al punto de encuentro, ocupé 5 minutos en poder entrar en mi papel, de hombre desinteresado, en pensar mi guion para no estropear la tarde, no tengo mucho tiempo para verla, pero si mucho tiempo de esperar hacerlo. Me dijo que tardaba un poco que seguía arreglándose, pero yo soy realista, ella no tiene nada que arreglarse, es de ese tipo de mujeres que pueden ponerse una playera XXL de hombre, con la tela deformada por el sobrepeso, rota, sucia de chocolate embarrado y hacerla ver como lo último de la moda, ella era la inspiración de la próxima línea de Bershka. 

No mentía cuando dijo que tardaba un poco, puse algo de música para abstraerme en ella, estaba ya un poco preocupado por la reservación de la mesa del Restaurante La Brea, uno de los diez mejores del país (según varias reseñas) con los ingredientes más frescos y con comida preparada al momento por uno de los mejores chefs mexicanos que normalmente tienen un apellido que no tiene nada que ver con los apellidos comunes en el país. 

Sin avisar, ensimismado en la espera, en el ansia, en la música, en mi personaje, ella toco a la ventana del auto, la vi y todo se fue a la mierda, el cerebro se sentía como si se hundiera en las arenas movedizas del corazón, hundiéndose sin importar que buena parte del mismo estuviera ya sumergido. 

Siempre ha sido una visión, con su pelo castaño obscuro y su piel blanca, con sus pecas jugando a brincar en sus pómulos rojos como sandías (juro que dan ganas de darles una mordida) su nariz pequeña, chatita, sus ojos verdes como galaxias en las que te pierdes cuando te quedas sin combustible en tu cohete corroído al cual se le está por terminar el oxígeno, su boca pequeña y su sonrisa juguetona, traviesa. 

No han pasado los años por ella, no ha pasado un minuto de ella en mí, es una suerte de maldición ver a la persona que amas y no sentir más que amor por ella, olvidas todo, te importa un comino lo bueno o lo malo que haya pasado, no hay tiempo, son esos momentos en los que reconoces que existe el presente, que existe el bien. 

Vestía un vestido rojo con estampado de leopardo, como las pieles que usaban los reyes para dejar en claro la fuerza y la violencia que tuvieron que utilizar para conseguirla. Maldita sea, el vestido solo evidenciaba sus hermosas piernas y acentuaba… que no he superado el haberla perdido. 

Abrí la puerta y no pude evitar abrazarla, en un abrazo que contenía millones de minutos de nostalgia y amor yermo, en un abrazo que me arrancaba la vida, la pegue a mí para que sintiera como mi corazón palpitaba desbocado, para que sintiera como mi estómago estaba lleno de abejas, no pude controlar perderme de todo, quise pegarla tanto a mí que deseaba pudiera entrar en mi cabeza, para que se viera como la veo, para que sintiera lo que yo siento, un abrazo fuerte como la asfixia que no parece terminar hasta que te desvaneces y sentí 4 pequeñas manos, halándome, separándome de ella, buscando mi panza y mi pecho, ella no venía sola, venía con mis niños, ella no quería platicar de nuestra vida, quería matarme de amor. 

Desde el divorcio habían pasado muchas cosas, se casó de nuevo y era ya feliz con un hombre bueno, alguien que la aceptaba con dos hijos que no eran suyos, que la veía como alguien capaz, alguien que la amaba, alguien que le daba todo lo que yo no pude dar, todo lo que yo no tenía, alguien que podía hacerla feliz. 

- José, no vayas a comenzar con tus cuestionarios, venimos a divertirnos, todo va bien, sabes cómo están los niños, podemos hablar de mi vida personal, pero mejor hablemos de ti y disfrutemos el momento – Me tenía atrapado, siempre supo que era un tipejo prisionero de sus deseos y así fue. 



No hablamos de nada, pusimos canciones y cantábamos, nos reíamos, era como un día normal, de una familia normal, casi se me antojaba darle un beso y que todo mundo pensara que no habían pasado 4 años, que estábamos rumbo a celebrar un cumpleaños más, que nunca había partido la mudanza, que no se había que tenido que terminar ningún contrato, casi parecía que no la había hartado, que deje de tomar a tiempo, que la escuche y me preocupe por ella, casi parecía que la había apoyado a seguir sus sueños. 

Llegamos al lugar, estaba por el sur de la ciudad, no estaba lleno, lo que agradecí, tenía miedo de terminar comprando un pollo rostizado, comimos y bebimos y nos reímos, recordamos buenos momentos, mientras yo luchaba contra la pesadumbre de saber que difícilmente se iban a generar otros muchos buenos momentos juntos. Yo estaba presente, pero en otro plano, no podía dejar de verla, no podía dejar de escucharla, no podía dejar de interesarme en lo que decía, siempre ha sido una mujer muy inteligente, brillante, talentosa, siempre la he considerado más inteligente que yo, lo es, por eso no estamos juntos. 

La vida ha sido buena para ella, tiene muchas de las cosas que siempre ha buscado, aunque la vida siempre te lleva a buscar más, la vida también ha sido buena conmigo, pero perderle a ella, el no tenerla, el saber que existe pero que decide conscientemente no estar a mi lado es una aflicción que nunca podrá entender. La comida es buena, la noche apacible, le tengo preparada una sorpresa, un regalo para que no me olvide unos meses, el primer perfume que compramos juntos, su aroma enlatado. Satisfechos pedimos el auto, me siento orgulloso de que me vean con ella, de que el valet me vea con envidia, de que mis niños me abracen forcejeando separándome de ella, son mi muro de contención, pero mi mirada, es obvio que se pierde en el deseo de no dejarla ir. 

Pero es tarde y la vida sigue, subimos al carro y hacemos bromas sobre la comida, por las porciones extremadamente pequeñas, porque siempre nos reímos, hasta que los tengo que dejar en su casa y mi risa se transforma en mueca, ella me dice – ojala pudieras pasar, fue un buen día – asiento con la cabeza y veo como bajan del carro y con ellos se baja un pedazo de mi alma, los veo desaparecer por la puerta y veo las sombras proyectadas sobre las cortinas una, dos, tres, cuatro, las sombras más altas se funden. 

Camino a mi departamento veo un automóvil accidentado, el pobre tripulante no solo tendrá que lidiar con las heridas y el seguro, si no con la vergüenza de ser uno de esos carros cubiertos de post it con mensajes de amor, algunas de esas notas adhesivas deben decir, ten un gran día. En mi opinión cuando un augurio es tan claro es mejor burlarte. Tomo una foto al accidente y se la envío, junto con un pequeño texto de cinco letras, ¿se han dado cuenta que escribir “¡huevos!” es un texto más largo que escribir “te amo”?

Julio Cervantes Ortega
México, abril de 2020



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