lunes, 9 de abril de 2012

Donato




Pa que te escribo si leer no sabes

Otra vez la mierda,  ocurría de nuevo, puntual como los últimos días.  Se anunciaba con una fuerte punzada en el estomago, un espasmo de horror que era seguido por un fuerte hedor y la consabida  vergüenza. De nuevo sucedía y no lo controlabas, de nuevo el escarnio de los fantasmas que observaban con burla como recorrías el pasillo apoyado de la pared y el sudor en la frente que coronaba tu vano esfuerzo hacia el baño.  El cuerpo no era el mismo, las distancias se hacían más largas y la realidad era algo brumoso e inmediato que no alcanzabas a entender. Wendy venía un día si, un día también a checar que hubieras comido y a dejarse tocar las nalgas mientras apurabas los quelites que ella preparaba con maña y brujería, últimamente   vencía la repugnancia y en un remedo de amor, otros dirían interés, limpiaba tus desgracias e intentaba eso en lo que muchas fracasaron y sólo una consiguió: bañarte. Cambiaba tus ropas y te aventaba cubetadas de agua, mientras tú con los restos de pudor que conservabas, cubrías tus desgracias ya muertas e inservibles.  Eso era la existencia, vagar entre espectros y recuerdos en una casa que cada día te era más ajena, donde de pronto todo se convirtió en inmenso e inalcanzable, tu mundo se redujo a un espacio perfectamente delimitado por las necesidades, aquella casa llena de silencio y viento, ecos y pensamientos que se veían pasar por los cuartos y las tejas podridas y llenas de polvo. Árboles testigos de tu desgracia que volteaban la mirada al sentirte cerca e ignoraban tus gritos en las noches cuando las pesadillas se sucedían una a la otra. A menudo te preguntabas cuando acabaría todo, el cagarse en los pasillos, las voces de los fantasmas, sus burlas y sus visitas a tus pesadillas, acudían siempre a hostigar los errores del pasado y a recordarte que la nostalgia es la mejor compañera de la vejez; cuando terminarían los días en que intentabas cumplirle a la Wendy y que terminaban en un manoseo torpe y apresurado y un ardor más en la punta del pene.  Sería una enfermedad de la mala vida,  un dolor más que se agregaba, te lo había dicho tu hija: dicen que esa Wendy tiene gonorrea y que se la anda pegando a todos. Qué importaba, era la única que no te reprochaba la existencia y acudía a ti en aras de un interés que tú conocías y que no te importaba pagar, calzones y de vez en vez un brillo para los ojos eran la cuota de la fidelidad. Ese era el ocaso de la vida, o la antesala de la muerte como te gustaba decir cuando te daba por reflexionar, un remedo de existencia, poblado de recuerdos y melancolía. Cuando más dura era la soledad, pensabas en ella,  tu esposa, tu mujer, la única que te miraba a la cara y te soltaba las verdades sin pelos en la lengua, extrañabas sus ojos, su cabello que peinaba por las tardes mientras ambos sudaban la canícula en la sala.  Y el llanto acudía a ti en goterones de tormenta, si Wendy andaba por la casa sólo miraba  y meneaba la cabeza en señal de desaprobación, qué iba a saber ella tan joven y llena de vida, qué iba a entender ella de un viejo que se acercaba a la tumba lleno de dolores, rencores, nostalgias y culpas. Ocaso que no terminaba de llegar y que la vida tan irónica retardaba. Otra vez la mierda, otra vez recordar, otra vez recorrer el pasillo esperando llegar al final, otra vez caminar hacia el olvido y la soledad. 

Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F.

2 comentarios:

  1. "La nostalgia es vivir sin recordar de que palabras fuimos inventados" Giovanni Quessep. En este cuento la nostalgia en verdad es una compañía fatídica.

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