martes, 3 de julio de 2012

El ciclo de Electra


Envidio tu tranquilidad, la firmeza de la piedra retando al aire, la cantera verde absorbiendo como esponja al tiempo y llenando de calidez mis recuerdos. Cada vez que vengo a visitarte me siento protegida, siento un peso menos encima y envido tu paz. Perdona que te haya abandonado algunos años, prometo que vendré más seguido.  No puedo evitar llorar cuando vengo, mojo la tumba, siento que mis lágrimas se filtrarán por la tierra para escurrir hasta ti y que te empaparán como cuando chillaba acurrucada en tus muslos por cualquier estupidez que en ese entonces confundía con el fin del mundo, insignificancias, sentimientos menores al polvo si se comparan con lo que fue tu pérdida. Yo era entonces una escuincla caprichosa, casi una niña, buscaba sentirme adorada, única, ser el centro del universo, tú me hacías sentir así, por eso me enamoré.  No sé cómo me aguantaste tantos berrinches y todos los problemas que te causé. Nunca me propuse darte nada, ahora, pasado el tiempo, sé que hasta mi cuerpo te lo di por puro gusto, por mi propio goce y por mi curiosidad, nunca sentí perversión de tu parte porque siempre fuiste lindo conmigo, siempre supe que tu cariño era sincero… tal vez incorrecto, pero sincero al fin y al cabo. Nunca más he vuelto a sentir que se me corta la respiración al hacer el amor, ni esa lluvia de estrellas ante mis ojos, esa frenética cascada de sudor y flores de colores que sentía contigo. Mi esposo es casi tan noble como tú, lo quiero, pero con él nunca he sentido lo mismo que contigo. Me acerqué a él porque se me figuraba a ti, tiene las manos igual de grandes, usa el mismo perfume, camina igual, a veces piensa igual, le gusta la misma música que a ti aunque él es mucho más joven. Es de mi edad. Descubrí lo diferentes que eran hasta que me casé, y me desilusionó tanto que empecé a odiarlo, no me hacía sentir tan segura como me hacías sentir tú, ni tan deseada, ni tan única, ni tan feliz. Viví completamente arrepentida al principio de mi matrimonio. Esa fue la etapa en que te venía a ver más seguido, tanto que hasta Camilo pensó que le era infiel. De cierta forma lo era pero en vez de estar en un hotel revolcándome con algún amigo, estaba aquí, junto a esta tumba de cantera llorando arrepentida, extrañándote, imaginando que mi vida sería mejor si hubiera sido tu mujer, aunque claro, sé que casarme contigo hubiera sido imposible aunque vivieras. Hasta que nació mi niño caí en cuenta que mi error fue buscarte en otros cuerpos y aprendí entonces a apreciar a mi esposo por lo que es, sin compararlo tanto. Por desgracia nunca he llegado a amarlo, eso me hace sentir como una puta, una bruja miserable, y lo compenso siendo cariñosa y abnegada con él, como nunca lo fui contigo. A la fecha cuando hacemos el amor prefiero darle la espalda y que me tome de la cintura con su dos manotas, para imaginar que eres tú, para intentar sentirte dentro de mi, pero no es lo mismo. Yo tampoco soy la misma, me salieron estrías en la panza y celulitis en las nalgas, y a veces en el espejo veo a mi madre… ¡eso me hace sentir tan arrepentida! sólo cuando pienso en ella dudo de que tu cariño fuera auténtico y me pregunto si me seguirías queriendo a pesar de haber perdido lo mejor de mi juventud. Mi madre es la más víctima. Pobrecita... ella sospechó de lo nuestro en tu velorio, no era normal mi llanto, era demasiado amargo y escandaloso, perdí la compostura, no me importaba ya nada, lloré más que cuando murió mi verdadero padre. Ella nunca me ha dicho nada, no me ha reclamado nunca pero evita verme lo más posible. Aunque trata de ser cariñosa cuando nos llega a ver mi y a mi hijo, sé que en su corazón hay un profundo odio y resentimiento hacia mi, intuye que yo tuve algo que ver con que el día de tu muerte estuvieras en un lugar tan alejado de tu ruta cotidiana y no se explica por qué fui la primera en llegar al sitio del accidente. Cuando se enteró que mi hijo se llama como tú, se derrumbó, lloró amargamente frente a mi reprochándome sin palabras mi descaro, mi esposo también estaba presente esa vez y creyó que el llanto de mi madre era de nostalgia normal, él sabe de ti sólo la forma en que moriste, encuentra normal que te recordemos con cariño y no le molesta que nuestro hijo lleve tu nombre. A veces me siento el peor ser humano por eso, pero de alguna forma tenía que conservarte, el niño no debió ser tu nieto como cree cuando ve tu foto en casa de su abuela, debió ser tu hijo porque yo nunca te vi como a un padre. Ahora mi hijo es lo que más quiero en el mundo, tengo un amor puro y absoluto por él, por eso tu nombre le queda perfecto. A veces lo miro y noto gestos tuyos en su carita, también algunos ademanes, los mismos que compartes tú con su padre. Está en la etapa en que me sigue a todos lados, llora cuando lo dejo en la escuela y es muy grosero con su papá, como si lo odiara. Lo amo como nunca he amado a alguien, mi hijo es ahora mi mayor razón para vivir.

Romeo Valentín Arellanes, MéxicoD.F.
Julio de 2012



2 comentarios: